Los golfistas le llamaban el Antiguo Testamento y por una buena razón. El campo era uno de los más hermosos del Sur, con exuberantes pinos y magnolias antiguas. Las barbas de musgo español y los robles que servían como un telón al perfectamente cuidado tapete verde y la arena blanca, suave como el polvo, que llenaban los bunkers. Durante el dia, cuando el sol calentaba, las calles brillaban con una luz tan pura que parecía divina.

Pero la belleza natural del campo era verdaderamente traicionera. Mientras esto calentaba el corazón, también podía calmar los sentidos, para que el jugador deslumbrado no se diera cuenta hasta el último momento que el Antiguo Testamento no perdonaba pecados.

Los golfistas gruñían en sus calles y lo maldecían y juraban que nunca jugarían en el otra vez, pero con suerte siempre volvían, porque aquellos dieciocho heroicos hoyos te proporcionaban algo que la vida por sí misma nunca podría entregar. Proporcionaban la justicia perfecta.

El tiro bueno siempre era recompensado, el malo encontraba un castigo rápido, terrible. Aquellos dieciocho hoyos no te concedían una segunda oportunidad, nada de alegatos, nada de súplicas. El Antiguo Testamento vencía al débil, mientras siempre concedía gloria y honor al fuerte. O al menos hasta el día siguiente.

Dallie odiaba el Clásico. Antes de que dejara de beber y su juego hubiera mejorado, no siempre se había clasificado para jugarlo. En los últimos años sin embargo, había jugado bastante bien para colocarse bien en la lista. La mayor parte de las veces hubiera deseado haberse quedado en casa.

El Antiguo Testamento era un campo de golf que exigía la perfección, y Dallie sabía malditamente bien que él era demasiado imperfecto para cumplir con aquella clase de expectativas. Se dijo que el Clásico era un torneo como cualquier otro, pero cuando pensaba en el, parecía encoger su alma.

Cada parte de él deseaba que Francesca hubiera escogido otro torneo cuando había proclamado su desafío. No es que él lo hubiera tomado en serio. De ninguna manera. Por lo que estaba preocupado, era no haberla dicho ¡adiós! cuando había lanzado aquella pequeña rabieta.

De todos modos, otra persona estaba en la cabina de retrasmisiones cuando Dallie caminaba hacía el tee de salida, tomándose unos segundos para dedicarle una sonrisa burlona a una bonita rubia que le sonreía desde la primera fila de aficionados. Le había dicho a los de Network que iba a pensarlo un poco más y había devuelto los contratos sin firmar.

Simplemente era incapaz de hacerlo. No este año. No después de lo que Francesca le había dicho.

Sintió bien el drive en su mano y cogió la pelota, sólida y consoladora. Se sentía fino. Se sentía perfecto. Estaba decidido a demostrarle a Francesca que se equivocaba acerca de él. Hizo un golpeo seco y la bola voló por el cielo, como un cohete teledirigido. La grada aplaudió.

La pelota se apresuró por el espacio en un vuelo interminable. Y entonces, en el último instante descendió, dió un par de botes por el dorde de la calle y aterrizó en un grupo de magnolias.

Francesca despidió a su secretaria y llamó directamente a su contacto en el departamento de deportes, por cuarta vez aquella tarde. -¿Cómo va ahora? -preguntó cuando contestó la voz masculina.

– Fatal, Francesca, ha fallado otro golpe en el hoyo 17, lo que lo deja en 3 sobre el par. Sólo es la primera ronda, entonces… suponiendo que pase el corte, tiene otras tres rondas para mejorar, pero esta no es la mejor manera de comenzar un torneo.


Ella presionó sus ojos cerrados mientras él continuaba.

– De cualquier forma, este no es su torneo favorito, ya sabes eso. El Clásico es de alta presión, de alto voltaje. Recuerdo un año que Jack Nicklaus lo ganó -ella apenas escuchaba lo que seguía diciendo, rememorando su partido favorito-. Nicklaus es el único golfista en la historia quien con regularidad podía traer el Antiguo Testamento a sus rodillas. Año tras año, hasta finales de los setenta y principios de los ochenta, jugaba el Clásico y se lo llevaba, andando por esas calles como si fuera el pasillo de su casa, haciendo a los pequeños agujeros pedir clemencia con esos puts sobrehumanos…

Al final del día, Dallie estaba 4 sobre el par. Francesca se sentía desanimada. ¿Por qué tenía que haberle dicho eso? ¿Por qué le había hecho un desafío tan ridículo? Esa noche, intentó leer, pero nada mantenía su atención.

