El apareció en su umbral la tarde siguiente y la invitó a una vuelta en coche por el campo. Ella dijo que tenía un compromiso y no podía cenar con él esa noche.
El juego continuaba, y Chloe no podía pensar en nada más. Cuándo Jack no estaba con ella, lo conjuraba en su imaginación… sus movimientos inquietos, la forma descuidada de llevar el pelo, el bigote picaresco.
La tensión que le provocaba, se difundia como fuego por su cuerpo, pero todavía se negaba a sus propuestas sexuales.
En cierta ocasión él le dijo cruelmente, mientras trazaba la forma de la oreja con los labios.
– No creo que seas suficiente mujer para mí.
Ella puso la mano sobre su nuca.
– Y yo no creo que seas lo suficientemente rico para mí.
La bolita del marfil sonó con estrépito alrededor de los contornos de la ruleta, del rojo al negro, del negro al rojo. Chloe sabía que tendría que tomar una decisión pronto.
– Esta noche -dijo Jack cuando ella contestó el teléfono-. Estáte lista para mí a medianoche.
– ¿A medianoche? No seas ridículo, querido. Eso es imposible.
– A medianoche o nunca, Chloe. El juego se acabó.
Esa noche ella se puso un traje de terciopelo negro con botones de estrás sobre una blusa de seda color champán. Sus ojos brillaban salvajemente en el espejo mientras se cepillaba su pelo oscuro con ademanes suaves.
Jack Day "Negro", vestido con un esmoquin apareció en su puerta exactamente a medianoche. Al mirarle, sintió como su cuerpo se volvía tan líquido como el perfume con el que había acariciado su piel tras el baño. En lugar del Isotta-Fraschini, él la condujo a un Mercedes y anunció que la llevaba a Harrods.
Ella se rió.
– ¿No es la medianoche un poco tarde para ir de compras?
El no dijo nada, solamente sonrió cuando se recostó en los asientos suaves de cuero y empezó a hablarle sobre un caballo de polo que pensaba comprarle al Aga Khan. Un momento después, el Mercedes se detuvo a las puertas de Harrods con sus toldos verde y oro. Chloe miró la iluminación débil que resplandecía por las puertas del almacén desierto.
– Harrods no parece que esté abierto, Jack, ni siquiera para tí.
– ¿Eso lo veremos, de acuerdo, cariño?
El chofer abrió la puerta trasera para ellos, y Jack la ayudó a salir.
Para su asombro, un portero con librea apareció por detrás de la puerta de cristal de Harrods y tras una mirada subrepticia para ver si alguien en la calle estaba observando, abrió la puerta y la mantuvo abierta para ellos.
– Bienvenido a Harrods, Sr. Day.
Ella miró la puerta abierta asombrada. Jack Day "Negro" seguramente no podía andar libremente por los almacenes más famosos del mundo completamente cerrados y sin vendedores presentes.
Como no hizo ningún intento de seguir andando, Jack la instó a entrar con un pequeño empujoncito en el centro de su espalda. Tan pronto como entraron dentro del almacén, el portero hizo la cosa más asombrosa… inclinó su sombrero, salió a la calle, y cerró la puerta detrás de él. Ella no podía creer lo que estaba ocurriendo, y miró a Jack en busca de una explicación.
– Mi suerte en la ruleta ha sido especialmente buena desde que te conocí, cariño. Y pensé que te gustaría una juerga privada de compras.
– Pero está cerrado. No veo a ningún empleado.
– Tanto mejor.
Ella lo presionó para una explicación, pero él le dijo poco más allá del hecho que había hecho un arreglo privado,y ciertamente bastante ilegal, con varios empleados nuevos y poco escrupulosos de Harrods.
– ¿Pero no hay personas que trabajan aquí de noche? ¿El personal de limpieza? ¿La seguridad nocturna?
– Haces demasiadas preguntas, cariño. ¿Para que sirve el dinero si no puede comprar placer? Veamos como funciona tu imaginación esta noche. Eligió una bufanda color oro y plata de un estante y se la colocó sobre el cuello de terciopelo de la chaqueta.
– ¡Jack, yo no puedo coger esto así como así!
– Relájate, cariño. La tienda no perderá demasiado. ¿Ahora, me aburrirás con tus preocupaciones o podemos disfrutar?
Chloe apenas podía creer lo que sucedía. No había vendedores a la vista, ni personal ni guardias. ¿Era este gran almacén realmente suyo? Ella echó un vistazo a la bufanda drapeada del cuello y pronunció una exclamación jadeante. Él le hizo un gesto hacia la zona de productos elegantes.
