Entonces la Juez del Tribunal Supremo dio un paso adelante. Aunque no pudiera ver la Isla de Ellis detrás de ella, Francesca sintió su presencia como una bendición, y pensó en toda aquella multitud de inmigrantes que habían venido a esta tierra con sólo la ropa sobre sus espaldas y la determinación de labrarse una nueva vida.

De todos los millones que habían pasado por estas puertas de oro, seguramente ella había sido la más inútil.

Francesca se puso de pie con los demás, una sonrisa fija en sus labios cuando recordó a una muchacha de veintiun años con un vestido rosado de antes de la guerra, caminando trabajosamente por una sucia carretera de Louisiana llevando una maleta de Louis Vuitton.

Levantó su mano y comenzó a repetir las palabras que estaba diciendo la Juez del Tribunal Supremo.

– Por la presente declaro, sobre juramento, que renuncio completamente a guardar lealtad y fidelidad a cualquier príncipe extranjero, potentado, estado o soberanía…

¡Adiós!, Inglaterra, pensó.

No fue culpa tuya que yo fuera un auténtico desastre. Eres un buen país, antiguo… pero necesitaba un caracter más áspero, algo joven que me enseñara como mantenerme de pie yo sola.

– … que apoyaré y defenderé la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales…

Lo intentaría por lo menos, aun cuando las responsabilidades de la ciudadanía la intimidaran. Para lograr que una sociedad permaneciera libre, ¿cómo se podían tomar esos deberes a la ligera?

– … que portaré armas a favor de los Estados Unidos.

¡Por Dios, ciertamente esperaba que no!

– … que realizaré trabajos de importancia nacional bajo dirección civil cuando sea requerido por la ley…

El mes que viene, debía declarar ante un comité del Congreso del problema de las fugitivas, y ya había comenzado a formar una organización para recaudar fondos para construir refugios. Realizando "Francesca Today" sólo una vez al mes, finalmente tendría la posibilidad de devolver algo al país que le había dado tanto.

– … que tomo esta obligación libremente sin ninguna reserva mental o propósito de evasión; y con la ayuda de Dios.

Cuando la ceremonia se terminó, una serie de aplausos al estilo de Texas surgió de la audiencia. Con lágrimas en los ojos, Francesca miró a sus invitados. Entonces el Presidente saludó a los nuevos ciudadanos, seguidos de la Juez del Tribunal Supremo y los otros miembros del gobierno.

Una banda comenzó a tocar "Barras y Estrellas Para Siempre", y el empleado de la Casa Blanca responsable de la ceremonia comenzó a mover a los participantes hacia unas mesas con banderitas colocadas bajo los árboles, dónde habían puesto sandwiches y jarras de té, como en una merienda campestre del Cuatro de Julio.

Dallie salió de la multitud el primero, con una sonrisa burlona del tamaño de Texas por toda su cara.

– La última cosa que necesita este pais es otra votante demócrata, pero estoy verdaderamente orgulloso de tí de todos modos, cariño.

Francesca se rió y lo abrazó. En la zona este de la isla hubo un rugido ruidoso cuando el helicóptero presidencial salió, llevandose al Presidente y los otros miembros del gobierno presentes en la ceremonia.

Como el Presidente ya no estaba, el ambiente se relajó. Cuando el helicóptero desapareció, se anunció que la estatua se abría de nuevo en una hora para todo el que quisiera visitarla.

– Estoy orgulloso de tí, mamá -dijo Teddy. Ella le dio un abrazo.

– Estabas casi tan elegante como ese diseñador coreano -le dijo Holly Grace-. ¿Sabías que llevaba calcetines rosas con mariposas de pedrería?

Francesca apreció la tentativa de Holly Grace de buen humor, sobre todo porque sabía que estaba fingiendo.

El brillo de Holly Grace se había desteñido en los últimos meses.

– Aquí, señorita Day -la llamó uno de los fotógrafos.

Ella sonrió a la cámara y habló con todos los que fueron a saludarla. Sus antiguas fugitivas hacían cola para conocer a Dallie. Ellas coquetearon con él de forma extravagante, y él coqueteó con ellas hasta que a los pocos minutos reían tontamente. Los fotógrafos querían instantáneas de Holly Grace, y las camaras de televisión le pidieron una pequeña entrevista a Francesca. Después de terminar la última, Dallie puso una vaso de té en sus manos.

– ¿Has visto a Teddy?

Francesca echó un vistazo alrededor.

– No desde hace un rato -se dio la vuelta hacía Holly Grace que acababa de pasar a su lado-. ¿Has visto a Teddy?

