Y Teddy seguía siendo un problema.
Ella presentía que cuanto más intentaba Dallie ganárselo, más tenso y nervioso se ponía su hijo… como si temiera ser él mismo. Sus excursiones terminaban con demasiada frecuencia en desastre, pues Teddy se portaba mal y Dallie le regañaba.
Aunque odiaba admitirlo, a veces se sentía aliviada cuando Teddy tenía otros planes y Dallie y ella podían pasar el tiempo juntos.
Un domingo de abril por la tarde, Francesca invitó a Holly Grace a casa para ver juntas el final de un torneo de golf de los más importantes del año. Para su placer, Dallie estaba a sólo dos golpes del lider. Holly Grace estaba convencida que si ganaba por fín algún torneo importante, se olvidaría de ser comentarista en el Clásico estadounidense.
– Lo echará a perder -dijo Teddy cuando entró en el cuarto y se sentó en el suelo delante de la televisión-. Siempre lo hace.
– Esta vez no -dijo Francesca, irritada con su actitud de "sabelotodo"-. Esta vez va a ser distinto.
Más le valía hacerlo, pensó ella. La noche anterior por teléfono, ella le había prometido una variedad de recompensas eróticas si ganaba hoy.
– ¿Desde cuando eres tan aficionada al golf? -le había preguntado él.
Ella no tenía ninguna intención de contarle las interminables horas que se había pasado repasando cada detalle de su carrera profesional, o las semanas que había gastado mirando cintas de video de sus viejos torneos mientras intentaba encontrar la llave del cofre de los secretos de Dallie Beaudine.
– Me hice una admiradora después de ver un dia a Seve Ballesteros -había contestado airosamente, mientras se recostaba en las almohadas de satén sobre su cama y apoyaba el receptor en el hombro-. Es tan magnífico. ¿Crees que podrías arreglarlo para presentármelo?
Dallie había resoplado ante su referencia al guapo jugador español que era uno de los mejores golfistas profesionales del mundo.
– Sigue hablando así y lo arreglaré, bien. Olvidáte mañana del viejo Seve y mantén los ojos fijos en el chico genuinamente americano.
Ahora miraba al chico típicamente americano, y definitivamente le gustaba lo que veía. Hizo el par en los hoyos 14 y 15 y luego un birdie en el 16. El líder cambió y Dallie se puso a un sólo golpe. La cámara enfocó a Dallie y Skeet caminando hacia el hoyo 17 y cortaron para ofrecer anuncios de Merill Lynch.
Teddy se levantó desde su sitio delante de la televisión y desapareció en su dormitorio. Francesca sacó un plato de queso y galletas, pero tanto ella como Holly Grace estaban demasiado nerviosas para comer.
– Él va a hacerlo -dijo Holly Grace por quinta vez-. Cuando hablé con él anoche, me dijo que tenía muy buenas sensaciones.
– Estoy contenta que hayais superado vuestras diferencías y os hableís otra vez -comentó Francesca.
– Ah, ya nos conoces a Dallie y a mí. No podemos estar enfadados mucho tiempo.
Teddy volvió del dormitorio llevando sus botas camperas y una sudadera azul marino que le tapaba las caderas.
– ¿En dónde por amor de Dios conseguiste esa cosa horrible? -miró al motorista baboso y la inscripción en letras naranjas con aversión.
– Me la han regalado -murmuró Teddy, haciendo plaf de nuevo al sentarse sobre la alfombra.
Entonces esta era la famosa y misteriosa sudadera de la que los había oído hablar. Miró pensativamente a la pantalla de televisión, que mostraba a Dallie preparado para golpear a la pelota en el green del 17, y luego a Teddy.
– Me gusta -dijo.
Teddy empujó las gafas sobre su nariz, toda su atención sobre el torneo.
– Va a fallar.
– No digas eso – dijo enfadada Francesca.
Holly Grace miró atentamente a la pantalla.
– Tiene que conseguir llevar la bola más allá del bunker, hacia el lado izquierdo de la calle. Eso le dará una visión perfecta de la bandera.
Pat Summerall, el comentarista de la CBS, hablaba en la pantalla con su compañero Ken Venturi.
– ¿Qué piensas, Ken? ¿Beaudine va a ser capaz de mantener la tensión más de dos hoyos?
– No sé, Pat. Dallie ha jugado realmente bien hoy, pero ahora es cuando empezará a notar la presión, y nunca juega su mejor golf en estos torneos grandes.
