– Tú, gamberro -jadeó Billy T, agarrando su estómago e intentando hablar al mismo tiempo-. Asqueroso gamberro…
– ¡No! -gritó Holly Grace, cuando Dallie comenzó a patearlo otra vez. Ella saltó del canapé y corrió hacía Dallie, agarrando su brazo cuando llegó junto a él-. ¡No, no sigas!
Su cara estaba retorcida por el miedo cuando intentó llevarlo hacia la puerta.
– No lo entiendes -gritó ella-. ¡Ahora va a ser peor!
Dallie le habló en un tono bajo.
– Recoge tu ropa y sal un momento al pasillo, Holly Grace. BillyT y yo, tenemos algo de que hablar.
– No… por favor…
– Déjanos solos, ahora.
Ella no se movió. Incluso aunque Dallie no pudiera pensar en nada que quisiera hacer mejor que mirar su hermoso rostro, retiró la cara, y se obligó a mirar a BillyT en cambio. Aunque Billy T pesaba más de cien kilos, el farmacéutico era todo grasa y Dallie no pensaba que tuviera mucho problema en convertirlo en una pulpa sangrienta.
BillyT pareció saberlo, también, porque sus pequeños ojos de cerdo estaban deformados por el miedo cuando se tocó la cremallera de sus pantalones e intentó ponerse en pie.
– Sácalo de aquí, Holly Grace -jadeó-. Sácalo de aquí, o te haré pagar por esto.
Holly Grace agarró el brazo de Dallie, tirando con tanta fuerza hacia la puerta que él tuvo problemas para mantener su equilibrio.
– Márchate, Dallie -suplicó ella, su voz saliendo en jadeos asustados-. Por favor,… por favor márchate…
Ella estaba descalza, su blusa desabotonada. Cuando se desenredó de su asimiento, vio una contusión amarilla sobre la curva interior de su pecho, y su boca se secó con el viejo miedo de su niñez.
Él extendió la mano y apartó la blusa de su pecho, respirando una maldición suave cuando vio la red de contusiones que estropeaban su piel, algunos cardenales viejos ya descoloridos, otros recientes.
Sus ojos eran enormes y torturados, pidiéndole no decir nada. Pero cuando los miró fijamente, la súplica desapareció y fue substituida por el desafío. Ella dio un tirón el frente de su vestido cerrado y lo miró airadamente como si él acababa de echar una ojeada en su diario.
La voz de Dallie no era más que un susurro.
– ¿Él te hizo eso?
Sus ventanas de la nariz llamearon.
– Me caí -lamió sus labios y un poco de su desafío se desinfló un poco cuando sus ojos se dirigieron hacía su tio-. Es… Esto me gusta, Dallie. BillyT y yo… Esto… me gusta así.
De repente su cara pareció arrugarse y él pudo sentir el peso de su miseria como si fuera suyo propio. Se separó un paso de ella y fue hacía BillyT, quien se había levantado, aunque todavía estaba doblado y resollaba ligeramente, sosteniéndose su tripa de cerdo.
– ¿Qué le dijiste que le harías si hablaba? -preguntó Dallie-. ¿Con que la has amenazado?
– Nada que sea de tu maldita incumbencia -se mofó BillyT, mirando de reojo a la puerta.
Dallie le bloqueó el camino.
– ¿Que dijo que te haría, Holly Grace?
– Nada -su voz pareció muerta y plana-. No me dijo nada.
– Como digas una sóla palabra de esto, mandaré al sheriff sobre tí -chilló BillyT a Dallie-. Diré que destrozaste mi tienda. Todos en esta ciudad saben que eres un gamberro, y será tu palabra contra la mía.
– ¿Estás seguro? -sin advertencia previa, Dallie cogió una caja marcada como frágil y la lanzó con todas sus fuerzas contra la pared detrás de la cabeza de BillyT. El sonido al romperse el cristal reverberó en la trastienda. Holly Grace contuvo el aliento y BillyT comenzó a maldecir.
– ¿Qué te dijo que te haría, Holly Grace?
– Yo no se… Nada.
Él arrojó de golpe otra caja contra la pared. BillyT soltó un grito de furia, pero era demasiado cobarde para medir su fuerza con el jóven Dallie.
– ¡Ya basta! -chilló-. ¡Para esto ahora mismo!
El sudor se había extendido por todas partes en su cara, y su voz se había vuelto aguda por la rabia impotente.
– ¡Para esto, ¿me oyes?
Dallie quería hundir sus puños en aquella grasa suave, machacar a BillyT hasta que no quedara nada, pero algo dentro de él se contuvo. Algo dentro de él sabía que el mejor modo de ayudar a Holly Grace era romper el chantaje de silencio que BillyT hacía a su presa.
