Dallie y Holly Grace eran el únicos niños realmente miserables en el colegio mayor preparatorio, pero ella actuaba como si fuera mejor que los demás, mientras él andaba con tipos como Hank Simborski y Ritchie Reilly.
Ritchie dio un paso de distancia de la pared y avanzó para llamar su atención, hinchándo su pecho para compensar el hecho que ella era una cabeza más alta que él.
– ¡Eh!, Holly Grace, ¿quieres un cigarrillo?
Hank se paseó adelante, también, intentando parecer chulo, pero no exactamente haciéndolo porque su cara había comenzado a ponerse roja.
– Coge uno de los mios -él ofreció, sacando un paquete de Winston. Dallie miró al flaco Hank avanzado sobre las puntas de sus pies, intentando ganar otra pulgada de altura, que todavía no era bastante para ponerse a la altura de una Amazona como Holly Grace Cohagan.
Ella los miró a ambos como si fueran un montón de mierda de perro y siguió andando. Su actitud enfadó a Dallie. Solo porque Ritchie y Hank fueran algo problemáticos de vez en cuando y no estaban en el colegio preparatorio no significaba que ella les tratara como si fueran gusanos o algo peor, sobre todo porque ella llevaba leotardos de una tienda de todo a cien y una falda azul raída que se la había visto llevar al menos cien veces antes.
Con el Marlboro colgando de la esquina de su boca, Dallie se contoneó adelante, los hombros encorvados en el cuello de su cazadora vaquera, los ojos bizquearon contra el humo, una mirada tacaña, persistente sobre su cara. Incluso sin los tacones de dos pulgadas de sus botas camperas viejas, era el muchacho de la clase mas alto para sostener la mirada de Holly Grace Cohagan.
Él dio un paso directamente en su camino y rizó su labio superior en un gesto de mofa para que ella supiera exactamente con que cabrón ella trataba.
– Mis compinches te han ofrecido un cigarro -dijo, suave y bajito.
Ella movió los labios imitándole a él.
– Lo rechacé.
Él bizqueó un poco más contra el humo y la miró aún más duro. Esta era la primera vez que se encontraba en la parte trasera de la escuela con un verdadero hombre, y no aquellos muchachos chillones limpios preparatorios de colegio que siempre babeaban sobre ella y estaban a su alrededor para venir a su rescate.
– No te he oído decir "no, gracias" -dijo él arrastrando las palabras.
Ella levantó la barbilla y lo miró directamente a los ojos.
– Oí que eras raro, Dallie. ¿Eso es verdad? Alguien dijo que eres tan guapo que te van a presentar al concurso de reina de belleza del curso.
Hank y Ritchie se rieron disimuladamente. Ningúno de ellos tenía el nervio para bromear con Dallie sobre su guapura desde que él los había golpeado cuando lo intentaron, pero esto no significaba que no pudieran disfrutar mirando a alguien que se lo decía. Dallie apretó los dientes.
Odiaba su cara, y hacía todo lo posible para arruinarla poniendo una expresión malhumorada. Hasta ahora, sólo la señorita Sybil Chandler lo sabía. Él tenía intención de mantenerlo así.
– No deberías oír esos chismes -se mofó-. Oí que te lo has estado haciendo con todos los chicos ricos de la clase mayor.
Eso no era verdad. Lo más que cualquiera de los chicos había logrado conseguir eran unos cuantos toqueteos y algunos besos con lengua.
Sus nudillos gradualmente se pusieron blancos cuando ella agarró su libro de química, pero un parpadeo de emoción traicionaba lo que decía.
– Pues me parece que tú nunca estarás entre ellos -se burló ella.
Su actitud lo enfureció. Le hizo sentir pequeño y sin importancía, menos que un hombre. Ninguna mujer jamás habría hablado así a su viejo, Jaycee Beaudine, y ninguna mujer iba a hablarle así a él. Acercó su cuerpo de manera que pudiera cernerse sobre ella y sintiera la amenaza de su metro ochenta de acero sólido masculino que la miraba desde arriba.
Ella dio un paso rápido a un lado, pero él era demasiado rápido. Lanzando su cigarrillo abajo sobre el blacktop, él la esquivó y se acercó, para que ella tuviera que retirarse o chocar contra él. Gradualmente, él la apretó contra la pared de ladrillo.
Detrás de él, Hank y Ritchie hicieron ruidos de azotaina con sus bocas y soltaron silbidos, pero Dallie no prestaba ninguna atención. Holly Grace todavía sostenía su libro de química agarrado en sus manos para que en vez de sentir sus pechos contra su pecho, él sintiera sólo las esquinas duras del libro y los contornos de sus nudillos.
