– ¿Es eso lo qué quieres? ¿Otro matrimonio como el que tenías con Holly Grace? Tú vas por tu lado, y yo por el mío, pero cada pocos meses nos reunimos para ver unos partidos de béisbol y participar en un concurso de escupitajos. Yo no seré tu colega, Dallas Beaudine.
– Francie, Holly Grace y yo nunca nos apuntamos a un concurso de escupitajos en nuestra vida, y me parece que no te has dado cuenta que tecnicamente nuestro hijo es un bastardo.
– Como su padre -siseó ella.
Sin perder el aplomo, él cerró la caja de Tiffany's y la volvió a guardar en el bolsillo.
– Bien. No tenemos que casarnos. Simplemente era una sugerencía.
Ella le miró fijamente. Los segundos hacían tictac. Él cogió el tenedor, pinchó un trozo de pollo, se lo llevó a la boca y despacio comenzó a masticar.
– ¿Eso es todo? -preguntó ella.
– No puedo obligarte.
La cólera y el agravío subieron por su cuerpo y pensó que la ahogarían.
– ¿Así que eso es todo, no? Quiero decir, ¿recoges tus juguetes y te vas a casa?
Él tomó un sorbo de su soda, sus ojos mirando fijamente los pendientes de plata en sus lóbulos.
– ¿Qué quieres que haga? Los camareros me echarían si me pongo de rodillas.
Su sarcasmo ante algo tan importante para ella pasó como un cuchillo por sus costillas. -¿No sabes cómo luchar por algo que quieres? -susurró ella con ferocidad.
El silencio que cayó sobre él fue tan completo que ella supo que le había tocado una fibra sensible.
De repente sintió como si un velo invisible cayera ante sus ojos. Eso era. Eso era lo que Skeet había querido decir.
– ¿Quien ha dicho que te quiero? Te tomas las cosas demasiado en serio, Francie.
La estaba mintiendo, y se mentía así mismo. Sentía su necesidad tanto como si fuera propia. Él la quería, pero no sabía como conseguirla y, lo que es más importante, no lo iba a intentar.
¿Que esperaba, se preguntó amargamente, de un hombre que había jugado las mejores rondas de apertura en el golf, pero que siempre lo tiraba al final?
– ¿Vas a tener sitio para el postre, Francie? Tienen una increible tarta de chocolate. Aunque si me preguntas, te diría que podía estar mejor si pusieran un poco de crema por encima, pero de todos modos está bastante buena.
Ella sintió un desprecio por él que lindaba con verdadera aversión. Su amor ahora parecía ser opresivamente pesado, demasiado para llevarlo encima. Alcanzando sobre la mesa, ella agarró su muñeca y lo apretó hasta que sus uñas se clavaron en su piel, y estuvo segura que él comprendería cada una de las palabras que iba a decir.
Su tono bajo y condenatorio, de una luchadora.
– Tienes tanto miedo de fallar que no puedes perseguir una sola cosa que quieres? ¿Un torneo? ¿Tu hijo? ¿Yo? ¿Eso es lo que te ha pasado todo este tiempo? ¿Tienes pánico a no poder ganar y ni tan siquiera lo intentas?
– No sé de que estás hablando -Él intentó retirar la mano, pero lo agarraba tan fuerte que no podía hacerlo sin llamar la atención.
– ¿No tienes el menor interés de llegar a lo más alto, no es verdad Dallie? Simplemente te quedarás al margen. Estás dispuesto a jugar el partido mientras no tengas que sudar la camisa demasiado y tanto tiempo mientras puedas hacer chistes para que todos entiendan que no te preocupa lo más mínimo.
– Eso es lo más estúpido…
– ¿Pero te preocupa, verdad? Quieres ganar con todas tus fuerzas para demostrarles a todos que lo puedes hacer. También quieres a tu hijo, pero te contienes por si Teddy no se queda en tu vida… mi maravilloso hijo que tiene el corazón en la mano y daría todo en el mundo por tener un padre que lo respete.
La cara de Dallie había palidecido, y su piel bajo sus dedos estaba húmeda.
– Lo respeto -dijo él bruscamente-. Mientras viva, nunca olvidaré el día que se enfrentó conmigo porque pensaba que te estaba haciendo daño…
– Eres un llorón, Dallie… pero lo haces con tanto estilo que nadie se da cuenta.
Dejó de apretarle, pero aún le sujetó la mano.
– Bien, la cosa es, que te estás haciendo mayor para seguir viviendo gracias a tu belleza y tu encanto.
