Al mismo tiempo que había estado intentando sacar a Dallie de su mente, recopilaba esta información.

Aunque jugueteaba pensativamente con las hojas, no se molestó en releer de nuevo lo que había estudiado tan a fondo. Cada artículo, cada llamada telefónica que había hecho, cada información señalaba en la misma dirección. Dallas Beaudine tenía todo el talento para ser un campeón; simplemente parecía no concentrarse lo suficiente. Pensó en lo que Skeet le había dicho y seguía preguntándose que tenía todo esto que ver con Teddy, pero la respuesta seguía eludiéndola.

Stefan estaba en la ciudad y había prometido ir con él a una fiesta privada en el Costa Vasca aquella noche. Durante varias veces esa tarde, había pensado en cancelarla, pero sabía que eso sería una cobardía.

Stefan quería algo de ella que ahora entendía nunca le podría dar, y no era justo posponer decírselo de una vez.

Stefan había ido a Nueva York dos veces ya desde que ella había vuelto de Wynette, y lo había visto ambas veces. Él sabía sobre el secuestro de Teddy, desde luego, por lo que se había visto obligada a contarle lo que había pasado en Wynette, aunque hubiera omitido darle detalles sobre Dallie.

Estudió la fotografía de Teddy sobre su escritorio. Estaba flotando sobre un neumático Flintstone, sus piernas pequeñas, flacas brillando con el agua. Si Dallie no quería ponerse en contacto con ella otra vez, al menos debería haber hecho alguna tentativa de ponerse en contacto con Teddy.

Ella se sentía triste y desilusionada. Había pensado que Dallie era mejor persona de lo que había resultado ser. Mientras se dirigía a casa esa tarde, se dijo que tenía que aceptar el hecho, que había cometido un error gigantesco y mejor sería olvidarse de ello.

Antes de comenzar a vestirse para su cita con Stefan, se sentó con Teddy mientras tomaba su cena y pensó lo despreocupada que estaba dos meses antes. Ahora se sentía como si llevaba todos los problemas del mundo sobre sus hombros. Nunca debería haber pasado aquella tórrida noche con Dallie, se preparaba para herir a Stefan, y Network muy bien podría despedirla.

Se sentía demasiado miserable para animar a Holly Grace, y estaba terriblemente preocupada por Teddy. Él estaba tan retraído y era tan obviamente infeliz… Nunca hablaba de lo que había pasado en Wynette, y se resistía con todas sus fuerzas de hablarle de sus problemas en la escuela.

– ¿Cómo han ido las cosas entre la señorita Pearson y tú hoy?

Le preguntó de forma casual, mientras le miraba esconder con el tenedor los guisantes debajo de su patata al horno.

– Bien, supongo.

– ¿Solamente bien?

Echó hacía atras la silla, se levantó de la mesa y limpió su plato.

– Tengo unos deberes que hacer. Y ya no tengo más hambre.

Ella frunció el ceño cuando él abandonó la cocina. Lamentaba que la profesora de Teddy fuera tan rígida e intransigente.

A diferencia de los antiguos profesores de Teddy, la señorita Pearson parecía más preocupada por las notas que por el estudio, una actitud que Francesca creía era desastrosa trabajando con niños dotados.

Teddy nunca se había preocupado de sus notas hasta este año, pero ahora parecía ser todo en lo que podía pensar.

Mientras se ponía un vestido bordado con cuentas de Armani para su cita con Stefan, decidió programar otra cita con el director de la escuela.


* * *

La fiesta en el Costa Vasca estaba animada, con una maravillosa comida y un gran número de caras famosas en la muchedumbre, pero Francesca estaba demasiado distraída como para disfrutar de ella.

Un grupo de paparazzis esperaba cuando Stefan y ella salieron del restaurante después de medianoche. Se subió el cuello de piel de su abrigo alrededor de su barbilla y miró a las luces intermitentes de los estroboscopios.

– Chupa tintas -refunfuñó.

– Esa no es exactamente una opinión politicamente correcta, querida -contestó Stefan, conduciéndola hacía su limusina.

– Este circo de medios de comunicación ha sucedido a causa de este abrigo -se quejó después de que la limusina se hubo internado en el tráfico de la calle Cincuenta y Cinco este-. La prensa casi nunca te molesta. Es a mí. Si hubiera llevado mi viejo impermeable… le habló sobre el abrigo de marta mientras intentaba encontrar el coraje suficiente para decirle lo que tenía en mente sin hacerle daño.

