Por lo que a Dallie concernía, Teddy era el mejor niño del mundo, y no lo cambiaría por todos los niños deportistas de América.

– Hablando de practicar el swing -comenzó ella-. Con el Campeonato del PGA en la vuelta por la esquina…

– Uh-oh.

– Mi amor, no digo que tuvieras problemas con tus hierros largos la semana pasada. Afortunadamente, ganaste el torneo, así que no podía haber sido un verdadero problema. De todos modos pensé que tal vez querrías pasar unas horas practicando después de la entrevista para ver si seguimos mejorando un rato.

Le echó un vistazo, dirigiéndole una de aquellas miradas suaves, inocentes que no le engañaron ni un poquito.

– Yo ciertamente no espero que ganes el PGA -continuó ella-. Ya has ganado dos títulos este verano, y no tienes que ganar cada torneo, pero…

Su voz se apagó, como si pensara que ya había dicho bastante. Más que bastante. Una cosa que había descubierto sobre Francie era que ella era más o menos insaciable cuando de ganar titulos de golf se trataba.

Ella balanceó el New Yorker por el estrecho camino de asfalto y en una senda de tierra que probablemente no había sido usado por nadie desde los apaches. El viejo vertedero de Wynette estaba a más o menos medio kilómetro en sentido contrario. La mitad de la diversión de estar con Francie era verla improvisar.

Ella cogió el labio inferior entre los dientes y frunció el ceño. -El vertedero debería estar por aquí en alguna parte, aunque creo que en realidad no importa.

Él cruzó los brazos sobre el pecho y fingió que dormía.

Ella sonrió tontamente.

– No podía creer que Holly Grace se presentara en el Roustabout anoche con un vestido de premamá… apenas está de tres meses. Y Gerry no tiene absolutamente ninguna idea de como comportarse en un honky-tonk. Se pasó la tarde entera bebiendo vino blanco y hablándole a Skeet sobre las maravillas del parto natural.

Francesca volvió a girar en el camino.

– No creo que Holly Grace hiciera bien trayendo a Gerry a Wynette. Ella quería que llegara a conocer mejor a sus padres, pero la pobre Winona estaba absolutamente aterrorizada de él.

Francesca volvió a mirar a Dallie y vio que fingía dormir.

Sonrió.

Era seguramente lo mejor. Dallie todavía no era absolutamente racional sobre la persona de Gerry Jaffe. Desde luego, ella no había sido tampoco racional durante un tiempo. Gerry nunca debería haber implicado a Teddy en sus reivindicaciones, no importa cuanto le hubiera pedido su hijo participar.

Desde el incidente en la Estatua de la Libertad, Dallie, Holly Grace y ella, habían decidido no dejar a Gerry y Teddy solos durante más de cinco minutos.

Con cuidado presionó el freno y dirigió el New Yorker por un camino surcado que se terminaba en un grupo desordenado de cedros.

Satisfecha de que el área estuviera completamente desierta, empujó los botones para bajar las ventanas delanteras y apagó la ignición. El aire de la mañana que soplaba era tibio y agradablemente polvoriento.

Dallie todavía fingía estar dormido, los brazos doblados sobre su camiseta gris descolorida y una gorra deportiva con una bandera americana caída sobre sus ojos.

Ella pospuso el momento de tocarlo, disfrutando de la anticipación. A pesar de las bromas y las risas que había entre ellos, Dallie y ella habían encontrado una serenidad juntos, la sensación de llegar al hogar perfecto que sólo podría pasar después de haber conocido el lado más oscuro de la otra persona y luego andando juntos a buscar el sol.

Inclinándose, le quitó la gorra y la dejó en el asiento trasero. Entonces besó sus párpados cerrados, pasando los dedos por su pelo.

– Despiértate, mi amor, tienes un trabajito que hacer.

Él mordisqueó su labio inferior.

– ¿Tienes algo específico en mente?

– Uh-huh.

Él metió la mano bajo su top elástico blanco y pasó la yema de los dedos por los pequeños huesos de su espina dorsal.

– Francie, tenemos una cama perfectamente buena en Wynette y otra a veinte kilómetros al oeste de aquí.

– La segunda está demasiado lejos y la primera está atestada.

Él rió entre dientes. Teddy había llamado a la puerta del dormitorio temprano aquella mañana y luego se había subido a la cama con ellos para preguntarles su opinión sobre si debería ser un detective o un científico cuando creciera.

– Las personas casadas, se supone, no hacen el amor en un coche -dijo él, cerrando los ojos otra vez cuando ella se adaptó a su regazo y comenzó a besar su oreja.

– La mayoría de las personas casadas no tienen una reunión con los Amigos de la Biblioteca Pública de Wynette en una habitación y un ejército de muchachas adolescentes acampadas en la otra -contestó ella.

– En eso tienes razón -le levantó la falda un poco para que pudiera sentarse a horcajadas sobre sus piernas. Entonces comenzó a acariciarle uno de sus muslos, gradualmente subiéndolas hacia arriba. Sus ojos se abrieron con sorpresa.

– Francie Day Beaudine, no llevas nada debajo.

– ¿No? -murmuró con voz aburrida de muchacha rica-. Que traviesa soy.

Ella frotaba sus pechos contra él, besando su oreja, deliberadamente volviéndolo loco. Él decidió que ya era hora de demostrarle a la señorita Pantalones de Lujo quien era el jefe de la familia. Abriendo la puerta del coche, salió, llevándola con él.