Francesca contuvo el aliento cuando Dallie golpeó la bola, y luego Pat Summerall dijo siniestramente.
– No parece que le haya gustado mucho el golpe.
– Va a caer muy cerca del bunker a la izquierda de la calle -observó Venturi.
– Ah, no -gritó Francesca, los dedos fuertemente cruzados mientras veía volar la pequeña pelota.
– ¡Joder!, Dallie! -chilló Holly Grace a la televisión.
La pelota caída del cielo se enterraba firmemente en la arena del bunker a la izquierda de la calle.
– Os dije que fallaría -dijo Teddy.
Capítulo 31
Dallie tenía una vista excelente de Central Park desde su habitación de hotel, pero con impaciencia se alejó de la ventana y comenzó pasearse de un lado para otro. Había intentado leer en el avión de camino al JFK, pero había encontrado que nada mantenía su atención, y ahora que había llegado a su hotel sentía claustrofobía.
Otra vez había tirado por la borda una posible victoria. Pensar en Francesca y Teddy mirándolo fallar por televisión era algo que no podía soportar.
Pero la pérdida del torneo no era todo lo que le molestaba. No importaba con la fuerza que intentaba distraerse, no podía dejar de pensar en Holly Grace. Habían vuelto a hablarse desde la pelea en Wynnette y ella no había vuelto a mencionar nada sobre utilizarlo como semental otra vez, pero aparte del valor que había mostrado, no le gustaba nada ese asunto. Cuanto más pensaba en lo que le había sucedido, más ganas tenía de aplastarle la cara a Gerry Jaffe.
Intentó olvidarse de los problemas de Holly Grace, pero una idea había estado fraguándose en su mente desde que había subido al avión, y ahora se encontró recogiendo la hoja de papel que tenía la dirección de Jaffe.
Se la había dado Naomi Perlman hacía menos de una hora, y desde entonces había estado intentando decidir si lo usaba o no. Echando un vistazo a su reloj, vio que eran ya las siete y media. Había quedado en recoger a Francie a las nueve para ir a cenar. Estaba cansado y dolorido, con un humor irrazonable, y seguramente en malas condiciones para intentar arreglar los problemas de Holly Grace.
De todos modos se encontró metiendo la dirección de Jaffe en el bolsillo de su abrigo azul marino y dirigiéndose abajo al vestíbulo para pedir un taxi.
Jaffe vivía en un edificio de apartamentos no lejos de las Naciones Unidas. Dallie pagó al conductor y comenzó a andar hacia la entrada, sólo para ver a Gerry salir por la puerta de la calle.
Gerry lo descubrió inmediatamente, y Dallie podía asegurar por la expresión de su cara que él había recibido mejores sorpresas en su vida. De todos modos él le saludó con cortesía.
– ¡Hola! Beaudine.
– Bien, si es el mejor amigo de Rusia -contestó Dallie.
Gerry bajó la mano que había extendido para saludarle.
– Eso está empezando a cansarme.
– Eres un auténtico bastardo, ¿lo sabes, no? -dijo Dallie lentamente, no viendo ninguna necesidad de sutilezas.
Gerry tenía un carácter caliente como el suyo, pero logró dar la espalda a Dallie y comenzó a alejarse hacía abajo por la calle.
Dallie, sin embargo, no tenía ninguna intención de dejar que se escapara tan fácilmente, no cuando la felicidad de Holly Grace estaba en juego. Por alguna e inexplicable razón ella quería a este tipo, y él justamente haría lo posible para que lo tuviera.
Él comenzó a avanzar y pronto se puso al lado de Gerry. Estaba oscureciendo y había pocas personas por la calle. Los cubos de basura se apilaban en los bordes. Pasaron por ventanas cubiertas de rejas de una panadería y una joyería.
Gerry ralentizó el paso.
– ¿Por qué no te vas a jugar con tus pelotas de golf?
– En realidad, solamente quería tener una pequeña charla contigo antes de ir a ver a Holly Grace -era mentira. Dallie no tenía ninguna intención de ver a Holly Grace aquella noche-. ¿Quieres que la salude de tu parte?
Gerry dejó de andar. La luz de una farola caía sobre su cara.
– Quiero que te alejes de Holly Grace.
Dallie todavía tenía la derrota de ayer en su mente, y no estaba de humor para cortesias, y se lanzó directo a matar, sin misericordía.
– Eso será verdaderamente dificil de hacer. Es completamente imposible dejar a una mujer embarazada si no estás con ella para realizar el trabajo.
