– Yo lo creo, también -otra vez intentó frotarse el dolor en los riñones, y luego, cuando Holly Grace la miró comprensiva se sentió muchísimo más sola-. El doctor piensa que me queda una semana.
– Estás asustada
Colocó la mano contra el lado donde un piececito le daba patadas.
– He pasado tanto este último año, que no puedo imaginarme que el parto pueda ser peor -echando un vistazo hacia la tienda de la KDSC, vio a Clara haciéndole desordenadamente gestos-. Además, espero acostarme dentro de unas horas.
Holly Grace rió por lo bajo y se puso a andar a su lado.
– ¿No piensas que ya deberías dejar de trabajar y descansar hasta el parto?
– Me gustaría, pero mi jefa no me dará más que un mes de lactancía, y no quiero que empiece a contar hasta el bebé haya nacido.
– Esa mujer parece que come micrófonos para el desayuno.
– Sólo los tornillos.
Holly Grace se rió, y Francesca tuvo un sorprendente sentido de camaradería con ella. Siguieron andando hacia la tienda juntas, charlando torpemente sobre el tiempo. Una ráfaga de aire caliente pegó su vestido flojo de algodón a su prominente barriga. Una sirena de bomberos dejó de oírse, y el bebé dio tres duras patadas.
De repente sintió una ola de dolor rasgado a lo largo de su espalda, una feroz sensación le doblaba las rodillas. Instintivamente extendió la mano hacía Holly Grace.
– Ah, Dios mio…
Holly Grace dejó caer su helado y la agarró de la cintura.
– Apóyate sobre mí.
Francesca gimió y se inclinó hacía adelante tratando de recobrar el aliento. Un chorrito de fluido amniotico comenzó a escaparse a lo largo del interior de sus piernas. Se apoyó en Holly Grace y andó un paso, la humedad repentina posicionándose dentro de sus sandalias. Agarrándose el abdomen, jadeó:
– Ah, Natalie… no actúas… como si quisieras ser… una damita.
Por las plumas de becerro, los platillos sonaron y el muchacho con la trompeta giró otra vez la campana de su instrumento al ardiente sol de Texas y el aire llevaba la melodía:
Soy un Yankee Doodle Dandy, Yankee Doodle se hace o muere, un verdadero sobrino del tío Sam, Nacido el cuatro de julio…
Iluminación de la Lámpara
Capítulo 22
Se apretó contra la pared del apartamento, la navaja apretada en su puño, el pulgar al lado del botón. No quería matar. No encontraba ningún placer en derramar sangre humana, sangre sobre todo femenina, pero no había inconveniente cuando era necesario. Inclinando su cabeza al lado, oyó el sonido que había estado esperando, el tilín suave de la apertura de puertas del ascensor.
Una vez que la mujer apretó el paso, estos fueron absorbidos por la espesa alfombra de color melón que cubría el pasillo del edificio cooperativo de lujo en Manhattan, así que comenzó a contar suavemente, con los músculos tensos, listo para saltar en acción.
Acarició el botón de la navaja con la almohadilla del pulgar, sin suficiente fuerza para abrirla, pero simplemente para tranquilizarse. La ciudad era una selva para él, y él era un depredador, un silencioso gato salvaje, que hacía lo que tenía que hacer.
Nadie recordaba el nombre con el que había nacido… el tiempo y la brutalidad lo habían borrado. Ahora el mundo lo conocía sólo como Lasher.
Lasher el Grande.
Siguió contando, habiendo calculado ya el tiempo que la llevaría alcanzar la vuelta en el pasillo donde estaba agazapado contra la pared de papel pintado con dibujos de cachemira. Y luego captó el olor débil de su perfume. Se equilibró para saltar.
¡Ella era… hermosa, famosa y pronto estaría muerta!
Él saltó hacía adelante con un rugido poderoso cuando la llamada de la sangre subió a su cabeza.
Ella gritó y se echó hacia atrás, dejando caer su bolso. Él accionó el botón de su navaja con una mano y, alzando la vista hacía ella, empujando sus gafas sobre el puente de la nariz.
– ¡Eres carne muerta, China Colt! -se mofó Lasher el Grande.
– ¡Y tú culo va a estar muerto, Theodore Day! -Holly Grace Beaudine se inclinó para aplastar el bolsillo de sus pantalones de camuflaje con la palma de su mano, luego se tocó el corazón por debajo de la chaqueta-. Te juro por Dios, Teddy, la próxima vez que me hagas esto voy darte una zurra.
