La mujer la miró fijamente con comprensión.
– Desde luego no eres insensible, Francesca. Ese es tu cuerpo, y sólo tú puedes decidir que es lo mejor.
– He decidido -contestó, su tono como enfadado como si la mujer hubiera discutido con ella-. No tengo marido ni dinero. Trabajo para una jefa que me odia. Incluso no tengo ningún modo de pagar las cuentas médicas.
– Entiendo. Esto es difícil…
– ¡Usted no entiende! -Francesca se inclinó adelante, sus ojos secos y furiosos, cada palabra dolida, crujiente-. Toda mi vida he vivido de otra gente, pero no voy a hacerlo más. ¡Voy a hacer algo por mi misma!
– Pienso que tu ambición es admirable. Eres obviamente una joven competente…
Otra vez Francesca desechó su compasión, intentando explicarle a la Sra. García y explicárselo a ella misma… por que había venido a esta clinica de abortos de ladrillo rojo en el barrio más pobre de San Antonio. El cuarto estaba caliente, pero ella se abrazó como si estuviera helada.
– ¿Usted alguna vez ha visto ese tipo de cuadros pintados sobre un fondo como de terciopelo negro con pequeños dibujos, cuerdas de diferente colores, mariposas, y cosas así? -la Sra. García asintió. Francesca miró fijamente el revestimiento de madera de falsa caoba sin verlo-. Tengo uno de esos horribles cuadros pegado en la pared, directamente encima de mi cama, es un cuadro de un cuerda de guitarra rosa y naranja.
– No veo donde quieres llegar…
– ¿Cómo alguien puede traer a un bebé al mundo cuando vive en un lugar con un cuadro de la cuerda de una guitarra sobre la pared? ¿Qué tipo de madre deliberadamente expondría a un pequeño bebé desvalido a algo tan feo?
Bebé.
Había dicho la palabra. Lo había dicho dos veces. Las lágrimas se amontonaban en sus párpados pero se negaba a soltarlas.
Durante el año anterior, había llorado demasiadas lágrimas inservibles, auto-indulgentes para llenar una vida, y no iba a llorar más.
– Tú sabes, Francesca, un aborto no tiene que ser el fin del mundo. En el futuro, las circunstancias pueden ser diferentes para tí… un momento más conveniente.
Su palabra final pareció quedarse en el aire. Francesca cayó atrás en la silla, toda la cólera agotada. ¿Era eso lo que significaba traer una nueva vida al mundo, se preguntaba, un asunto de conveniencia?
¿Era inoportuno para ella tener un bebé en este momento, entonces simplemente lo abolía? Alzó la vista a la Sra. García.
– Mis amigas de Londres solían programar sus abortos para no perderse ningún juego ni ninguna fiesta.
Por primera vez la Sra. García se erizó visiblemente.
– Las mujeres que vienen aquí no están preocupadas por perderse una fiesta, Francesca. Son muchachas de quince años con la vida entera por delante, o mujeres casadas que ya tienen demasiados niños y con maridos ausentes. Son mujeres sin empleo y sin cualquier esperanza de conseguir un trabajo.
Pero ella no se parecía a ellas, se dijo Francesca. Ella no estaría desvalida y destrozada más. Estos últimos meses había demostrado eso.
Había fregado inodoros, había aguantado abusos, hambre y se había abrigado con casi nada. La mayoría de la gente se habría derrumbado, pero ella no.
Ella había sobrevivido.
Era una nueva, y atormentada opinión. Se sentó más derecha en la silla, sus puños gradualmente abriéndose en su regazo. La Sra. García habló vacilantemente.
– Tu vida parece bastante precaria en estos momentos.
Francesca pensó en Clara, en su horrible cuarto encima del garaje, en la cuerda de la guitarra, en su imposibilidad de pedir ayuda a Dallie, incluso cuando desesperadamente lo necesitaba.
– Esto es precario -estuvo de acuerdo. Inclinandose, recogió su mochila de lona. Se levantó de la silla. La parte impulsiva, optimista de ella que pensaba había muerto meses antes, pareció tomar el control de sus pies, obligándola a hacer algo que sólo podría conducirla al desastre, algo ilógico, tonto…
Algo maravilloso.
– ¿Puede devolverme mi dinero, por favor, Sra. García? Descuente el tiempo que ha estado conmigo.
La Sra. García la miró preocupada.