Cogió otra caja y la equilibró ligeramente en sus manos.
– Tengo el resto de la noche, BillyT, y tú tienes una tienda entera ahí para poder destrozar.
Lanzó la caja contra la pared. Esta se abrió y aparecieron una docena de botellas rotas, llenando el aire con el olor acre del alcohol de quemar.
Holly Grace había estado conteniéndose demasiado tiempo y fué la que aguantó menos. -¡Para, Dallie! ¡No más! Te lo diré, pero antes tienes que prometerme que te marcharás. ¡Prométemelo!
– Te lo prometo -mintió.
– Es… es mi madre -la expresión de su cara le dijo todo lo que quería saber-. Amenaza con envíar a mi madre lejos si yo digo algo. Y lo hará. Tú no lo conoces.
Dallie había visto a Winona Cohagan en la ciudad algunas veces, y ella le había recordado a Blanche DuBois, un personaje de una de las obras que la señorita Chandler le había dado para leer rápidamente en el verano. Vaga y bonita de un modo descolorido, Winona revoloteaba cuando hablaba, se le caían los paquetes, olvidaba los nombres de la gente, y en general se comportaba como una idiota incompetente. Él sabía que era la hermana de la esposa inválida de BillyT, y había oído que cuidaba de la Sra. Denton mientras BillyT trabajaba.
Holly Grace continuó, soltando una inundación de palabras. Como el agua de una presa que finalmente se hubiera roto, no podía contenerse:
– BillyT dice que mi madre no está bien de la cabeza, pero eso es mentira. Ella es solamente un poco frívola. Pero él dice que si no hago lo que él quiere, la encerrará, la pondrá en un hospital psiquiátrico estatal. Una vez que la gente llega a esos sitios, ya no salen. ¿Lo entiendes? No puedo dejarlo hacer eso a mi madre. Ella me necesita.
Dallie odiaba ver esa mirada desvalida en sus ojos, y estrelló de golpe otra caja contra la pared, porque sólo tenía diecisiete años y no estaba exactamente seguro que hacer para hacer desaparecer esa mirada. Pero encontró que la destrucción no ayudaba, entonces se encaró con ella.
– No quiero que vuelvas a permitirle hacer esto otra vez, ¿me oyes, Holly Grace? Él no va a encerrar a tu madre. Él no va a hacer esa maldita cosa, porque si lo hace, voy a matarlo con mis propias manos.
Ella dejó de parecer un cachorro apaleado, pero él podía ver que BillyT la había intimidado demasiado tiempo y que ella todavía no lo creía. Empezó a caminar entre el estropicio y agarró los hombros de la bata de farmacéutico blanca de BillyT. BillyT gimoteó y levantó sus manos para proteger la cabeza. Dallie lo sacudió.
– ¿No se te ocurra volver a tocarla, entiendes, Billy T?
– ¡No! -balbuceaba-. ¡No, no la tocaré! Déjame ir. ¡Házle que me deje ir, Holly Grace!
– Sabes que si alguna vez la vuelves a tocar, vendré y te perseguiré, ¿verdad?
– Sí… Yo…
– ¿Sabes que te mataré si la tocas otra vez?
– ¡De acuerdo! Por favor…
Dallie hizo lo que había estado queriendo hacer desde que entró en ese cuarto de la trastienda. Levantó el puño y lo estampó de golpe en la gorda cara de cerdo de BillyT. Le golpeó más de media docena de veces hasta que vio bastante sangre y se empezó a sentir mejor. Cogió a BillyT de las solapas, y lo puso verdaderamente cerca de su cara.
– Ahora sigue adelante y llama a la policía a por mí, BillyT. Sigue adelante y que me detengan, porque mientras esté en aquella célula de cárcel en la oficina del sheriff, voy a decir todo lo que conozco sobre los pequeños juegos sucios en los que has estado jugando aquí. Voy a contarlo todo, como si fuera el mejor abogado. Se lo voy a decir a la gente que barre la carcel y al oficial de menores que investigue mi caso. No llevará mucho tiempo antes que las habladurías se extiendan. La gente fingirá no creerlo, pero pensarán en ello siempre que te vean y se preguntarán si eso es verdad.
BillyT no dijo nada. Él solamente se puso a gimotear e intentar esconder su cara sangrante en las palmas de sus manos rechonchas.
– Vámonos, Holly Grace. Ya es hora de salir de aquí.
Dallie le pasó los zapatos y los leotardos y, tomándola con cuidado del brazo, la sacó de la trastienda.
