Cuando la cabeza de Skeet se despejó, también notó los surcos de las lágrimas grabadas en la suciedad de sus jovenes mejillas de adolescente, así como su expresión hosca, beligerante que le desafiaba si intentaba pegarle.

Levantándose a duras penas, Skeet se echó agua en su propia cara.

– Este baño ya está ocupado, Hijito.

El chaval metió un pulgar en el bolsillo harapiento de sus vaqueros y echó hacía fuera la mandíbula hinchada.

– Sí, veo que está ocupado. Por un tio que huele a mierda de perro.

Skeet, con los ojos y la cara con el rictus de Jack Palance, no quería tener ningún problema, y mucho menos con un muchacho que aún no había empezado a afeitarse.

– ¿Buscas problemas, eh chico?

– Ya tengo problemas, así que unos pocos más no son demasiado para mi.

Skeet se aclaró la boca y escupió en la palangana.

– Eres el chaval más estúpido que he conocido en mi vida.

– Sí, en cualquier forma no pareces ser demasiado listo, Mierda de Perro.

Skeet no perdía la paciencia fácilmente, pero había estado en una juerga que había durado casi dos semanas, y no estaban con el mejor humor. Enderezándose, echó para atrás el puño y dió dos pasos inestables hacia adelante, dispuesto a añadir unos golpes a los propinados por Jaycee Beaudine.

El niño se cuadró, pero antes de que Skeet pudiera golpearle, el whisky de rotgut que había estado bebiendo sin descanso le venció y vió como el suelo se hundía bajo sus tambaleantes piernas.

Cuándo se despertó, se encontraba en el asiento de atrás de un Studebaker del 56 con un ruidoso tubo de escape. El chico estaba al volante, dirígiendose al oeste de EE.UU. A 100 km. por hora, conduciendo con una mano en el volante y la otra por fuera de la ventana, golpeando al ritmo de "Surf City" en el lado del coche con la palma.

– ¿Me has secuestrado, chico? -gruñó, apoyándose hacía atrás en el asiento.

– El tipo que echa gasolina en la Texaco estaba por llamar a la policia para que fuera a por tí. Ya que no parecía que pudieras tener medio de transporte, no podía hacer otra cosa más que traerte conmigo.

Skeet pensó acerca de eso durante unos pocos minutos y dijo:

– Mi nombre es Cooper, Skeet Cooper.

– Dallas Beaudine. La gente me llaman Dallie.

– ¿Eres suficientemente mayor para conducir este coche de forma legal?

Dallie se encogió de hombros.

– Le robé el coche a mi viejo y tengo quince. ¿Quieres que te deje bajar?

Skeet pensó en su oficial de la libertad condicional, que desaprobaba exactamente ese tipo de cosas, y entonces miró al animado chico que conducía bajo el horrendo sol de Texas como si fuera el dueño de todo lo que había alrededor.

Decidiendo, Skeet se recostó de nuevo contra el asiento y cerró los ojos.

– Dejaré de estar a tu alrededor dentro de unos pocos kilómetros.

Diez años más tarde, seguía estando a su alrededor.

Skeet miró a Dallie detrás del volante del Buick del 73 viendo como conducía y se preguntó como demonios habían pasado esos diez años tan deprisa.

Habían jugado juntos muchos partidos de golf desde aquel dia que se encontraron en la gasolinera de Texaco. Rió entre dientes suavemente para sí mismo cuando recordó el primer campo de golf.

No llevaban viajando más que unas horas el primer dia, cuando llegó la evidencia que no tenían nada más que el depósito lleno de gasolina. Sin embargo, huir de la ira de Jaycee Beaudine no había hecho olvidar a Dallie mirar mapas antes de dejar Houston, así que siguió buscando alrededor para ver alguna señal que indicara el club de campo.

Cuando vió como conducía por zonas residenciales, Skeet le echó otro vistazo.

– ¿No crees que no tienes la pinta apropiada para aparecer en un club de campo, con este Studebaker robado y tu cara magullada?

Dallie le lanzó una mueca engreída, torciendo la boca.

– Esa clase de porquería no sirve de nada, si puedes golpear la bola con un hierro-cinco y un viento de doscientas kilómetros por hora y dejar la bola en el hoyo.

Hizo que Skeet vacíara sus bolsillos, y contó doce dólares y sesenta y cuatro centavos, se dirigió a tres socios fundadores, y sugirió que jugaran un pequeño partido, a diez dólares el hoyo.