– ¿Estás segura de tu decisión, Francesca? Estás embarazada de más de diez semanas. No tienes mucho más tiempo para provocarte un aborto sin riesgo. ¿Estas absolutamente segura?
Francesca no había estado nunca menos segura de nada en su vida, pero asintió.
Se sintió un poco descontrolada cuando abandonó la clínica de abortos, y empezó a caminar hasta el Dart. Su boca curvada en una sonrisa. De todas las cosas estúpidas que había hecho en su vida, esta era la más estúpida de todas. Su sonrisa se puso más amplia.
Dallie había estado absolutamente acertado sobre ella… no tenía un gramo de sentido común. Era más pobre que un ratón de iglesia, sin preparación, y vivía cada minuto al borde del desastre.
Pero ahora mismo, en este preciso momento, nada de eso importaba, porque algunas cosas en la vida eran más importantes que el sentido común.
Francesca Serritella Day había perdido la mayor parte de su dignidad y todo su orgullo. Pero no iba a perder a su bebé.
Capítulo 20
Francesca descubrió algo bastante maravilloso sobre ella en los siguientes meses. Con la espalda apretada contra la pared, un fusil señalando a su frente, una bomba haciendo tictac en su matriz, comprobó que era bastante inteligente.
Aprendía las nuevas ideas fácilmente, retenía lo que aprendía, y sus maestros habían impuesto tan pocos prejuicios a su educación que no permitía que nociones preconcebidas limitaran sus pensamientos.
Con sus primeros meses de embarazo detrás de ella, también descubrió una capacidad aparentemente infinita para trabajar, que comenzó a aprovechar trabajando hasta altas horas de la noche, leyendo periódicos y difundiendo revistas, escuchando cintas, y preparándose para dar un pequeño paso en el mundo.
– ¿Tienes un minuto, Clara? -preguntó, asomando su cabeza en la discoteca, una pequeña cinta de cassette presionado en la húmeda palma de su mano. Clara hojeaba uno de los libros de consulta de Cartelera y no se molestó en alzar la vista.
La discoteca era en realidad nada más que un armario grande con álbumes apilados, diferenciados por cintas de colores colocadas en los bordes para indicar si pertenecían a la categoría de cantantes masculinos, cantantes femeninos, o grupos.
Francesca intencionadamente lo había escogido porque este era territorio neutral, y no quería dar a Clara la ventaja adicional de la capacidad de sentarse como Dios detrás de su escritorio mientras decidía el destino del suplicante en el asiento de presupuesto frente a ella.
– Tengo todo el día -contestó Clara sarcásticamente, mientras seguía hojeando el libro-. En realidad, he estado sentándome aquí durante horas solamente para mover mis pulgares y esperar que alguien me interrumpiera.
Este no era el principio más propicio, pero Francesca no hizo caso al sarcasmo de Clara y se colocó en el centro de la entrada.
Llevaba la prenda más nueva de su guardarropa: una sudadera gris de hombre que colgaba en pliegues holgados por delante de sus caderas. Debajo y fuera de la vista, sus vaqueros estaban desabrochados, mantenidos unidos con un pedazo de cuerda vasta colocada a través de las presillas. Francesca miró a Clara directamente a los ojos.
– Me gustaría que me dieras el trabajo de Tony cuando él se marche.
Las cejas de Clara se elevaron a mitad de camino encima de su frente.
– Estás de broma.
– En realidad, no -Francesca levantó su barbilla y continuó como si tuviera toda la confianza del mundo-. He pasado mucho tiempo aprendiendo, y Jerry me ayudó a hacer una cinta de audición.
Le ofreció la cinta.
– Creo que puedo hacer el trabajo.
Una sonrisa cruel, divertida apareció en las esquinas de la boca de Clara.
– Una ambición interesante, considerando el hecho que tienes un sensible acento británico y no has estado delante de un micrófono en tu vida. Desde luego, la pequeña animadora que me sustituyó en Chicago no había estado en el aire tampoco, y sonaba como Betty Boop, así que quizá debo tener cuidado.
Francesca intentó controlar su genio.
– Me gustaría una posibilidad de todos modos. Mi acento británico me dará un sonido diferente de todos los demás.
– Tú limpias retretes -se mofó Clara, encendiendo un cigarrillo-. Ese es el trabajo para el que fuiste contratada.
Francesca rechazó estremecerse.