Él apoyó sus manos contra la pared a los lados de su cabeza y se inclinó hacia ella, fijando sus caderas a la pared contra las suyas e intentando no prestar atención al olor dulce de su largo pelo rubio, que le recordó las flores y el aire fresco de la primavera.
– Tú no sabrías que hacer con un hombre de verdad -se mofó, moviendo sus caderas contra ella-. Y estás demasiado ocupada intentando mirar dentro de los pantalones de esos chicos ricos para averiguarlo.
Él la esperó para echarse atrás, para bajar aquellos limpios ojos azules y le mirara con miedo para que la dejara ir.
– ¡Eres un cerdo! -le escupió ella, mirándole airadamente, insolentemente.
– Y tú eres demasiado ignorante para saber lo realmente patética que eres.
Ritchie y Hank comenzaron a ulular. Bruscamente, deslizó su mano por el dobladillo de su falda azul, manteniendo su cuerpo apretado contra la pared para que ella no pudiera escaparse. Ella parpadeó. Sus párpados se abrieron y cerraron una vez, dos veces. No dijo nada, no luchó.
Él hizo subir su mano bajo su vestido y tocó su pierna por los leotardos blancos decorados con dibujos de diamantes, no permitiéndose pensar cuanto había deseado tocar esas piernas, cuanto tiempo había pasado soñando con aquellas piernas.
Ella levantó la mandíbula, apretó los dientes y no dijo una palabra. Ella era tan dura como el acero, preparada para aplastar a cualquier hombre que la tocara. Dallie pensaba que probablemente él podría intentarlo, directamente contra la pared. Ella incluso no luchaba. Ella probablemente quería.
Eso era lo que Jaycee le había dicho… que a las mujeres les gustaba un hombre que tomaba lo que quería. Skeet decía que eso no era verdad, que las mujeres querían a un hombre que las respetara, pero tal vez Skeet era demasiado suave.
Holly Grace lo miró airadamente con el corazón martilleándole con fuerza en el pecho. Él puso su mano más cerca del interior de su muslo. Ella no se movió. Su cara era una imagen de desafío. Su mirada de resistencía en sus ojos, las ventanas de la nariz ampliadas, la tensión de su mandíbula.
Todo excepto el pequeño temblor, desvalido que había comenzado en la esquina de su boca.
Él se separó bruscamente, metiendo sus manos en los bolsillos de sus vaqueros y hundiendo los hombros. Ritchie y Hank se rieron disimuladamente. Muy tarde, él comprendió que debería haberse movido más despacio.
Ahora parecía como si fuera un pelele, como si hubiera sido vencido. Ella lo miró airadamente como si él fuera un bicho que acababa de aplastar bajo su pie, y se alejó.
Hank y Ritchie comenzaron a gastarle bromas, y él se jactó sobre como ella prácticamente lo había pedido y como de afortunada sería si él alguna vez decidía dárselo.
Pero mientras hablaba, su estómago seguía molestrándole como si hubiera comido algo que le hubiera sentado mal, y no podía olvidar ese temblor desvalido que estropeaba la esquina de su suave boca rosada.
Aquella tarde se encontró perdiendo el tiempo en el callejón detrás de la farmacia donde ella trabajaba para su tío después de la escuela. Apoyó sus hombros contra la pared de la tienda y clavó el talón de su bota en la tierra pensando que en realidad él debería estar buscando a Skeet para que le acompañara a practicar unos tiros con su madera-tres.
Pero en ese momento no le importaba el golf, ni ganar a los muchachos del club de campo. Lo único que le importaba era conseguir redimirse a los ojos de Holly Grace Cohagan.
Había una rejilla de ventilación puesta en la pared exterior de la tienda unos pies encima de su cabeza. De vez en cuando oía un sonido que venía de la trastienda, Billy T dándo una orden y el timbre distante del teléfono. Gradualmente los sonidos se fueron extinguiendo cuando la hora del cierre se acercaba, en ese momento podía oír la voz de Holly Grace claramente y supo que ella debía estar de pie directamente bajo la rejilla.
– Puedes marcharte, Billy T. Yo cerraré.
– No tengo ninguna prisa, Pastelito.
En su imaginación, Dallie podría ver a BillyT con su bata de farmacéutico blanca y su cara rubicunda con su nariz de masilla grande mirando a los muchachos del instituto cuando entraban para comprar condones. BillyT cogería un paquete de Trojans del anaquel detrás de él, los pondría sobre el mostrador, y luego, como un gato que juega con un ratón, los cubrirá con su mano y diría:
– Si compras estos, no se lo diré a tu madre.
