– Relájate -dijo-. Nadie te ha prestado atención alguna desde que nos pusimos de camino hacía aquí.

– Los polis nunca me dejan escaparme así de fácil -dijo él, echando un vistazo nerviosamente sobre su hombro por centésima vez desde que habían salido del garaje del hotel en San Antonio-. Ellos juegan conmigo. Dejarán que me acerque.Tan cerca de la frontera mexicana que puedo olerla, y luego se echarán sobre mí. Putos cerdos.

La paranoía de los años sesenta. Casi se había olvidado de ella. Cuando Gerry había sabído sobre el F.B.I., había empezado a ver sombras ocultas por todas partes, que cada recluta nuevo era un informador, que le controlaban desde el mighty J(Acorazado de la armada). El propio Edgar Hoover (Jefe del F.B.I. instigador de la caza de brujas contra los izquierdistas) personalmente buscaba evidencias de actividad subersiva de las mujeres del movimiento feminista sacando Kotex en la basura. Aunque con el tiempo hubiera razón para la precaución, al final el miedo no había estado demasiado justificado.

– ¿Estás seguro que la policía te está buscando? -dijo Naomi-. Nadie te ha mirado dos veces cuando has subido al avión.

Él la miró airadamente y sabía que lo había insultado por despreciar su importancia como Gerry el macho fugitivo, el John Wayne de los radicales.

– Si hubiera venido solo -dijo -ellos lo habrían notado rápidamente.

Naomi lo dudaba. Pese a la insistencia de Gerry de que la policía estaba buscándolo, seguramente no fuera tan evidente. Tuvo un sentimiento extrañamente triste. Recordaba cuando la policía se había preocupado de verdad por las actividades de su hermano.

El Cadillac seguía avanzando, y ella vio una señal anunciando los límites de la ciudad de Wynette. Sintió una ráfaga de entusiasmo. A pesar de todo, finalmente vería a su Chica Descarada.

Esperaba no haber cometido un error por no llamarla antes, pero sentía instintivamente que esta primera conexión necesitaba hacerla en persona. Además, las fotografías a veces mentían. Ella tenía que ver a esta muchacha cara a cara.

Gerry miró el reloj digital sobre el salpicadero.

– Todavía no son ni las nueve. Probablemente todavía esté en la cama. No veo por qué hemos tenido que marcharnos tan temprano.

Ella no se molestó en contestar. Nada tenía la mayor importancia para Gerry excepto su propia misión de salvar el mundo sin ayuda de nadie. Paró en una estación de servicio y preguntó la dirección. Gerry se encorvó abajo en el asiento, ocultándose detrás de un mapa de carretera abierto como si el muchacho que ponía el combustible fuera realmente un agente del gobierno para capturar al Enemigo Público Número Uno.

Cuando paró el coche atrás en la calle, ella dijo:

– Gerry, tienes treinta y dos años. ¿No estás cansado de vivir así?

– No voy por el éxito en taquilla, Naomi.

– Si me preguntas, escapar a México está más cerca de venderte que quedarte e intentar trabajar dentro del sistema.

– Ya hemos hablado sobre ello, ¿verdad?

¿Era sólo su imaginación o Gerry parecía menos seguro de si mismo?

– Serías un maravilloso abogado -siguió-. Valiente e incorruptible. Como un caballero medieval que lucha por la justicia.

– Pensaré en ello, ¿vale? -dijo-. Pensaré en ello después de salir de México. Recuerda que prometiste dejarme cerca de Del Río antes del anochecer.

– ¿Dios, Gerry, no puedes pensar en nada más que en tí mismo?

Él la miró con la repugnancia.

– Se están preparando para explotar el mundo, y todo por lo que tú te preocupas es en vender perfumes.

Ella rechazó entrar en otra discursión a gritos con él, y siguieron en silencio el resto del camino a la casa. Cuando Naomi paró el Cadillac en frente de la casa, Gerry echó un vistazo nerviosamente sobre su hombro hacia la calle. Cuando no vio nada sospechoso, se relajó bastante para apoyar adelante y estudiar la casa.

– ¡Eh!, me gusta este lugar -señaló las liebres pintadas-. Por aquí si saben vivir.

Naomi recogió su bolso y el maletín. Cuando se preparaba para abrir la puerta del coche, Gerry la cogió del brazo.

– ¿Esto es importante para tí, no es cierto, hermana?

– Sé que no lo entiendes, Gerry, pero me gusta lo que hago.

Asintió despacio con la cabeza y se rió de ella.

– Buena suerte, nena.


