Maldita sea, era un pequeño niño batallador.
El hoyo 17 era corto y desagradable. Jack habló un poco con el público mientras caminaba hacía el green. Había realizado sus golpes para presionarle, no había nada que le gustara más que un final igualado.
Dallie tenía la camisa y los guantes pegados por el sudor. Era famoso por bromear continuamente con el público, pero ahora mantenía un siniestro silencio. Nicklaus jugaba sin duda el mejor golf de su vida, arrasando las calles y quemando los greens.
Cuarenta y siete años eran demasiados para jugar así, pero alguien había olvidado decírselo a Jack. Y ahora sólo Dallie Beaudine se interponía entre el mejor jugador de la historia del golf y un título más.
De algún modo Dallie consiguió hacer otro par, pero Jack lo hizo, también. Seguían empatados cuando caminaban al tee del último hoyo.
Los camaras que cargaban unidades portátiles de vídeo sobre sus hombros seguían cada movimiento de los dos jugadores mientras se dirigían al tee del 18.
Los locutores de radio y televisión no escatimaban adjetivos a sus espectadores y oyentes, contándoles todo tipo de leyendas acaecidas en el último hoyo del Antiguo Testamento, elevando a la estratosfera estadísticas y golpes memorables un domingo por la tarde.
La muchedumbre que seguía el partido decisivo había crecido por miles,(el público se reparte por todo el campo, pero en el último portido, se reune en el último hoyo, NdT), con un entusiasmo febril porque sabían que pasara lo que pasara, ellos nunca podrían perder.
Toda esa gente había estado enamorada de Dallie desde que era un novato, y habían estado esperando durante años que él pudiera ganar un torneo de los Grandes. Pero también pensaban que sería irresistible que Jack volviera a ganar.
Era parecido al Masters de 1986, con Jack cargando como un toro hacia el final, tan imparable como una fuerza de la naturaleza.
Dallie y Jack hicieron dos buenos golpes de inicio en el hoyo 18. Era un largo par-5, con un lago colocado diabólicamente delante de todos los lados menos una esquina en la izquierda del green.
Le llamaban el "Lago de Hogan", porque le había costado al gran Ben Hogan el Clásico de 1951, cuando había intentado sobrepasarlo de un golpe, en lugar de buscar la bandera bordeándolo. También podrían haberlo llamado el "Lago de Arnie" o el "Lago de Watson" o el "Lago de Snead" porque en algún momento uno u otro habían caído víctimas de su traición.
Jack no tenía incoveniente en arriesgar, pero no había ganado innumerables torneos actuando de manera temeraría, y no tenía la menor intención de ir directamente a la bandera con un tiro suicida sobre el lago.
Hizo el segundo golpe a la izquierda del Lago de Hogan, mandándola hacía la parte izquierda del green. La multitud soltó un rugido y luego contuvo el aliento cuando la pelota dio varios botes y terminó posándose a escasos centímetros del borde del green, a pocos metros de la bandera.
El ruido era ensordecedor.
Nicklaus había hecho un tiro espectacular, un tiro de magia, quedándose en una situación magnífica para conseguir un birdie, quizás hasta un eagle.
Dallie sintió pánico, tan insidioso como el veneno, arrastrándose por sus venas. Para mantenerse igualado con Nicklaus tenía que hacer el mismo tipo de golpe a la izquierda del lago y luego mandar la pelota sobre el green.
Era un tiro difícil en la mejor de las circunstancias, pero con miles de ojos de la gente de las gradas, millones más mirándolo desde sus televisiones, con un título en juego y las manos que no le dejaban de temblar, y sabía que no podía llevarlo a cabo.
Seve golpeó a la izquierda del lago en su segundo tiro, y la pelota cayó en el centro del green. La ansiedad subió por su cuerpo hasta la garganta de Dallie amenazando con ahogarlo.
¡Él no podía hacer esto… simplemente no podría!
Giró alrededor, instintivamente, buscando a Francesca. Completamente seguro de encontrarla con su barbilla levantadan y su pequeña nariz presumida desafiándolo…
Y entonces, cuando él la miró, Francesca quedó desarmada.
Ella no podía seguir con este juego. Dejó caer el mentón, su expresión se ablandó, y lo miró a los ojos directamente queriendo ver su alma, ojos que entendieron su pánico y le suplicaron que lo venciera.
Por ella. Por Teddy. Por todos.
