– ¿Por qué? -dijo Martha. Estaba confusa.

Lewis se acercó y tomó los zapatos de sus manos, dejándolos caer sobre el suelo de madera.

Martha sintió que el corazón le latía con fuerza. Tenía la boca demasiado seca para hablar. Sentía el calor de su mirada y no podía retirar sus ojos de los de él. Se quedó paralizada disfrutando de ese momento. Temía que, si se movía, aquel instante desapareciera.

– ¿Tú por qué crees? -le preguntó mirándola con intensidad-. Estoy seguro de que sabes que no he podido dejar de pensar en el beso que nos dimos y en desear volver a acariciarte. Cada vez que te veo con esa camisa que te pones para dormir, siento deseos de quitártela. Quiero desabrocharte los botones uno a uno muy lentamente. Quiero acariciarte como lo hice esa noche y acabar lo que empezamos.

Martha humedeció sus labios.

– Pero parecías molesto.

– No era la primera vez que deseaba besarte, pero no debí hacerlo de aquella manera.

– ¿Y si te digo que me gustó? -dijo Martha con voz temblorosa, y lo miró directamente a los ojos-. De hecho, yo también lo deseaba.

– ¿De verdad? -preguntó Lewis dubitativo.

Martha dejó escapar un largo suspiro. Quería olvidarse del futuro y pensar tan sólo en el presente y en lo que deseaba en ese instante. No quería pensar en nada más que no fuera en Lewis y en sus ojos, sus manos, su boca y en el calor de su cuerpo junto al suyo.

– Sí -contestó ella.

Lewis tomó las manos de Martha entre las suyas.

– ¿Estás segura?

– Lo estoy, ¿y tú?

– ¿Que si estoy seguro? -dijo Lewis, y soltó una carcajada-. Llevo tiempo pensando en esto. Sí, claro que estoy seguro.

Lewis inclinó su cabeza y sus labios se unieron en un cálido beso que se prolongó durante largos segundos hasta que tuvieron que separarse para recuperar el aliento. Lewis acarició con sus manos la suave melena de Martha.

– Estoy completamente seguro.

A partir de ese momento, no fueron necesarias más palabras.

Cuando Martha se despertó a la mañana siguiente, estaba apoyada contra la espalda de Lewis. Él estaba tumbado boca abajo y parecía estar dormido. Le besó el cuello.

Él se movió ligeramente y ella lo volvió a besar, esta vez en el hombro.

No obtuvo respuesta. Martha se incorporó y decidió emplearse a fondo. Comenzó a besarlo en el cuello y siguió hasta el lóbulo de la oreja, volviendo por su mejilla hasta la comisura de los labios.

– ¿Estás despierto? -susurró, al advertir una ligera mueca en sus labios.

– No -contestó suavemente Lewis.

– ¿Ni tan siquiera un poquito?

– No -dijo de nuevo él. Entonces, se giró por sorpresa, se colocó sobre ella y la besó.

Martha sonrió con satisfacción y se desperezó bajo el cuerpo de Lewis.

– ¿Qué hora es? -preguntó.

Lewis se incorporó para mirar el reloj que había sobre la mesilla de noche.

– Es demasiado pronto para levantarnos -contestó, y volvió a acomodarse sobre el cuerpo de Martha, descansando la cabeza sobre su cuello-. Parece que los bebés todavía duermen.

– En ese caso, siento haberte despertado -dijo Martha rodeándolo con sus brazos-. ¿Quieres seguir durmiendo?

Se quedaron en silencio y, por un momento, Martha pensó que dormía hasta que sintió sobre su piel cómo se reía.

– No creo que pueda hacerlo ahora -dijo Lewis mientras comenzaba a bajar besando su cuello-. ¿Y tú? ¿Tienes sueño?

– No -dijo Martha jadeante al sentir cómo sus manos la recorrían-. No tengo nada de sueño.

CAPÍTULO 9

ASÍ COMENZÓ una época dorada para Martha. En algunos aspectos nada había cambiado. Lewis iba a trabajar cada día y ella seguía ocupándose de la cocina y de los niños.

