Francesca consideró privadamente eso era bastante normal, pero el cumplido la complació sin embargo, especialmente cuando vio a la exótica Bianca Mellador picotear en un souffle de langosta delante de una de las paredes de tapestried en el lado opuesto del restaurante. Después que la cena, fueron al Leith para tomar una mousse de limón de tangy y fresas confitadas, y luego a casa de Varian en Kensington donde él tocó una mazurca de Chopin para ella en el piano de cola del salón y le dio un beso memorable. Más cuando él trató de dirigirla arriba a su dormitorio, ella se negó.

– Otro dia, quizás -dijo ella airosamente-. Hoy no estoy de humor.

Quería decirle que se conformaba sólo con que la acariciara y la abrazara, pero sabía que Varian no se conformaría con eso. A Varian no le gustó su rechazo, pero restauró su buen humor con una sonrisa descarada que prometía futuros placeres.

Dos semanas más tarde, se forzó en subir la larga escalera hasta su dormitorio, pasando por el pasillo hasta la puerta en forma de arco, a una habitación lujosamente decorada estilo Louis XIV.

– Eres hermosa -dijo él, saliendo de su camerino con una bata de seda marrón y con un J.B. elaborado, bordado en el bolsillo, obviamente se lo había quedado de su última película. El se acercó, extendiendo la mano para acariciarle el pecho por encima de la toalla que ella se había envuelto despues de desvestirse en el cuarto de baño.

– Un pecho tan bello como una paloma… suave y dulce como leche materna -citó él.

– Es de Shakespeare? -preguntó nerviosamente. Ella deseaba que él no llevara esa colonia tan pesada.

Evan negó con la cabeza.

– Es de Lágrimas de muertos, y lo decía antes de clavar un estilete en el corazón de una espía rusa.

El pasó los dedos por la curva del cuello.

– Quizás quieres venir a la cama ahora.

Francesca no quería hacer cosa semejante, ni tan siquiera le gustaba Evan Varian, pero sabía que ya había llegado demasiado lejos, así que hizo como le pidió. El colchón chirrió cuando se sentó encima. ¿Por qué chirriaba el colchón? ¿Por qué era el cuarto tan frío? Sin advertencia, Evan cayó encima de ella. Alarmada, trató de empujarlo lejos, pero él murmuraba algo en su oreja mientras él manoseaba su toalla.

– Ah, para Evan…

– Compláceme, querida. Haz lo que te digo…

– ¡Déjame! El pánico subía por su pecho. Empezó a empujarlo por los hombros cuando la toalla calló.

Otra vez él murmuró algo, pero lamentablemente no entendió más que el final.

– … Me haces emocionarme -susurraba, abriéndose la bata.

– ¡Eres un bestia! ¡Vete! Dejame bajar -gritó y se intentó incorporar para aporrear su espalda con los puños.

El abrió sus piernas con una suya.

– … Una vez nada más y entonces pararé. Llámame una vez nada más por mi nombre.

– ¡Evan!

– ¡No! -sintió una dureza atroz presionar en ella-. Llámame… Bullett.

– ¿Bullett?

En el instante que la palabra salió de sus labios, él empujó dentro de ella. Ella chilló cuando se sintió consumida por una caliente puñalada de dolor, y antes de que pudiera chillar de nuevo, él comenzó a estremecerse.

– Eres un cerdo -sollozó histéricamente, golpeándolo en la espalda y tratando de darle patadas hasta que él la sujetó las piernas-. Eres una mugrienta y atroz bestia.

Utilizando una fuerza que no sabía que poseía, finalmente empujó su cuerpo y saltó de la cama, tomando la colcha y poniéndola sobre su cuerpo desnudo e invadido.

– Te pedí que te detuvieras -lloró, las lágrimas le corrían por las mejillas-. Deberían castigarte por esto, estás manchado de sangre, pervertido.

– ¿Pervertido?

El cogió su bata y se la puso, con el pecho todavía subiendo y bajando.

– Yo no sería tan rápida en llamarme pervertido, Francesca -dijo con serenidad-. Si no hubieras sido una amante tan inadecuada, nada de esto habría sucedido.

– ¡Inadecuada! -la acusación la asustó tanto que casi olvidó el dolor que latía entre sus piernas y la fea adherencia que bajaba por sus muslos-. ¿Inadecuada? ¡Me forzaste!

El se abrochó el cinturón y la miró con ojos hostiles.

– Cómo se divertirán todos cuando les cuente lo fría en la cama que es la bella Francesca Day.

– ¡Yo no soy fría!

