Las acciones políticas no eran desconocidas, pero en ninguna de ellas había habído implicado un niño.

Teddy estaba sentado solo en el pasillo fuera de la oficina de seguridad de la estatua. Por la puerta cerrada, podía oír la voz de su mamá y de vez en cuando a Dallie. Uno de los guardias de seguridad le había traído un 7up, pero no podía beberlo.

La semana anterior, cuando Gerry había llevado a Teddy a conocer al bebé de Naomi, Teddy oyó por casualida cómo Gerry discutía con Naomi, y así se enteró del plan de Gerry de lanzarse en paracaídas sobre la isla.

Cuando Gerry lo había llevado a casa, Teddy le preguntó. Se sintió como un personaje cuando Gerry finalmente confió en él, aunque pensara que simplemente era porque se sentía triste ante la posibilidad de perder a Holly Grace.

Habían hablado acerca de una pancarta en contra de las bombas nucleares, y Teddy le pidió a Gerry que lo dejara ayudarle, pero Gerry dijo que era aún demasiado jóven. Pero Teddy no se había rendido.

Durante dos meses había estado tratando de pensar en realizar un trabajo de ciencias sociales tan espectacular que impresionara a la señorita Pearson, y pensó que podría ser este. Cuando intentó explicarse, Gerry le había dado una larga conferencia sobre como no se podía llegar a un desacuerdo político por motivos egoístas.

Teddy había escuchado atentamente y había fingido estar de acuerdo, pero él realmente quería un sobresaliente en su trabajo de sociales. Milton Grossman sólo había visitado la oficina del alcalde Koch, y la señorita Pearson le habían dado un notable.

¡Desafíaba la imaginación de Teddy pensar la nota que le daría a un niño que había ayudado a desarmar el mundo!

Ahora tenía que afrontar las consecuencias, sin embargo.

Teddy sabía que había sido una estupidez romper el cristal de la ventana. ¿Pero qué otra cosa podía haber hecho?

Gerry le había explicado que las ventanas de la corona se abrían con una llave especial que sólo llevaba el personal de mantenimiento. Uno de ellos era amigo de Gerry, y este tipo había prometido subir a la corona en cuanto la gente de seguridad del Presidente abandonara la zona y abrir la ventana del medio.

Pero cuando Teddy llegó a la corona, todo sudoroso y sin aliento de haber subido la escalera tan rápido como pudo para llegar allí antes que nadie, algo iba mal porque la ventana todavía estaba cerrada.

Gerry le había dicho a Teddy que si tenía algún problema con la ventana, se olvidara de todo el plan y bajara de nuevo, pero Teddy tenía demasiado en juego.

Rápidamente, antes de que tuviera tiempo de pensar en lo que hacía, había agarrado la tapa metálica de un cubo de la basura y la había golpeado contra la pequeña ventana del centro unas cuantas veces.

Después de cuatro intentos, finalmente rompió el cristal. Seguramente sólo fue el eco, pero cuando el cristal se rompió, pensó que podía escuchar el grito de la estatua.

La puerta de la oficina se abrió y el hombre que era responsable de seguridad salió. No miró a Teddy; simplemente caminó por el pasillo sin decir nada.

Entonces su mamá apareció por la entrada, y Teddy pudo ver que estaba realmente enfadada. Su mamá no se ponía furiosa demasiado a menudo, a no ser que realmente la asustaran sobre algo, y cuando esto pasaba, él tenía un sentimiento enfermo en el estómago.

Tragó con fuerza y bajó los ojos, porque le asustaba mirarla a la cara.

– Entra aquí, jóven -dijo ella, sonando como si acababa de comer carámbanos-. ¡Ahora!

Su estómago hizo un salto mortal. Estaba realmente en problemas. Había esperado unos pocos problemas, pero no tantos.

Nunca había oído a su mamá tan enfadada. Su estómago pareció ponerse boca abajo, y pensó que se debería levantar. Él intentó tardar todo el tiempo posible arrastrando sus zapatos caros cuando él anduvo hacia la puerta, pero su mamá le cogió del brazo y lo metió en la oficina. Y cerró con fuerza detrás de él.

Ningún personal de la estatua estaba allí. Solamente Teddy, su mamá, y Dallie.

Dallie estaba de pie junto a la ventana con los brazos cruzados sobre su pecho. Por la luz del sol, Teddy no podía ver su cara demasiado bien y estaba contento de eso.

Sobre la cima del Empire State Building, Dallie había dicho que lo quería y Teddy había querido creerlo, excepto que tenía miedo que Dallie lo hubiera dicho solamente por su mamá.

