Con más claridad de lo que hubiera deseado, finalmente entendió la profundidad de su dolor. Ella lo sintió en cada uno de sus sentidos porque reflejaba el suyo propio. Todo dentro de ella rechazaba la idea de hacer daño a cualquier ser vivo.

Dallie tenía a su hijo, pero él sabía que no sería capaz de mantenerlo por mucho tiempo. Quería golpearla, pero eso iba contra su naturaleza, así pues él buscaba otro modo de castigarla, otro modo de hacerla sufrir.

Ella sintió una frialdad arrastrándose hacía ella. Dallie era listo, y si le daba tiempo para pensar podría encontrar su venganza. Antes de que esto pasara, ella tenía que pararlo. Tanto por su bien, como por el bien de Teddy, no podía dejar que esto fuera más lejos.

– Aprendí hace mucho que la gente que tiene muchos bienes materiales gasta tanta energia en tratar de protegerlos que pierden de vista lo que realmente importa en la vida.

Ella dio un paso adelante, sin tocarlo, lo justo para poder mirarlo a los ojos.

– Tengo una carrera exitosa, Dallie… una cuenta bancaria con siete cifras, una cartera de inversión asegurada. Tengo una casa y ropa hermosa. Llevo pendientes de diamantes en mis orejas. Pero nunca olvido lo que es importante.

Sus manos fueron a sus orejas. Se desabrochó los pendientes y se quitó los diamantes de los lóbulos de las orejas. Los puso en la palma de la mano, frios como cubitos de hielo. Se los enseñó.

Por primera vez él pareció desconcertado.

– ¿Qué haces? No los quiero. ¡No pensarás que los quiero de rescate!

– Lo sé.

Ella hizo rodar los diamantes en su palma. Dejando que la debil luz se reflejara en ellos.

– No soy tus Pantalones de Lujo más, Dallie. Solamente quiero que comprendas cuales son ahora mis prioridades… lo lejos que iría a recuperarlo. Quiero que conozcas contra lo que te enfrentas -su mano se cerró alrededor de los diamantes-. La cosa más importante de mi vida es mi hijo. Por lo que estoy preocupada; todo lo demás es solamente saliva.

Y luego mientras Dallie miraba, la hija de Jack Day "Negro" lo hizo otra vez. Con un movimiento fuerte de su brazo, lanzó sus impecables pendientes de diamantes lejos al lugar más oscuro de la cantera.

Dallie no dijo nada un momento.

Él levantó su pie y descansó su bota sobre el parachoques del coche, mirando fijamente en la dirección que ella había lanzado las piedras y finalmente mirando hacia atrás, a ella.

– Has cambiado, Francie. ¿Sabes eso?

Asintió con la cabeza.

– Teddy no es un muchacho común.

Por la manera en que lo dijo, ella sabía que él no regalaba elogios.

– Teddy es el mejor niño del mundo -contestó ella bruscamente.

– Necesita un padre. La influencia de un hombre para conseguir endurecerlo. Es un muchacho demasiado suave. Lo primero que tienes que hacer es hablarle de mí.

Quiso gritarle, decirle que nunca haría tal cosa, pero vio con una claridad dolorosa que demasiadas personas sabían la verdad como para seguir manteniendo el secreto de su hijo ya. Asintió de mala gana.

– Tienes demasiados años perdidos que compensarme.

– No tengo que compensar nada.

– No voy a desaparecer de su vida -otra vez su gesto se puso duro-. Podemos arreglar esto nosotros, o puedo contratar a uno de esos abogados chupasangres para ponértelo dificil.

– No quiero que hagas daño a Teddy.

– Entonces más vale que lo arreglemos nosotros -él quitó el pie del parachoques, se encaminó hacía la puerta del conductor, la abrió y se montó-. Márchate a la casa. Te lo traeré mañana.

– ¿Mañana? ¡Lo quiero ahora! ¡Esta noche!

– ¿Bien, me temo que eso no es posible, verdad? -dijo mofándose. Y luego cerró de golpe la puerta del coche.

– ¡Dallie!

Corrió hacia él, pero él ya se dirigía fuera de la cantera, sus neumáticos escupiendo grava. Gritó hasta que comprendió lo inutil que era, y corrió a su propio coche.

El motor no le arrancó al principio, y tuvo miedo que hubiera gastado la batería por dejar las luces encendidas.

Cuando finalmente arrancó, Dallie ya había desaparecido. Salió hacía el escarpado camino, ignorando cómo la parte de atrás coleaba. En lo alto, vió los dos débiles puntos rojos en la distancia.