– ¿Y lo hago bien, verdad? Limpiando retretes y haciendo otros trabajos sangrientos que me ordenas. Ahora dáme una oportunidad con éste.
– Olvídalo.
Francesca no podía ya echarse atrás. Tenía su bebé en quien pensar, su futuro.
– Sabes, en realidad empiezo a compadecerme de tí, Clara.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– ¿Alguna vez has oído ese viejo proverbio que dice que no entenderás a otra persona si no andas una milla con sus zapatos? Te entiendo, Clara. Sé exactamente lo que es que te rechacen por ser quien eres, sin importar con la fuerza que trabajes. Conozco lo que es trabajar para un tirano… que tengas capacidad, pero no te dejen exponerla, por prejuicios del jefe.
– ¡Prejuicios! -una nube del humo surgió como el fuego de un dragón de la boca de Clare-. Nunca he perjudicado a nadie en mi vida. He sido una víctima de esos prejuicios.
No era momento de dar marcha atrás, y Francesca insistió un poco más.
– No te llevaría más de quince minutos escuchar una cinta de audición. Yo llamaría a eso prejuicios, ¿verdad?
La mandíbula de Clara se convirtió en una línea rígida.
– Bien, Francesca, te daré tus quince minutos -le arrebató el cassette de la mano-. Pero no contengas la respiración.
Durante el resto del dia, el interior de Francesca parecía un tembloroso flan.Tenía que conseguir ese trabajo. No sólo porque necesitaba desesperadamente el dinero sino porque necesitaba tener éxito en algo.
La radio era un medio que funcionaba sin imagenes, un medio en el cual sus bonitos ojos verdes y su perfil perfecto no tenían ninguna importancia. La radio era su campo de pruebas, su posibilidad para demostrarse a si misma que nunca tendría que depender de su belleza para vivir.
A la una y media, Clara asomó la cabeza por la puerta de su oficina y llamó a Francesca, que estaba ordenando un poco la oficina apilando cajas contra la pared para poder andar con seguridad. Aunque no podía andar mucho.
– La cinta no es mala -dijo Clara, sentándose-. Pero tampoco es demasiado buena.
Empujó la cinta sobre el escritorio.
Francesca apartó la vista, intentando ocultar la aplastante decepción que sentía.
– Tu voz es demasiado entrecortada también -continuó Clara, con tono enérgico e impersonal-. Hablas demasiado rápido y acentúas las palabras de forma muy extraña. Tu acento británico es lo único que tienes. Si no, sonarías como una mala imitación de cualquier pinchadiscos mediocre que hemos tenido en esta emisora.
Francesca se esforzó por oír algún rastro de animosidad personal en su voz, algún indicio que Clara era vengativa. Pero todo el que oía era la evaluación desapasionada de una experta profesional.
– Déjame grabar otra cinta -suplicó-. Déjame intentarlo otra vez.
La silla chirrió cuando Clara se recostó.
– No quiero escuchar otra cinta; no habrá diferencia. La radio AM está cerca de las personas. Si los oyentes quieren escuchar sólo música, buscan una emisora de FM. La AM tiene que ser la radio de la personalidad, aún en una emisora rata de mierda como esta. Si trabajas en AM, tienes que recordar que le hablas a personas, no a un micrófono. De otra manera serás otra vulgar Twinkie.
Francesca cogió rápidamente la cinta y se volvió hacia la puerta, con su autocontrol a punto de desbordarse. ¿Cómo se pudo imaginar alguna vez que podría empezar en la radio sin alguna instrucción?
Otra ilusión más.
Otro castillo de arena que había construido demasiado cerca del agua.
– Lo mejor que puedo darte es el puesto de locutora suplente los fines de semana si alguien no puede hacerlo.
Francesca se dió la vuelta.
– ¡Locutora suplente! ¿Me utilizarás como una locutora suplente?
– Cristo, Francesca. No actúes como si te hiciera un gran favor. Todo lo que significa es que terminarás trabajando la tarde del domingo de resurección para una audiencía nula.
Pero Francesca rechazó que la irritable Clara desinflara su alegría, y soltó un grito de felicidad.
Esa noche sacó un bote de alimento para gatos de la única alacena de la cocina y empezo a conversar con Bestia.
– Voy a hacer algo por mí misma -le dijo-. No me importa trabajar duro o lo que tenga que hacer. Voy a ser la mejor locutora que la KDSC haya tenido jamás.
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