* * *

El sonido de una puerta de coche cerrándose despertó a Francesca. Al principio no podía recordar donde estaba, y luego comprendió que, como un animal que entra en una cueva para morir solo, se había metido en el asiento trasero del Riviera y se había dormido.

Los recuerdos de la noche anterior volvieron sobre ella, trayendo una ola fresca de dolor. Se enderezó y gimió suavemente cuando los músculos en varias partes de su cuerpo protestaron su cambio de posición. El gato, quien se había enroscado en el suelo bajo ella, levantó su cabeza deforme y maulló.

Entonces vio el Cadillac.

Ella contuvo el aliento. Tanto como podía recordar, los coches grandes y caros siempre traían maravillosas cosas de los hombres en su vida, sitios de moda, brillantes fiestas. Se sumergió en una ola ilógica de esperanza. Tal vez uno de sus amigos la había encontrado y venía para llevarla a su antigua vida.

Se retiró el sucio pelo de la cara, sacudiendo la mano, se bajó del coche, y anduvo cautelosamente alrededor del frente de la casa. No podía afrontar a Dallie esta mañana, y sobre todo no podía afrontar a Holly Grace. Cuando se acercó a la puerta delantera, se dijo no despertar sus esperanzas, que el coche podría haber traído a un periodista para entrevistar a Dallie, o hasta un vendedor de seguros… pero cada partícula de su cuerpo se sentía tensa por la expectativa.

Oyó la voz de una mujer desconocida por la puerta abierta y dio un paso a un lado para escuchar sin ser observada.

– … hemos estado buscándola por todas partes -decía la mujer-. Y por fin he conseguido encontrarla. Me dijeron que preguntara por el Sr. Beaudine.

– Imagínese todo esto por un anuncio de revista -contestó la Señorita Sybil.

– Ah, no -protestó la voz-. Esto es mucho más importante. Blakemore, Stern & Rodenbaugh es una de las agencias publicitarias más importantes de Manhattan. Planeamos una campaña principal para lanzar un perfume nuevo, y necesitamos a una mujer extraordinariamente hermosa como nuestra Chica Descarada. Saldrá en televisión, carteleras. Hará apariciones públicas por todo el país. Planeamos hacerla una de las caras más familiares de América. Todo el mundo conocerá a la Chica Descarada.

Francesca sintió como si hubiera sido devuelta a la vida. ¡La Chica Descarada! ¡La estaban buscando! Una oleada de alegría corrió por sus venas como adrenalina cuando absorbió la asombrosa realidad que sería capaz de alejarse de Dallie con la cabeza bien alta.

Esta Hada Madrina de Manhattan estaba a punto de devolverle su amor propio.

– Lo siento pero no tenga ninguna idea donde está ella -dijo la señorita Sybil-. Siento tener que decepcionarte después de que has conducido hasta aquí, pero si me das tu tarjeta de visita, se la pasaré a Dallas. Él verá que hace con ella.

– ¡No! -Francesca agarró el pomo y abrió, con un miedo ilógico de que la mujer desapareciera antes de que pudiera verla. Cuando se precipitó dentro, vio a una mujer delgada, de cabellos morenos con un traje azul de negocios que estaba de pie al lado de la señorita Sybil.

¡No! -exclamó Francesca-. ¡Estoy aquí! Estoy bien…

– ¿Qué pasa? -una voz gutural habló arrastrando las palabras-. ¡Eh!, cómo estás, Señorita Sybil? No tuve la posibilidad de decirte hola anoche. ¿Puedes conseguirme un poco de café?

Francesca se congeló en la entrada cuando Holly Grace Beaudine bajó la escalera, las interminables piernas desnudas que se veían debajo de una de las camisas azul pálido de etiqueta de Dallie.

Ella bostezó, y los sentimientos altruistas de Francesca hacia ella la noche anterior desaparecieron. Incluso sin maquillaje y con el pelo revuelto por el sueño, estaba extraordinaria.

Francesca se aclaró la garganta y dio un paso en la sala de estar, haciendo a todos consciente de su presencia.

La mujer del traje gris de forma audible jadeó.

– ¡Dios mio! Aquellas fotografías no te hacían justicia.

Dio un paso adelante, riendo ampliamente.

– Déjame ser la primera en ofrecer mis felicidades a nuestra hermosa nueva Chica Descarada.

Y luego ofreció la mano a Holly Grace Beaudine.