– Teddy, me avergüenzo tanto de tí -comenzó su madre-. ¿Qué te hizo implicarte en algo como esto? Has roto la estatua. ¿Cómo has podido hacer esto?

La voz de su mamá temblaba un poquito, como si estuviera realmente alterada, y su acento era más fuerte de lo normal.

Deseaba no ser tan mayor para darle unos azotes, porque sabía que una azotaína no le dolería tanto como esas palabras.

– Es un milagro que no vayan a demandarte. Siempre he confiado en tí, Teddy, pero pasará mucho tiempo antes de que vuelva a fiarme de tí otra vez. Lo que has hecho es ilegal.

A cada palabra que decía, la cabeza de Teddy bajaba cada vez más. Él no sabía que era peor… romper la estatua o trastornar tanto a su mamá. Podía sentir como su garganta comenzaba a cerrarse y comprendió que iba a llorar.

Justo delante de Dallie Beaudine, iba a llorar como un idiota.

Mantuvo los ojos fijos en el suelo y se sentía como si alguien le tirara piedras en el pecho. Hizo una respiración profunda, inestable. No podía llorar delante de Dallie. Se apuñalaría en los ojos antes de hacer eso.

Una lágrima cayó e hizo un gran "splat" sobre la cima de uno de sus zapatos caros. Se lo tapó con el otro zapato para que Dallie no lo viera.

Su mamá siguió hablando sobre como ella no podía confiar más en él, cuanto la había decepcionado, y otra lágrima cayó sobre su otro zapato. El estómago le dolía, la garganta se le cerraba, y solamente quería sentarse en el suelo y abrazar uno de sus viejos ositos de peluche y llorar con verdadera fuerza.

– Ya es suficiente, Francie -la voz de Dallie no era muy alta, pero era seria, y su mamá dejó de hablar. Teddy se limpió la nariz con su manga-. Déjanos un minuto, cariño.

– No, Dallie, yo…

– Déjanos un momento, cariño. Saldremos en un minuto.

¡No te vayas! Quiso gritar Teddy. No me dejes solo con él.

Pero era demasiado tarde. Después de unos segundos, los pies de su madre comenzaron a moverse y luego oyó la puerta cerrarse. Otra lágrima se quedó dormida en su barbilla, haciendo un pequeño hipo suave cuando intentó respirar.

Dallie se puso a su lado. Por entre las lágrimas, Teddy pudo ver los pantalones de Dallie. Y luego Teddy sintió un brazo alrededor de los hombros y que lo abrazaba.

– No te contengas y llora todo lo que quieras, hijo -dijo Dallie suavemente-. A veces los hombres también necesitamos llorar, y tú hoy has tenído un día horrible.

Algo fuerte y doloroso que Teddy había estado guardando rígidamente dentro de él demasiado tiempo pareció romperse.

Dallie se arrodilló y estrechó a Teddy contra él. Teddy colocó los brazos alrededor del cuello de Dallie y lo mantuvo tan apretado como podía y lloró tan fuerte que casi no podía coger aliento. Dallie frotó la espalda de Teddy debajo de su camisa y lo llamó hijo y le dijo que tarde o temprano todo estaría bien.

– No pensé hacer daño a la estatua -sollozó Teddy en el cuello de Dallie-. Me gusta la estatua. Mi mamá dijo que no confiará en mí otra vez.

– Las mujeres no son siempre razonables cuando están tan alteradas como tu mamá lo estaba ahora.

– Amo a mi mamá -Teddy hipó otra vez-. No pensé que se enfadaría tanto.

– Lo sé, hijo.

– Me siento muy asustado cuando se enfada tanto conmigo.

– Estoy seguro que ella está asustada por dentro, también.

Teddy finalmente consiguió la valentía para alzar la vista. La cara de Dallie parecía todo borrosa por sus lágrimas.

– No va a olvidar esto durante un millón de años.

Dallie asintió.

– Probablemente tienes razón en eso.

Y luego Dallie cogió la cabeza de Teddy, lo estrechó contra su pecho, y le besó directamente al lado de su oreja.

Teddy se quedó quieto, sin decir nada durante unos segundos, simplemente acostumbrándose a la sensación de una mejilla rasposa contra la suya en lugar de una lisa.

– ¿Dallie?

– ¿Uh-huh?

Teddy enterró la boca en el cuello de la camisa de Dallie y las palabras salieron amortiguadas.

– Creo…yo creo que tú eres mi verdadero papá, ¿verdad?

