– ¡Retíralo de mí! -gritó el hombre. Él levantó su codo para defenderse y por casualidad golpeó el cigarrillo de su boca. Antes de que pudiera cogerlo, el cigarrillo se metió dentro del cuello abierto de su camisa. Él lo aplastó con su mano, gritando otra vez cuando la punta comenzó a chamuscar su piel.
Su codo golpeó el volante.
Francesca empezó a darle en el pecho.
El gato comenzó a subir por su brazo.
– ¡Sal de aquí! -gritó él.
Ella agarró el picaporte. Esta vez cedió, y cuando se abrió de golpe, saltó fuera, el gato saltando después de ella.
– ¡Estás como una cabra, señora! -le gritó el hombre, sacándose el cigarrillo de su camisa con una mano y tocándose su pierna con la otra.
Ella vió su neceser, abandonado sobre el asiento, y corrió adelante con su brazo extendido para cogerlo. Él vio lo que ella hacía e inmediatamente se deslizó a través del asiento para cerrar la puerta antes de que ella pudiera alcanzarlo.
– ¡Dame mi neceser!
– Consíguelo tú misma -le hizo el gesto con el dedo, quitó el freno de mano, y pisó el acelerador. Los neumáticos giraron, escupiendo una gran nube de polvo que inmediatamente la sumergió.
– ¡Mi neceser! -gritó cuando él se perdía en la distancia-. ¡Necesito mi neceser!
Comenzó a perseguir al Cadillac, ahogándose en el polvo y en sus lágrimas. Corrió hasta que el coche no fue más que un pequeño punto en el horizonte. Entonces se derrumbó de rodillas en medio del camino.
Su corazón bombeaba como un pistón en su pecho. Tomó aliento y se rió, un sonido salvaje, que era apenas humano.
Ahora lo había hecho.
Ahora realmente lo había hecho.
Y esta vez no habría ningún apuesto salvador rubio para venir a su rescate. Una profunda desesperación se cernió sobre ella. Estaba sola excepto con un gato tuerto.
Ella comenzó a sacudirse y cruzó los brazos sobre su pecho como si quisiera mantenerse unida. El gato vagó al lado del camino y comenzó a curiosear por el borde del camino. Un conejo salió corriendo de unos arbustos secos. Se sintió como si pedazos de su cuerpo volaran en el cielo ardiente, sus brazos y piernas, su pelo, su cara… Desde que ella había venido a este país, había perdido todo.
Todo lo que tenía. Todo lo que era. Lo había perdido todo, y ahora también estaba perdida…
Unos versos de la Biblia invadieron su cerebro, versos de nanas olvidadas, algo sobre Saul en el camino a Damasco, abatido en la suciedad, ciego que luego renacía de nuevo. En aquel momento Francesca quería nacer de nuevo.
Sintió la suciedad bajo sus manos y esperó que se produjera un milagro de dimensiones bíblicas… Una voz divina que le diera un mensaje. Esperó, y ella, que nunca pensó en rezar, comenzó a rezar.
– Por favor, Dios… haz un milagro por mí. Por favor, Dios… envíame una señal. Envíame un mensajero…
Su rezo era feroz y fuerte, su fe… una fe producto de la desesperación e ilimitada. Dios le contestaría. Dios debía contestarla. Esperó su mensajero que aparecíera en traje blanco y con una voz seráfica le indicara el camino a una vida nueva.
– He aprendido mi lección, Dios. Realmente la he aprendido. Nunca seré prepotente y egoísta otra vez.
Esperó, con los ojos cerrados, las lágrimas haciéndo camino en sus mejillas manchadas de polvo. Esperó que apareciera el mensajero, y una imagen comenzó a formarse en su mente, vaga al principio y luego creciendo más sólida.
Se esforzó por examinar los rincones de su cerebro, se esforzó por mirar detenidamente a su mensajero. Se concentró y vio…
A Scarlett O'Hara.
Ella vio a Scarlett llena de suciedad, su silueta recortada contra la ladera en technicolor.
Una Scarlett que grita, "Pongo a Dios por testigo, que nunca volveré a pasar hambre".
Francesca se ahogó sobre sus lágrimas y una burbuja histérica de risa se elevó de su pecho. Se sentó de nuevo en la tierra, y poco a poco dejó consumir la risa. Era típico, pensó. Y apropiado. Otra gente rezaba y conseguía rayos y ángeles.
Ella conseguía a Scarlett O'Hara.
Se levantó y comenzó a andar, sin saber donde iba, simplemente andaba. Iba a la deriva como el polvo sobre sus sandalias y entre los dedos de los pies. Sintió algo en su bolsillo trasero y, metiéndose la mano a investigar, sacó un cuarto de dólar. Miró fijamente la moneda en su mano.
