– ¿Qué significa, desaparecido? Dijo que se pondría en contacto contigo si oía algo.

– Dallie probablemente lo ha llamado y le ha dicho que tenga la boca cerrada. Supongo que Skeet ha ido a encontrarse con él.

Francesca se sintió enfadada e impotente. Si Dallie le pidiera a Skeet que se pusiera una pistola en la cabeza, él probablemente lo haría, también. Al mediodía, cuando la Señorita Sybil se marchó para ir a su clase de cerámica, Francesca estaba al borde de un ataque de nervios.

¿Qué hacía que Dallie tardaba tanto tiempo? Con miedo de irse de la casa por si Dallie aparecía, intentó estudiar la materia de Historia Americana para su examen de ciudadanía, pero no podía concentrarse. Comenzó a pasearse impaciente por la casa y terminó en el dormitorio de Dallie, donde una colección de sus trofeos de golf colocados en la ventana delantera recibía la fina luz invernal.

Recogió un ejemplar de una revista de golf con su imagen en la portada. "Dallas Beaudine, siempre una Dama de Nonor…Nunca una Novia" Ella notó que las líneas de risa en las esquinas de sus ojos eran más profundas y sus rasgos tenían un molde más agudo, pero la madurez no le había privado ni un ápice de su belleza. Era aún más magnífico de lo que recordaba.

Buscó en su cara algún pequeño parecido con Teddy, pero no vio nada. Otra vez, se preguntó como había sabido que Teddy era su hijo.

Dejando la revista, observó la cama y una lluvía de recuerdos cayó sobre ella. ¿Aquí es dónde Teddy había sido concebido, o había pasado antes, en un pantano de Louisiana cuando Dallie la había tumbado sobre el capó de un Buick Riviera?

El teléfono al lado de la cama sonó. Se golpeó el pie sobre el marco de la cama cuando corrió y agarró rápidamente el receptor.

– ¡Hola!! ¿¡Hola!?

El silencio la saludó.

– ¿Dallie? -el nombre salió como un sollozo-. ¿Dallie, eres tú?

No hubo ninguna respuesta. Ella sintió un hormigueo detrás de su cuello, y el corazón comenzó a acelerarse. Estaba segura de quién estaba allí; su oído se esforzó por coger un sonido.

– ¿Teddy? -susurró-. Teddy…soy mamá.

– Soy yo, señorita Pantalones de Lujo -la voz de Dallie era baja y amarga, diciendo su mote en un tono que parecía una obscenidad-. Tenemos una conversación pendiente. Encuéntrate conmigo en la cantera al norte del pueblo en media hora.

Oyó el carácter definitivo de su voz y gimió,

– ¡Espera! ¿Está Teddy contigo? ¡Quiero hablar con él!

Pero la línea se cortó.

Corrió hacía abajo, precipitándose hacía el armarío del pasillo, cogió la chaqueta de ante y se la puso sobre el suéter y los vaqueros. Aquella mañana, había atado su pelo en la nuca con una bufanda, y ahora, con su prisa, consiguió que la fina seda se enredada en el cuello de la chaqueta.

Sus manos temblaban cuando tiró de la bufanda. ¿Por qué le hacía esto? ¿Por qué no había llevado a Teddy a la casa? ¿Y si Teddy estaba enfermo? ¿Y si le había pasado algo?

Su respiración era rápida y superficial cuando entró en el coche y lo sacó a la carretera. No haciendo caso al límite de velocidad, condujo hasta la primera estación de servicio que pudo encontrar y preguntó.

Las instrucciones eran complejas, y omitió un indicador de ruta al norte de la ciudad, pasándose varias veces antes de que encontrara el camino de tierra que conducía a la cantera. Le dolían las manos de lo fuerte que apretaba el volante. Había pasado más de una hora desde su llamada.

¿Él la esperaría? Se dijo que Teddy estaba a salvo…Dallie podría hacerla daño, pero nunca lastimaría a un niño. El pensamiento le trajo un pequeño consuelo.

La cantera estaba al final del camino como una herida gigantesca, triste y desolada en la luz gris de invierno, agobiante por su tamaño. El último turno de trabajadores al parecer había terminado ya, pues todo se veía desierto. Camiones vacios estaban al lado de las pirámides rojizas.

Los kilómetros de correas transportadoras silenciosas pintadas de verde parecían tentáculos gigantes canalizados encima de la tierra. Francesca se dirigió a través del patio hacia un edificio de metal acanalado, pero no vio ningún signo de vida, ningún vehículo más que los camiones de cantera parados.