– Por supuesto que eres muy fría. He hecho el amor a centenares de mujeres, y tú eres la primera que se ha quejado nunca.

El anduvo hacía la cómoda y recogió su pipa.

– Dios, Francesca, si hubiera sabido que follabas tan lamentablemente, nunca te habría molestado.

Francesca huyó al cuarto de baño, se vistió en un santiamén, y salió de la casa. Se forzó en suprimir la realidad de que la habían violado. Había sido una equivocación espantosa, y mejor sería que se olvidara completamente de ello. A fin de cuentas, ella era Francesca Serritella Day. Nada absolutamente nada horrible podía sucederle jamás a ella.

El nuevo mundo

Capitulo 3

Dallas Fremont Beaudine dijo una vez a un periodista de Sports Illustrated que la diferencia entre los golfistas profesionales y otros deportistas de élite era principalmente que los golfistas no escupían. No a menos que fueran de Texas, de todos modos, cualquier cosa idiota que decía los complacía.

El Estilo del Golf de Texas era uno de los temas favoritos de Dallie Beaudine. Siempre que el periodista preguntaba, se pasaba una mano por su pelo rubio, se metía un chicle de Doble Burbuja en la boca, y decía:

– Hablamos del verdadero golf deTexas, usted entiende… no esta mierda extravagante de la PGA(Asociación Americana de Golf, N.deT). Jugar de verdad, dar un golpe a la pelota contra un viento huracanado, y dejarla a seis centímetros del hoyo, en un campo público construido directamente sobre la linea interestatal. Y no se cuenta a menos que lo hagas con un hierro-cinco (uno de los palos que un jugador de golf lleva en la bolsa,)) que encontraste en un montón de chatarra que guardas desde que eras un niño y lo mantienes lo justo para que no se desintegre.

A finales de 1974, Dallie Beaudine era conocido por los cronistas deportivos como el deportista que introducía un bienvenido soplo de aire fresco en el congestionado mundo del golf profesional. Sus citas eran señaladas, y su aspecto de extraordinaría belleza texana le llevaba a las portadas de las revistas.

Desgraciadamente, Dallie tenía una costumbre que le hacía coleccionar suspensiones, bien por despotricar contra funcionarios o colocar apuestas al lado de indeseables, así que él no estaba nunca disponible para crearse buena prensa. Alguna vez, un periodista tuvo que preguntar cúal era el bar más sórdido del condado, y fue allí pues sabía que Dallie iba a menudo junto con su caddy (quien lleva la bolsa de palos, y la cuenta de los golpes del jugador,), Clarence "Skeet" Cooper, y tres o cuatro antiguas reinas del baile del instituto que habían logrado escabullirse de sus maridos esa tarde.

– El matrimonio de Sonny y Cher está acabado, seguramente -dijo Skeet Cooper, mirando una revista People con la poca luz de la guantera abierta.

Miró a Dallie, que conducía con una mano en el volante de su Buick Riviera y el otro sosteniendo una taza de café de espuma de poliestileno.

– Siseñó -Skeet siguió ojeando-. Y si me preguntas, te digo que la pequeña Chastity Bono tendrá un hijo pronto.

– ¿Cómo crees eso?

Dallie no estaba realmente interesado, pero había tenido que parpadear repetidamente ante los faros que se acercaban y el ritmo hipnótico de la linea blanca discontinua de la autopista I-95 le ponía somnoliento, y todavía no habían llegado a la frontera del estado de Florida.

Miró en la esfera iluminada del reloj en el salpicadero del Buick, y vió que eran casi las cuatro y media. Tenía tres horas antes de presentarse en el campo para empezar la ronda de clasificación del Open Orange Bloosom. Eso apenas le daría tiempo de tomar una ducha y tomarse un par de píldoras para despejarse. Pensó en el Oso (apodo de Jack Nicklaus, el mejor jugador de golf de todos los tiempos), que estaría probablemente ya en Jacksonville, descansando en la mejor habitación que el St. Marriott tenía para ofrecer.

Skeet tiró el People en el asiento de atrás y cogió una copia del National Inquirer.

– Cher dice cuanto ha respetado a Sonny en todas las entrevistas… por eso te digo que estos se separan pronto. Lo sabes tan bien como yo, siempre que una mujer empieza a hablar acerca del 'respeto,' un hombre puede ir buscándose un buen abogado.

Dallie se rió y bostezó.

– Te relevo, Dallie -protestó Skeet, cuando miró el velocímetro que oscilaba entre setenta y cinco y ochenta-. ¿Por qué no te echas ahí atrás y duermes un poco? Déjame conducir un rato.