– Sigue adelante. Escoge algo.
Con una risilla temeraria fue hacía allí, cogió un bolso bordado con lentejuelas de un estante, y se lo colgó en el hombro.
– Muy bonito -dijo él.
Ella lanzó sus brazos alrededor de su cuello.
– ¡Eres absolutamente el hombre más emocionante del mundo, Jack Day! ¡Te adoro!
Las manos de él se deslizaron abajo de su cintura para curvarse alrededor de sus nalgas y juntar sus caderas apretándola contra su erección.
– Y tú eres la mujer más encantadora. No podía permitir que nuestra aventura amorosa se consumara en cualquier sitio ordinario, ¿no crees?
Negro a rojo… Rojo a negro… La dureza que notaba apretarse contra su vientre no dejaba lugar a dudas, y sus sentidos empezaban a ponerse calientes y frios al mismo tiempo. El juego se acabaría aquí… en Harrods. Solamente Jack Day podía hacer algo tan increible.
El pensamiento de eso hizo que su cabeza empezara a girar como la pelotita en la ruleta. Él le retiró el bolso del hombro, le quitó la chaqueta de terciopelo y los dejó sobre un mostrador de paraguas de seda con mangos de palo de rosa.
Entonces se quitó su chaqueta de esmoquín y la dejó con la de ella de manera que se quedó de pie delante de ella con una camisa blanca con el frente plisado, y una faja oscura envuelta alrededor de su estrecha cintura.
– Seguiremos con esto más tarde -le dijo mientras le ponía de nuevo la bufanda sobre los hombros-. Exploremos.
La llevó por el famoso vestíbulo de comida-gourmet de Harrods, con sus grandes mostradores de marmol y frescos en el techo.
– ¿Tienes hambre? -le preguntó mientras tomaba una caja de bombones plateada de un estante.
– De tí -contestó ella.
La boca se curvó bajo el bigote. Quitando la tapa de la caja, sacó un bombón de chocolate amargo y lo abrió por la mitad, derramando una llovizna de cremoso licor de cereza. Rápidamente se lo llevó a los labios, deslizando la parte del bombón con el licor. Con el chocolate en la boca bajó la cabeza para besarla. Cuando los labios se abrieron, él empujó los trozos dulces y pegajosos del bombón con la lengua. Chloe recibió los dulces con un gemido, y su cuerpo se volvió tan líquido e informe como el licor del bombón.
Cuándo él finalmente se apartó, escogió una botella de champán, la descorchó, y la llevó primero a los labios de Chloe y después bebió él.
– Por la mujer más increible de Londres -dijo, inclinándose hacia adelante y lamiendo una última mota de chocolate adherida al rincón de la boca.
Vagaron por la primera planta, cogieron un par de guantes, un ramillete de violetas de seda, un joyero pintado a mano, y los colocando en un montón para recuperarlos más tarde. Finalmente, llegaron al vestíbulo de perfumes, y la envolvió una mezcla vertiginosa entre los olores más finos del mundo, unas fragancias que se mezclaban con los olores de los cientos de personas que habían atestado los alfombrados pasillos durante el dia.
Cuándo llegaron al centro, él dejó caer el brazo y la giró cara a cara. Empezó a desabrochar su blusa, y ella sentía una mezcla extraña de entusiasmo y desconcierto. A pesar del hecho que la tienda estaba vacia, estaban en el centro de Harrods.
– Jack, yo…
– No eres una niña, Chloe. Sígueme en esto.
Una emoción se disparó a través de ella, cuando le abrió la blusa de seda para revelar las copas de encaje de su sostén. El cogió de una vitrina abierta una caja de Joy, le quitó el celofán y lo desenvolvió.
– Apóyate contra el mostrador -le dijo, su voz tan sedosa como el tacto de su blusa-. Pon los brazos a lo largo del borde.
Ella hizo lo que le pedía, débil ante la intensidad de sus ojos plateados. Extrayendo el tapón de vidrio del cuello de la botella, lo metió dentro de la orilla de encaje de su sostén. Ella contuvo el aliento cuando él frotó la punta fría contra su pezón.
– ¿Te gusta la sensación, no es verdad? -murmuró, su voz baja y fuerte.
Ella asintió con la cabeza, incapaz de hablar. Metió de nuevo el tapón dentro de la botella, recogió otra gota del perfume, y lo deslizó bajo el otro lado de su sostén para tocar el pezón opuesto.
Ella podía sentir como sus pezones se endurecían al tacto del cristal, y cuando el calor empezó a fluir por su interior, la cara hermosa y temeraria de Jack pareció nadar ante ella.
