– ¿Caviar? Si no te gusta el osetra, pediré beluga.
– ¡No! -la exclamación fue tan aguda que Stefan le miró fijamente por la sorpresa. Ella le lanzó una sonrisa inestable-. Lo siento. No me gusta el caviar.
– Querida, pareces alterada esta noche. ¿Pasa algo malo?
– Sólo estoy un poco cansada.
Sonrió e hizo una broma. Poco después en medio de una alegre conversación entraron al comedor. Cenaron corazones de alcachofa con salsa picante de aceitunas negras y alcaparras, seguido de pollo marinado con cilantro y enebro.
Cuando la Charlotta de frambuesa llegó regada con crema inglesa de jengibre, estaba demasiado llena para comer más que unos bocados. Cuando estaba sentada a la luz de las velas y el afecto de Stefan, pensó cuanto disfrutaba.
¿Por qué simplemente no se decidía y se casaba con él? ¿Qué mujer en su sano juicio podría resistirse a la idea de ser una princesa? Para conservar su valorada independencia, trabajaba demasiado duro y pasaba mucho tiempo lejos de su hijo.
Le gustaba su carrera, pero comenzaba a comprender que quería más de la vida que liderar el ranking Nielsens. ¿De todos modos este matrimonio era lo que realmente quería?
– ¿Me escuchas, querida? Esta no es la respuesta más alentadora que alguna vez he recibido a una propuesta de matrimonio.
– Ah, querido, lo siento. Me temo que estaba soñando despierta -sonrió excusándose-. Necesito un poco más de tiempo, Stefan. Siendo sincera, no estoy segura que tengamos caracteres compatibles.
Él la miró, perplejo.
– Qué curioso lo que dices. ¿Que significa exactamente?
Ella no podía explicarle cuánto la asustaba que después de unos pocos años en su compañía, volviera a la vida que había seguido antes de ir a Estados Unidos… mirándose sin parar en los espejos y teniendo rabietas si su esmalte de uñas se astillaba. Inclinándose hacía adelante, lo besó, tomando un pellizco en el labio con sus dientes pequeños y agudos, y lo distrajeron de su pregunta.
El vino había calentado su sangre, y su solicitud astilló lejos las barreras que había construido alrededor de si misma. Su cuerpo era joven y sano. ¿Por qué ella permitía que se secara como una hoja vieja? Ella acarició sus labios con los suyos otra vez.
– ¿En vez de una oferta, que tal una proposición?
Una combinación de diversión y deseo apareció en sus ojos.
– Supongo que dependería de la clase de proposición.
Ella le dedicó una sonrisa burlona descarada.
– Llévame a tu dormitorio, y te lo mostraré.
Cogiendo su mano, él besó las puntas de sus dedos, un gesto tan cortés y elegante que bien podía haber estado conduciéndola al salón de baile. Cuando caminaban por el pasillo, se encontró envuelta en una neblina de vino y risas tan agradable que, cuando entraron en su opulento camarote, ella podría haber creído que estaba realmente enamorada si no se conociera mejor.
De todos modos esto había sido así desde hacía mucho, mucho desde que no fingía en brazos de un hombre.
Él la besó, con cuidado al principio y luego más apasionadamente, murmurando palabras extranjeras en su oído que la excitó. Sus manos se movieron para desabrocharle la ropa.
– Si sólo supieras cuanto tiempo he deseado verte desnuda -murmuró él. Bajando el corpiño de su vestido, acarició con la nariz el inicio de sus senos que se asomaban por el encaje de su sostén-. Como melocotones calientes -murmuró-. Llenos, ricos y perfumados. Voy a chupar cada gota de su dulce jugo.
Francesca encontró su discurso un poco cursi, pero su cuerpo no discriminaba como su mente y podía sentir su piel calentarse exquisitamente. Ella ahuecó la mano alrededor de su nuca y arqueó el cuello. Los húmedos labios de él bajaron, buscando el pezón por encima del encaje del sujetador.
– Aquí -dijo él, cogiéndolo con los dientes… -Ah, sí..
Sí, verdaderamente. Francesca jadeó cuando sentió la succión de la boca y la raspadura deliciosa de sus dientes.
– Mi querida, Francesca… -él chupó con más entusiasmo, y comenzó a sentir como se doblaban sus rodillas.
Y luego el teléfono sonó.
– ¡Esos imbéciles! -él maldijo en una lengua que ella no entendió-. Saben que no debo ser molestado aquí.
Pero el encanto se había roto, y se puso rígida. De repente se sintió avergonzada de estar a punto de tener sexo con un hombre que sólo le gustaba un poquito.