Dallie les dijo a los socios que ellos podían utilizar sus carritos eléctricos y su material, compuesto por unas bolsas enormes de cuero repletas de hierros Wilson y maderas McGregor. Él sólo utilizaría su hierro-cinco y su segunda mejor bola, una Titleist.

Los socios miraron al guapo y desaliñado chico y a sus raídos y pesqueros pantalones vaqueros junto a sus zapatillas mugrientas de lona, y negaron con la cabeza.

Dallie sonrió abiertamente, y les provocó diciendo que no eran rivales para él y que tenían miedo que él les ganara, ellos entonces aceptaron y subieron la apuesta a veinte dólares el hoyo, exactamente siete dólares y treinta y seis centavos más de lo que él llevaba en el bolsillo trasero.

Los socios lo llevaron hacía el tee, (tee es la zona dónde se pone la bola para el primer golpe, y también al objeto de madera que se pincha en el cesped para colocar la pelota encima) y le dijeron que le patearían el culo y lo mandarían hacía la frontera con Oklahoma.

Dallie y Skeet cenaron chuletas esa noche y durmieron en el Holiday Inn.


* * *

Llegaron a Jacksonville con treinta minutos de adelanto antes que Dallie tuviera que presentarse para la calificación del Open Orange Bloosom de 1974. Esa misma tarde, un cronista deportivo de Jacksonville con ganas de notoriedad, desenterró el hecho asombroso de que Dallas Beaudine, con su gramática pueblerina y su política de campesino, tenía una licenciatura en literatura inglesa.

Dos tardes después el cronista deportivo finalmente logró rastrear a Dallie en el Luella, una estructura sucia y con las paredes rosas desconchadas y flaméncos de plástico, situada no lejos del Gator Bowl, y le abordó para confrontar la información como si acabara de descubrir una gran trama politica.

Dallie levantó sus ojos del vaso de Stroh, se encogió de hombros y dijo que ya que el título lo había conseguido en la Tejas A &M (Universidad pública), seguramente no servía de mucho.

Era exactamente esta clase de irreverencia lo que había mantenido a los periodistas deportivos detrás de Dallie desde que había empezado años antes en profesionales. Dallie los podía mantener entretenidos por horas hablando desde el estado de la Unión, los deportistas que se vendían a Hollywood, y el estúpido asunto de la liberación de la mujer. Él era una generación nueva de chico bueno, con aspecto de estrella de cine, guapo, humilde y más simpático de lo que dejaba ver. Dallie Beaudine era exactamente como aparecía en las páginas de la revista, excepto en una cosa.

Fallaba siempre en los grandes.

Había sido declarado niño prodigio y chico de oro de los profesionales, pero seguía cometiendo el mismo pecado, no ganaba ningún torneo grande. Podía jugar un torneo de segunda clase en Apopka, Florida, o en Irving, Texas, y ganarlo con un 18 bajo par, pero en un Bob Hope o en Open Kemper, no pasaba ni el corte (número de golpes máximo para seguir jugando). Los cronistas deportivos hacían a los lectores siempre la misma pregunta: ¿Cuándo explotaría el potencial de Dallas Beaudine como golfista profesional?

Dallie había decidido ganar el Open Orange este año y terminar su racha de mala suerte. Además había una cosa, le gustaba Jacksonville, era la ciudad de Florida que en su opinión no se había vendido a un parque temático, y también le encantaba el campo dónde se disputaba. A pesar de su falta de sueño, hizo una actuación sólida el lunes con una buena calificación y luego, completamente descansado, jugó brillante el Pro-Am del miércoles. El éxito aumentaba su confianza… eso y el hecho de que el Oso Dorado, de Columbus, Ohio, se había retirado al contraer una inoportuna gripe.

Charlie Conner, el cronista deportivo de Jacksonville, bebió un sorbo de su vaso de Stroh y trató de acomodarse en su silla con la misma gracia fácil que observó en Dallie Beaudine.

– Piensa usted que la retirada de Jack Nicklaus afectará al Orange Blossom esta semana?

En la mente de Dallie esa era una de las preguntas más estúpidas del mundo, y pensó en decirle "Eres suficientemente bueno para entrevistarme?" pero fingió pensarlo de todos modos.

– Bien, ahora, Charlie, si tienes en cuenta el hecho de que Jack Nicklaus es el jugador más grande y está en camino de convertirse en la más grande leyenda de la historia del golf, yo diría que sin duda, se notará su ausencia.

El cronista deportivo miró Dallie escépticamente.

