– Como te dije en la cantera, Francesca… podemos resolver esto nosotros, o podemos dejar a las sanguijuelas hacerlo. Los padres tienen derechos ahora, ¿o tú no lees los periódicos? Y puedes ir olvidándore de salir de aquí en los próximos dias. Necesitamos algún tiempo para arreglar todo esto.
En algún lugar de su subconsciente ella había llegado a la misma conclusión, pero ahora lo miró con incredulidad.
– No tengo ninguna intención de permanecer aquí. Tengo que llevar a Teddy a la escuela. Abandonamos Wynette esta tarde.
– No pienso que eso sea una idea buena, Francie. Tú has tenido sus nueve años. Ahora me debes unos días.
– ¡Lo has secuestrado! No te debo un sangriento…
Él apuñaló el aire con su dedo como un coronel enfadado.
– Si no estás dispuesta a concederme unos dias para intentar llegar a un arreglo, entonces supongo que todo lo que me dijiste en la cantera sobre saber qué es lo importante en la vida era un embuste, verdad?
Su belicosidad la puso furiosa.
– ¿Por qué haces esto? No te preocupa nada sobre Teddy. Solamente usas a un niño para devolverme el golpe por apuñalar tu ego masculino.
– No intentes practicar tu psicología barata conmigo, señorita Pantalones de Lujo -le dijo con frialdad-. Tú no tienes la menor idea de que me preocupa.
Ella levantó la barbilla y lo miró airadamente.
– Todo lo que sé es que has logrado enajenar a un niño a quien le gusta absolutamente todo el mundo sobre todo si son de sexo masculino.
– ¿Sí? -Dallie se mofó-. Bien, eso no es ninguna sorpresa, porque yo nunca vi a un niño con tanta necesidad de la influencia de un hombre en mi vida. ¿Has estado tan ocupada con tu maldita carrera que no podías encontrar unas horas para apuntarle a algún deporte o algo así?
Una rabia helada llenó a Francesca.
– Eres un hijo de puta -silbó. Pasando por delante de él, se dirigió rapidamente hacía la escalera.
– ¡Francie!
No hizo caso a la llamada detrás de ella. Su corazón retumbaba en su pecho, se dijo que era una completa idiota por haber sentido un instante de compasión por él. Llegó arriba y empujó la puerta que conducía al pasillo trasero.
Él podía lanzar a todos los abogados sanguijuelas del mundo sobre ella, se prometió, pero nunca volvería a estar cerca de su hijo otra vez.
– ¡Francie! -oyó sus pasos sobre la escalera, y simplemente aceleró el paso. Pero enseguida la alcanzó, agarrándola del brazo para hacerla detenerse-. Escucha, Francie, no quise decir…
– ¡No me toques!
Intentó quitárselo de encima, pero él la sujetaba, determinado a que no escapara. Ella era vagamente consciente que él intentaba pedir perdón, pero estaba demasiado alterada para escucharlo.
– ¡Francie! -la cogió más firmemente por los hombros y bajó la vista hasta ella-. Lo siento.
Le volvió a empujar.
– ¡Déjame ir! No tenemos nada más que hablar.
Pero él no la soltaba.
– Voy a hacer que me escuches aunque tenga que amordazarte…
Se paró bruscamente cuando, de ninguna parte, un pequeño tornado se lanzó a una de sus piernas.
– Te dije que no tocaras a mi madre…-gritaba Teddy, dando patadas y puñetazos con todas sus fuerzas-. ¡Comadreja babosa! ¡Eres una comadreja babosa!
– ¡Teddy! -gritó Francesca, girando hacia él cuando instintivamente Dallie la soltó.
– ¡Te odio! -gritaba Teddy a Dallie, su cara rubicunda rabiosa, lágrimas bajándole por las mejillas cuando intensificó su ataque-. ¡Te mataré si la haces daño!
– No voy a hacerla daño-dijo Dallie, intentando distanciarse del vuelo de los puños de Teddy-. ¡Teddy! No voy a hacerla daño.
– ¡Para ya, Teddy! -gritó Francesca. Pero su voz era tan chillona que sólo hizo empeorar las cosas. Por un instante, sus ojos se encontraron con los de Dallie. Él parecía exactamente tan desvalido como ella.
– ¡Te odio! ¡Te odio!
– Bien, esto si que es una buena pelea -dijo una voz femenina arrastrando las palabras al final del pasillo.
– ¡Holly Grace! -Teddy dio un empujón a Dallie y corrió hacía uno de los pocos puertos seguros que sabía podía refugiarse en un mundo en el que se sentía cada vez más desorientado.