Finalmente se calló y se permitió pensar en los viejos recuerdos que la habían perseguido esa tarde, sobre su niñez, Chloe, Dallie… Stefan seguía mirándola, al parecer absorto en sus propios pensamientos. Cuando la limusina pasó rápidamente Cartier, decidió que no podía aplazarlo más, y tocó su brazo. -¿Te importaría que paseáramos un poco?

Era pasada la medianoche, una noche fría de febrero, y Stefan la miró inquietamente, como si sospechara lo que vendría, pero ordenó al chofer que parara de todos modos. Cuando pusieron un pie en la acera, una cabina de cabriolé pasaba, con el ruido de los cascos del caballo rítmicos sobre el pavimento. Comenzaron a andar juntos hacía la Quinta Avenida, provocando nubes de humo con el aliento.

– Stefan -dijo ella, descansando su mejilla durante un momento breve contra la manga fina de lana de su sobretodo-. Sé que buscas una mujer para compartir tu vida, pero me temo que no puedo ser yo.

Lo oyó contener el aliento, y luego expulsarlo.

– Estás muy cansada esta noche, querida. Quizás esta conversación debería esperar.

– Pienso que ya he esperado mucho tiempo -dijo con cuidado.

Ella habló durante algún tiempo, y al final pudo ver que él estaba dolido, pero quizás no tanto como había temido.

Sospechaba que en alguna parte dentro de él, siempre supo que ella no era la mujer adecuada para ser su princesa.


* * *

Dallie llamó a Francesca el día siguiente a la oficina. Él comenzó la conversación sin preámbulos, como si se hubieran visto ayer, no hace ya seis semanas y no se hubieran separado con bronca.

– ¡Eh!, Francie, tienes a la mitad de Wynette deseando lincharte.

Ella tuvo una visión repentina de todas aquellas gloriosas rabietas que sólia tener en su juventud, pero mantuvo la voz tranquila y ocasional, aun cuando su espalda estaba rígida con la tensión.

– ¿Por alguna razón en particular? -preguntó.

– Por la manera que trataste al ministro la semana pasada, fue una auténtica verguenza. La gente aquí toma a sus evangelistas en serio, y Johnny Platt es uno de los favoritos.

– Es un charlatán -contestó, tan calmada como pudo, clavándose las uñas en la palma de la mano. ¿Por qué no podía Dallie decirle simplemente lo que tenía en mente? ¿Por qué tenía que hacer esos complicados rituales de camuflaje?

– Tal vez, pero ahora todos están enganchados a ' la Isla de Gilligan ', a pesar de ser repeticiones, y a nadie le importaría que tu programa fuera cancelado.

Hizo una pausa corta, pensativa.

– ¿Díme algo, Francie, y por favor, díme la verdad, con Gilligan y sus compinches de naúfragos en esa isla tanto tiempo, cómo es que esas mujeres nunca se quedan sin sombra de ojos? ¿Ni papel higiénico? ¿Crees que el capitán y Gilligan han usados plátanos todo este tiempo?

Ella quiso gritarle, pero rechazó darle esa satisfacción.

– Tengo una reunión, Dallie. ¿Quieres hablarme de algo en particular?

– En realidad, vuelo la semana que viene a Nueva York para encontrarme con los muchachos de Network otra vez, y pensé que podía visitarte sobre las siete el martes por la noche para decir ¡hola! a Teddy y tal vez llevarte a cenar.

– No puedo -dijo ella con frialdad, el resentimiento escapando por cada uno de sus poros.

– Sólo para cenar, Francie. No tienes que hacer un gran drama de ello.

Si él no decía lo que tenía en mente, lo haría ella.

– No quiero verte, Dallie. Tuviste tu posibilidad, y la dejaste escapar.

Hubo un largo silencio. Intentó colgar, pero no pudo coordinar el movimiento para hacerlo. Cuando Dallie finalmente habló, su tono fácil se había esfumado. Parecía cansado y preocupado.

– Siento mucho no haberte llamado antes, Francie. Necesitaba tiempo.

– Y ahora lo necesito yo.

– Bien -dijo él despacio. -Solamente déjame visitar y ver a Teddy, entonces.

– No creo.

– Tengo que comenzar a fijar cosas con él, Francie. Me portaré bien. Sólo unos cuantos minutos.

Ella se había endurecido durante los años; había tenido que hacerlo. Pero ahora cuando necesitaba esa dureza, todo lo que podía hacer era visualizan a un pequeño muchacho empujando guisantes bajo su patata al horno.