El bajó el tapón y ella sintió su mano moverse desde el dobladillo de su falda lentamente hacia arriba por sus medias.
– Abre las piernas -susurró.
Agarrada fuertemente al borde del mostrador, hizo le que le pidió. El deslizó el tapón hacia arriba por dentro de un muslo, sobre la cima de su media y en la piel descubierta, moviéndolo en círculos lentos hasta el borde de sus medias. Ella gimió y abrió un poco más las piernas.
El se rió malvadamente y retiró la mano de debajo de su falda.
– Todavía no, cariño. Todavía no.
Se movieron por la tienda silenciosa, yendo de un departamento a otro, hablando muy poco. El le acarició los senos cuando le puso un antiguo broche georgiano en el cuello de su blusa, le sobó el trasero mientras le ponía un pasador de filigrana por detrás en el cabello.
Ella se probó un cinturón del cocodrilo y un par de bailarinas bordadas. En el departamento de joyería, él le quitó sus pendientes de perlas y los reemplazó por unos de oro rodeados con docenas de diamantes diminutos. Cuándo ella protestó el gasto, él rió.
– Una vuelta de la ruleta, cariño. Sólo una vuelta.
Él cogió una boa de maribou blanca, empujó a Chloe contra una columna de mármol, y le deslizó la blusa por sus hombros.
– Tienes una mirada muy inocente -le dijo, girándola un poco para quitarle el sostén. La tela sedosa cayó al alfombrado suelo, y se encontró ante él desnuda de cintura para arriba.
Ella tenía los senos grandes y repletos con pezones planos del tamaño de medio dólar, ahora duros y fruncidos por su entusiasmo. El levantó cada seno en sus manos. Ella se deleitaba con mostrarle su cuerpo, y estaba tremendamente tranquila, incluso el frio de la columna era bienvenido en su acalorada espalda. El pellizcó sus pezónes, y ella jadeó.
Riéndo, él recogió la boa blanca suave y la acomodó sobre sus hombros desnudos de modo que la cubrieran. Entonces él movió despacio los bordes con plumas atrás y adelante, y así sucesivamente.
– Jack… -ella quería que la tomara allí mismo. Quería deslizarse hacía abajo por la longitud de la columna, abrir las piernas, y tenerlo dentro de ella.
– He desarrollado un gusto repentino para el sabor de Joy -murmuró. Empujando la boa a un lado, él tomó un pezón erguido con la boca y empezó a chupar insistentemente.
Ella se estremeció cuando el calor viajó por cada parte de su cuerpo, quemando sus órganos internos, quemando su piel.
– Por favor… -murmuró-. Ah, por favor… No me atormentes más.
El se retiró un poco de ella, sus inquietos ojos molestos.
– Un poquito más, cariño. Yo no he terminadon de jugar todavía. Vamos a mirar pieles.
Y entonces, con una medio sonrisa que le decía que él sabía hasta que punto la había llevado, le volvió a arreglar la boa entre sus senos, raspando levemente un pezón con la uña cuando le colocó los bordes en su lugar.
– Yo no quiero mirar pieles. Quiero…
Pero él la llevó al ascensor donde manejó las palancas como si lo hiciera todos los dias. Mientras subía con él hacía arriba, sólo la boa de plumas blancas le cubría los senos desnudos.
Cuándo alcanzaron el salón de pieles, Jack pareció olvidarse de ella. Caminó por los anaqueles, inspeccionando todos los abrigos y estolas en exhibición antes de escoger un abrigo largo de lince ruso. Las pieles eran largas y gruesas, de color blanco plateado. El estudió el abrigo por un momento y entonces se volvió hacia ella.
– Quítate la falda.
Sus dedos manosearon la cremallera del lado y por un momento pensó que tendría que pedir su ayuda.
Pero entonces la cremallera cedió y deslizó la falda, tropezando un poco, hacía abajo de las caderas y dio un paso fuera de ella. Los bordes de la boa rozaban su liguero de encaje blanco.
– Las medias. Quítate las medias para mí.
El aliento entraba en boqueadas cortas y suaves cuando hizo lo que el quería, quitándose las medias y dejando el liguero en su lugar. Sin esperar que se lo pidiera, ella tiró la boa lejos de sus senos y la dejó caer al suelo moviendo los hombros un poco de modo que el pudiera mirar sus senos opulentos y observarla en su esplendor con su mata sedosa de pelo oscuro encuadrado por las tiras blancas de encaje de su liguero.
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