Teddy, que tenía un I.Q. alrededor de ciento setenta, medido por un estudio infantil del equipo en su antigua escuela en un suburbio de moda de Los Angeles, no la creyó durante un instante. Pero solamente por estar a salvo, él le dio un abrazo, no era algo que le molestara, ya que quería a Holly Grace casi tanto como quería a su mamá.
– Tu actuación fue genial anoche, Holly Grace. Me encantó la manera cómo utilizaste esos numbchucks (Arma de ataque, dos palos conectados con una cadena,). ¿Me enseñarás? -cada martes por la noche le permitían quedarse tarde para ver "China Colt", aun cuando su mamá pensaba que era demasiado violento para un impresionable niño de nueve años como él-. Mira mi nueva arma, Holly Grace. Mamá la compró para mí en Chinatown la semana pasada.
Holly Grace la cogió en su mano, inspeccionándola, y le colocó un mechón de pelo castaño que colgaba de su pálida frente.
– Se parece más a una navaja de goma, compañero.
Teddy la miró malhumorado y reclamó su arma. Él empujó de nuevo sus gafas de montura plástica sobre su nariz, estropeado de nuevo lo que ella acababa de enderezar.
– Ven a ver mi habitación, con las paredes con el papel nuevo de nave espacial -sin mirar hacia atrás, salió hacía el pasillo, volando en sus zapatillas de lona, la cantimplora golpeando a un lado, una camiseta de Rambo remetida en sus pantalones de camuflaje, muy subidos hasta la cintura, la manera como le gustaba llevarlos.
Holly Grace lo cuidaba y sonrió. Dios, amaba a ese pequeño. La había ayudado a llenar aquel dolor horrible que sentía por Danny…un dolor que pensaba nunca superaría. Pero ahora mientras lo miraba desaparecer, otro dolor se instaló en ella. Estábamos en diciembre de 1986.
Dos meses antes, ella había cumplido treinta y ocho. ¿Cómo había permitido llegar casi a los treinta y ocho sin tener otro hijo?
Cuando se agachó para recoger el bolso que había dejado caer, se encontró recordando el horroroso Cuatro de julio cuando Teddy nació. El aire acondicionado no estado conectado en el hospital ni en la sala dónde pusieron a Francesca que ya tenía cinco mujeres gritando en dilatación.
Francesca estaba en una cama estrecha, su cara tan pálida como la muerte, su piel humedecida por el sudor, y aguantado silenciosamente las contracciones que atormentaban su pequeño cuerpo. Este sufrimiento silencioso fue lo que finalmente conmovió a Holly Grace… la tranquila dignidad de su resistencia. En ese momento Holly Grace decidió ayudar a Francesca. Ninguna mujer debería tener un bebé sola, sobre todo alguien tan determinado a no pedir ayuda.
Durante el resto de la tarde y de la noche, Holly Grace secó la frente de Francesca de sudor, con paños frescos. Sostuvo su mano y rechazó abandonársela cuando la llevaron a la sala de partos.
Finalmente, el Cuatro de Julio justo antes de medianoche, Theodore Day nació.
Las dos mujeres habían mirado fijamente su forma pequeña, arrugada y luego habían reído la una con la otra. En aquel momento, una obligación de amor y amistad se formó entre ellas y había durado durante casi diez años.
El respeto de Holly Grace por Francesca había crecido despacio a lo largo de aquellos años hasta que no podía pensar en una persona a la que admirara más. Para una mujer que había comenzado en la vida con tantos defectos en su caracter, Francesca había logrado todo lo que se había propuesto.
Se había labrado un camino desde la radio AM hasta la televisión local, gradualmente moviéndose desde mercados pequeños hasta los más grandes de Los Angeles, donde su programa de mañana en la televisión eventualmente había llamado la atención de la red por cable.
Ahora era la estrella de Nueva York… su programa "Francesca Today", un magazine de entrevistas los miércoles por la noche que encabezaba la Nielsens (Nielsens top10, lista de los programas más vistos por cable) los dos últimos años.
No había llevado a los espectadores mucho tiempo enamorarse del estilo de entrevistas excéntrico de Francesca, el que, por lo que Holly Grace podía entender estaba basado casi completamente sobre su completa carencia de interés a ser algo parecido a una periodista.
A pesar de su alarmante belleza y los remanentes de su acento británico, ella de algún modo lograba recordarles a ellos mismos. Barbara Walters, Phil Donahue, hasta Oprah Winfrey… siempre mantenían el control. Francesca, como muchos de los americanos que la veían, casi nunca lo hacía. Ella simplemente saltaba al ruedo e intentaba hacer la mejor faena, resultando unas entrevistas de televisión espontáneas que los americanos no habían visto en años.