Dallie se quedó callado un momento, y cuando finalmente habló sonó como si su garganta se cerrara, también.

– Puedes apostar que lo soy, hijo. Puedes apostarlo.

Más tarde, Dallie y Teddy salieron al pasillo para afrontar a su mamá juntos.

Excepto que esta vez, cuando ella vio como Teddy abrazaba a Dallie, fue ella quién comenzó a llorar, y antes de darse cuenta, su mamá lo abrazaba y Dallie la abrazaba, y los tres estaban abrazados allí, en medio del pasillo de la oficina de seguridad de la Estatua de la Libertad, llorando como un puñado de bebés.


Epílogo


Dallie estaba sentado en el asiento de pasajeros de su Chrysler New Yorker, con la visera de su gorra inclinado sobre sus ojos para bloquear el sol de la mañana, mientras la señorita Pantalones de Lujo adelantaba dos coches y un autobús Galgo en menos tiempo que tardaban la mayoría de la gente en decir amén. Maldita sea, le gustaba como conducía un coche.

Un hombre podía relajarse con una mujer como ella detrás del volante porque sabía que tenía media posibilidad de llegar a su destino antes de que sus arterias endurecieran de vejez.

– ¿Vas a decirme dónde me llevas? -preguntó él.

Cuando ella le había sacado de la casa antes de tomarse un café, no había protestado demasiado porque tres meses de vida de casados le habían enseñado que era más conveniente acompañar a su pequeña y bella esposa que pasar la mitad el tiempo discutiendo con ella.

– Te llevo al viejo vertedero. Si puedo encontrar el camino.

– ¿El vertedero? Ese lugar ha estado cerrado durante los últimos tres años. No hay nada allí.

Francesca giró a la derecha en un camino de asfalto viejo.

– Eso es lo que la Señorita Sybil dijo.

– ¿La Señorita Sybil? ¿Qué tiene ella que ver con todo esto?

– Ella es una mujer -contestó Francesca misteriosamente-. Y entiende las necesidades de una mujer.

Dallie decidió que el mejor curso de acción en una situación como esta era no hacerle más preguntas, solamente dejar a los acontecimientos tomar su curso natural.

Él sonrió abiertamente y se inclinó la visera de su gorra un poco más abajo. ¿Quien hubiera pensado alguna vez que estar casado con la señorita Pantalones de Lujo sería tan divertido? Su vida marchaba aún mejor de lo que había esperado.

Francie lo había arrastrado a la Costa Azul para una luna de miel que había sido más o menos los mejores momentos de su vida, y luego habían venido a Wynette a pasar el verano.

Durante el año escolar, habían decidido hacer su base de operaciones en Nueva York porque era el mejor lugar para Teddy y Francie. Cuando Dallie jugara en los torneos más grandes este otoño, podría colgar su ropa más o menos en cualquier parte. Y siempre que estuvieran aburridos, podrían pasar una temporada en una de las casas que tenía dispersadas por todo el país.

– Tenemos que estar en Wynette en exactamente cuarenta y cinco minutos -dijo ella-. Tienes una entrevista con ese reportero de Sports Illustrated, y yo tengo una teleconferencia prevista con Nathan y mi gente de producción.

Ella no parecía lo bastante mayor para saber algo sobre teleconferencias, y personal de producción. Su pelo estaba tirante en una cola de caballo que la hacía parecer como si fuera una quinceañera, y llevaba puesto un top elástico blanco con una pequeña falda vaquera que él había comprado para ella porque sabía que no la cubriría mucho de su bonito trasero.

– Pensé que íbamos al campo de prácticas -dijo él-. No te ofendas, Francie, pero tienes que seguir mejorando tu swing.

Que era un modo cortés de decirlo. Ella tenía el peor swing que hubiera visto jamás en una persona, hombre o mujer, pero disfrutaba tanto teniéndola agarrada por detrás para mostrarle los movimientos que actuaba como si mejorara.

– No veo como mi swing va a mejorar alguna vez si me dices tantas cosas diferentes -se quejó ella-. Levanta la cabeza, Francie. Muévete hacía el lado izquierdo, Francie. Flexiona las rodillas, Francie. Francamente, nadie en su cabeza podría recordar todo eso. No me extraña nada que no puedas enseñar a Teddy a manejar un bate de béisbol. Lo haces todo muy complicado.

– Ahora, no me digas que te preocupa que nuestro hijo juegue al béisbol. Deberías saber que los deportes no lo son todo, especialmente cuando mi hijo tiene más cerebro en su cabeza que todos los muchachos de la liga de Wynette juntos.