El Christina tenía nueve compartimentos, cada uno con su propio espacio elaboradamente decorado y áreas de dormitorio así como un baño rosa de mármol que Chloe catalogó "en la frontera entre lo opulento y lo hortera".
Los compartimentos llevaban los nombres de islas griegas, que estaba escrito en un opulento medallón de pan de oro aherido a las puertas. El Señor Winston Churchill y su esposa Clementine, frecuentes huéspedes del Christina, ya se había retirado por la noche en su camarote, Corfú. Francesca pasó por el, y fue en busca de su isla particular… Lesbos.
Chloe se había reído cuando las habían asignado en Lesbos, diciéndole a Francesca que varios hombres de la docena que había no creían demasiado apropiada la elección. Cuándo Francesca había preguntado por qué, Chloe le había dicho que ella era demasiado joven para entenderlo.
Francesca odiaba cuándo Chloe la contestaba de esa manera, asi que había escondido la cajita de plástico azul que contenía el Diu de su madre, su objeto más precioso le había dicho su madre una vez, aunque Francesca no podia entender realmente por qué.
No lo había devuelto,… no hasta que Giancarlo Morandi la había sacado de sus lecciones cuando Chloe no miraba y la amenazó con tirarla por la borda y permitir que los tiburones se comieran sus ojos a no ser que le dijera dónde lo había puesto. Desde entonces Francesca odiaba a Giancarlo Morandi y trataba de permanecer muy lejos de él.
En el momento en que llegó a Lesbos, Francesca oyó la puerta de Rodas que se abría. Levantó la mirada y vio a Evan Varian caminando por el pasillo, y sonrió en su dirección, permitiendo verle sus dientes bonitos y rectos y el par idéntico de hoyuelos de las mejillas.
– Hola, princesa -dijo, hablando en el tono grave que utilizaba cuando hacía de oficial de contraespionaje, el pícaro John Bullett en la película estrenada recientemente y fenomenalmente exitosa de espía de Bullett, o apareciendo como Hamlet en el Old Vic.
A pesar de su aspecto de hijo de una maestra irlandesa y un albañil galés, Varian tenía las características finas de un aristócrata inglés y el corte de pelo casualmente largo de un dandy de Oxford.
Llevaba una camisa polo color lavanda con una chalina de cachemira y pantalones blancos. Pero lo más importante para Francesca, llevaba una pipa… una maravillosa pipa de padre de madera jaspeada.
– No estás levantada muy tarde? -preguntó.
– Me acuesto tan tarde todos los dias -contestó ella, con un pequeño movimiento de cabello y toda la presunción que pudo congregar-. Sólo los bebés se acuestan temprano.
– Ah, ya veo. Y tú definitivamente no eres un bebé. ¿Sales furtivamente a encontrarte con tu admirador secreto, tal vez?
– No, tonto. Mi mamá me despertó para que subiera a hacer el número del caviar.
– Ah, sí, el número del caviar -El aplastó el tabaco en el tazón de su pipa con el pulgar-. ¿Te tapó los ojos para hacer la prueba del sabor esta vez o fue una identificación sencilla con la vista?
– Simplemente con la vista. No me tapa los ojos con un pañuelo ya, porque la última vez monté un pequeño escándalo -ella vio que él se preparaba para marcharse, y actuó rápidamente-. ¿No crees que mi mamá estaba terriblemente hermosa esta noche?
– Tu mamá siempre está hermosa -cogió un puñado de tabaco y lo metió en la pipa.
– Cecil Beaton dice que ella es una de las mujeres más hermosas de Europa. Su figura es casi perfecta, y por supuesto es una anfitriona maravillosa -Francesca estaba buscando algo en su mente que lo impresionara-. ¿Sabes que mi madre hizo el curry sin haber leido nada ni saber como hacerlo?
– Un golpe legendario, princesa, pero antes de que sigas enumerándome las virtudes de tu mamá, no olvides que nosotros nos despreciamos el uno al otro.
– Bah, ella le querrá si yo se lo digo. Mi mamá no me niega nada.
– Estoy advertido -observó él secamente-. Sin embargo, incluso aunque lograras cambiar la opinión de tu madre, que pienso es muy poco probable, no cambiarías la mia, así que me temo que tendrás que lanzar las redes para pescar un padre en otra parte. Y tengo que añadir que sólo de pensar que me pongo los grilletes para soportar los ataques neuróticos de Chloe me estremezco.
Nada estaba saliendo como Francesca quería esa noche, y habló malhumoradamente.