¿Que estaba equivocado en ella que no podía enamorarse de él? ¿Por qué todavía tenía que hacer una cosa tan grande del sexo?
El teléfono siguió sonando. Él lo cogió y ladró al receptor, escuchando un momento, luego se lo entregó, obviamente irritado.
– Es para tí. Una emergencia.
Ella soltó un juramento puramente anglosajón, determinada a tener la cabellera de Nathan Hurd por esto. Por ningún asunto del programa, su productor tenía derecho a interrumpirla esta noche.
– Nathan, voy a… -Stefan golpeó con una pesada licorera de brandy de cristal sobre una bandeja, y se tuvo que tapar el otro oido-. ¿Qué? No puedo enterarme.
– Soy Holly Grace, Francie.
Francesca inmediatamente se sintió alarmada.
– ¿Holly Grace, estás bien?
– Realmente no. Si no estás sentada, más vale que lo hagas.
Francesca se sentó en el borde de la cama, la aprehensión creciendo dentro de ella ante el sonido extraña de la voz de Holly Grace.
– ¿Qué pasa? -exigió-. ¿Estás enferma? ¿Algo pasó con Gerry?
El enfado de Stefan se calmó cuando oyó el tono preocupado de su voz, y fue a su lado.
– No, Francie, nada de eso -Holly Grace hizo una pausa-. Es Teddy.
– ¿Teddy? -un escalofrío de miedo subió por su cuerpo, y su corazón comenzó a correr.
Las palabras de Holly Grace salieron con prisa.
– Él desapareció. Esta noche, no mucho después de llevarlo a tu casa.
Un terror crudo se extendió por el cuerpo de Francesca con tal intensidad que todos sus sentidos parecieron sufrir un cortocircuito. Una serie inmediata de feas imágenes pasaron por su mente de los programas que había hecho, y se sintió rozando sobre el borde de la consciencia.
– Francie -continuó Holly Grace-. Creo que Dallie se lo ha llevado.
Su primer sentimiento fue una oleada entumecida de alivio. Las visiones oscuras de una oscura tumba y un cuerpo pequeño mutilado retrocedieron; pero entonces otras visiones comenzaron a aparecer y apenas pudo respirar.
– Ah, Dios, Francie, lo siento -las palabras de Holly Grace cayeron una sobre otra-. No sé exactamente que pasó. Ellos se encontraron por casualidad en mi apartamento hoy, y luego Dallie se presentó en tu casa aproximadamente una hora después de que yo dejara a Teddy y le dijo a Consuelo que iba a recoger a Teddy para pasar la noche conmigo. Ella sabía quién era, desde luego, así que no pensó nada raro. Le pidió que le preparara una maleta y desde entonces nadie sabe nada de ellos. Le he llamado a todas partes. Dallie a dejado su hotel, y Skeet no sabe nada. Los dos, como se suponía, iban a Florida esta semana para un torneo.
Francesca se sintió enferma.
¿Por qué Dallie se llevaría a Teddy? Sólo podía pensar en una razón, pero era imposible. Nadie sabía la verdad; ella nunca había hablado. De todos modos no podía pensar en otra razón.
Una rabia amarga se instaló dentro de ella. ¿Cómo podía hacer él algo tan barbáro?
– ¿Francie, estás todavía ahí?
– Sí -susurró.
– Tengo que preguntarte algo -hubo otra larga pausa, y Francesca se reforzó porque sabía lo que iba a venir-. Francie, tengo que preguntarte por qué Dallie haría algo así. Algo raro pasó cuando él vio a Teddy. ¿Qué pasa?
– Yo…no sé.
– Francie…
– ¡No sé, Holly Grace! No sé -su voz se ablandó-.Tú lo conoces mejor que nadie. ¿Hay alguna posibilidad que Dallie haga daño a Teddy?
– Desde luego que no -y luego vaciló-. No físicamente de todos modos. No puedo decir que podría hacerle psicológicamente, ya que tú no me dirás de que va todo esto.
– Voy a colgar ahora e intentar conseguir un avión a Nueva York esta noche -Francesca intentó parecer enérgica y eficiente, pero su voz temblaba-. ¿Me llamarás en cuanto sepas algo de dónde se encuentra Dallie? Pero ten mucho cuidado dónde hablas. Y dónde vas, que no se entere ningún periodista. Por favor, Holly Grace, no quiero a Teddy convertido en un monstruo de atracción secundaria. Estaré allí tan pronto como pueda.
– Francie, tienes que decirme que pasa.
– Holly Grace, te quiero… realmente.
Y luego colgó.
