– ¿Era esto lo que tenías en mente?
– ¡Eres un desgraciado! -Ella se lanzó a sus brazos, casi golpeando el trofeo en el proceso. -¡Te quiero, maravilloso e imposible desgraciado!
Y luego él la besó, y ella lo besó, y estaban abrazados tan fuerte el uno al otro que parecía como si la fuerza vital de un cuerpo pasara al otro.
– Maldición, te amo -murmuró Dallie-. Mi pequeña y dulce Pantalones De Lujo, conduciéndome casi hasta la locura, fastidiándome a muerte.
Él la besó otra vez, un beso largo y lento.
– Seguramente seas casi la mejor cosa que alguna vez me pasó.
– ¿Casi? -murmuró ella contra sus labios-. ¿Cuál es la mejor?
– Nacer tan guapo.
Y la besó otra vez.
Hicieron el amor con risas y ternura, con nada prohibido, nada que esconder. Después, se pusieron cara a cara, sus cuerpos desnudos pegados, para susurrarse secretos el uno al otro.
– Pensé que iba a morir -le dijo él-. Cuando digiste que no te casarias conmigo.
– Y yo pensé que iba a morir, cuando digiste que no me querías.
– He tenido siempre tanto miedo. Tenías toda la razón en eso.
– Tenía que tener lo mejor de tí. Soy una persona miserable, egoísta.
– Eres la mejor mujer del mundo.
Él comenzó a hablarle de Danny y Jaycee Beaudine y el sentimiento de que no iba a llegar a nada.
Era más fácil no intentarlo siquiera, había descubierto, que dejar en evidencia todos sus defectos.
Francesca dijo que Jaycee Beaudine parecía una persona completamente odiosa y Dallie debería haber tenido suficiente sentido común para darse cuenta que todas sus opiniones no podían ser demasiado fiables.
Dallie se rió y la besó otra vez antes de preguntarla cuando se casaban.
– He ganado en buena lid. Ahora te toca pagar.
Estaban ya vestidos y sentados en la sala de estar cuando Consuelo y Teddy volvieron varias horas más tarde. Venían de pasar una maravillosa tarde en el Madison Square Garden, donde Dallie les había enviado antes con un par de entradas de primera fila para ver el Mayor Espectáculo del Mundo.
Consuelo observó las caras ruborizadas de Francesca y Dallie y no la engañaron ni por un minuto sobre lo que habían estado haciendo mientras Teddy y ella estaban viendo los tigres domesticados de Gunther Gebel-Williams. Teddy y Dallie se miraron el uno al otro cortesmente, pero con cautela.
Teddy estaba todavía bastante seguro que Dallie sólo fingía quererlo para estar con su mamá, mientras Dallie intentaba calcular como deshacer todo el daño que había cometido.
– Teddy, ¿te gustaría acompañarme a la cima del Empire State Building mañana después de la escuela? Podrías enseñármelo.
Por un momento Dallie pensó que Teddy iba a rechazarle. Teddy recogió su programa de circo, lo enrolló en un tubo, y sopló por el con una elaborada sencillez.
– Supongo que está bien -se puso el tubo como un telescopio y miró por el-. Pero después de ver el capítulo de los Goonies en la televisión por cable.
Al día siguiente los dos estaban en la plataforma de observación. Teddy parado mucho más atrás del metal protector colocado en el borde porque las alturas le hacían marearse. Dallie directamente a su lado porque a él no le atraían las alturas tampoco.
– El dia no es bastante claro hoy para ver la Estatua de la Libertad -dijo Teddy, señalando hacia el puerto-. A veces puedes verla desde aquí.
– ¿Quieres que te compre uno de esos King Kong de goma que venden allí? -le preguntó Dallie.
A Teddy le gustaba mucho King Kong, pero negó con la cabeza. Un tipo que llevaba una gorra con el nombre de Iowa reconoció a Dallie y le pidió un autógrafo.
Teddy estaba muy acostumbrado a esperar pacientemente mientras los adultos pedían autógrafos, pero la interrupción irritó a Dallie. Cuando el admirador finalmente se alejó, Teddy miró a Dallie y dijo sabiamente:
– Esto va con el contrato.
– ¿Qué quieres decir?
– Cuando eres una persona famosa, la gente parece que te conoce, aunque no sea así. Tienes una cierta obligación.
– Eso suena como dicho por tu mamá.