– Unicamente unos minutos -concedió.- Eso es todo.

– ¡Grande! -pareció tan exúltante como un adolescente-. Esto es realmente grande, Francie

Y luego dijo rápidamente.

– Después de estar con Teddy, te llevaré a cenar.

Y antes de que ella pudiera abrir la boca, colgó.

Reposó la cabeza sobre el escritorio y gimió. Ella no tenía una espina; tenía un espagueti recocido.

Cuando el portero le avisó el martes por la tarde anunciando la llegada de Dallie, Francesca era una ruina nerviosa.

Se había probado gran parte de sus trajes más conservadores antes de decidirse traviesamente por el más salvaje… un conjunto nuevo, un bustier de seda verde menta junto con una minifalda de terciopelo esmeralda. Los colores hacian más profundo el verde de sus ojos y, en su imaginación al menos, hacían su mirada más peligrosa. El hecho de que ella probablemente se estaba arreglando demasiado para pasar una tarde con Dallie no la disuadió.

Incluso aunque sospechaba que terminarían en alguna sordida taberna con vajilla de plástico, esta era todavía su ciudad y Dallie tendría que conformarse.

Después de ahuecar el pelo en el desorden ocasional, se puso unos pendientes de cristal de Tina Chow con collar a juego alrededor de su cuello. Aunque tenía más fe en sus propios poderes que en los collares místicos de Tina Chow, pensó que no podía pasar por alto nada que la ayudara a sobrellevar esa dificil tarde.

Sabía que no tenía que ir a cenar con Dallie si no quería, incluso podía marcharse antes que él llegara, pero quería verlo otra vez.

Era así de simple.

Oyó a Consuelo abrir la puerta de la calle, y casi saltó fuera de su piel. Se obligó a esperar en su habitación durante unos minutos hasta que se tranquilizó, pero sólo consiguió ponerse aún más nerviosa, por lo tanto salió hacía la sala para saludarlo.

Él llevaba un paquete envuelto y estaba apoyado en la chimenea admirando el cuadro del dinosaurio rojo que estaba encima. Se dio la vuelta ante el sonido de sus pasos y la miró fijamente.

Ella admiró su bien cortado traje gris, camisa de etiqueta con puños franceses, y corbata azul oscuro. Nunca lo había visto con traje, e inconscientemente se encontró esperándo que comenzara a tocarse el cuello y se desanudara la corbata. No hizo nada de eso.

Sus ojos se posaron en la pequeña minifalda aterciopelada, el bustier de satén verde, y sacudió la cabeza con admiración.

– Maldita sea, Francie, te ves mejor con ropa de puta que cualquier otra mujer que conozco.

Ella quiso reírse, pero pareció más prudente recurrir al sarcasmo.

– Si me surgen de nuevo mis antiguos aires de vanidad, recuérdame pasar cinco minutos en tu compañía.

Él sonrió abiertamente, luego caminó hacía ella y acarició sus labios con un beso ligero que sabía vagamente a goma de mascar. La piel del cuello se le puso con carne de gallina. Mirándola directamente a los ojos, él dijo.

– Eres la mujer más hermosa del mundo, y lo sabes.

Ella se movió rápidamente para poner distancia con él. Él comenzó a mirar alrededor de la sala de estar, su mirada vagando desde el puf de vinilo naranja de Teddy hasta un espejo Louis XVI.

– Me gusta este sitio. Es realmente acogedor.

– Gracias -contestó rígidamente, todavía intentando hacerse a la idea de que estaban cara a cara otra vez y que él parecía mucho más a gusto que ella. ¿Qué se iban a decir al uno al otro esta noche? No tenían absolutamente nada de que hablar que no fuera potencialmente polémico, embarazoso, o emocionalmente explosivo.

– ¿Está Teddy por aquí? -pasó el paquete envuelto de una mano a la otra.

– Está en su habitación -no vio necesarío decirle que Teddy se había recluido en su cuarto cuando supo que Dallie venía.

– ¿Podrías decirle que salga unos minutos?

– Yo…dudo que quiera salir.

Una sombra pasó por su cara.

– Entonces simplemente muéstrame dónde está su habitación.

Ella vaciló un momento, luego asintió y le condujo por el pasillo. Teddy estaba sentado en su escritorio, empujando ociosamente un jeep de G.I. Joe hacia adelante y hacia atrás.

– ¿Qué quieres? -preguntó, cuando se giró y vio a Dallie de pie detrás de Francesca.