Comenzó a limpiar a fondo el armario del pasillo, pero no podía concentrarse. A las diez de la noche, telefoneó a las líneas aéreas para intentar conseguir plazas en un último vuelo. Entonces con cuidado despertó a Teddy y le dijo que salían de viaje.

Holly Grace llamó a la puerta de la habitación del hotel de Francesca a la mañana siguiente temprano. Teddy acababa de levantarse, pero desde el alba Francesca había estado recorriendo los perímetros del pequeño y lamentable cuarto que era el mejor alojamiento que había podido encontrar en una ciudad reventada por las costuras con golfistas y aficionados.

Casi se lanzó a los brazos de Holly Grace.

– ¡Gracias a Dios que estás aquí! Temía que algo te hubiera impedido venir.

Holly Grace depositó su maleta dentro y se sentó fatigosamente en la silla cercana.

– No sé como me he podido involucrar en esto.Terminamos de filmar casi a medianoche, y he tenído que tomar a las seis el vuelo. Apenas he podido dormir unas pocas horas.

– Lo siento, Holly Grace. Sé que estoy abusando de tu amistad. Si no pensara que es importante, no te lo hubiera pedido.

Levantó la maleta de Holly Grace hasta la cama y abrió los pestillos.

– Mientras tomas una ducha, te sacaré alguna ropa limpia y Teddy puede tomar algo de desayuno contigo en la cafetería. Lamento mucho que tengais que apresuraros, pero Dallie empieza su recorrido dentro de una hora. Tengo los pases listos. Asegúrate que os ve enseguida.

– No entiendo por qué no puedes llevar a Teddy a mirar el partido -se quejó Holly Grace-. Es ridículo arrastrarme hasta aquí solamente para escoltar a tu hijo a un torneo de golf.

Francesca puso a Holly Grace de pie y luego la empujó hacia el cuarto de baño.

– Necesito que tengas una fe ciega en mí en estos momentos. ¡Por favor!


* * *

Cuarenta y cinco minutos más tarde, Francesca apoyó la espalda en la puerta cuando volvió de dejar a Holly Grace y Teddy en el coche, teniendo cuidado de que nadie pudiera verla y reconocerla.

Sabía lo rápido que viajaban los chismes, y a no ser que fuera absolutamente necesario, no tenía ninguna intención de dejar que Dallie supiera que ella estaba cerca. En cuanto se quedó sóla, puso rápidamente la televisión para empaparse con la retrasmisión de la jornada.

Seve Ballesteros lideraba el torneo después de la primera ronda, así que Dallie no estaba de muy buen humor cuando llegó al campo. A Dallie no le desagradaba Seve, hasta que Francesca le contó embobada lo guapo que era y como le gustaba.

Ahora simplemente ver al jugador español de cabellos morenos le sacaba de sus casillas. Miró hacía el tablón que anunciaba los resultados y confirmó lo que ya sabía, que Jack Nicklaus había terminado con cinco golpes sobre el par el día antes, haciendo un recorrido aún peor que él.

Dallie sentía una satisfacción cobarde. Nicklaus envejecía; los años finalmente hacían que los seres humanos sucumbieran… acabando con el incomparable reinado del Oso Dorado de Columbus, Ohio.

Skeet caminaba delante de Dallie hacia el tee de salida.

– Tienes una pequeña sorpresa allí -le dijo, haciendo gestos hacía la izquierda.

Dallie siguió la dirección de su mirada y sonrió abiertamente cuando descubrió a Holly Grace justo detrás de las cuerdas, en primera linea de aficionados. Comenzó a acercarse, sólo para pararse de golpe al reconocer a Teddy a su lado.

Una cólera ciega le inundó. ¿Cómo esa mujercita podía ser tan vengativa? Sabía que Francesca había enviado a Teddy y sabía por qué. Había enviado al muchacho para burlárse de él, recordándole cada repugnante palabra que había lanzado sobre él. Normalmente le habría gustado tener a Teddy siguiendo su partido, pero no en el Clásico… No en un torneo donde nunca había tenido éxito.

Sucedía que Francesca quería que Teddy le viera derrotado, y sólo de pensarlo se ponía tan furioso que no podía contenerse. Sus sentimientos debieron ser trasparentes, porque Teddy bajó la mirada a sus pies, para luego levantarla otra vez con aquella expresión tercamente obstinada que Dallie había crecido conociéndola demasiado bien.