Sus neumáticos chirriaron cuando aceleró. ¡Si no estuviera tan oscuro! Él entró en la carretera y ella corrió después de él.

Durante varios kilómetros, siguió tras él, sin hacer caso al chillido de sus neumáticos cuando aceleraba al salir de las curvas, llevando el coche a velocidades imprudentes cuando la carretera era recta.

Él conocía perfectamente la carretera y ella no, pero rechazó perder terreno.

¡Él no iba a hacerle esto! Ella sabía que le había hecho daño, pero esto no le daba derecho a aterrorizarla. Puso el velocímetro a sesenta y cinco y luego a setenta…

Si él finalmente no hubiera apagado las luces, podría haberlo cogido.

Capítulo 26

Francesca se sentía entumecida cuando volvió a la casa de Dallie. Cuando salió fatigosamente del coche, se encontró pegando de nuevo los añicos y los pedazos del encuentro en la cantera. La mayor parte de los hombres estarían contentos de haberse ahorrado la carga de un niño no deseado. ¿Por qué ella no podía haber escogido a uno de ellos?

– Uh. ¿Señorita Day?

El corazón de Francesca se hundió cuando oyó la voz jóven femenina que venía cerca de los árboles al lado del camino. No esta noche, pensó. No ahora, cuando sentía como si llevara mil kilos sobre sus hombros. ¿Cómo siempre lograban encontrarla?

Incluso antes de que se diera la vuelta en dirección a la voz, sabía que encontraría una cara desesperadamente jóven, resistente y triste, ropa barata indudablemente encabezada por pendientes llamativos.

Hasta sabía la historia que oiría. Pero esta noche no escucharía. Esta noche tenía demasiados problema que nublaban su propia vida para fijarse en la de los demás.

Una muchacha vestida con vaqueros y una chaqueta sucia rosada dio un paso justo al borde de un charco de luz que brillaba débilmente por la ventana de la cocina. Llevaba demasiado maquillaje, y su pelo separado por raya en el centro caía como una puerta de dos batientes sobre su cara.

– Yo… uh… yo te ví antes en la gasolinera. Al principio no creí que fueras tú…uh… tuve noticias por una muchacha que me encontré hace mucho tiempo que…tú sabes… tú podrías, uh…

La vid de los fugitivos. La había seguido de Dallas a San Louis, luego a Los Angeles y Nueva York.

La precedía su reputación como la imbécil más grande del mundo y hasta se había extendido a pequeñas ciudades como Wynette. Francesca pensó en volverse y alejarse. Lo pensó, pero sus pies no se movían.

– ¿Cómo me has encontrado?

– Yo…uh…Yo he preguntado por ahí. Alguien me dijo que quizás estuvieras aquí.

– Díme tu nombre.

– Dora-Doralee -la muchacha levantó el cigarrillo que tenía entre sus dedos y dió una calada.

– ¿Podrías ponerte a la luz para que pueda verte?

Doralee hizo como le pidió, moviendose de mala gana, como si el levantar sus botas de lona rojas requiriera un esfuerzo sobrehumano. No podía tener más de quince años, pensó Francesca, aunque ella insistiera que tenía dieciocho. Acercándose más, estudió la cara de la muchacha.

Sus pupilas no estaban dilatadas; su hablar había sido entrecortado, pero no había pronunciado mal. En Nueva York, si ella sospechaba que una muchacha estaba enganchada con las drogas, la llevaba a los viejos brownstone en Brooklyn controlados por las monjas que estaban especializados en la ayuda a adolescentes adictos.

– ¿Cuánto tiempo hace que no has tenido algo decente para comer?

– Yo como -dijo la muchacha insolentemente.

Chocolatinas, adivinó Francesca. Y pastelitos Styrofoam rellenos con sustancías químicas. A veces los niños de la calle reunían dinero y se atracaban de comida basura. -¿Quieres venir dentro y conversar?

– De acuerdo -la muchacha encogió sus hombros y tiró el cigarrillo hacía el camino.

Cuando Francesca le condujo hacia la puerta de la cocina, pensó que ya podría oír a Holly Grace con voz desdeñosa burlándose de ella: "¡Tú y tus putas adolescentes! Deja al gobierno que cuide a estos niños como se supone que debe hacerlo. Juro por Dios, que no tienes más sentido ahora que el dia que naciste".

Pero Francesca sabía que el gobierno no tenía bastantes refugios para cuidar de todas estas niñas. Ellos simplemente las devolvian con sus padres donde, con frecuencia, los problemas comenzaban una vez más.