– Si me duermo ahora, no me despertaré hasta el próximo domingo, y me tengo que calificar para este torneo, especialmente después de lo de hoy.

Venían del Open Meridional, donde Dallie había tenido un desastroso 79 (golpes totales en 18 hoyos) que eran siete golpes más de su promedio y un número que no tenía intención de duplicar.

– Supongo que no tendrás un ejemplar del Golf Digest mezclado con toda esa mierda.

– Sabes que nunca leo ese tipo de revistas.

Skeet siguió ojeando las páginas del Enquirer.

– ¿Quieres oír algo de Jackie Kennedy o de Burt Reynolds?

Dallie gimió, y empezó a manipular el dial de la radio. No era un hombre de piedra, y por el bien de Skeet, trató de sintonizar una emisora de la zona oeste del pais ahora que todavía podía. Con seguridad lo mejor que saldría sería Kris Kristofferson, que también se había vendido a Hollywood, así que mejor ponía las noticias.

"… El lider radical de los sesenta, Gerry Jaffe, ha sido absuelto hoy de todos los cargos tras ser implicado en los sucesos acaecidos en la Base de las Fuerzas Aéreas de Nevada Nellis. Según las autoridades federales, Jaffe, que ganó notoriedad durante los disturbios en la Convención Demócrata de 1968 en Chicago, ha girado recientemente su atención a las actividades anti-nucleares. Un integrante de este reducido grupo de radicales de los sesenta está todavía implicado…".

Dallie no tenía interés en hyppis carrozas, y apagó la radio con repugnancia. De nuevo bostezó otra vez.

– ¿Crees que podrías, si no te molesta, leerme un poco de ese libro que he dejado bajo el asiento?

Skeet alcanzó la bolsa, y sacó un libro en rústica de Catch-22 de Joseph Heller, y lo dejó a un lado.

– Leí un par de páginas mientras tú estabas con esa preciosa morena, la que te llamaba Mister Beaudine. El maldito libro es un sinsentido.

Skeet cerró el Enquirer y lo echó hacía atrás.

– Sólo por curiosidad. ¿Te seguía llamando Mister Beaudine cuando llegasteís al motel?

Dallie hizo un globo con el chicle y lo explotó.

– Tan pronto como le quité su vestido, se calló en su mayor parte.

Skeet rió entre dientes, pero el cambio en su expresión no hizo mucho en mejorar su apariencia. Dependiendo de su punto de vista, Clarence "Skeet" Cooper había sido bendecido o maldecido con una cara que lo hacía perfecto para ser doble de Jack Palance.

El mismo rictus amenazante, las características feo-guapas, la misma nariz pequeña, chata y los ojos entrecerrados. El pelo oscuro, prematuramente enhebrado con gris, lo llevaba tan largo que lo tenía que sujetar en una cola de caballo cuando hacia de caddie para Dallie. Otras veces dejaba que le colgara hasta los hombros, manteniéndolo lejos de la cara con una cinta de pañuelo roja como su verdadero ídolo, que no era Palance, sino Willie Agarre, el proscrito más grande de Austin,Texas.

Con treinta y cinco años, Skeet era diez años más viejo que Dallie. Era un ex-convicto que cumplió condena por robo a mano armada, y salió de la experiencia determinado a no repetirla. Tranquilo alrededor de la gente que conocía, cauteloso con los que vestían trajes de negocios, era inmensamente leal a las personas que quería, y la persona a quién más quería era a Dallas Beaudine.

Skeet conoció a Dallie cuando estaba tirado en el suelo de los urinarios de una gasolinera de Texaco, en Caddo, Texas. Dallie tenía quince años entonces, un muchacho desgarbado de 1,80, vestido con una camiseta rota y unos vaqueros sucios que mostraban demasiado los tobillos.

Tenía también un ojo morado, los nudillos pelados, y una mandíbula aumentada dos veces su tamaño normal, producto de un altercado brutal que sería el final de la relación con su padre, Jaycee Beaudine.

Skeet todavía recordaba como se quedó mirando detenidamente a Dallie sentado en el sucio suelo y trató con fuerza de concentrarse. A pesar de su cara magullada, el muchacho que había entrado por la puerta del cuarto de baño era sin duda el muchacho más guapo que había visto en su vida. Tenía el cabello rubio claro, como desteñido, los ojos de un azul brillante rodeados de espesas pestañas, y una boca que podría haber pertenecido a una prostituta de 200 dólares.