Billy T había intentado esa mierda con Dallie la primera vez que él entró en la tienda. Dallie lo había mirado directamente a los ojos y le había dicho que él compraba los otros porque eran los que más le gustaban para joder a su madre. Eso había cerrado la boca al viejo Billy T.
La voz de Holly Grace llegó por la rejilla de ventilación.
– Me voy a casa entonces, Billy T. Tengo mucho que estudiar para mañana -su voz pareció extraña, apretada y demasiado cortés.
– Todavía no, dulzura -contestó su tío, su voz densa como el aceite-. Has estado escapándote de mí temprano toda la semana. Ahora está todo cerrado. Ven aquí, ahora.
– No, BillyT, no voy… -ella dejó de hablar bruscamente, como si hubieran puesto algo sobre su boca.
Dallie se enderezó contra la pared, su corazón aporreándole el pecho. Oyó un sonido inequívoco. Un gemido y cerró los ojos con fuerza. Crist… es por eso que ella se resistía a todos los muchachos mayores.
Ella lo hacía con su tío. Su propio tío.
Le sobrevino una rabia candente. Sin cualquier idea que ninguna idea de lo que iba a a hacer una vez dentro, abrió la puerta de atrás y entró. Cajas vacías, los paquetes de toallas de papel y el papel higiénico cubrían las paredes del pasillo trasero. Parpadeó, ajustándo los ojos a la débil luz. El cuarto que servía de almacen estaba a su izquierda, la puerta en parte entornada, y podía oír la voz de BillyT.
– Eres tan hermosa, Holly Grace. Sí… Ah, sí…
Las manos de Dallie se cerrara en puños a sus lados. Anduvo hacia la entrada y entró. Se sintió enfermo.
Holly Grace estaba tumbada sobre un viejo canapé rasgado, los leotardos de Woolworth blanco alrededor de sus tobillos, una de las manos de BillyT estaban debajo de su falda.
BillyT se arrodilló delante del canapé, resoplando y resoplando como un motor de vapor mientras intentaba tirar de sus leotardos hasta el final y sentirla encima al mismo tiempo. Estaban de espaldas a la entrada asi que no podían ver a Dallie mirarlos.
Holly Grace estaba con la cabeza vuelta hacia la puerta, con los ojos cerrados, pareciendo que no quería perder ni un minuto de lo que el viejo BillyT le hacía.
Dallie no podía dejar de mirarla y según la miraba, se desvanecía cualquier interés romántico que pudiera haber tenido sobre ella. BillyT consiguió bajarle los leotardos y comenzó a hurgar en los botones de su blusa.
Finalmente la abrió e hizo subir su sostén. Dallie vio el destello de uno de los pechos de Holly Grace. La forma estaba deformada por la presión de la goma del sostén, pero podía ver que era lleno, justo como se había imaginado, con un pezón oscuro fruncido.
– Ah, Holly Grace -gimió BillyT, todavía arrodillando en el suelo delante de ella. Empujó su falda hasta la cintura y hurgó en el frente de su pantalón-. Díme cuanto lo quieres. Díme lo bueno que soy.
Dallie pensó que iba a enfermar. Pero no se movió. No podía retirar la vista de aquellas piernas largas llenas de gracia extendidas tan torpemente sobre el canapé.
– Dímelo -decía BillyT-. Díme cuanto me necesitas, pastelito.
Holly Grace no abrió los ojos, no dijo una palabra. Ella solamente enterraba su cara en la almohada de manta de viaje vieja que había sobre el canapé.
Dallie sintió un gusanillo subiendo por su espina dorsal, algo que le ponía la carne de gallina, como si alguien acabara de atropellar su tumba.
– ¡Dímelo! -dijo Billy T, demasiado fuerte esta vez. Y luego, bruscamente, levantó el puño y la golpeó en el estómago.
Ella dio un grito estrangulado, horrible y su cuerpo se convulsionó. Dallie sintió como si el puño de Jaycee acabara de aterrizar en su propio estómago, y una bomba explotó en su cabeza.
Saltó hacía adelante, cada nervio en su cuerpo listo para pelear. BillyT oyó un sonido y se dio la vuelta, pero antes de que pudiera moverse, Dallie lo había lanzado al macizo suelo. BillyT alzó la vista hacía él, su cara gorda fruncida por la incredulidad como algún villano de cómic. Dallie echó hacía atrás el pie y le dio patadas con fuerza en el estómago.
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