Dallie recordó que Teddy no tenía culpa de nada, pero le llevó todo su autocontrol seguir acercándose para saludarlos. Sus admiradores en la grada inmediatamente comenzaron a hacerle preguntas y a animarle.

Bromeó con ellos un poco, alegrándose de la distracción porque no sabía que decirle a Teddy. "Siento que nuestra relación haya empezado tan mal, siento no haber hablado más contigo, no haberte dicho lo que significas para mí, lo orgulloso que me sentí cuando defendiste a tu madre aquel día en Wynette".

Skeet estaba esperándolo cuando Dallie giró alejándose de la grada.

– ¿Es la primera vez que Teddy va a verte jugar, verdad? -dijo Skeet, dándole el palo-. Sería una verguenza que no viera tu mejor juego.

Dallie le miró tormentosamente y comenzó a andar hacía el tee. Sentía los músculos de sus hombros y espalda tan tensos como bandas de acero. Normalmente bromeaba con la muchedumbre antes de golpear, pero hoy no podía hacerlo.

Sentía el palo extraño en su mano. Miró a Teddy y vio el pequeño ceño fruncido en su frente, con total concentración. Dallie se obligó a concentrarse en lo que tenía que hacer… en lo que podía hacer.

Respiró hondo, miró la pelota, inclinó ligeramente las rodillas, balanceó hacía atrás el palo y la golpeó, usando toda su fuerza.

Aerotransportándola.

La multitud aplaudió. La pelota salió despedida hacía la exuberante calle verde, un punto blanco apresurándose contra un cielo despejado. Comenzó a descender, dirigiéndose directamente hacia el grupo de magnolias dónde la había mandado Dallie el día anterior. Pero entonces, finalmente, la pelota se desvió a la derecha para que aterrizar en la calle en una posición perfecta.

Dallie oyó unas palmas típicas de Texas por detrás él y se giró para sonreír a Holly Grace. Skeet le puso los pulgares hacía arriba, e incluso Teddy tenía una media sonrisa en su cara.


* * *

Esa noche, Dallie se acostó pensando que finalmente tenía el Antiguo Testamento sobre sus rodillas. Mientras los líderes del torneo habían caído víctima de un fuerte viento, Dallie había firmado una tarjeta de 3 bajo par, para arreglar algo el desastre del primer día y ascendió vertiginosamente en la tabla de posiciones, demostrándole a su hijo un poco del mejor golf que se podía jugar.

Seve estaba todavía allí, junto con Fuzzy Zoeller y Greg Norman. Watson y Crenshaw estaban fuera. Nicklaus había jugado una ronda mediocre, pero el Oso Dorado no renunciaba fácilmente, y había hecho los golpes justos para pasar el corte.

Mientras intentaba dormirse, se dijo que tenía que concentrarse en Seve y los demás, y no en Nicklaus. Jack estaba 8 sobre el par, demasiado alejado de los líderes y demasiado mayor para intentar algún recorrido milagroso de última hora.

Pero cuando Dallie dio un puñetazo en la almohada para hacerle forma, oyó la voz del Oso susurrándole como si estuviera a su lado en la habitación.

No me dejes fuera, Beaudine. No me parezco a tí. Nunca abandono.


* * *

Dallie no pudo mantener la concentración el tercer día. A pesar de la presencia de Holly Grace y Teddy, su juego fue mediocre y terminó con 3 sobre la par. Había fallado varios golpes sencillos, pero de todas formas estaba empatado en el segundo lugar a dos golpes del lider.

Hacia el final de los partidos del tercer día, a Francesca le dolía la cabeza de mirar tanto tiempo la pequeña pantalla de televisión del hotel. En la CBS, Pat Summerall comenzó a resumir los partidos del día.

– Dallie Beaudine nunca ha jugado bien bajo presión, y me pareció que hoy jugaba bastante tenso.

– El ruido del público obviamente le molestó -observó Ken Venturi-. Tienes que pensar que Jack Nicklaus jugaba en el partido directamente detrás de Dallie, y cuando Jack está inspirado, como fue el caso hoy, la gente se vuelve loca. Según van subiendo los aplausos, sabes que los otros jugadores los pueden oír y saber que el Oso ha hecho otro golpe espectacular. Esto provoca poner nerviosos a los líderes del torneo.

– Será interesante ver si Dallie puede cambiar su pauta de derrotas en el último día y hacerlo bien mañana -dijo Summerall-. Es un excelente golpeador, tiene uno de los mejores swings del circuito, y siempre ha sido muy querido por los aficionados. Sabes de sobra que estarían encantados de verlo por fin ganar.