Pero otras cosas sí que habían cambiado. Martha nunca se había sentido tan realizada, tan completa, tan viva. Nunca antes había sentido que la felicidad pudiera llegar a ser una sensación física. Sentía un estremecimiento interior que se extendía por todo su cuerpo cada vez que estaba con él.

Era feliz cuando miraba a los bebés; cuando desde el porche vislumbraba el reflejo del mar entre las palmeras; cuando se despertaba cada mañana junto a Lewis y recorría con su mano su ancho pecho; cuando lo besaba y disfrutaba del olor de su piel.

Lewis estaba feliz. En ocasiones, Martha se detenía observando cómo jugaba con los niños y sentía que su corazón se derretía. Cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era besarla y tomar en sus brazos a Noah o a Viola y hacerles carantoñas hasta hacerlos gritar de alegría. En esos momentos se sentía locamente enamorada de él.

Más tarde, cuando los bebés dormían, se sentaban en el porche y hablaban. Muchas veces Martha perdía el hilo de la conversación pensando en lo que sucedería un rato más tarde, en la cama. Entonces, sentía un escalofrío de placer. Sabía que una mirada era suficiente para que Lewis la hiciera sentar sobre su regazo. En cualquier momento, ella podía alargar su mano y acariciarlo. Y cuando no pudieran esperar más, él la llevaría a la cama y le haría el amor.

Nunca hablaban del futuro. En ocasiones, Martha trataba de imaginar lo que pasaría una vez transcurrieran los seis meses. Pero rápidamente se contenía. No quería pensar en ello. Sólo quería disfrutar el presente. Lewis también parecía feliz. Quizá se estuviera acostumbrando a vivir en familia, pero no quería preguntarle. Prefería que fuera él quien sacara el tema. En el fondo, Martha sabía que tenía que encontrar a Rory. Tenía que hablarle de su hijo, pero no tenía prisa por hacerlo. Todo lo que le preocupaba era el presente.

Así que disfrutaba de cada momento. Ella era feliz y Noah también. No podía pedir más.

– ¿Qué te parece si organizamos otra cena? -le preguntó Lewis un día.

Ella puso una cacerola sobre la lumbre y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sonrió.

– ¿A quién quieres invitar? -dijo, mientras Lewis la tomaba por la cintura.

– Al ingeniero residente y su esposa, al gerente y a un par de contratistas. También podemos invitar a Candace.

– ¿Candace? -dijo Martha sorprendida-. ¿Por qué?

– Tiene muchos contactos y pueden venirnos bien -respondió Lewis-. Será de gran ayuda.

Martha apretó los labios tratando de contenerse y se deshizo de los brazos de Lewis. Pretendió estar consultando una receta.

– Está bien -dijo Martha por fin.

– ¿No estarás celosa de Candace, verdad? -preguntó él con tono de sorna.

– No -mintió ella, pero sus ojos se encontraron con los de él y no le quedó más remedio que admitir lo evidente-. Bueno, quizás un poco. Es tan perfecta…

Lewis la hizo girar y la tomó con fuerza por la cintura. La miró fijamente.

– No tienes por qué estar celosa de ella -le dijo.

Martha observó la expresión de su rostro y lo que allí vio hizo que su corazón latiera desbocado. Ningún hombre miraría a una mujer de aquella manera si estuviera interesado en otra, y menos un hombre como Lewis. Estaba siendo inmadura.

– Sí, lo sé -dijo por fin. Pero no sentía ningún deseo de volver a ver a Candace.

Esa vez, la cena no fue el desastre que había sido la vez anterior. Martha controló todo a la perfección e incluso tuvo tiempo suficiente para arreglarse. Pero no pudo dejar de sentirse intimidada por la estricta perfección de Candace. Parecía que, hiciera lo que hiciera, siempre había algún descuido y ello se debía al hecho de ser madre.

Pero no le importaba. Si tenía que elegir entre ser la mujer perfecta o ser madre, tenía clara cuál sería su elección. Aun así, era un placer poder combinar ambas facetas.

Lewis y ella se comportaron como si nada ocurriera entre ellos. Pero Candace enseguida se percató que había algo entre ellos. Martha se dio cuenta de que no dejaba de observarlos con sus fríos ojos azules.