Vas a decepcionarla, Beaudine, se burló el Oso. Has decepcionado a todas las personas que te han querido en tu vida, y estás preparado para hacerlo otra vez.
Los labios de Francesca se movieron, formando dos palabras. "Por favor".
Dallie miró hacía abajo, a la hierba, pensando en todo lo que Francie le había dicho, y luego se dirigió a Skeet.
– Voy directamente a la bandera -dijo-. Voy a golpear a través del lago.
Él esperó a que Skeet le gritara, para decirle que era un idiota de la peor clase. Pero Skeet simplemente le miró pensativo.
– Vas a tener que llevar esa pelota más de doscientos metros y dejarla completamente muerta.
– Lo sé.
– Si haces un golpe alrededor del lago… tienes posibilidades de seguir empatado con Nicklaus.
– Estoy harto de tiros sensatos -dijo Dallie-. Voy a por la bandera.
Jaycee llevaba muchos años muerto, Dallie no tenía una maldita cosa que demostrar a aquel bastardo. Francie tenía razón. No intentarlo era un pecado más grande que fallar. Dirigió de nuevo su mirada hacía Francesca, queriendo su respeto más que cualquier otra cosa en el mundo.
Ella y Holly Grace se agarraban las manos la una a la otra como si estuvieran preparándose para la llegada del fin del mundo.
Las piernas de Teddy estaban cansadas y se había sentado sobre la hierba, pero la mirada de determinación no había abandonado su cara.
Dallie concentró toda su atención en lo que tenía que hacer, intentando controlar la subida de adrenalina que lo dañaría más que ayudarle.
Hogan no pudo pasar el lago, le susurró el Oso. ¿Qué te hace pensar que tú si puedes?
Porque quiero conseguirlo más fuerte que lo que Hogan alguna vez lo hizo, replicó Dallie. Simplemente mucho más.
Cuando se puso en posición para golpear la pelota y los espectadores comprendieron lo que iba a hacer, emitieron un murmullo de incredulidad.
La cara de Nicklaus estaba tan inexpresiva como siempre. Si pensaba que Dallie estaba cometiendo un error, lo guardó para él.
Nunca lo lograrás, le susurró el Oso.
Simplemente, observa, contestó Dallie.
Su palo azotó la pelota. Salió disparada por el cielo cogiendo una trayectoria alta y se desvió a la derecha para sobrepasar el agua… por el centro del lago que había engullido las pelotas de Ben Hogan, Arnold Palmer y tantas otras leyendas.
Estuvo volando por el cielo una eternidad,pero todavía no había sobrepasado el lago cuando comenzó a descender. Los espectadores contuvieron la respiración, sus cuerpos congelados pareciendo extras de una vieja película de ciencia ficción. Dallie se quedó quieto como una estatua mirando la caida lenta, siniestra.
Al fondo, la bandera con el número 18 cogió un soplo de brisa y se levantó ligeramente, haciendo que en todo el universo sólo la bandera y la pelota se movíeran.
Los gritos subieron por la multitud y luego un estruendo impresionante golpeó a Dallie cuando su pelota golpeó el borde del lago y entró en el green, saltando ligeramente antes de pararse a dos metros de la bandera.
Seve puso su pelota en el green con dos golpes… y tiró hacía el hoyo, sacudiendo luego su cabeza con desaliento cuando se le marchó por poco. El heroico put de seis metros de Jack tocó el borde del hoyo, pero no entró.
Dallie se quedó de pie solo.
Únicamente le quedaba un tiro al agujero de dos metros, pero estaba mental y fisicamente agotado. Sabía que si embocaba la pelota ganaría el torneo, pero si no, seguiría empatado con Jack.
Buscó con la mirada de nuevo a Francesca, y otra vez sus bonitos labios formaron las dos palabra: por favor.
Tan cansado como estaba, Dallie no tuvo fuerzas para decepcionarla.
Capítulo 33
Los brazos de Dallie se alzaron hacía el cielo, sosteniéndo el putter con el puño como un estándarte medieval de victoria. Skeet lloraba como un bebé, tan lleno de alegría que no podía moverse.
Por consiguiente, la primera persona que felicitó a Dallie fue Jack Nicklaus.
– Un gran juego, Dallie -dijo Nicklaus, poniendo su brazo sobre los hombros de Dallie-. Eres un auténtico campeón.