– ¿Qué demonios sabes de eso? -su voz era tranquila, ligeramente ronca.
– Sé todo sobre ello porque me he enfrentado en la vida con las mismas deficiencias. Pero he crecído, y tuve que luchar mucho para conseguir derrotarlo.
– Tal vez fue más fácil para tí -replicó él-. Seguramente tuviste una buena niñez. Tuve que irme de casa cuando sólo tenía quince años. Mientras tú paseabas por Hyde Park con tu niñera, yo esquivaba los puños de mi padre. Cuando era muy pequeño, ¿sabes que me hacía cuando se emborrachaba? Solía agarrarme por los pies y me sostenía en vilo con la cabeza sobre el water.
Su cara no se ablandó ni en un instante de compasión.
– Mierda resistente.
Ella vio que su frialdad lo había enfurecido, pero no se amilanó. Su compasión no iba a ayudarlo. A algunas personas era necesario hurgarle en las heridas de la niñez para evitar que pasaran por una vida incompleta.
– Si quieres seguir jugando contigo mismo, es tu elección, pero no jugarás conmigo porque no lo voy a tolerar.
Se levantó de la silla y le miró fijamente a los ojos, su voz muy fría por el desprecio
– He decidido casarme contigo.
– Olvídalo -le dijo con furia-. No te quiero. No te querría ni aunque vinieras envuelta en papel de regalo.
– Ah, claro que me quieres. Y no sólo por Teddy. Me quieres tanto que te asusta. Pero tienes que luchar. Deberás intentarlo sin miedo a que te pongan boca abajo la cabeza en el water.
Ella se inclinó ligeramente, descansando una mano sobre la mesa.
– He decidido casarme contigo, Dallie -le dedicó una larga mirada de apreciación-. Me casaré contigo el día que ganes el Clásico de los Estados Unidos.
– Eso es lo más estúpido…
– Pero tienes que ganarlo, estúpido alcornoque -silbó ella-. No el tercer lugar, ni el segundo. Tienes que quedar el primero.
Él lanzó una risa desdeñosa, inestable.
– Estás loca.
– Quiero saber de que pasta estás hecho -dijo con desprecio-. Quiero saber si eres lo bastante bueno para mí… y lo bastante bueno para Teddy. No me he conformado nunca con la segunda tarifa, y no voy a comenzar ahora.
– Tienes una opinión muy alta de lo que te mereces.
Ella lanzó su servilleta directamente a su pecho.
– Puedes apostar que sí. Si me quieres, tendrás que ganarme. Y, señor mío, no soy barata.
– Francie…
– ¡O pones el trofeo de campeón del Clásico a mis pies, hijo de mala madre, o no te molestes en volver a buscarme nunca más!
Agarrando su bolso, pasó rápidamente junto a los comensales asustados de las mesas delanteras y se dirigió a la puerta.
La noche se había puesto fría, pero su cólera estaba tan caliente que no lo sentía. Caminaba por la acera, propulsada por la furia, por el dolor, y por el miedo. Sus ojos le picaban y no podía parpadear rápidamente para contener las lágrimas.
Dos gotas brillaban sobre el rímel impermeable de sus pestañas inferiores. ¿Cómo podía haberse enamorado de él? ¿Cómo había permitido que algo tan absurdo pasara? Sus dientes comenzaron a castañear. Durante casi once años, no había sentido nada más que fuerte afecto por un puñado de hombres, sombras de amor que se difuminaban casi tan rápidamente como aparecían.
Pero ahora, apenas cuando la vida los reunía de nuevo, otra vez había dejado que un golfista de segunda categoría pudiera romperle el corazón.
Francesca pasó la semana siguiente con el sentimiento que algo brillante y maravilloso había abandonado su vida para siempre.
¿Qué había hecho? ¿Por qué lo había desafiado tan cruelmente? ¿No era media tarta mejor que nada? Pero sabía que no podría vivir con la mitad de nada, y no quería que Teddy viviera así tampoco.
Dallie tenía que comenzar a asumir riesgos, o sería imposible pensar en una vida juntos. Cada vez que respiraba, sentía la pérdida de su amante, la pérdida del verdadero amor.
El lunes siguiente estaba echándole a Teddy su zumo de naranja antes de que se fuera a la escuela, mientras intentaba consolarse pensando que Dallie sería tan desgraciado como ella. Pero era dificil de creer que alguien que guardaba tan profundamente sus sentimientos tuviera precisamente sentimientos que guardar.
Teddy se bebió el zumo y metió su libro de ortografía en la mochila.