Holly Grace negó con la cabeza. Dallie parecía preocupado y Francesca se rió de él.

– Estamos en una isla, no puede encontrarse con demasiados problemas.

Dallie no pareció convencido.

– Francie, es tu hijo. Con semejantes genes, me parece que podría meterse en problemas en cualquier parte.

– Vamos a buscarlo -ofreció la sugerencia más como un deseo de estar sola con Dallie que de buscar en realidad a Teddy. La isla estaba cerrada a turistas durante otra hora. ¿Qué podía ocurrirle?

Cuando dejaba el vaso sobre la mesa, vio que Naomi agarraba la mano de Ben Perlman y le instaba a mira al cielo.

Protegiéndose los ojos, Francesca alzó la vista, también, pero todo lo que vio fue un pequeño avión volando muy alto. Y entonces vio como algo caía de la avioneta, y un paracaidas empezaba a abrirse. Uno a uno, las personas alrededor empezaron a mirar fijamente al cielo y se quedaron observando como bajaba el paracaidista hacia la Isla de Libertad.

Mientras caía, iba desplegando una larga pancarta blanca detrás de él. Tenía unas grandes letras impresas en negro, pero eran imposibles de desfrifar porque el viento azotaba la pancarta hacía un lado y hacía el otro, amenazando con enredar al propio paracaidista. De repente, la pancarta dejó ver nítidamente el mensaje.

Francesca sintió unas uñas afiladas clavándose en la manga de su chaqueta.

– Ah, Dios mio -susurró Holly Grace.

Los ojos de cada espectador… así como todas las cámaras de televisión enfocaron un primer plano de la pancarta, y ésto es lo que decía:


CÁSATE CONMIGO, HOLLY GRACE


Aunque le ocultaba un casco y un mono blanco, el paracaidista sólo podía ser Gerry Jaffe.

– Voy a matarlo -dijo Holly Grace, goteando veneno en cada sílaba-. Esta vez ha ido demasiado lejos. Y luego el viento cambió y fue visible el otro lado de la pancarta.

Tenía un dibujo de unas pesas.

Naomi pasó al lado de Holly Grace.

– Lo siento -dijo-. Intenté hacerlo recapacitar, pero te ama tanto… y se niega a tomar el camino fácil.

Holly Grace no contestó. Mantuvo los ojos fijos en la bajada. El paracaidista caía cerca de la isla, pero comenzó a ir a la deriva. Naomi soltó un pequeño grito de alarma, y los dedos de la Holly Grace se clavaron más profundo en el brazo de Francesca.

– Va a caer al agua -gritó Holly Grace-. Ah, Dios, se ahogará. Se enredará en el paracaídas o en la estúpida pancarta…

Se separó de Francesca y comenzó a correr hacia el muro de protección, chillando como una condenada.

– ¡Tú, rojo estúpido! ¡Estúpido tonto!…

Dallie puso su brazo sobre el hombro de Francesca.

– ¿Tienes idea de lo que significa el dibujo que hay en esa pancarta?

– Parecen unas pesas -contestó, conteniendo el aliento cuando Gerry saltó el muro y aterrizó sobre el césped aproximadamente a cincuenta metros de distancia.

– Holly Grace realmente se va a cabrear por esto -comentó él, disfrutando por anticipado-. Maldita sea, está loca.

"Loca" no era la palabra apropiada. Holly Grace estaba furiosa. Estaba tan enfurecida que apenas podía contenerse.

Mientras Gerry luchaba para recoger el paracaídas, ella le gritaba todo el rosario de epítetos asquerosos que pudo recopilar en su mente.

Él enrolló el paracaídas y la pancarta juntos y los dejó sobre la hierba para tener las dos manos libres para tratar con ella. Cuando él vio su cara roja y sintió el calor de su furia, comprendió que iba a necesitarlas.

– Nunca te perdonaré por esto -gritó ella, dándole un puñetazo en el brazo, para placer de los camaras de televisión-. No tienes suficiente experiencia para hacer un salto así. Podrías haberte matado. ¡Y no hubiera sentido que lo hubieras hecho!

Él se quitó el casco, y su pelo rizado estaba tan revuelto como el de un ángel oscuro.

– He estado intentando hablar contigo durante semanas, pero no quieres verme. Además, pensé que te gustaría esto.

– ¡Que me gustaría! -casi le escupió-. ¡No me he sentido tan humillada en toda mi vida! Has hecho de mí un espectáculo. No tienes un gramo de sentido común. Ni un sólo gramo.

– ¡Gerry! -escuchó la advertencía de Naomi y por el rabillo del ojo, vio acercarse corriendo a varios agentes de seguridad de la Estatua.