Capítulo 16

Francesca podría haber sido invisible por toda la atención que alguien la prestaba. Estaba de pie entumecida en la entrada mientras la mujer de Manhattan cloqueaba alrededor de Holly Grace, hablando sobre contratos exclusivos, duración de programas y de una serie de fotografías que había visto de ella cuando apareció en una gala de caridad en Los Angeles acompañando a un famoso jugador de fútbol.

– Pero represento artículos deportivos -exclamó Holly Grace-. Al menos eso hacía antes de verme implicada en una pequeña discusión de trabajo hace unas semanas y de que organizara una huelga no oficial. No pareces comprender que yo no soy modelo.

– Lo serás cuando termine contigo. Solamente prométeme que no desaparecerás otra vez sin dejar un número de teléfono. De ahora en adelante, avisa siempre a tu agente donde se te puede localizar.

– No tengo agente.

– Arreglaré eso, también.

No habría ninguna Hada Madrina para ella, comprendió Francesca. Nadie que cuidara de ella. Ningún mágico contrato de modelo para salvar su orgullo. Miró su reflejo en un espejo que la señorita Sybil había enmarcado con conchas marinas. Su pelo estaba salvaje y su cara sucia y magullada.

Se miró hacia abajo y vio la suciedad y sangre seca en sus brazos. ¿Cómo alguna vez pudo pensar que podría pasar por la vida sólo gracias a su belleza? Comparada con Holly Grace y Dallie, ella era de segunda clase.

Chloe estaba equivocada. Ser bastante guapa no era suficiente… siempre habría alguien más guapo.

Se dió la vuelta y salió silenciosamente.

Pasó casi una hora antes de que Naomi Tanaka se marchara y Holly Grace entrara en el dormitorio de Dallie.

Hubo algún problema sobre el coche de alquiler de Naomi, que parecía haber desaparecido mientras Naomi estaba dentro de la casa, y la Señorita Sybil había terminado por llevarla al único hotel de Wynette.

Naomi había prometido dar a Holly Grace un dia para revisar el contrato y consultar con su abogado. No, no había ninguna duda en la mente de Holly Grace sobre firmar. La cantidad de dinero que le ofrecían era asombrosa… cien mil dólares por no hacer nada más que moverse delante de una cámara y apretar manos en los mostradores de perfume de grandes almacenes.

Recordó sus días en Bryan, Texas, viviendo con Dallie en el alojamiento de estudiantes, las estrecheces que pasaron intentando reunir un poco de dinero para comer.

Todavía vestida con la camisa azul de Dallie y una taza de café en cada mano, cerró la puerta del dormitorio con la cadera. La cama parecía una zona de guerra, con todas las sábanas revueltas y enredadas alrededor de sus caderas.

Incluso dormido, parecía que Dallie no podía encontrar paz. Dejó una taza de café sobre la mesita y tomó un sorbo de la suya.

La Chica Descarada. Le quedaba como anillo al dedo. Incluso el momento era ideal. Estaba harta de combatir a los chicos buenos en SEI, cansada de tener que trabajar el doble que ellos para conseguir los mismos objetivos.

Estaba preparada para un cambio de aires en su vida, una posibilidad de ganar mucho dinero. Hacía mucho había decidido que cuando la oportunidad llamara a su puerta, no tendría las manos atadas para poder agarrarla al vuelo.

Con el café en la mano fue hacía la vieja butaca, se sentó y cruzó el pie sobre su rodilla desnuda. La fina pulsera de tobillo de oro reflejó la luz del sol, enviando una reflexión serpeante en el techo encima de su cabeza. Se imaginaba brillante en ropa de diseñador, con abrigos de piel, en los más famosos restaurantes de Nueva York. Después de trabajar tanto, todos estos años de golpear la cabeza contra paredes de piedra, finalmente la posibilidad de una vida mejor había caído directamente en su regazo.

Abrazando la taza caliente en sus manos, observó a Dallie. La gente que lo sabía, que estaban separados y vivían en casas diferentes siempre preguntaban por qué no se habían divorciado. Ellos no podían entender que a Holly Grace y a Dallie todavía les gustara estar casado el uno con el otro. Eran una familia.

Su mirada fija viajó a lo largo de la curva de su trasero, la vista que había producido tantos sentimientos de lujuria dentro de ella.

¿Cuándo fue la última vez que hicieron el amor? No podía recordarlo. Todo lo que recordaba era que las últimas veces que Dallie y ella estuvieron en una cama juntos, todos sus viejos problemas volvían para atormentarlos, Holly Grace era otra vez una muchacha jóven desvalida con necesidad de protección, y Dallie era un marido adolescente que intentaba desesperadamente formar una familia mientras el fracaso colgaba sobre él como una nube oscura.