– ¡Eh!, Teddy -Holly Grace lo estrechó contra ella, ahuecando su pequeña cabeza con cuidado en su pecho. Entonces le dio un consolador abrazo a través de sus hombros estrechos-. Lo estabas haciendo realmente bien, cariño. Dallie es grande, pero tú le estabas dando bien duro.
Francesca y Dallie estallaron al unísono.
– ¿Qué demonios crees que haces, diciéndole algo así?
– ¡Exactamente, Holly Grace!
Holly Grace los miró fijamente por encima de la cabeza de Teddy, observando sus ropas arrugadas y sus rostros enrojecidos. Entonces sacudió la cabeza.
– Maldita sea. Me he perdido la mejor reunión sureña desde la de Sherman en Atlanta.
Capítulo 27
Francesca separó a Teddy de Holly Grace. Con su hijo abrazado al lado, pasó por el pasillo hacia el frente de la casa, con intención de subir arriba, embalar sus cosas, y salir de Wynette para siempre. Pero cuando pasaba por la puerta de la sala de estar, no tuvo más remedio que pararse.
El mundo entero parecía haberse juntado allí para mirar su vida deshacerse. Skeet Cooper se apoyaba en la ventana comiendo un trozo de tarta de chocolate. La Señorita Sybil estaba sentada al lado de Doralee en el canapé.
La señora de la limpieza contratada para ayudar a la Señorita Sybil acababa de entrar por la puerta de la calle. Y Gerry Jaffe andaba hacia adelante y hacia atrás a través de la alfombra.
Francesca se dio la vuelta para preguntar a Holly Grace por la presencia de Gerry sólo para ver que su mejor amiga estaba ocupada poniendo su brazo alrededor de la cintura de Dallie. Si alguna vez se hubiera preguntado de parte de cual de los dos estaría, su actitud protectora hacia Dallie contestaba la pregunta.
– ¿Has tenido que traer al mundo entero contigo?
Holly Grace miró a Francesca y, y descubrió a Gerry por primera vez, pronunciando un juramento que Francesca deseó que Teddy no hubiera oído por casualidad.
Gerry tenía el aspecto de llevar tiempo sin dormir, y él inmediatamente caminó hacia Holly Grace.
– ¿No podías haberme llamado y decirme qué pasaba?
– ¿Llamarte? -gritó Holly Grace-. ¿Por qué debería haberte llamado, y qué demonios estás haciendo aquí?
La señora de la limpieza se tomó su tiempo colgando el abrigo mientras los miraba con curiosidad mal disimulada. Dallie estudiaba a Gerry con una combinación de hostilidad e interés.
Era la única persona además de él que había sido capaz de meter a la bella Holly Grace Beaudine en barrena.
Francesca sintió crecer un dolor fastidioso en sus sienes.
– ¿Qué crees tú que hago aquí? -dijo Gerry-. Llamé a Naomi desde Washington y me contó que Teddy había sido secuestrado y que estabas completamente alterada. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que me quedara en Washington y fingiera que nada pasaba?
La discursión entre Holly Grace y Gerry continuó y luego el teléfono empezó a sonar. Todos, incluyendo a la señora de la limpieza, lo ignoró. Francesca sentía como si se asfixiara. Todo en lo que podía pensar era que tenía que sacar a Teddy de allí.
El teléfono siguió sonando y la señora de la limpieza finalmente comenzó a moverse hacia la cocina para contestar. Holly Grace y Gerry bruscamente callaron en un silencio enfadado.
En aquel momento, Dallie se fijó en Doralee.
– ¿Quien es esta? -preguntó, su tono mostraba poco más que una suave curiosidad.
Skeet sacudió su cabeza y se encogió de hombros.
La Señorita Sybil revolvió en su bolso de lona buscando su labor de punto de cruz.
Holly Grace miró a Francesca con ira indisimulada.
Siguiendo la dirección de la mirada fija de su ex esposa, Dallie giró la cabeza hacia Francesca pidiendo una explicación.
– Su nombre es Doralee -le informó Francesca rígidamente-. Ella necesita un lugar para quedarse temporalmente.
Dallie pensó un momento, y luego asintió en tono agradable.
– Hola, Doralee.
Chispas destellaron en los ojos de Holly Grace y sus labios sonrieron siniestramente.
– ¡No me lo puedo creer! ¿No tienes ya suficientes problemas para buscarte más?
La señora de la limpieza asomó la cabeza por la puerta de la sala de estar.
– Hay una llamada telefónica para la Señorita Day.
Francesca no hizo caso. Aunque su cabeza hubiera comenzado a palpitar en serio, decidió que realmente estaba enfadada con Holly Grace.