La voz de Teddy sonó en el apartamento.
– ¡Deprisa, Holly Grace!
– Ya voy, ya voy.
Cuando Holly Grace iba esa tarde hacía el apartamento de cooperativa de Francesca, sus pensamientos fueron a la deriva atrás por los años cuandoTeddy tenía seis meses, cuando había volado a Dallas donde Francesca acababa de coger un trabajo en una de las emisoras de radio de la ciudad.
Aunque habían hablado por teléfono, ésta era la primera vez que las dos mujeres se veían desde el nacimiento de Teddy. Francesca saludó a Holly Grace en su apartamento nuevo con un grito de bienvenida acompañado por un beso ruidoso sobre la mejilla. Entonces con orgullo había colocado un bulto que se movía en las brazos de Holly Grace. Cuando Holly Grace había mirado abajo a la pequeña cara solemne del bebé, cualquier duda que pudiera haber tenido en el subconsciente sobre la procedencia de Teddy, se evaporó.
Ni con la imaginación más salvaje podía creer que su magnífico marido tenía algo que ver con el niño en sus brazos. Teddy era adorable, y Holly Grace al instante lo había amado con todo su corazón, pero era más o menos el bebé más feo que alguna vez hubiera visto.
Él no era para nada en absoluto como Danny.
Quienquiera que hubiera engendrado a esta pequeña criatura feucha, no podía haber sido Dallie Beaudine.
Cuando los años pasaron, la edad había mejorado algo la belleza de Teddy. Su cabeza estaba ya bien formada, pero era aún demasiado grande para su cuerpo. Tenía el pelo castaño, fino y lacio, las cejas y pestañas tan pálidas que eran casi invisibles, y los pómulos que parecían no crecer.
A veces cuando giraba la cabeza, de alguna manera, Holly Grace pensaba que vislumbraba como sería su cara cuando fuera un hombre… fuerte, con personalidad, bastante atractivo. Pero hasta que crecíera en esa cara, ni su propia madre alguna vez cometió el error de jactarse sobre la belleza de Teddy.
– ¡Venga, Holly Grace! -la cabeza de Teddy salía por la puerta de entrada artesonada blanca-. ¡No llegas nunca!
– No llegaré nunca -gruñó, pero anduvo el resto del camino más rápidamente. Cuando entró en el pasillo, se quitó la chaqueta y se subió las mangas de su camisa blanca, en las piernas llevaba un par de botas italianas de cuero decoradas con flores de bronce. Su pelo rubio de marca registrada caía por delante de sus hombros, su color ahora destacado con pálidas rayas plateadas. Llevaba un rastro de rímel marrón de cibelina y un poco de colorete, pero poco más maquillaje.
Consideraba que las líneas finas que habían comenzado a formarse en las esquinas de sus ojos imprimian carácter. Además, era su día libre y no tenía paciencia.
La sala de estar del apartamento de Francesca tenía las paredes amarillo pálidas, molduras color melocotón, y una exquisita alfombra Heriz con tonos de azul. Con sus toques de jardín inglés de zaraza de algodón y seda damask, el cuarto era exactamente la clase de lugar con gusto elegante y extravagantemente caro que a las revistas como Casa y Jardín les gustaba fotografiar para sus brillantes páginas, pero Francesca rechazaba colocar a un niño en un escaparate y como por accidente, había saboteado un poco el trabajo de su decorador.
El paisaje de Hubert Robert sobre la chimenea italiana de mármol había cedido el paso a un dibujo con pinturas minuciosamente enmarcado de un dinosaurio rojo brillante (Theodore Day, alrededor de 1981). Un busto italiano del siglo XVII había sido movido varios pies del centro para hacer sitio al puf de vinilo naranja favorito de Teddy, y al lado del busto había una figura de Mickey Mouse llamando por teléfono que Teddy y Holly Grace habían comprado como un regalo para Francesca en su cumpleaños número treinta y uno.
Holly Grace entró, dejando caer su bolso sobre una copia del New York Times, y saludando a Consuelo, la mujer hispana que cuidaba de forma maravillosa de Teddy, pero dejaba todos los platos para que Francesca los lavara cuando volviera a casa. Cuando se alejaba de Consuelo, Holly Grace encontró a una chica acurrucada en el sofá absorta en una revista.
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