Entonces Skeet lo abrazó aporreándole la espalda, y Dallie mientras se dejaba abrazar movía la cabeza, buscando entre la muchedumbre hasta que al fin encontró lo que buscaba.
Holly Grace se abrió camino primero; después Francesca, agarrando a Teddy de la mano. Holly Grace se precipitó hacia Dallie con sus largas piernas, unas piernas que eran famosas desde el instituto de Wynette, las piernas de diseño americano veloces y bellas.
Holly Grace corrió hacia el hombre al que había querido más o menos toda su vida, pero se paró en seco cuando vio esos ojos azules pasar sobre ella y detenerse en Francesca. Un espasmo de dolor subió por su pecho, un sentimiento de angustia, y luego el dolor se alivió cuando sintió como por fín le dejaba ir.
Teddy le dio un codazo, no exactamente feliz de participar en tal extravagante escena. Holly Grace pasó el brazo alrededor de sus hombros, y ambos miraron como Dallie levantaba a Francesca del suelo, cogiéndola por la cintura para que su cabeza estuviera más alta que la suya.
Por una fracción de segundo, ella se quedó así, inclinando su cara al sol y riéndose al cielo. Y luego ella lo besó, acariciando la cara con su pelo, golpeando sus mejillas con el bamboleo alegre de sus tontos pendientes de plata. Sus pequeñas sandalias rojas se deslizaron de los dedos del pie, equilibrándo una de ellas en su zapato de golf.
Francesca fue la primera en girarse, buscando a Holly Grace entre la muchedumbre, ofreciéndole el brazo. Dallie dejó a Francesca en el suelo sin soltarla y le ofreció su brazo, también, para que Holly Grace se pudiera unir.
Él las abrazó a ambas… estas dos mujeres que significaban todo para él, una el amor de su niñez, la otra el amor de su madurez; una, alta y fuerte, la otra pequeña y frívola, con un corazón de malvavisco y una espina dorsal de acero templado.
Los ojos de Dallie buscaron a Teddy, pero hasta en su momento de victoria, vio que el muchacho no estaba listo y no lo presionó. Por ahora era suficiente con intercambiar sonrisas.
Un fotógrafo de la agencia de información UPI captó la imagen que sería portada de las primeras páginas de la sección de deportes de todos los periódicos nacionales al dia siguiente…un jubiloso Dallie Beaudine levantando del suelo a Francesca Day mientras Holly Grace Beaudine estaba de pie a un lado.
Francesca tenía que estar en Nueva York a la mañana siguiente, y Dallie tenía que realizar todos los deberes que recaían en el ganador inmediatamente después de un gran campeonato.
Por consiguiente, su tiempo juntos después del torneo era demasiado corto y sobre todo público.
– Te llamaré -le dijo él mientras se lo llevaban en volandas.
Ella sonrió en respuesta, y luego la prensa lo engulló.
Francesca y Holly Grace viajaron juntas a Nueva York, pero su vuelo iba con retraso y no llegaron a la ciudad hasta tarde. Era medianoche pasada cuando Francesca metió a Teddy en la cama, muy tarde para esperar una llamada de Dallie.
El día siguiente, asistió a una reunión informativa sobre la próxima ceremonia de entrega de ciudadanía en la Estatua de la Libertad, un almuerzo para periodistas, y dos reuniones más. Dejó varios números de teléfono a su secretaria, para que pudiera localizarla en cualquier parte, pero Dallie no llamó.
Mientras abandonaba el estudio, se iba cociendo en una salsa de profunda indignación. De acuerdo, él había estado ocupado, pero seguramente podría haber robado unos minutos para llamarla.
A no ser que hubiera cambiado de idea, le susurró una voz interior.
A no ser que él no hubiera hablado en serio.
A no ser que ella hubiera interpretado mal sus sentimientos.
Consuelo y Teddy no estaban cuando llegó a casa. Dejó el bolso y el maletín, se quitó fatigosamente la chaqueta y caminó por el pasillo hacía su dormitorio, sólo para pararse en la puerta. Un trofeo de plata y cristal de casi un metro de alto estaba colocado en el centro de su cama.
– ¡Dallie!
Él salió del cuarto de baño, el pelo todavía mojado de la ducha, una de sus mullidas toallas rosas alrededor de sus caderas. Sonriéndole abiertamente, levantó el trofeo de la cama, caminó hacía ella, y lo depositó a sus pies.
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