– Puedes estar tranquila, Holly Grace Beaudine. Quiero saber que haces tú aquí. Todo esto es bastante horrible como para tenerte también a tí tratando de proteger con tus alas a Dallie como algún tipo de ridícula madre gallina. ¡Él es un hombre ya crecidito! No te necesita para luchar sus batallas. Y seguramente no te necesita para protegerse de mí.
– ¿Tal vez no he venido sólo por él, has pensado en eso? -replicó Holly Grace-. Tal vez no confiaba en que alguno de vosotros tuviera bastante sentido común para manejar esta situación.
– Me he enterado bastante de su sentido común -contestó Francesca con ira-. Estoy harta del oír sobre…
– ¿Qué debo hacer con la llamada telefónica? -preguntó la señora de la limpieza-. El hombre dice que es un príncipe.
– ¡Mamá! -lloró Teddy, rascándose el sarpullido sobre su estómago y fulminando con la mirada a Dallie.
Holly Grace señaló con su dedo puntiagudo hacia Doralee.
– ¡Hay un ejemplo perfecto de lo que hablo! Nunca piensas. Tú solamente…
Doralee se levantó de un salto.
– ¡No tengo que escuchar esta mierda!
– Esto no es realmente tu asunto, Holly Grace -interrumpió Gerry.
– ¡Mamá! -Teddy lloró otra vez-. ¡Mamá, mi sarpullido me pica! ¡Quiero ir a casa!
– ¿Vas a contestar a este muchacho principe o no? -exigió la señora de la limpieza.
Un martillo neumático se encendió dentro del cráneo de Francesca. Quería gritarles a todos que la dejaran sóla.
Su amistad con Holly Grace se derrumbaba ante sus ojos; Doralee parecía lista para atacar; Teddy estaba a punto de llorar.
– Por favor… -dijo. Pero nadie la oyó.
Nadie excepto Dallie.
Él se inclinó hacia Skeet y dijo silenciosamente:
– ¿Puedes sujetar a Teddy? -Skeet asintió y se acercó al muchacho. Las voces enfadadas crecieron más fuerte. Dallie dio un paso adelante y, antes de que nadie pudiera detenerle, levantó a Francesca sobre su hombro. Ella jadeó cuando se encontró boca abajo.
– Lo siento, gente -dijo Dallie-. Pero vais a tener que esperar su vuelta-
Y luego, antes de que nadie reaccionara, la llevó a la puerta.
– ¡Mamá! -chilló Teddy.
Skeet agarró a Teddy antes que pudiera correr detrás de Francesca.
– Ahora no, chico. Esta es la manera que tu mamá y Dallie actúan siempre que estan juntos. Ya puedes ir acostumbrándote.
Francesca cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la ventana del coche de Dallie. Sentía el cristal frio contra su sien. Sabía que debería sentirse honradamente ultrajada, castigar a Dallie por su teatral y arbitraría escena de machito, pero estaba demasiado contenta por alejarse de las exigencias y las voces severas.
Abandonar a Teddy la trastornaba, pero sabía que Holly Grace lo calmaría.
Una melodía de Barry Manilow comenzaba a sonar suavemente en la radio. Dallie se inclinó para cambiar el dial, y luego, mirándola, la apagó. Pasaron varios kilómetros, y ella comenzó a sentirse más tranquila.
Dallie no dijo nada, considerando sus últimas conversaciones, el silencio era relativamente tranquilo. Había olvidado lo tranquilo que podía ser Dallie cuando no hablaba.
Cerró los ojos y se permitió descansar hasta que el coche entró en una senda estrecha que terminaba delante de una casa de piedra de dos pisos. La pequeña casa rústica estaba entre una arboleda de árboles chinaberry con una línea de cedros viejos formando un cortavientos por un lado y una fila de bajas colinas azules a lo lejos. Miró a Dallie cuando aparcó en el patio delantero.
– ¿Dónde estamos?
Él apagó el motor y salió sin contestarla. Ella miró con cautela cuando dió la vuelta al coche y abrió su puerta. Descansando una mano en el techo del coche y la otra en la cima del marco de la puerta, él se inclinó hacia ella.
Cuando miró fijamente a esos refrescantes ojos azules, algo extraño sucedió dentro de ella. Se sentía de repente como una mujer hambrienta que acababa de ver un postre tentador.
Su momento de debilidad sensorial la avergonzó, y frunció el ceño.
– Maldita sea, eres hermosa -dijo Dallie suavemente.
– Ni la mitad de guapa que tú -dijo brusca, determinada a aplastar cualquier tipo de química que pudiera haber entre ellos. -¿Dónde estámos? ¿De quién es esta casa?
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