– ¿El jugador más grande? ¿No te olvidas de otros jugadores como Ben Hogan o Arnold Palmer?

Se detuvo reverencialmente antes de pronunciar el próximo nombre, el nombre más santo en el golf.

– ¿No estás olvidándote de Bobby Jones?

– Nadie ha jugado nunca como Jack Nicklaus -dijo Dallie firmemente-. Ni Bobby Jones.

Skeet había estado hablando con Luella, la dueña del bar, pero cuando oyó que el nombre de Nicklaus se mencionaba frunció el entrecejo y preguntó al cronista deportivo acerca de las oportunidades de los Cowboys para ganar la Super Bowl. Skeet no queria oír hablar a Dallie de Nicklaus, así que había adquirido el hábito de interrumpir cualquier conversación que girara en esa dirección.

Skeet pensaba que hablar acerca de Nicklaus hacía que el juego de Dallie se fuera directamente al infierno. Dallie no lo admitiría, pero Skeet tenía bastante razón.

Cuando Skeet y el cronista deportivo se pusieron a hablar acerca de los Cowboys, Dallie trató de sacudirse la depresión que volvía sobre él cada otoño, intentando buscar algún pensamiento positivo. La temporada del 74 estaba acabando y no había sido demasiado mala para el.

Había conseguido unos miles de dólares de premios en metálico y más del doble apostando en algunos aspectos de los partidos… quién daba el mejor golpe con la izquierda, quién ponía mejor la pelota en determinada zona, quién sacaba mejor la pelota del bunker (trampas de tierra cerca de la bandera), o darle directamente a una alcantarilla.

Había intentado el truco de Trevino de jugar unos hoyos tirando la pelota en el aire y golpeándola con una botella de Dr.Pepper, pero el cristal de la botella no era lo suficientemente grueso como lo era cuando Super Mex había inventado aquel golpe en el saco sin fondo de las apuestas del golf y Dallie lo había dejado de intentar cuando tuvieron que darle cinco puntos en su mano derecha.

A pesar de su herida, había ganado suficientemente dinero para pagarse la gasolina, y mantenerse Skeet y él sin problemas. No era una fortuna, pero era un paraiso en comparación con la vida que llevaba con Jaycee Beaudine, su viejo, trabajando en los muelles del Buffalo Bayou en Houston.

Jaycee había muerto hacía un año, una vida marcada por el alcohol y el mal genio. Dallie no se había enterado de la muerte de su padre hasta hacía unos pocos meses cuando encontró por casualidad a uno de los viejos compañeros de copas de Jaycee en una cantina de Nacogdoches. Dallie hubiera deseado saberlo a tiempo y haber podido ir a su funeral, y escupirle en la tumba. Unas gotas de saliva por todas las palizas que le había propinado, todos los abusos que había cometido con él, todas las veces que oía sus insultos, inútil…niño guapo…basura…hasta que con quince años no pudo soportarlo más, y se había marchado.

Por lo poco que había visto de las viejas fotos, su aspecto debería agradecérselo a su madre. Ella, también se había marchado. Había abandonado a Jaycee al poco de nacer Dallie, y no se había molestado en llevarlo con ella. Jaycee dijo una vez que había oído que se había marchado a Alaska, pero nunca trató de encontrarla.

– Demasiados problemas -le dijo Jaycee a Dallie-. No merece la pena hacer el esfuerzo por una mujer, especialmente cuando hay tantas otras alrededor.

Con sus ojos castaños y su espeso pelo, Jaycee había atraído a más mujeres de las que podía merecer. Con el paso de los años más de una docena de ellas habían vivido con ellos, trayendo un par de niños.

Algunas de esas mujeres habían tratado bien a Dallie, otras lo habían maltratado. Cuando fue haciéndose mayor, advirtió que las que le trataban mal parecían durar con su padre más tiempo que las otras, probablemente porque era necesaria esa cantidad de mal genio para sobrevivir durante unos pocos meses con Jaycee.

– Él nació tacaño -una de las mujeres más agradables le había dicho a Dallie mientras hacia su maleta-. Algunas personas son exactamente así. No te das cuenta como es Jaycee al principio, porque es listo, tiene tan buenas palabras que hace que te sientas la mujer más hermosa del mundo. Pero hay algo retorcido dentro de él, algo que corre por su sangre. No hagas caso de lo que te dice. Tú eres un buen muchacho. Creo que está aterrorizado de que crezcas y seas alguien en la vida, que es más de lo que el nunca conseguirá.