Llegaba muy tarde, pensó. Dallie ya se había marchado. Con la boca seca por la ansiedad, condujo fuera del patio y a lo largo del camino al centro de la cantera.

Francesca lo contempló, en su estado de ánimo inquieto, como si un cuchillo gigantesco hubiera abierto la tierra, haciendo un camino directamente hacía el infierno. Solitario, misterioso, crudo, el cañón de la cantera achicaba todo sobre el horizonte.

Unos árboles dispersos con sus ramas desnudas encima del borde sobre el lado de enfrente se parecían a palillos, las colinas en la distancia como el bebés de montaña. Incluso el cielo que se oscurecía parecía enorme; parecía más bien una tapa que había sido dejada caer abajo sobre una enorme caldera vacía.

Se estremeció cuando se obligó a dirigirse al borde, donde doscientos pies de granito rojo habían sido cortados capa por la capa, el proceso de profanación revelando paradójicamente los secretos de su creación.

Con lo último de la luz, débilmente pudo distinguir uno de los coches de juguete de Teddy en el interior.

Por una fracción de segundo se sintió desorientada, y luego comprendió que el coche era de verdad, no un juguete en absoluto. Era tan verdadero como el hombre Lilliputiense que se apoyaba contra el capó.

Cerró los ojos un momento, y su barbilla tembló. Él había escogido este lugar horrible deliberadamente porque quería que ella se sintiera pequeña e impotente. Luchando para recuperar el control, condujo a través del borde, casi omitiendo un escarpado camino de grava que conducía a las profundidades de la cantera. Despacio, comenzó su pendiente.

Como las paredes oscuras de la cantera se elevaban encima de ella, mentalmente se estabilizó. Durante años, había estado luchando con barreras aparentemente impenetrables, aporreándose contra ellas hasta que cedieron. Dallie era simplemente otra barrera que tenía que mover.

Y además tenía una ventaja que él no podía preveer. A pesar de lo que había oído de ella, él esperaba encontrarse a la muchacha que recordaba, sus Pantalones de Lujo de veintiun años.

Cuando había mirado fijamente hacía abajo dónde estaba en la cantera, había presentido que estaba él solo. Según se iba acercando, no vio nada que la hiciera pensar de manera diferente.

Teddy no estaba allí.

Dallie quería extraer su libra de carne antes de que le entregara a su niño. Aparcó su coche en un ángulo frente a él, pero casi a veinte metros de distancia. Si esto era un enfrentamiento, jugaría su propia guerra de nervios. La luz casi se había ido y dejó los faros encendidos.

Abriendo la puerta, salió despacio… sin ninguna prisa, ningún movimiento malgastado, ningún vistazo de más hacía las enormes paredes de granito. Fue hacia él despacio, andando por el camino que abrían las luces de los faros con los brazos a los lados y la espalda recta.

Una ráfaga de viento helado levantó su bufanda y la azotó contra su mejilla. Cerró los ojos un instante.

Él estaba esperándola apoyado en el coche, las caderas inclinadas en un ángulo contra el frente del capó, los tobillos cruzados, los brazos cruzados… todo en él parecía duro y remoto.

Llevaba la cabeza descubierta, y una camiseta sin mangas debajo de la camisa de franela. Sus botas polvorientas con la arena roja de la cantera, como si hubiera estado allí durante algún tiempo.

Ella se acercó él, con la barbilla alta, y la mirada fija. Sólo cuando estuvo bastante cerca pudo ver su mal aspecto, nada que ver con la fotografía de la portada de la revista. Con la luz del coche, notó sus ojeras y su palided, y su mandíbula con barba de varios dias. Sólo aquellos ojos Newman-azules le eran familiares, pero se habían vuelto tan fríos y difíciles como la roca bajo sus pies. Se paró delante de él.

– ¿Dónde está Teddy?

Una ráfaga de viento barrió la cantera, levantando el pelo de su frente. Se retiró del coche y se incorporó en toda su altura. De momento él no dijo nada.

Solamente se quedó allí mirándola como si ella fuera un pedazo particularmente asqueroso de desecho humano.

– Sólo he golpeado a dos mujeres en mi vida -finalmente dijo él-.Y a tí no te cuento porque eso fue más una acción refleja ya que tú me golpeaste primero. Pero tengo que decirte que después de averiguar lo que me has hecho, he estado pensando en buscarte y darte una buena zurra.

Ella necesitó toda su fuerza de voluntad para hablar con calma.

– Vamos a ir a algún lugar donde podamos sentarnos y tomar una taza del café mientras hablamos de todo esto.