– ¡Pero tengo miedo que ella se case con Giancarlo, y si lo hace, todo será un desastre! Él es una mierda terrible, y yo lo odio.
– Dios, Francesca, utilizas un vocabulario espantoso para una niña. Chloe te debería zurrar.
Las nubes de la tempestad llegaron a sus ojos.
– ¡Pero que bestialidad acabas de decir! ¡Pienso que tú eres una mierda, también!
Varian tiró de las perneras de sus pantalones para no arrugarlos cuando se arrodilló al lado de ella.
– Francesca, mi querubín, tienes que sentirte contenta de que yo no sea tu padre, porque si lo fuera, te encerraría en un armario oscuro y no te sacaría hasta que estuvieras momificada.
Unas lágrimas genuinas salieron de los ojos de Francesca.
– Yo te odio -lloraba cuando le dió una patada en la espinilla. Varian se levantó con un gruñido.
La puerta de Corfú se abrió de repente.
– ¡Es demasiado pedir que a un hombre viejo le permitan dormir en paz! -el gruñido del Señor Winston Churchill llenó el corredor-. ¿Podría realizar usted sus negocios en otra parte, Sr. Varian? ¡Y usted, señorita, vayase a la cama inmediatamente o nuestro juego de naipes está anulado para mañana!
Francesca correteó hacía Lesbos sin una palabra de protesta. Si no podía tener un papá, por lo menos podía tener un abuelo.
Cuando los años pasaron, los enredos románticos de Chloe seguían tan complejos que aún Francesca aceptó el hecho de que su madre nunca se decidiría por un hombre para sentar cabeza.
Ella se forzó en considerar la falta de padre como una ventaja. Tenía suficientes adultos pendientes de su vida, pensaba, y ciertamente no necesitaba a más diciéndole a todas horas que hacer o no hacer, especialmente cuando comenzó a llamar la atención de una pandilla de chicos adolescentes. Siempre tropezaban entre ellos cuando ella andaba cerca, y sus voces tartamudeaban cuando hablaban con ella.
Ella les dedicaba sonrisas suaves y malvadas y apenas los miraba se ruborizaban, y con ellos practicaba todas las artimañas coquetas que había visto usar a Chloe… la risa generosa, la inclinación elegante de la cabeza, las miradas de soslayo. Cada una de ellas sumamente trabajada.
La Edad del Pavo había encontrado a su princesa. Las ropas de niña de Francesca cedieron el paso a vestidos campesinos con chales de cachemira y con cuentas ensartadas con hilos de seda.
Se rizó el pelo, se perforó las orejas, y tenía una habilidad asombrosa para ampliar sus ojos hasta que parecían llenar su cara. Su altura apenas le llegaba a las cejas a su madre, cuando, para su desilusión dejó de crecer.
Pero a diferencia de Chloe, que tenía todavía los restos de un niña gordita profundamente dentro de ella, Francesca nunca tuvo ninguna razón para dudar de su propia belleza.
Simplemente existía, eso era todo… era como el aire, la luz y el agua. ¡De igual manera que María Quant, por amor de Dios! Cuando cumplió diecisiete, la hija de Jack Day "Negro" había llegado a ser una leyenda.
Evan Varian entró de nuevo en su vida en el club Annabel. Ella y su acompañante salían para ir a la Torre Blanca para el baklava, y acaban de andar por el cristal que delimitaba la discoteca del restaurante del Annabel.
Incluso en la atmósfera resueltamente de moda de Londres y del club más fashion, el traje escarlata de terciopelo, con anchas hombreras llamaba inevitablemente la atención, especialmente porque había desechado llevar blusa debajo y la V profunda y abierta de la chaqueta, y la insinuación de sus pechos de diecisiete años se curvaban atractivamente en el punto en que las solapas se unían.
El efecto se hacía aún más impactante debido a su peinado corto a lo Twiggy, que le hacía parecer la colegiala más erótica de Londres.
– Bien, pero si es mi pequeña princesa.
La sonora voz de tonos perfectos llegó a su oido desde la distancia casi del Teatro Nacional.
– Parece que finalmente has crecido, y estas preparada para comerte el mundo.
Menos cuando le veía en las películas de espías de Bullett, no había vuelto a ver a Evan Varian en años. Ahora, cuando se dió la vuelta para mirarlo, sentía como si se enfrentara a su presencia en la pantalla.
