– Suelen invitar a todos los británicos que están en la isla -dijo Lewis, y tomó un sorbo de café, recordando el placer con el que había pronunciado su nombre la noche anterior-. Les hablé de usted y comenté que estaba deseando salir y conocer a otras personas. Así que me dijeron que nos harían llegar unas invitaciones para asistir. Si no encuentra a alguien en esa fiesta que conozca a Rory, es que no está en la isla.
– Muchas gracias por acordarse de mí -dijo Martha dubitativa-. Se lo agradezco.
Su voz había sonado triste. Tenía que haberse mostrado entusiasmada con la idea, pensó Martha. Gracias a Lewis, estaba más cerca de encontrar a Rory. Tenía que estarle agradecida por eso y porque se estuviese preocupando de incluirla en la vida social de la isla.
Quizás Lewis estuviese interesado en Candace. Martha pensaba que era una mujer muy fría, pero eso no era asunto suyo. Tenía que demostrarle que no le importaba lo que él hiciera con su vida.
Trató de contenerse. Sus pensamientos vagaban peligrosamente. Lewis había hecho un esfuerzo por ser amable con ella y estaba decidida a hacer lo mismo por él. Empezaría por ser agradable con Candace, o parecería que estaba celosa de ella.
Por supuesto, eso no era cierto. No era más que una tontería.
– Si quiere, puede corresponder la invitación de Candace invitándola a cenar en casa un día de estos. Estaré encantada de preparar la cena -dijo Martha-. Podría preparar algo especial, y no se preocupe por mí, prometo quedarme en la cocina y no molestar.
Tomó primero a Noah y después a Viola de sus sillitas y los dejó en el suelo. Los niños disfrutaban allí sentados golpeando una cacerola con cucharas de madera. Era una buena forma de mantenerlos entretenidos, aunque bastante ruidosa.
– Francamente, no creo que pudiera disfrutar de la comida sabiendo que estará encerrada en la cocina -dijo amablemente Lewis.
Se quedó pensativo. No tenía ningún interés en pasar una velada a solas con Candace.
– Como usted quiera.
– Le diré lo que podemos hacer: mañana llegan un ingeniero hidráulico, un botánico y un economista para preparar los informes para el Banco Mundial. Se quedan sólo unos días en el hotel de Candace y sería agradable ofrecerles una cena en casa en lugar de cenar todos los días en restaurantes. Podría invitarlos la próxima semana, y avisaría a Candace también.
Martha sonrió alegremente. Le gustaba cocinar y, además, en el fondo se alegraba de que Lewis no fuera a cenar a solas con Candace.
– Cocinaré algo especial -prometió Martha.
Eligió el menú para la cena con suficiente antelación. Ese día se levantó temprano para poder ir pronto al mercado y disponer del tiempo suficiente para hacer los preparativos y arreglarse para estar guapa. Había decidido preparar una cena exquisita. Quería ser la anfitriona perfecta y demostrar a Candace que tener un hijo no era impedimento alguno para hacer otras cosas. Todo iba a salir bien.
Y así habría sido si Eloise hubiera ido a trabajar, pero su madre se había caído y había tenido que llevarla al hospital. Martha tuvo que cocinar y limpiar la casa, sin dejar de atender a los gemelos. Viola estuvo especialmente caprichosa durante todo el día y Noah acabó vomitando sobre el sofá. Cuando llegó al mercado, no quedaba el pescado que había pensado cocinar.
A toda prisa, se aseguró de que Noah no estuviera enfermo y como pudo volvió a limpiar el salón. Al mismo tiempo, tuvo que calmar la rabieta de Viola y se olvidó de lo que tenía en el horno. De vuelta a la cocina, comprobó que ya era demasiado tarde: la salsa se había consumido, las verduras estaban deshechas y el postre que con tanto esmero había preparado se había quemado.
Cuando llegó Lewis la ayudó a acostar a los niños. Estaba tratando de improvisar algo para la cena, cuando los primeros invitados llegaron. No tuvo tiempo de arreglarse y convertirse en la anfitriona perfecta como había deseado.
Se secó las manos en un paño de cocina para recibir a los invitados. De camino a la puerta, se miró en el espejo y vio las manchas que lucían la camiseta y el pantalón que llevaba puestos.
Aquello le gustaría a Candace. Estaría encantada de confirmar sus expectativas y comprobar que no había podido organizar la cena. Era precisamente lo que esperaba de una mujer con hijos.
– ¡Parece cansada! -le dijo Candace a modo de saludo nada más verla.