Su boca se torció en una fea mueca.

– ¿No pensaste en sentarnos y tomar un café hace diez años, después de que supiste que ibas a tener a mi hijo?

– Dallie…

Él levantó la voz.

– ¿No crees que podías haberme llamado por teléfono y haberme dicho, "¡Eh!, Dallie, tenemos un pequeño problema aquí y creo que tal vez deberíamos sentarnos y conversar sobre ello"

Ella enterró sus puños en los bolsillos de su chaqueta y encorvó sus hombros contra la frialdad, intentando no dejarle ver cuanto la asustaba. ¿Dónde estaba el hombre que una vez había sido su amante… con la risa fácil, un hombre divertido por las debilidades humanas, su hablar tibio y suave como miel caliente?

– Quiero ver a Teddy, Dallie. ¿Qué has hecho con él?

– Tiene la misma cara que mi viejo -declaró Dallie con ira-. Una réplica casi exacta de aquel viejo bastardo de Jaycee Beaudine. Jaycee maltrataba mujeres, también. Él era verdaderamente bueno en ello.

Entonces así es como él lo había sabido. Ella gesticuló hacia su coche, decidida a no seguir más en esa oscura cantera y no escuchar nada sobre palizas a mujeres.

– Dallie, vamos a ir…

– ¿No te imaginaste que Teddy pudiera parecerse a Jaycee, verdad? Nunca pensaste que lo reconocería cuando planeaste esta pequeña guerra sucia privada.

– No planeé nada. Y esto no es una guerra. Hice lo que tenía que hacer. Recuerda lo que yo era entonces. No podía volver a tí corriendo y alguna vez tenía que crecer.

– No era solamente tu decisión -dijo él, sus ojos chispeando de cólera-. Y no quiero oír ninguna gilipollez feminista sobre que no tengo ningún derecho porque soy un hombre y tú eres una mujer, y era tu cuerpo. Era de mi cuerpo, también. También me hubiera gustado ver nacer a mi hijo.

Ella continuó al ataque.

– ¿Qué habrías hecho si hubiera ido hace diez años a decirte que estaba embarazada? ¿Estabas casado entonces, recuerdas?

– Casado o no, hubiera visto la manera de cuidar de tí, eso es malditamente seguro.

– ¡Justamente! No quería que cuidaras de mí. Yo no tenía nada, Dallie. Era una pequeña muchacha tonta que pensaba que el mundo había sido inventado para ser su juguete personal. Tuve que aprender como trabajar. Fregué retretes y comía lo que podía encontrar, perdí todo mi orgullo y no podía marcharme antes de poder ganar algo de amor propio. No podía abandonar e ir corriendo a verte. Tener aquel bebé yo sola era algo que tenía que hacer. Era la única manera que podía redimirme.

La expresión de su cara seguía dura, cerrada, y ella estaba enfadada por intentar hacerlo entender.

– Quiero a Teddy conmigo esta noche, Dallie, o voy a la policía.

– Si quisieras ir a la policía, habrías ido ya.

– La única razón por la que he esperado es porque no quiero publicidad para él. Créeme, no lo aplazaré más -ella dio un paso más cerca, determinada a que viera que ella no era impotente-. No me subestimes, Dallie. No creas que soy la misma muchacha tonta que conociste hace diez años.

Dallie no dijo nada en un momento. Él giró su cabeza y miró fijamente a la noche.

– Otra mujer a la que golpeé fue Holly Grace.

– Dallie, no quiero saber…

Movió la mano con rapidez y cogió su brazo.

– Vas a escucharme, porque quiero que entiendas exactamente con que clase de hijo de puta estás tratando. Pegué con mi mano de mierda a Holly Grace después de morir Danny… esa es el tipo de hombre que soy. ¿Y sabes por qué?

– No lo hagas…-ella intentó soltarse, pero sólo consiguió que la agarrara más fuerte.

– ¡Cuando lloraba! Es por eso que la pegué una bofetada. Pegué a aquella mujer porque lloraba después de que su bebé murió.

Sombras ásperas proyectadas por las luces redujeron su cara. Él dejó caer su brazo, pero su expresión permaneció feroz.

– ¿Eso te da una mínima idea de lo qué podría hacerte?

El la engañaba. Ella lo sabía. Lo sentía. De alguna manera, él se había abierto para que ella pudiera mirar dentro de él.

Le había herido y había decidido castigarla. Probablemente querría golpearla… sólo que no tenía corazón para hacerlo. Podía ver eso, también.