Sabía que no tenía mucho tiempo. Lo que había hecho era definitivamente ilegal, y no dudaba ni un momento que iban a detenerle.

– Ya me he comprometido publicamente contigo, Holly Grace. ¿Qué más quieres de mí?

– Tú te has puesto publicamente en ridículo. Saltando de un aeroplano y casi ahogándote con esa estúpida pancarta. ¿Y por qué has dibujado por el otro lado un hueso de perro? ¿Podrías decirme que quieres decirme con eso?

– ¿Hueso de perro? -Gerry levantó sus brazos por la frustración. Hiciese lo que hiciese, nunca estaba contenta esta mujer, y si la perdía esta vez, nunca la recuperaría. Solamente pensar en perderla le producía escalofríos.

Holly Grace Beaudine era una mujer que él nunca había sido capaz de controlar, una mujer que le hacía sentir como si pudiera conquistar el mundo, y la necesitaba del mismo modo que necesitaba respirar.

Los guardias de seguridad casi lo habían alcanzado.

– ¿Estás ciega, Holly Grace? Eso no era un hueso de perro. Jesús, he hecho el compromiso más espantoso de toda mi vida, y te has perdido el mejor punto.

– ¿De qué hablas?

– ¡Eso era un sonajero de bebé!

Los dos primeros guardias de seguridad lo agarraron.

– ¿Un sonajero de bebé? -su expresión feroz quedó derretida por la sorpresa y su voz se ablandó-. ¿Eso era un sonajero?

Un tercer oficial de seguridad apartó a Holly Grace. Gerry estaba decidido a llegar hasta el final, y puso las manos delante de su cuerpo.

– Cásate conmigo, Holly Grace -dijo Gerry, no haciendo caso al hecho que le estaban leyendo sus derechos-. ¡Cásate conmigo y tengamos un bebé… una docena de ellos! Pero no me abandones.

– Ah, Gerry… -ella estaba de pie mirándolo con el corazón en sus ojos, y el amor que sentía por ella se expandió hasta casi dolerle el pecho. Los guardias de seguridad no querían aparecer como tipos malos delante de la prensa, así que permitieron que levantara las muñecas y las metiera por encima de su cabeza. La besó tan atentamente que olvidó asegurarse que estaban bien colocados para una buena toma de las cámaras de televisión.

Afortunadamente, Gerry tenía un socio que no se distraía fácilmente con las mujeres.

En todo lo alto, de una pequeña ventana en la corona de la Estatua de la Libertad, otra pancarta comenzó a desplegarse, ésta de un amarillo brillante. Estaba hecha de un material sintético que había sido desarrollado por el programa de investigaciones espaciales… un material tan ligero que podía doblarse y trasportarse casi dentro de la cartera, y luego se ampliaba de forma increible una vez extendida.

La pancarta amarilla caía hacía abajo sobre la frente de la Estatua de la Libertad, desenrollada a lo largo de la longitud de su nariz, y gradualmente se abrió hasta que acabó a la altura de la barbilla.

Su mensaje era claramente legible desde el suelo, simplemente cuatro palabras en trazos negros y muy gruesos.


NO MÁS BOMBAS NUCLEARES


Francesca lo vio primero. Y luego Dallie. Gerry, quien de mala gana había finalizado su abrazo con Holly Grace, había reído cuando lo descubrió y le dio un beso rápido en la nariz.

Entonces levantó sus muñecas esposadas al cielo, inclinó hacía atrás su cabeza, y levantó sus manos en puños.

– ¡Es hora de marcharte, Teddy! -gritó.

¡Teddy!

Francesca y Dallie se miraron el uno al otro alarmados y luego comenzaron a correr por el césped hacia la entrada a la estatua.

Holly Grace apoyó la cabeza en Gerry, no segura de si debería reírse o llorar, sabiendo sólo que le esperaba una vida nada aburrida en el futuro.

– Era una oportunidad demasiado buena de desperdiciar -comenzó a explicarle-. Todas estas cámaras…

– Calla, Gerry, y dime como hago para sacarte de la carcel -era una costumbre que Holly Grace sospechaba que tendría que hacer bastante en su vida futura

– Te amo, nena.

– Yo también te amo.

Las acciones de reivindicación política no eran inusuales en la Estatua de la Libertad. En los años sesenta, exiliados cubanos se encadenaron a los pies de la estatua; en los años setenta, pacifistas veteranos colgaron al revés la bandera americana; y en los años ochenta, dos escaladores de montaña subieron hasta la cima de la estatua para protestar contra el encarcelamiento continuado de uno de los Panteras Negras.