Si estaba esperado la gratitud de ella, rápidamente se llevó una desilusión. Cuando ella oyó lo que él tenía intención de hacer, comenzó a gritarle.
– ¡Me lo prometiste, eres un mentiroso! ¡Me prometiste que no se lo dirías a nadie!
Él no dijo nada, no intentó explicarse, porque podía ver el miedo en sus ojos y se imaginó que si él estuviera en su lugar, también estaría asustado.
Winona Cohagan retorcía las manos en su delantal rizado rosa cuando se sentó en la sala de estar de la casa de BillyT a conversar con Dallie. Holly Grace estaba apoyada en la escalera, los labios apretados como si se fuera a morir de vergüenza. Por primera vez Dallie comprendió que ella no había llorado ni una vez. Desde el momento que él había irrumpido en el cuarto de la trastienda, ella había permanecido con los ojos secos.
Winona no pasó ningún tiempo interrogandolos, y a Dallie le llegó la idea que quizá ya sospechaba que BillyT era un pervertido. Pero la tranquila miseria en sus ojos le dijo que ella no tenía ninguna idea de lo que su hija había sido víctima.
También vio enseguida que Winona amaba a Holly Grace y que no iba a dejar a alguien que hiciera daño a su hija, costara lo que costara. Cuando finalmente salió por la puerta de la calle para dejar la casa, esperó que Winona, pese a toda su ligereza, haría lo justo.
Holly Grace no lo miró cuanda se marchó, y no dijo gracias.
Durante los siguientes días ella estuvo ausente de la escuela. Skeet, la señorita Sybil y él hicieron una visita a la farmacia. Dejaron que la señorita Sybil llevara la mayor parte de la conversación, y cuando terminó, BillyT tenía asumida la idea que no podía seguir en Wynette más.
Cuando Holly Grace finalmente volvió a la escuela, se comportaba con él como si no existiera. Él no quería que ella supiera cuanto daño le hacía con su actitud, y entonces empezó a coquetear con su mejor amiga asegurándose que hubiera siempre bastantes chicas a su alrededor para que no pensara que se moría por ella.
Aunque tampoco salía como él quería, pues ella siempre tenía algún chico rico de cursos superiores a su lado. De todos modos a veces pensaba que veía un parpadeo de algo triste y viejo en sus ojos, entonces finalmente se tragó su orgullo, fue hasta ella y le preguntó si quería ir al baile con él.
Se lo preguntó como si no le importara mucho si iba con él o no, como si le hiciera un gran favor haber pensado en llevarla. Él quería asegurarse que cuando ella lo rechazara, daría la impresión de que no le importaba gran cosa y que sólo se lo preguntaba porque no tenía nada mejor para hacer.
Ella dijo que iría.
Capítulo 18
Holly Grace alzó la vista al reloj de aniversario encima de la chimenea y juró entre dientes. Dallie llegaba tarde como siempre. Él sabía que ella se iba a Nueva York en dos días y que no se verían durante un tiempo. ¿No podía ser puntual solamente una vez? Se preguntaba si habría salido detrás de aquella muchacha británica. Sería justa con él si se marchaba sin decir una palabra.
Se había vestido durante la tarde con una sedosa blusa color melocotón, con unos nuevos vaqueros. Los vaqueros tenían las patas de pitillo apretadas cuya longitud había acentuado con un par de tacones de tres pulgadas. Nunca llevaba joyas porque los pendientes y collares cerca de su gran melena rubia era, se decía, un caso claro de dorar el lirio.
– Holly Grace, cariño -Winona estaba en su butaca del otro lado de la sala de estar-.¿Has visto mi cuaderno de crucigramas? Lo tenía justamente aquí, y ahora parece que no puedo encontrarlo.
Holly Grace sacó el cuaderno de debajo del periódico de la tarde y se sentó en el brazo de la silla de su madre para ofrecerle su asesoramiento. No es que su madre necesitara su asesoramiento, por más que hubiera perdido su libro de crucigramas, pero Holly Grace no la prestaba la atención que deseaba. Cuando estudiaron el rompecabezas juntas, puso su brazo alrededor de los hombros de Winona y se inclinó para descansar su mejilla sobre la cima de los rizos rubios descoloridos de su madre, recogiendo el olor débil de champú de Breck y la laca para el cabello Aqua Net.
En la cocina, Ed Graylock, el marido de Winona desde hacía tres años, trataba de arreglar una tostadora rota y cantaba "You are so beautiful" con la radio. Su voz desaparecía sobre los apuntes altos, pero sonaba fuerte en cuanto Joe Cocker cantaba más suave.
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