El anduvo hacia ella, con el magnífico abrigo extendido para ella, con sus ojos brillantes como un botón de oro en un paisaje nevado.
– Para elegir el abrigo adecuado, debes sentir el tacto contra tu piel…contra tus senos…
Su voz era tan suave como el acercamiento de un lince, cuando le deslizó el abrigo por su cuerpo, utilizando su textura para emocionarla.
– Tus senos… Tu estómago y tus nalgas… En el interior de los muslos…
Ella se quitó el abrigo y lo apretó fuerte contra su cuerpo.
– Por favor… Tú me atormentas. Para por favor…
Una vez más él se apartó, pero esta vez para poco a poco desabrocharse los botones de la camisa. Chloe lo miró como se desnudaba, el corazón golpeándole en el pecho y la garganta cerrada por el deseo.
Cuándo se paró desnudo ante ella, cogió el abrigo de sus brazos y lo colocó con la piel vuelta hacia arriba en una plataforma baja de desfiles en el centro de la estancia. Él se subió y le tendió la mano para ir con él.
La sensación de la carne desnuda contra la suya, fue tan impactante que apenas si recordó respirar. El pasó las manos por sus brazos y la giró un poco de forma que mirara de frente a la sala.
Moviéndose levemente detrás de ella, empezó a acariciarle los senos como si de una exhibición se tratara para una audiencia invisible que mirara silenciosamente en el salón oscuro.
La mano se deslizó hacia abajo por su estómago, por sus muslos. Ella sentía el abultado pene duro presionarle la cadera. La mano se movió entre sus piernas, y el calor fluyó con su toque, una liberación tanto tiempo añorada empezó a fraguarse dentro de ella.
El la empujó hacia abajo en la piel suave y gruesa. Acarició la parte de atrás de sus muslos mientras los abría y se colocaba entre sus piernas extendidas. Al apoyar la mejilla en la suave piel, ella levanto las caderas, ofreciéndose a él en el centro de la sección de Pieles, en una plataforma diseñada para mostrar lo mejor que Harrods tenía para ofrecer.
El miró su reloj.
– Los guardias deben estar regresando de su turno en este momento. Me pregunto cuánto les llevara seguir nuestro rastro hasta aquí.
Entonces entró bruscamente en ella.
Le llevó un momento comprenderlo todo. Dejó salir una exclamación ronca cuando se dió cuenta lo que había hecho.
– ¡Dios mio! ¿Lo has planeado así, no es cierto?
El apretó los senos con las manos y le dijo duramente.
– Por supuesto.
El fuego dentro de su cuerpo y el terror del descubrimiento unidos, hicieron que sintiera una explosión de sentimientos. Cuando le sobrevino el orgasmo, le mordió en el hombro, mientras le susurraba:
– Bastardo…
El se rió y entonces encontró su propia liberación con un ruidoso gemido.
Escaparon por los pelos de los guardias. Cogiendo lo mínimo de su propia ropa, Jack deslizó el abrigo por los hombros de Chloe y la arrastró a la escalera. Cuando los pies desnudos volaban escaleras abajo, su risa descuidada sonaba en sus oídos. Antes de abandonar la tienda, tiró sus medias encima de una vitrina alta de cristal junto con una tarjeta suya de visita.
Al día siguiente recibió una nota diciendo que tenía que volver a Chicago, pues su madre se había puesto enferma.
Mientras lo esperaba, Chloe vivió en una angustia de emociones mezcladas… la cólera por el riesgo al que él la había expuesto, el entusiasmo con la emoción que la había provocado, y un enorme temor de que no regresara.
Pasaron cuatro semanas, y después cinco. Ella trató de llamarlo, pero la conexión era tan mala que apenas podía entender nada.
Pasaron dos meses.
Estaba convencida que él no la quería. Era un aventurero, un buscador de emociones. El había vislumbrado a la chica gorda dentro y no quería saber nada más de ella.
Diez semanas después de la noche en Harrods, él reapareció tan bruscamente como la dejó.
– Hola, cariño -dijo, parándose en la puerta de su casa con su abrigo de cachemir descuidadamente enganchado sobre el hombro-. Te he echado de menos.
Ella se lanzó a sus brazos, sollozando de alivio por verlo otra vez.
– Jack… Jack, querido…
El pasó el pulgar a través de su labio inferior, y la besó. Ella retrocedió la mano y le dió una fuerte bofetada.