– Nos interrumpen mucho.
Dallie lo miró un momento.
– Sabes que estas interrupciones sólo van a empeorar, ¿no es verdad, Teddy? Tu mamá me pedirá que gane más torneos para ella, y siempre que los tres salgamos juntos, habrá mucha más gente mirándonos.
– ¿Mi mamá y tú os casais?
Dallie asintió con la cabeza.
– Quiero mucho a tu mamá. Es la mejor mujer del mundo -respiró hondo-.Te quiero a tí también, Teddy. Sé que podría ser difícil para tí creerlo después del modo en que te he tratado, pero es la verdad.
Teddy se quitó las gafas y sometió los cristales a una limpieza complicada con el dobladillo de su camiseta.
– ¿Y que pasa con Holly Grace? -dijo, mirando los cristales a la luz-. ¿Significa esto que nosotros no veremos a Holly Grace más, debido a que antes estábais casados?
Dallie sonrió. Teddy no podría querer reconocer lo que acababa de oír, pero al menos no se había alejado.
– Nosotros no podríamos deshacernos de Holly Grace aunque lo intentaramos. Tu madre y yo la queremos; ella siempre formará parte de nuestra familia. Skeet, también, y la Señorita Sybil. Y todos los vagabundos que tu madre logre recoger.
– ¿Gerry, también? -preguntó Teddy.
Dallie vaciló.
– Supongo que incluso Gerry.
Teddy no tenía tanto vértigo ahora, y se acercó un poco más a la rejilla protectora. Dallie no es que estuviera impaciente por avanzar, pero lo hizo, también.
– Tú y yo todavía tenemos algunas cosas que hablar, ya sabes de qué -dijo Dallie.
– Quiero que me compres un King Kong -dijoTeddy bruscamente.
Dallie vio que Teddy todavía no estaba preparado para ninguna conversación de padre a hijo, y se tragó su decepción.
– Tengo algo que preguntarte.
– No quiero hablar sobre ello -Teddy pasó los dedos por la rejilla metálica.
Dallie puso sus dedos ahí, también, esperando poder acertar en la próxima parte.
– ¿Te ha pasado alguna vez que has tenido un amigo con el que jugabas siempre, y después averiguas que él ha construido algo especial cuando no estaba contigo? ¿Una fortaleza, tal vez, o un castillo?
Teddy negó con cautela.
– ¿Tal vez hizo un columpio cuándo no estabas con él, o construyó un circuito para sus coches?
– O tal vez construyó un planetario con bolsas de basura nuevas y una linterna.
– O un planetario de bolsas de basura -Dallie rápidamente se enmendó-. De cualquier manera, tal vez cuando miraste ese planetario, pensaste que era tan fabuloso que te sentías un poco celoso de no haberlo hecho tú mismo-.
Dallie soltó la protección, manteniendo sus ojos sobre los de Teddy para asegurarse que el muchacho le seguía.
– Por eso, porque estabas celoso, en lugar de decir a tu amigo que había hecho un gran planetario, levantaste la nariz y le digiste que no era nada del otro mundo, aun cuando fuera el mejor planetario que alguna vez hubieras visto.
Teddy asintió despacio, interesado en que un adulto conociera algo así. Dallie descansó su brazo sobre la cima de un telescopio que señalaba hacia Nueva Jersey.
– Eso es justamente lo que me pasó cuando te conocí.
– ¿Si? -declaró Teddy con asombro.
– Aquí está este niño, y es un gran muchacho, listo y valiente, pero yo no lo ví así, porque estaba celoso. En lugar de decirle a tu mamá, "¡Oye!, has criado a un chico realmente estupendo", actué como si pensara que este niño no fuera tal, y que sería mucho mejor si yo hubiera estado con él para ayudar a criarlo.
Buscó la cara de Teddy, tratando de leer en su expresión si le comprendía, pero el muchacho no regalaba nada.
– ¿Podrías entender algo así? -le preguntó finalmente.
Otro niño podría haber negado, pero un niño con un coeficiente intelectual de ciento sesenta y ocho necesitaba algún tiempo para clasificar las cosas.
– ¿Me podrías comprar el King Kong ahora? – preguntó correctamente.
La ceremonia en la Estatua de la Libertad llegó un poético dia de mayo, con una brisa suave, balsámica, un cielo azul lavanda, y el descenso en picado perezoso de las gaviotas.