Sola en un país extranjero, sin hogar, posiblemente embarazada, no debía olvidarse de esa calamidad, estaba de pie en medio de un camino deTexas con sólo lo que llevaba puesto, veinticinco centavos en su mano, y una visión de Scarlett O'Hara en su cabeza.
Una euforia extraña comenzó a consumirla… audaz, el sentido de posibilidades ilimitadas.
Esto era América, la tierra de las oportunidades. Estaba harta de ella, cansada de lo que se había hecho, lista para comenzar de nuevo. ¿Y en toda la historia de civilización, alguna vez habían dado a alguien tal oportunidad para un nuevo principio como al que ella se enfrentaba en este momento exacto?
La hija de Jack "Negro" miró al dinero en su mano, probando su peso un momento, y considerando su futuro. Si esto fuera un nuevo principio, no llevaría ningún equipaje del pasado.
Sin dárse una posibilidad para reconsiderarlo, retrocedió su brazo y lanzó la moneda.
Este país era tan enorme, el cielo tan alto, que no la oyó ni caer.
Capítulo 17
Holly Grace se sentó sobre el banco verde de madera en el campo de prácticas y miró como Dallie golpeaba pelotas con dos de sus hierros. Esta era su cuarta cesta de pelotas, y él todavía mandaba todos sus tiros a la derecha… golpes realmente malos, sin ninguna concentración. Skeet estaba sentado con los hombros caídos al otro lado del banco, su viejo Stetson caído sobre los ojos para no tener que mirar.
– ¿Qué pasa con él? -preguntó Holly Grace, haciendo subir sus gafas de sol sobre la cima de su cabeza-. Lo he visto jugar con resaca muchas veces, pero no tan mal. Ni siquiera intenta corregirse; simplemente golpea de forma mecánica el mismo tiro una y otra vez.
– Tu eres la que sabe leer su mente -gruñó Skeet-. Dímelo tú.
– ¡Eh!, Dallie -gritó Holly Grace-. Esos son los peores golpes con un hierro-dos de la historia del golf. ¿Por qué no te olvidas de esa pequeña muchacha británica y te concentras en mejorar tu forma de ganarte la vida?
Dallie puso otra pelota con la cabeza de su hierro.
– ¿Porque no te preocupas de tus cosas y dejas de meterte en lo que no te importa!?
Ella se levantó y se remetió su camisola blanca de algodón en la cinturilla de sus vaqueros antes de empezar a andar. La cinta rosada del borde de encaje de la camisola se levantaba con la brisa y entraba en el hueco entre sus pechos.
Cuando pasaba cerca del tee, un hombre estaba practicando, preparado para darle a la pelota, levantó la cabeza para mirarla y golpeó al aire, dejando la pelota en el mismo sitio. Ella le dedicó una sonrisa descarada y le dijo que haría mejor golpe si contuviera su cabeza.
El pelo de Dallie parecía de oro a la temprana luz de la tarde. Entrecerró los ojos cuando le miró.
– Esos granjeros de algodón van a pasar por encima de tí este fin de semana, nene. Voy a darle a Skeet un billete de cincuenta dólares para que apueste contra tí.
Dallie se inclinó y cogió la botella de cerveza que estaba en el centro de un montón de pelotas.
– Lo que realmente me gusta de tí, Holly Grace, es la manera en que siempre me animas.
Ella dio un paso y le dio un abrazo amistoso, disfrutando de su olor particular masculino, una combinación de camisa de golf sudorosa y el olor húmedo del cuero del mango de los palos.
– Te lo digo como lo siento, nene, y ahora mismo estás golpeando la pelota de forma horrible.
Se separó un poco y le miró directamente a los ojos.
– ¿Estás preocupado por ella, verdad?
Dallie miró fijamente a la señal de 250 metros y luego a Holly Grace.
– Me siento responsable de ella; no lo puedo remediar. Skeet no debería haberla dejado que se fuera así. Él sabe como es. Ella se deja enredar en películas de vampiros, pelea en bares, vende su ropa para volar en aviones. ¿Cristo, ella me quería por eso se comportó así en el aparcamiento anoche, verdad?
Holly Grace se estudió las finas correas blancas de cuero que entrecruzaban los dedos del pie de sus sandalias y luego lo miró pensativamente.
– Uno de estos días, tenemos que ponernos a pensar seriamente en divorciarnos.
– No veo por qué. No piensas casarte otra vez, ¿verdad?