– ¡Estoy encinta, tú, bastardo!
Para su sorpresa, él le propuso inmediatamente que se casaran, y lo hicieron tres dias después en casa de un amigo de su pais. Cuando se encontró de pie junto a su guapo novio en el altar improvisado en el jardín, Chloe supo que era la mujer más feliz del mundo.
Jack Day "Negro" podía haber elegido a quién hubiera querido, pero la había querido a ella.
Cuando las semanas pasaron, ella ignoró resueltamente un rumor que decía que su familia lo había desheredado cuando estaba en Chicago. En vez de eso, soñaba despierta acerca de su bebé.
Que maravilloso sería tener el amor incondicional de dos personas, el marido y el niño.
Un mes más tarde, Jack desapareció, junto con diez mil libras que estaban depositadas en una de las cuentas bancarias de Chloe. Cuándo volvió seis semanas más tarde, Chloe le disparó en el hombro con una Luger alemana.
Siguió una breve reconciliación, hasta que Jack tuvo de nuevo una racha de buena suerte en los clubes de apuestas y se marchó de nuevo.
En el Día de San Valentín de 1955, La Dama de la Suerte abandonó definitivamente a Jack Day "Negro" en una carretera mojada y resbaladiza entre Niza y Montecarlo.
La bola de marfil de Jack cayó una última vez en su casilla y la rueda de la ruleta se detuvo para siempre.
Capitulo 2
Uno de los antiguos amantes de la viuda Chloe, envió su Rolls Silver Cloud para llevarla a su casa desde el hospital tras dar a luz. Comodamente instalada en los asientos de cuero, Chloe miró hacia abajo, hacía el diminuto bulto envuelto en franela, el bebé que había sido concebido de forma tan excepcional en la sección de Pieles de Harrods, y pasó suavemente el dedo por su mejilla.
– Mi pequeña y hermosa Francesca.
– No necesitarás ni a un padre, ni a una abuela. No necesitarás a nadie más que a mí… Porque te daré todo lo que hay en el mundo.
Desgraciadamente para la hija de Jack "Negro", Chloe se propuso hacer exactamente eso.
En 1961, cuándo Francesca tenía seis años y Chloe veintiséis, hicieron un reportaje para una revista de Moda inglesa. En el lado izquierdo de la página había una fotografía en blanco y negro a menudo reproducida que Karsh le había hecho a Nita, llevando un vestido de su colección gitana, y en el derecho, a Chloe y Francesca. La madre y la hija estaban de pie ante el fondo de papel blanco, ambas vestidas de negro.
El fondo blanco, la piel blanca pálida, y sus capas negras de terciopelo con capuchas corrientes hacían de la fotografía un estudio de contrastes. La única muestra de color, era el verde impactante… los ojos inolvidables de Serritella que saltaban hacía fuera de la página, brillando como joyas imperiales.
Después que el impacto de la fotografía pasaba, los lectores más críticos notaban que las características encantadoras de Chloe no eran, quizás, tan exóticas como las de su madre. Pero aún el más crítico no pudo encontrar defecto alguno en la niña.
Ella parecía una fantasía de niña perfecta, con una sonrisa beatífica y una cara en forma de óvalo que parecía trazada por un ángel. Sólo el fotógrafo que había tomado la foto había notado algo diferente en la niña. Tenía dos cicatrices pequeñas, idénticas en el dorso de su mano, dónde sus pequeños dientes finos delanteros le habían mordido la piel.
– No, no, cariño -Chloe había amonestado esa tarde a Francesca por haber mordido al fotógrafo-. No debes morder a este señor tan agradable.
Y le colocó con una uña brillante la capucha de ébano de su hija.
Francesca miró de forma indignada a su madre. Ella preferiría estar jugando en casa con su teatro de títeres nuevo, y no estar de pie para hacerse una foto, con un hombre feo que le decía continuamente que se estuviera quieta.
Dió una patada con su zapatito negro de charol hacía el fondo blanco arrugando el papel y se sacó sus rizos castaños fuera de la capucha negra de terciopelo.
Su mami la había prometido un viaje especial a ver a Madame Tussaud si se portaba bien, y Francesca adoraba a Madame Tussaud. A pesar de todo, no estaba segura de haber hecho un trato justo. También adoraba Saint-Tropez.