Los ojos de Gerry se volvieron más negros. Su mano salió disparada y le agarró la pechera de su abrigo.
– Dime ahora mismo de qué estás hablando.
– Ella está determinada a tener un bebé, es todo -dijo Dallie, no haciendo ninguna tentativa de soltarse-. Y sólo uno de nosotros parece ser suficientemente hombre para lograrlo.
La piel olivácea de Gerry palideció cuando liberó la chaqueta de Dallie.
– Tú, maldito hijo de puta.
La voz cansina de Dallie era suave y amenazadora.
– Joder es algo que se me da realmente bien, Jaffe.
Gerry terminó con dos décadas dedicadas a la no violencia retrocediendo su puño y cerrándolo de golpe en el pecho de Dallie.
Gerry no era un verdadero luchador y Dallie vio venir el golpe, pero decidió dejar a Jaffe tener su momento porque conocía malditamente bien que no iba a darle otro. Pensándolo mejor, Dallie cargó contra Gerry.
Holly Grace podría tener a este hijo de puta si lo quería, pero primero él iba a reorganizar su cara.
Gerry estaba de pie con sus brazos a los lados, erguido, y miró a Dallie venir hacía él. Cuando el puño de Dallie lo cogió en la mandíbula, voló a través de la acera y tropezó con los cubos de basura, provocando un estruendo en la calle.
Un hombre y una mujer que bajaban por la acera vieron la pelea y rápidamente se volvieron. Gerry se levantó despacio, levantando su mano para limpiar la sangre que fluía de su labio.
Entonces giró y comenzó a alejarse.
– Pelea conmigo, hijo de puta -le llamó Dallie lléndo detrás de él.
– No lucharé -dijo Gerry.
– Bien, francamente no eres un ejemplo de virilidad americana. Vamos, pelea. Te daré otro puñetazo gratis.
Gerry siguió andando.
– Yo no debería haberte golpeado primero, y no lo haré otra vez.
Dallie acortó rápidamente la distancia entre ellos, tocando a Gerry en su hombro.
– ¡Por el amor de Dios, acababa de decirte que me preparaba para acostarme con Holly Grace!
Los puños de Gerry seguían fuertemente apretados, pero no se movió.
Dallie agarró a Gerry por las solapas de su cazadora de aviador y lo empujó contra un poste de la luz.
– ¿Qué demonios pasa contigo? Yo habría luchado contra un ejército por esa mujer. ¿Ni siquiera puedes luchar con una persona?
Gerry lo miró con desprecio.
– ¿Esta es la única manera que sabes para solucionar un problema? ¿A puñetazos?
– Al menos intento solucionar mis problemas. Todo lo que tú haces es sentirte miserable.
– Tú no sabes nada, Beaudine. He estado tratando de hablar con ella durante semanas, pero se niega a verme. La última vez que logré colarme en el estudio, llamó a la policia.
– ¿Eso hizo? -Dallie rió de manera desagradable y despacio soltó la cazadora de Gerry-. ¿Sabes algo? No me gustas, Jaffe. No me gusta la gente que actúa como si tuviera todas las respuestas. Sobre todo, no me gustan los hacedores de buenas obras pagados de si mismos que hacen toda clase de escándalos para salvar el mundo, pero maltratan a las personas que se preocupan de ellos.
Gerry respiraba con más difícultad que Dallie, y tenía problemas para hablar.- Esto no tiene nada que ver contigo.
– Alguien que se enreda en la vida de Holly Grace tarde o temprano tiene que enfrentarse conmigo. Ella quiere un bebé, y por una razón que maldita sea si puedo comprender, te quiere a tí.
Gerry se recostó contra el poste de la luz. Por un momento bajó la cabeza, y luego la levantó otra vez, sus ojos oscuros atormentados.
– Díme por qué es un maldito crimen no querer traer un niño a este mundo. ¿Por qué tiene que ser tan obstinada? ¿Por qué no podemos ser sólamente los dos?
El dolor obvio de Gerry llegó a Dallie, pero hizo todo lo posible para no hacer caso.
– Ella quiere un bebé, es todo.
– Yo sería el peor padre del mundo. No sé nada sobre ser padre.
La risa de Dallie era suave y amarga.
– ¿Crees que todos sabemos serlo?
– Escucha, Beaudine. Ya he tenido bastante gente fastidiándome sobre esto. Primero Holly Grace, luego mi hermana, y por último Francesca. Ahora también tú. Bien, pues no es tu maldito problema, ¿me entiendes? Esto es entre Holly Grace y yo.
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