– Desde luego que no. Es solamente que tal vez esto no es bueno para ninguno de los dos, continuando así, usando nuestro matrimonio para mantenernos alejados de cualquier otra implicación emocional.
Él la miró con desconfianza.
– ¿Has estado leyendo el Cosmopolitan otra vez?
– ¡Eres imposible! -se puso de golpe las gafas de sol sobre sus ojos fue hasta el banco y cogió su bolso-. No es posible hablar contigo. Eres un intolerante.
– Te recogeré en casa de tu madre a las seis -le dijo Dallie cuando ella ya se dirigía hacia el aparcamiento-. Puedes sacarme para la barbacoa.
Cuando el Firebird de Holly Grace se marchó del aparcamiento, Dallie dio Skeet su hierro-dos.
– Vamos a continuar y jugar unos hoyos. Y si sigo jugando así de mal, tú sólo saca un arma y me pegas un tiro.
Pero con cualquier otro palo, Dallie jugó mal. Él sabía cual era el problema, y no tenía nada que ver con su backswing o con su continuación. Tenía demasiadas mujeres en su mente, eso era. Se sintía mal por Francie. Había intentado pensar, y en realidad no podía recordar haberla dicho que estaba casado.
De todos modos esto no era ninguna excusa para el modo en que ese había comportado la noche anterior en el aparcamiento, interpretándolo como si ya se hubieran hecho los análisis de sangre y hubieran comprado al contado los anillos de boda. ¡Joder!, él le había dicho que no le tomara en serio.
¿Qué estaba equivocado con las mujeres las que les decía directamente en sus caras que nunca se casaría con ellas, y ellas asentían tan dulces como una tarta y decían que lo entendían que ellas pensaban exactamente lo mismo, pero sin embargo todo el tiempo estaban eligiendo vajillas de porcelana en sus cabezas?
Este era uno de los motivos por los que él no quería divorciarse. Esto y el hecho de que él y Holly Grace eran una familia.
Después de dos dobles bogeys seguidos, Dallie decidió dar por finalizado el dia. Se deshizo de Skeet y vagó alrededor del campo un ratito, golpeando en la maleza con un hierro-ocho y buscando pelotas perdidas, como hacía cuando era un niño. Mientras sacaba una Cima-Flite de debajo de unas hojas, recordó que debían ser casi las seis, y todavía tenía que ducharse y cambiarse antes de recoger a Holly Grace. Llegaría tarde, y ella estaría histérica.
Él había llegado tarde tantas veces que Holly Grace finalmente había dejado de luchar con él sobre ello. Hacía seis años también había llegado tarde. Se suponía que ellos debían estar a las diez en la Funeraria para elegir un ataud de tamaño infantil, pero él no se había presentado hasta mediodía.
Parpadeó con fuerza. A veces el dolor todavía le cortaba tan agudo y rápido como un cuchillo. A veces su mente se imponía sobre él y veía la cara de Danny tan claramente como la suya propia. Y luego veía la horrible mueca en la boca de Holly Grace cuando le dijo que su bebé estaba muerto, que él había dejado a su pequeño y dulce bebé rubio morir.
Él retrocedió su brazo y arrancó gran cantidad de hierbajos con un golpe seco de su hierro-ocho. No pensaría en Danny. Pensaría en Holly Grace en cambio.
Pensaría en un lejano otoño cuando tenían los dos diecisiete años, el otoño que aprendieron a prenderse fuego el uno al otro…
– ¡Aquí viene! ¡Mierda, Dallie, mira que tetas!
Hank Simborski se apoyó contra la pared de ladrillo de detrás de la tienda metálica donde los alborotadores de Wynette High se juntaban cada día a la hora de comer para fumar. Hank se puso una mano en el corazón y dió un codazo a Ritchie Reilly.
– ¡Muero, Señor! ¡Estoy enamorado! ¡Sólo déjame que toque esas tetas y seré un hombre feliz!
Dallie encendió su segundo Marlboro con la colilla del primero y miró entre el humo a Holly Grace Cohagan que andaba hacia ellos con su cabeza alta y su libro de química apretado contra su blusa barata de algodón.
Tenía el pelo retirado de la cara con una ancha diadema amarilla. Llevaba una falda azul marino y leotardos blancos decorados como unos que había visto estirado sobre un juego de piernas de plástico en el escaparate de Woolworth. No le gustaba Holly Grace Cohagan, aunque fuera la muchacha más guapa de Wynette High. Actuaba como si se creyese superior al resto del mundo, algo gracioso para todos que sabían que ella y su madre vivían de la caridad de su tío Billy T Denton, farmacéutico.
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