– Se me olvidaba decírtelo. Holly Grace llamó anoche y me dijo que te dijera que Dallie va a jugar el Clásico mañana.
Francesca subió rápidamente la cabeza del vaso de zumo que había comenzado a echarse para ella.
– ¿Estás seguro?
– Eso es lo que dijo. Yo no veo que importancía puede tener, fallará al final como siempre. Y mamá… si recibes una carta de la señorita Pearson, no le prestes atención.
La jarra del zumo de naranja permaneció suspendida en el aire sobre el vaso de Francesca. Cerró los ojos durante un momento, obligando a su mente a olvidarse de Dallie Beaudine para poder concentrarse en lo que Teddy intentaba decirle.
– ¿Qué tipo de carta?
Teddy cerró la cremallera de su mochila, lo hacía con verdadera concentración para no tener que alzar la vista hacía su madre.
– Tal vez te escriba una carta diciéndote que no trabajo todo lo que podría…
– ¡Teddy!
– … pero no te preocupes por ello. El trabajo de ciencias sociales no tengo que presentarlo hasta la semana que viene, y tengo un proyecto tan importante que la señorita Pearson va de darme aproximadamente un millón de positivos y me suplicará que me quede en su clase. Gerry dijo…
– Ah, Teddy. Tenemos que hablar sobre esto.
Él agarró su mochila.
– Me tengo que ir o llegaré tarde.
Antes de que pudiera pararlo, ya había salido de la cocina y oyó el golpe de la puerta de la calle.
Quiso subir a la cama y esconder la cabeza debajo de la almohada, para poder pensar, pero tenía una reunión prevista dentro de una hora. No podía hacer nada sobre lo que Teddy le acababa de decir, pero si se apresuraba tendría tiempo para una parada rápida en el estudio donde se grababa "China Colt" para asegurarse que Teddy había entendido el mensaje de Holly Grace correctamente.
¿Dallie realmente jugaba en el Clásico? ¿Finalmente sus palabras le habían conmovido?
Holly Grace ya había filmado la primera escena del día cuando Francesca llegó. Además de un rasguño colocado en la pechera de su vestido que revelaba la cima de su pecho izquierdo, tenía una contusión falsa sobre su frente.
– ¿Un día dificil? -Francesca se acercó a ella.
Holly Grace alzó la vista del guión que estaba estudiando.
– Fuí atacada por una puta demente que al final resultó ser un psicópata travestido. Hemos hecho una escena tipo Bonnie & Clyde, a camara lenta en el momento que le meto dos tiros en sus implantes de silicona.
Francesca apenas la oía.
– ¿Holly Grace, es verdad que juega Dallie en el Clásico?
– Me ha dicho que sí, y no estoy muy contenta contigo en este momento – sacudió la hoja sobre el silla-. Dallie no me dio ningún detalle, pero pude deducir por sus palabras que le has mandado a paseo.
– Podrías decirlo así -contestó Francesca cautelosamente.
Una mirada de desaprobación apareció en la cara de Holly Grace.
– Tus maneras apestan, ¿lo sabes, no? ¿Habría sido demasiado para tí haber esperado al final del Clásico antes de abandonarlo? Si lo hubieras pensado bien, dudo que le hubieras hecho más daño.
Francesca comenzó a explicarse, pero entonces, de golpe, comprendió que ella entendía mejor a Dallie que Holly Grace. La idea era tan alarmante, tan nueva para ella, que apenas podía contenerse.
Hizo unos comentarios evasivos, sabiendo que si intentaba explicarse, Holly Grace nunca la entendería. Entonces miró aparatosamente el reloj y salió corriendo.
Mientras abandonaba el estudio, sus pensamientos volaban confusos. Holly Grace era la mejor amiga de Dallie, su primer amor, su compañera del alma, pero los dos eran tan iguales que se habían vuelto ciegos a los defectos del otro.
Siempre que Dallie perdía un torneo, Holly Grace ponía excusas por él, se compadecía de él, y en general lo trataba como a un niño. Tanto como Holly Grace lo conocía, y no entendía como su miedo al fracaso sepultaba sus posibilidades en el golf.
Y tampoco entendía, ni entendería nunca que ese miedo podía arruinar su vida.
Capítulo 32
El Clásico de los Estados Unidos había crecido en prestigio desde que se jugó el primer torneo en 1935, y ahora era considerado el Quinto del mundo en importancia, tras el Masters, el British Open, el PGA y el US Open. El recorrido dónde se desarrollaba se había hecho legendario, un lugar para el peregrinaje de los aficionados al golf como Augusta, Cypress Point, y Merion.
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