Después de consolar al fotógrafo por la mano herida, Chloe volvió a ponerle el cabello bien en su sitio y pegó un grito repentino cuando su mano siguió la misma suerte que la del fotógrafo.
– ¡Niña traviesa! -gimió, llevándose la mano a la boca y chupando la herida.
Los ojos de Francesca se nublaron inmediatamente con lágrimas, y Chloe se sintió furiosa consigo misma, por haber hablado tan duramente a su hija. Rápidamente, cogió a la pequeña y la abrazó.
– Nunca más -canturreó-. Chloe no está enfadada, mi cielo. Mami es mala. Te compraré un regalito precioso de camino a casa.
Francesca se acurrucó segura en los adorados brazos de su madre, y por el resquicio que quedaba miró hacia el fotógrafo. Y le sacó la lengua.
Esa tarde fue la primera pero no la última vez que Chloe sintió los agudos dientes de Francesca en la piel.
Pero aún después de que tres niñeras hubieran renunciado, Chloe se negaba a admitir que su hija tuviera un problema por morder. Francesca era muy alegre, y Chloe ciertamente no tenía intención de ganar el odio de su hija haciendo una montaña de un grano de arena.
El reinado del terror de Francesca podría haber continuado si no hubiera probado su propia medicina. Un niño extraño la mordió en la espalda en el parque, luchando por un columpio. Cuándo Francesca descubrió que la experiencia era dolorosa, terminó de morder.
Ella no era un niña deliberadamente cruel; sólo quería hacer todo a su manera.
Chloe compró una casa estilo Reina Anne en Upper Grosvenor Street, no lejos de la embajada americana y en la orilla oriental de Hyde Park. Cuatro plantas, pero menos de diez metros de ancho, la estructura estrecha había sido restaurada en la década de los treinta por Syrie Maugham, la esposa de Somerset Maugham y una de las decoradoras más célebres de su época.
Una escalera de caracol ascendia desde la planta baja al salón, pasando por un retrato que Cecil Beaton había hecho a Chloe y Francesca. Las columnas de coral marbre foux encuadraban la entrada al salón, que tenía una combinación elegante de francés y retazos italianos así como varias sillas de Adán y una colección de espejos venecianos.
En la siguiente planta estaba el dormitorio de Francesca decorado como el castillo de la Bella Durmiente. Unas cortinas de encaje recogidas por unos cordones con rosas de seda y una cama con un dosel en forma de corona dorada de madera cubierta por muchos metros de tul trasparente blanco, Francesca reinaba como una princesa en todos sus dominios.
Ocasionalmente recibía visitas en la corte de su habitación de cuento de hadas, sirviendo té dulce de una tetera de Dresde para la hija de uno de los amigos de Chloe.
– Soy la Princesa Aurora -le dijo a la honorable Clara Millingford en una visita particular, retirando su bonita cabellera castaña rizada que había heredado, junto con su naturaleza temeraría, de Jack Day "Negro-. Y tú eres una de las amables aldeanas que ha venido a visitarme.
Clara, la única hija del Vizconde Allsworth, no tenía la menor intención de ser una amable mujer aldeana, mientras la altanera Francesca Day actuaba como si fuera de la realeza. Dejó en la mesa su tercera galleta de limón y exclamó:
– ¡Quiero ser yo la Princesa Aurora!
La sugerencia asombró tanto a Francesca que se echó a reir, un repiqueteo pequeño delicado de sonido plateado.
– Eres tontita, querida Clara. Tú tienes esas enormes pecas. No es que las pecas no sean agradables, pero ciertamente no para ser la Princesa Aurora, que era la belleza más famosa de la tierra. Yo seré la Princesa Aurora, y tú puedes ser la reina.
Francesca pensó que su arreglo era eminentemente justo y se angustió cuándo Clara, como tantas otras niñas que habían venido a jugar con ella, se negó a volver.
Su desprecio la desconcertó. ¿No había compartido con todas ellas sus juguetes? ¿No había permitido que camparan a sus anchas por su hermoso dormitorio?
Chloe ignoraba cualquier insinuación sobre que su hija llegaba a ser espantosamente repelente.
Francesca era su bebé, su ángel, su niña perfecta. Contrató a los tutores más liberales, le compraba las muñecas más modernas, los últimos juegos, la abrazaba continuamente, mimándola, y consintiéndole todo lo que se le antojaba, cuidándola en exceso de cosas que la pusieran en peligro.
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