Él llevaba la misma clase de traje inmaculado de Savile Row, el mismo estilo de camisa azul pálido de seda y zapatos italianos hechos a mano. Unas hebras de plata se veían en sus sienes que no estaban en su último encuentro en el Christina, pero ahora su corte de pelo era mucho más conservador, hecho por un experto a navaja.
Su acompañante de esa tarde, un baronet en casa por las vacaciones de Eton, de repente le parecía tan joven como un ternero lechal.
– Hola, Evan -dijo, lanzándole a Varian una sonrisa que logró ser al mismo tiempo altanera y hechicera.
El ignoró la impaciencia obvia de la rubia modelo que le agarraba del brazo cuando inspeccionó el traje pantalón escarlata de terciopelo de Francesca.
– Francesca pequeña. La última vez que nos vimos, no llevabas tanta ropa. Según recuerdo, sólo llevabas un camisón.
Otras chicas se podrían haber ruborizado, pero otras chicas no tenían la insondable confianza en sí misma de Francesca.
– ¿De verdad? Lo he olvidado. Gracias por recordarlo.
Y entonces, porque había decidido llamar la atención adulta del sofisticado Evan Varian, pidió a su escolta que la acompañara lejos de allí.
Varian la llamó al día siguiente y la invitó a cenar con él.
– Ciertamente no -gritó Chloe, levantándose de un salto desde su posición de loto en el centro de la alfombra del salón donde se dedicaba a la meditación dos veces al día, menos en lunes alternos cuando iba a depilarse las piernas con cera-. Evan es más de veinte años mayor que tú, y es un notorio playboy. ¡Mi Dios, él ya ha tenido cuatro esposas! Absolutamente no te veré relacionada con él.
Francesca suspiró y se estiró.
– Lo siento, madre, pero es más bien un hecho consumado. Lo siento.
– Sé razonable, querida. El es suficientemente viejo para ser tu padre.
– ¿Fue alguna vez tu amante?
– Por supuesto que no. Sabes que nosotros nunca nos llevamos bien.
– Entonces no veo qué objeción puedes tener.
Chloe suplicó e imploró, pero Francesca no se echó atrás. Se había cansado de que la trataran como a una niña. Estaba lista para la aventura adulta… la aventura sexual.
Hacía unos pocos meses que había conseguido que Chloe la llevara al médico para recetarle las pastillas anticonceptivas.
Al principio Chloe había protestado, pero había cambiado de opinión rápidamente cuando la había visto abrazarse torridamente con un joven que metía la mano por debajo de su falda.
Desde entonces, una de esas píldoras aparecian en la bandeja del desayuno de Francesca cada mañana para ser tomada con gran ceremonia.
Francesca no le había dicho a nadie que por ahora esas pildoras eran innecesarias, ni loca le diría a nadie que seguía siendo virgen. Todos sus amigos hablaban con tan poca sinceridad acerca de sus experiencias sexuales que ella se aterrorizó de que se enteraran que mentía cuando contaba las suyas. Si descubrían que seguía siendo una niña, estaba segurísima que perdería su posición como el miembro más de moda del círculo más joven a la moda de Londres.
Con su terca determinación, redujo su sexualidad juvenil a un asunto sencillo de posición social. Era más fácil para ella de esa manera, pues la posición social era algo que ella entendía, mientras la soledad producida por su niñez anormal, la necesidad del dolor para alguna conexión profunda con otro ser humano, sólo la desorientaba.
Sin embargo, a pesar de su determinación para perder su virginidad, había encontrado un tropiezo inesperado. Como toda su vida había estado rodeada de adultos, no se sentía exactamente comoda con esos chicos que estaban a su alrededor y la seguían como perrillos falderos.
Ella consideraba que para practicar el sexo, debía existir una especie de confianza, y no se veía confiando en esos chicos jóvenes e inexpertos. Vió una respuesta a su problema, cuando sus ojos se fijaron en Evan Varian en el Annabel. ¿Quién mejor que un hombre de mundo, experimentado para llevarla en esa iniciación de la sexualidad? No vio ningúna conexión entre su elección de Evan para ser su primer amante y su elección de él, años atrás, para ser su padre.
Ignoró las protestas de Chloe, y Francesca aceptó la invitación de Evan para cenar en Mirabelle el fin de semana siguiente. Se sentaron en una mesa cerca de uno de los invernaderos pequeños donde crecían las flores frescas del restaurante y cenaron cordero relleno de trufas. El le tocaba los dedos, la escuchaba atentamente siempre que ella hablaba, y dijo que era la mujer más hermosa de la estancia.
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