Continuó haciendo comentarios sobre el aspecto de Martha hasta que consiguió que todos se fijaran en ella. Justo lo que Martha necesitaba.
Candace estaba impecable con un vestido blanco. Frente a ella, Martha parecía invisible. El botánico y el economista eran jóvenes y se les veía impresionados por la belleza de Candace.
El ingeniero hidráulico resultó ser una mujer con la que Martha congenió enseguida. Se llamaba Sarah, estaba a punto de casarse y deseaba tener hijos pronto.
Después de cenar salieron al porche y mientras Candace hablaba de negocios con los hombres, Martha y Sarah charlaron sobre bebés.
Martha se dio cuenta de que Lewis las observaba. No le importaba que se enterara de su conversación. Para ella, era más interesante hablar de Viola y Noah que de análisis financieros, proyectos, comprobaciones y todas aquellas cosas de las que discutían al otro lado del porche.
Sarah la había oído referirse a los niños como los gemelos y le confió que estaba preocupada porque en la familia de su prometido había varios gemelos.
– Debe de ser agotador criar a dos hijos a la vez -le dijo a Martha.
– No sé cómo se las arreglan algunas madres -dijo Martha pensando en el día que había tenido.
– Tienes suerte de tener a Lewis -observó Sarah, mirando cómo Lewis servía el café-. Es la primera vez que trabajo con él y estoy encantada. Su compañía tiene muy buena reputación. Seguro que está tan ocupado que no tiene muchas oportunidades de ejercer de padre.
_No se le da mal -dijo Martha, y pensó en cómo la había ayudado a acostar a los niños unas horas antes. De pronto, cayó en la cuenta-. ¿No creerás que…? No, Lewis no es el padre de ninguno de los dos.
– Yo creí que eras su esposa -dijo Sarah contrariada.
– No, no soy su esposa. Creí que lo sabías.
Martha contempló a Lewis, que estaba dejando la cafetera sobre la bandeja. Vio que sonreía y sintió un escalofrío en su interior. Como si hubiera oído lo que estaban hablando, Lewis la miró y Martha retiró rápidamente sus ojos de él.
– No creas, no está tan claro -dijo Sarah levantando las cejas. Se había estado fijando en el modo en que Lewis y Martha habían intercambiado miradas durante toda la noche.
CAPITULO 8
SE HIZO el silencio al otro lado del porche y las palabras de Sarah fueron oídas por todos. -¿Qué es lo que no está claro? -preguntó Candace.
Sentía curiosidad por saber qué no estaba claro para dos mujeres que no tenían nada mejor que hacer que pasarse la noche hablando de bebés.
– Sarah pensaba que Lewis y yo estábamos casados. Pero sólo soy la niñera.
– Siento el malentendido, Sarah -dijo Lewis-. Debí de haber presentado a Martha correctamente cuando llegasteis, pero estábamos solucionando un problema en la cocina -y mirando a Sarah, añadió-: Se está ocupando del cuidado de mi sobrina.
– Nos referimos a Viola y Noah como los gemelos porque nacieron el mismo día -explicó Martha.
– Entiendo -dijo Sarah, aunque no parecía haber entendido nada-. Entonces el padre de Noah…
– Está aquí en San Buenaventura -la interrumpió Martha-. De hecho, me preguntaba si alguno de ustedes lo conocería. Es biólogo marino y se llama Rory McMillan. Estoy tratando de localizarlo.
Sarah negó con la cabeza.
– Ese nombre no me dice nada, pero acabo de llegar aquí. Si oigo algo, te avisaré. ¿Qué aspecto tiene?
Martha miró a Lewis.
– Es impresionante. Alto, bronceado, rubio, ojos azules, con un cuerpo perfecto. Lo reconocerás en cuanto lo veas.
– Entiendo que tengas ganas de encontrarlo -dijo Sarah sonriendo con complicidad.
Lewis estaba apoyado en la barandilla del porche y parecía molesto.
– A mí tampoco me dice nada ese nombre -dijo Candace participando en la conversación-. Hay muchos proyectos marinos en otras islas cercanas y en ocasiones, los científicos se quedan en nuestro hotel cuando vienen a comprar cosas o a recoger el correo. Martha, si quiere, puedo preguntar por él.
Martha frunció el ceño. No quería nada que viniera de Candace. Agradecía cualquier ayuda que pudiera tener para encontrar a Rory, pero no quería que Candace metiera la nariz en sus asuntos. Era evidente que a aquella mujer le gustaba ser el centro de atención de todas las conversaciones y por algún motivo se veía amenazada por Martha.