Tres lanchas decoradas con banderitas rojas, blancas, y azules habían cruzado el Puerto de Nueva York hacia la Isla de Libertad aquella mañana y se habían colocado en el muelle donde la Línea círcular transportaba normalmente a los turistas. Pero durante las siguientes horas, no habría turistas, y sólo unas cien personas poblaban la isla.
La Estatua de la Libertad dominaba sobre una plataforma que se había construido especialmente con césped en el lado sur de la isla al lado de la base de la estatua. Normalmente, las ceremonias públicas se realizaban en un área cercada por detrás de la estatua, pero el equipo de la Casa Blanca pensó en esta otra posición, de cara a la estatua y con una vista desatascada del puerto, era más fotogénico para la prensa.
Francesca, con un vestido de seda color pistacho claro y una chaqueta color marfil, estaba sentada en una fila con otros miembros honorarios, varios miembros del gobierno, y una Juez del Tribunal Supremo.
En el atril, el Presidente de los Estados Unidos hablaba de la promesa de América, sus palabras resonando por los altavoces instalados en los árboles.
– Celebramos aquí hoy… jóvenes y viejos, blancos y negros, unos de raíces humildes, otros nacidos en la prosperidad. Tenemos religiones diferentes y tendencias políticas diferentes. Pero cuando descansamos a la sombra de la gran Señora de la Libertad, todos somos iguales, todos herederos de la llama…
El corazón de Francesca estaba tan lleno de alegría que pensó que reventaría. Habían permitido a cada participante invitar a veinte invitados, y cuando miró fijamente a su grupo tan diverso, comprendió que estas personas a las que tanto quería representaban un microcosmos del país por sí mismas.
Dallie, llevando una banderita americana fija sobre la solapa de su chaqueta de traje azul marino, sentado con la Señorita Sybil a un lado, y Teddy y Holly Grace al otro. Detrás de ellos, Naomi se inclinaba a un lado para susurrar algo en el oído de su marido. Estaba estupenda después de haber dado a luz, pero parecía nerviosa, indudablemente preocupada por dejar a su niñita de cuatro semanas de edad medio dia.
Tanto Naomi como su marido llevaban brazaletes negros para protestar contra el apartheid. Nathan Hurd se sentaba junto con Skeet Cooper, una combinación interesante de personalidades en opinión de Francesca.
De Skeet al final de la fila había un grupo de mujeres jóvenes con rostros blancos y negros, algunas con demasiado maquillaje, pero todas ellas poseyendo una chispa de esperanza en su propio futuro.
Todas ellas eran las fugitivas de Francesca, y le había encantado saber que todas estaban felices de acompañarla hoy. Incluso Stefan la había llamado desde Europa esa misma mañana para felicitarla, y ella había curioseado con las noticias bienvenidas que él actualmente disfrutaba del afecto de una joven y hermosa viuda de un industrial italiano.
Sólo Gerry no había aceptado su invitación, y Francesca lo echaba de menos. Se preguntaba si acaso todavía estaba enfadado con ella porque había vuelto a rechazar su última demanda para aparecer en su programa.
Dallie la pilló mirándolo y le dirigió una sonrisa privada que le decía tan claramente como si se lo dijera con palabras cuanto la amaba. A pesar de sus diferencias superficiales, habían descubierto que sus almas eran practicamente gemelas.
Teddy se había acurrucado cerca de Holly Grace en vez de con su padre, pero Francesca pensó que la situación pronto se resolvería y no permitió que ello molestara el placer del día.
Dentro de una semana ella y Dallie estarían casados, y era más feliz que nunca en su vida.
El Presidente se giraba hacía arriba con gran elociencia. -Y por eso América es todavía la tierra de las oportunidades, el hogar de la iniciativa individual, como atestigua el éxito de estas personas que honramos este día. Somos el pais más grande del mundo…
Francesca había hecho programas sobre los sin hogar en América, sobre la pobreza y la injusticia, el racismo y el sexismo. Conocía todos los defectos del país, pero ahora ella sólo podía estar de acuerdo con el Presidente.
América no era un país perfecto; a menudo era demasiado egoísta, violento, y avaro. Pero era un país que tenía con frecuencia el corazón en el lugar correcto, aunque no siempre podía resolver todos los detalles justamente.
El Presidente terminó con una estimulante ovación, capturada por las cámaras de televisión para sacarlo en las noticias de la noche.
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