La primera vez que Francesca se había implicado con un fugitivo fue en Dallas después de haber hecho uno de sus tempranos programas de televisión. El tema había sido la prostitución infantil, y Francesca había quedado horrorizada ante el poder que los "chulos" ejercían sobre las muchachas, que eran, después de todo, todavía niñas.

Sin saber exactamente como ocurrió, se había encontrado llevando a dos de ellas a su casa y luego atormentando al sistema de asistencia social para que fomentaran casas de acogida para ellas.

El boca a boca había funcionado, y cada pocos meses desde entonces se encontraba con un fugitivo en sus manos.

Primero en Dallas, luego en Los Angeles, después en Nueva York, volvía del trabajo de noche para encontrarse alguien esperándola fuera del edificio, que había oído en las calles que Francesca Day ayudaba a muchachas que estaban en problemas.

Con frecuencia solamente querían comida, otras veces un lugar para ocultarse de sus "chulos". Raras veces hablaban mucho; habían sufrido demasiados rechazos. Ellas solamente se sentaban con los hombros caídos delante de ella como esta muchacha, fumando un cigarrillo o mordiendose las uñas y esperando que Francesca Day estendiera que era su última esperanza.

– Tengo que llamar a tu familia -anunció Francesca mientras calentaba un plato de restos en el microondas y se lo ofreció, con una manzana y un vaso de leche.

– A mi madre le importa una mierda lo que me pase -dijo Doralee, sus hombros cayeron hacía adelante y las puntas de su pelo casi tocaron la mesa.

– Aún así tengo que llamarla -contestó Francesca firmemente. Mientras Doralee empezaba a comer Francesca llamó al número de Nuevo México que la muchacha de mala gana le había dado. Era tal como había dicho. A su madre no le importaba una mierda.

Después que Doralee terminó de comer, comenzó a responder a las preguntas de Francesca. Había estado haciendo autostop cuando vio el coche de Francesca en la estación de servicio pidiendo la dirección de la cantera.

Ella había vivido en las calles de Houston un tiempo y había pasado algún tiempo en Austin. Su "chulo" la golpeba porque no ganaba bastante dinero. Y comenzaba a preocuparse por el SIDA.

Francesca lo había oído tantas veces antes… estas pobres niñas, tristes, salían demasiado jóvenes al mundo. Una hora más tarde, metió a la muchacha en la pequeña cama plegable en el cuarto de costura y luego con cuidado despertó a la Señorita Sybil para contarle lo que había pasado en la cantera.

La Señorita Sybil se quedó con ella durante varias horas hasta que Francesca insistió para que volviera a la cama. Francesca sabía que ella no podría dormir, y volvió a la cocina donde enjuagó los platos sucios de la cena de Doralee y los metió en el lavavajillas.

Forró los cajones de la cocina con papel nuevo que encontró en la alacena. A las dos por la mañana, comenzó a cocer al horno. Algo para hacer que las largas horas de la noche pasaran más rápido.

– ¿Qué es eso de ahí, Skeet? -Teddy saltó en el asiento trasero e indicó la ventana del coche-. ¡Ahí! ¡Esos animales por las colinas!

– Pensé que te había ordenado ponerte el cinturón de seguridad -dijo Dallie detrás del volante-. ¡Joder!, Teddy, no te quiero brincando alrededor así cuando conduzco.Te pones el cinturón de seguridad ahora mismo o paro inmediatamente el coche.

Skeet miró con ceño fruncido a Dallie y luego por encima de su hombro a Teddy, que fruncía el ceño detrás del cuello de Dallie exactamente del mismo modo que Skeet había visto poner a Dallie con la gente que no le gustaba.

– Esas son cabras de angora, Teddy. La gente por aquí las cría para sacar mohair y hacer suéteres de lujo.

Pero Teddy había perdido el interés por las cabras. Se rascaba el cuello y jugueteaba con el final del cinturón de seguridad abierto.

– ¿Te lo has puesto?

– Uh-huh -Teddy aseguró el cinturón tan despacio como se atrevió.

– Sí, señor -reprendió Dallie-. Cuando hables con adultos, dices ' señor 'y' señora '. Solamente porque vives en el Norte no significa que no puedes tener algunos modales. ¿Me entiendes?

– Uh-huh.

Dallie giró hacia el asiento trasero.

– Sí, señor -masculló Teddy ásperamente. Y luego miró hacía Skeet-. Cuanto falta antes de que llegue al sitio dónde está mi mamá?