– Es muy amable por su parte -respondió educadamente-. Pero no quiero que se moleste por mí. La semana próxima voy a ir a la recepción del Alto Comité. Yo misma podré preguntar si alguien lo conoce.
– ¡Ah! ¿La han invitado a la recepción? -preguntó Candace sorprendida. Por el tono de su voz, era evidente que no daba crédito a que Martha hubiera sido invitada.
El día de la recepción Noah y Viola se quedaron dormidos pronto, así que tuvo el tiempo necesario para ducharse con calma y arreglarse el pelo.
– Volveré pronto de la oficina -le dijo Lewis por la mañana-. Quizás podamos ir juntos.
Martha estaba contenta. En otro tiempo ni se hubiera molestado en acudir a una aburrida recepción diplomática, pero hacía tanto tiempo que no iba a ningún sitio ni tenía la oportunidad de arreglarse, que estaba muy excitada por la novedad.
Decidió ponerse uno de sus vestidos favoritos de la época de Glitz. Le había costado una fortuna, a pesar del descuento que le había hecho el diseñador.
En la percha no parecía gran cosa, pero una vez puesto era espectacular. La tela era suave y tenía una bonita caída que impedía que se arrugara. Martha se sentía muy favorecida con aquel vestido de color dorado, a modo de túnica y sin mangas. Iluminaba su piel y resaltaba su figura.
Era la primera vez que se lo ponía después del nacimiento de Noah y seguía quedándole sensacional. Se lo puso y se miró al espejo. Con aquel vestido, los zapatos y el maquillaje que llevaba puesto, parecía una persona completamente diferente. La antigua Martha había vuelto, aquella que nunca pensó que sería feliz de pasar el día en camiseta y pareos.
Últimamente no había cuidado su aspecto, pensó. Por eso Candace la veía como a una matrona. Esta noche le mostraría que una mujer además de ser madre podía seguir siendo atractiva.
Lewis estaba hablando con Eloise en el salón. Cuando Martha entró, él se giró y se quedó callado, mirándola anonadado. Llevaba una chaqueta de vestir blanca y pajarita negra y estaba tan atractivo que Martha se quedó sin aliento nada más verlo. También él parecía haberse impresionado al contemplarla. La sonrisa de su rostro se esfumó y durante unos minutos se quedó mirándola intensamente.
Martha se sentía feliz. Había conseguido sorprenderlo y llamar su atención, sacándolo de su estado de permanente enojo.
– Está muy… diferente -balbuceó Lewis.
¿Diferente? ¿Era eso todo lo que se le ocurría decir? Podía haber sido más directo y haberle dicho que no le gustaba. Martha se sintió herida y su autoestima comenzó a desvanecerse.
Entonces pensó que podía ser incluso peor. ¿Y si pensaba que se había puesto tan guapa sólo por él? Quizás pensaba que su intención era atraerlo para volver a besarlo. Aquella expresión en el rostro de Lewis podía ser reflejo del desagradable recuerdo que le producía aquel beso. Parecía temer que volviera a suceder.
Sólo de pensarlo, se sintió mortificada. Se le hizo un nudo en la garganta. Todavía le quedaba orgullo y decidió sacar fuerzas de flaqueza. Tenía que convencer a Lewis de que lo último que deseaba era volver a besarlo.
– Gracias -dijo Martha con una sonrisa-. Quería estar guapa. Como me dijo que todos los británicos estarán allí esta noche, es posible que me encuentre a Rory. Quiero que me vea lo mejor posible.
Se quedaron en silencio unos instantes.
– Claro -dijo Lewis-. Se me olvidaba que espera encontrárselo en esa fiesta.
– Para eso vine hasta aquí -dijo Martha sonriendo. Al menos si se lo repetía una y otra vez, ella misma se convencería de que su objetivo era Rory.
¿Cómo era posible que lo hubiera olvidado? ¿Por qué había sido tan estúpido de admitir que no lo recordaba? Lewis no dejó de hacerse esas preguntas una y otra vez. Martha nunca le había ocultado el verdadero motivo de haber aceptado ese trabajo allí.
No había sabido cómo reaccionar al verla salir de su dormitorio. Estaba acostumbrado a verla en camisetas o con pareos, o con aquella camisa con la que dormía. No le agradaba la ropa que Martha se había puesto aquella noche. Se la veía sofisticada y deseosa de pasárselo bien, además de atractiva.
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