Cuando Francesca volaba a través de Atlántico esa noche, miraba fijamente con expresión ausente a la oscuridad impenetrable fuera de la ventana. El miedo y la culpa la devoraban.
Esto era todo culpa suya. Si estuviera en casa, hubiera impedido que pasara. ¿Qué tipo de madre era que siempre dejaba a su niño al cuidado de otra gente? Todos los diablos de culpa de una madre se enterraron en su carne.
¿Y si algo terrible pasaba? Ella intentó convencerse que cualquier cosa que Dallie hubiera descubierto, él nunca haría daño a Teddy al menos el Dallie que ella conocía de hace diez años no lo haría. Pero entonces recordó los programas que ella había hecho sobre antiguos esposos que secuestraban a sus propios niños y desaparecían con ellos durante años.
¿Seguramente alguien con una carrera tan pública como Dallie no podía hacer eso… o sí podría? Otra vez, intentó desenredar el rompecabezas de como Dallie había descubierto que Teddy era su hijo, que era la única explicación que podía encontrar para el rapto, pero la respuesta se le escapaba.
¿Dónde estaba Teddy ahora mismo? ¿Estaría asustado? ¿Qué le había dicho Dallie? Ella había oído bastantes historias de Holly Grace para saber que cuando Dallie estaba enfadado, era imprevisible, incluso peligroso.
Pero no importaba cuanto podía haber cambiado en estos años, no podía creer que él hiciera daño a un niño.
Que podía hacerle a ella, sin embargo, era otro asunto.
Capítulo 25
Teddy miraba fijamente a la espalda de Dallie cuando los dos estaban ante el mostrador de un McDonald en la 1-81. Le gustaría tener una camisa roja y negra de franela así, con un amplio cinturón de cuero y vaqueros con un bolsillo roto.
Su mamá tiraba sus vaqueros en cuanto tenían el más pequeño agujero en la rodilla, justo cuando comenzaba a sentirlos suaves y cómodos. Teddy miró hacía abajo a sus zapatillas de lona y luego a las botas camperas marrones de Dallie. Decidió que pondría unas botas camperas en su carta de Navidad.
Cuando Dallie recogió la bandeja y anduvo hacia una mesa, Teddy trotó detrás de él, sus pequeñas piernas dando saltitos, intentando seguirlo. Al principio cuando habían estado dirigiéndose de Manhattan a Nueva Jersey, Teddy había intentado preguntarle a Dallie si tenía un sombrero de vaquero o montaba a caballo, pero Dallie no había dicho mucho.
Teddy finalmente se había callado, aun cuando tenía un millón de cosas que quería preguntarle.
Tanto como Teddy podía recordar, Holly Grace le había contado historias sobre Dallie Beaudine y Skeet Cooper… como se habían conocido en una carretera cuando Dallie sólo tenía quince años y se escapaba de los malos tratos de Jaycee Beaudine, y como habían viajado intentando desplumar a los muchachos ricos en los clubs de campo.
Le había contado sobre peleas de bar y como ganó un torneo con un gran golpe en el hoyo 18 y otras milagrosas victorias arrebatadas de las mandíbulas de la derrota. En su mente, las historias de Holly Grace se mezclaban con las historias de sus comics de Spiderman y sus libros de La Guerra de las Galaxias y también con las historias que leía en el colegio sobre el Salvaje Oeste.
Después de que se habían ido a vivir a Nueva York, Teddy había pedido a su mamá que le llevara a conocerlo cuando él fuera a visitar a Holly Grace, pero ella siempre tenía una excusa u otra. Y ahora que esto finalmente había pasado, Teddy sabía que este debía ser más o menos el día más apasionante de su vida.
Pero quería irse a casa ahora porque esto no resultaba para nada como se había imaginado.
Teddy desempaquetó la hamburguesa y levantó la tapa del pan. Tenía ketchup por todas partes. La volvió a empaquetar. De repente Dallie se giró en su asiento y miró directamente a través de la mesa a la cara de Teddy.
Se miraron fijamente, sin decir una palabra.
Teddy comenzó a sentirse nervioso, como si hubiera hecho algo malo. En su imaginación, Dallie habría hecho cosas como bromear y chocar esos cinco, del modo que Gerry Jaffe hacía. Dallie diría, "¡Eh!, compañero, eres la clase de chico que necesito y a Skeet y a mí podría gustarnos tenerte con nosotros cuando las cosas estén complicadas." En su imaginación, Dallie le querría muchísimo más.
Teddy cogió su Coca Cola y fingió estudiar unos posters que había a un lado de la sala cerca del mostrador del McDonald.
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