– Dallie…

Él la agarró por la cintura y la levantó del suelo. Mientras la llevaba hacía el capó del New Yorker, ella hizo un intento de empezar a luchar, aunque él realmente pensaba que podía poner un poco más de esfuerzo en ello si se concentraba más.

– No soy la clase de mujer que hace el amor en el capó de un coche -dijo con una voz tan arrogante que sonaba como la reina de Inglaterra.

Excepto que Dallie no se imaginaba a la reina de Inglaterra moviendo su mano arriba y abajo por la bragueta de sus vaqueros de ese modo.

– No puedes engañarme con ese acento, madam -él habló arrastrando las palabras-. Sé exactamente que te gusta hacer el amor como una vigorosa muchacha americana.

Cuando ella abrió la boca para contestar, él aprovechó sus labios separados para darle la clase de beso que le garantizaba unos minutos de silencio. Eventualmente ella comenzó a trabajar en la cremallera de sus vaqueros, que no la llevaron mucho tiempo…Francie era mágica en lo que tenía que ver con la ropa.

Su manera de hacer el amor comenzaba lascivo, con un poquito de conversación sucia y mucho cambio de posiciones, pero entonces todo se volvía tierno y dulce, exactamente como sus sentimientos el uno por el otro.

Poco después, estaban tumbados a lo largo del capó del New Yorker, encima de una sábana de satén rosa Porthault que Francesca guardaba en el coche para justo estas emergencias.

Después, se miraron a los ojos, sin decirse una palabra, sólo mirándose, y luego intercambiaron un beso tan lleno de amor,que era difícil de recordar que alguna vez habían existido barreras entre ellos.

Dallie se puso detrás del volante para volver a Wynette. Cuando entró en la carretera principal, Francesca se acurrucó contra él y él se sintió perezoso y contento por él, por haber tenido la sensatez de casarse con la señorita Pantalones de Lujo.

En ese mismo momento el Oso hizo una de sus apariciones cada vez más raras.

Me parece que estás en verdadero peligro de convertirte en un calzonazos por esta mujer.

Tienes toda la razón, le contestó Dallie, acariciando la cima de su cabeza con un beso.

Y luego el Oso rió entre dientes. Buen trabajo, Beaudine.


* * *

En el lado opuesto de Wynette, Teddy y Skeet estaban sentados el uno al lado del otro sobre un banco de madera, los árboles de moras protegiéndolos del sol del verano.

Estaban callados, tampoco tenían ninguna necesidad de hablar.

Skeet miraba fijamente la pendiente suave de césped, y Teddy bebía a sorbos su Coca-cola. Llevaba su par favorito de pantalones de camuflaje de cintura baja, con una gorra de béisbol con una bandera americana.

Una chapa de "Nucleares, No, Gracias" ocupaba un lugar de honor en el centro exacto de su camiseta Aggies.

Teddy pensaba que este verano en Wynette había sido seguramente el mejor de su vida. Tenía una bici aquí, que no podía tener en Nueva York, y su papá y él habían construido un colector solar en el patio trasero.

De todos modos echaba de menos a algunos de sus amigos y absolutamente no odiaba la idea de regresar a Nueva York dentro de unas semanas. La Señorita Pearson le había dado un Sobresaliente en su trabajo de ciencias sociales sobre la inmigración. Ella dijo que la historia que había escrito sobre como su mamá había venido a este país y todo lo que le había pasado una vez que ella había decidido quedarse aquí era el trabajo de estudiante más interesante que ella alguna vez había leído.

Y su profesor del curso de dotados del año próximo era el más agradable de la escuela entera. También, había muchos museos y cosas en Nueva York que él quería mostrar a su papá.

– ¿Estás listo? -le dijo Skeet, levantándose del banco donde habían estado sentados.

– Por supuesto -Teddy agotó ruidosamente su Coca-cola y luego llevó la lata vacía a una papelera-. Yo no veo por qué tenemos que hacer un secreto de esto. Si no fuera un secreto tan grande, podríamos venir aquí más a menudo.

– No importa -contestó Skeet, protegiendo sus ojos para mirar abajo la cuesta herbosa hacia el primer green-. Le hablaremos a tu papá de esto cuando llegue el momento, no antes.

A Teddy le gustaba salir al campo de golf con Skeet, así que no discutió. Él tomó su madera-3 de una bolsa de viejos palos que Skeet había acortado para él.

Después de secarse las palmas de sus manos en sus pantalones, colocó la pelota, disfrutando de su equilibrio perfecto sobre el tee rojo de madera. Cuando tomó la postura, miró fijamente abajo la cuesta herbosa hacia el distante green.

Era un paisaje realmente maravilloso, todo bañado por el sol.

Tal vez era porque él era un niño de ciudad, pero le encantaban los campos de golf. Tomó una pequeña aspiración de aire limpio, se equilibró, y se balanceó.

La cabeza del palo golpeó la pelota con un golpe agradable.

– ¿Que tal va? -preguntó Teddy, mirando detenidamente abajo a la calle.

– Aproximadamente ciento sesenta metros -dijo Skeet, riendo entre dientes-. Nunca he visto a un niño golpear así una pelota hasta ahora.

Teddy se molestó.

– Esto no es una gran cosa, Skeet. No sé por qué siempre le das tanta importancía. Golpear una pelota de golf es fácil. Esto no se parece a tratar de coger un balón de fútbol o golpear una pelota con un bate de béisbol o algo realmente con fuerza. Cualquiera puede golpear una pelota de golf.

Skeet no dijo nada. Llevaba la bolsa de palos de Teddy hacía la calle, mientras se reía con fuerza.

Susan Elizabeth Phillips

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