Candace no hizo ningún comentario, pero en cuanto se produjo el primer silencio en la conversación, aprovechó la ocasión y, dirigiéndose hacia Martha, le preguntó si había conseguido encontrar a Rory.

Martha miró a Lewis y observó con disgusto cómo la expresión de su rostro se endurecía al oír mencionar el nombre de Rory. Si la intención de Candace era recordar el propósito de su viaje, había acertado plenamente.

– No, todavía no -respondió Martha tras unos instantes de duda.

– Es una historia muy romántica -dijo Candace dirigiéndose al resto de invitados-. Martha perdió el contacto con el padre de su bebé y ha venido hasta aquí sólo para buscarlo, así que si alguno conocéis a algún biólogo marino, tenéis que avisarla.

Aquel comentario era una manera indirecta de decir que se acostaba con cualquiera, que se había quedado embarazada en un descuido y, por ello, había decidido atravesar continentes en busca de Rory, el padre de su hijo, con quien ni siquiera se había molestado en mantener el contacto.

Estaba claro que Candace estaba decidida a hacer todo lo posible por alejarla de la vida de Lewis, pensó Martha. Si hubiera estado segura de los sentimientos de Lewis, aquella situación habría sido divertida. Pero tenía la impresión de que sus desagradables comentarios lo estaban afectando.

Candace trató de sacar el tema de la maternidad y lo difícil que parecía ser para Martha, pero nadie mostró interés, así que acudió a otro de sus temas favoritos: los niños. Lo hizo de una forma muy astuta, elogiando en primer lugar a Martha por su paciencia.

A continuación recordó a los presentes, principalmente a Lewis, lo absorbentes que podían ser los bebés. Por último, preguntó a Lewis si esperaba tener noticias de su hermana en breve.

– Savannah debe de estar deseando tener a su hija de vuelta con ella -dijo Candace-. Debo decir que es admirable cómo te has ocupado del cuidado de Viola, trabajando a la vez en esos proyectos tan importantes.

– Es Martha quien se ha ocupado de cuidarla -dijo con tono cortante, que Candace pareció no advertir.

– Sí, cierto. Sé que es una niñera maravillosa -dijo poniendo a Martha en su sitio-. Pero no has tenido más remedio que hacerte cargo de tu sobrina. Recuerdo cuando me dijiste lo importante que era para ti tener una casa ordenada y tranquila. Estoy totalmente de acuerdo. Con un bebé cerca, eso será imposible, ¿no?

Le faltó recordarle que su vida volvería a ser perfecta tan pronto como se deshiciera de Viola y, de esa manera, ya no tendría sentido que Martha y Noah permanecieran allí, pero poco le faltó para hacerlo. Lewis permanecía callado y Martha temía que las palabras de Candace hubieran provocado el efecto que tanto buscaba.

Martha sintió que se le helaba la sangre. Habían sido muy felices. Candace no podía echarlo todo a perder de aquella forma.

Temía el momento en que los invitados se marcharan. Imaginaba que Lewis estaría recordando cómo solía ser su vida. Pero en cuanto la puerta se cerró después de que se hubieran ido, él suspiró aliviado.

Martha estaba recogiendo las tazas de café, convencida de que le diría que no quería continuar su relación con ella. Por eso, cuando Lewis se acercó y tomó sus manos, se sorprendió.

– Déjalo -le dijo Lewis-. Podemos recoger todo esto mañana. Vámonos a la cama.

No dijo nada más. Le hizo el amor con tanto apasionamiento que Martha se quedó temblando. Se sentía satisfecha y a la vez preocupada. Él también estaba pensativo.

– ¿Qué pasa? -le preguntó en voz baja, tumbados uno junto al otro.

– Nada -respondió Lewis.

No podía explicarle lo que había sentido mientras escuchaba los comentarios de Candace. Había deseado que se callara de una vez. No le gustaba oír hablar de Rory ni pensar en el futuro, pero Candace le había obligado a imaginar cómo sería su vida sin Martha y los bebés.

Por primera vez, Lewis se cuestionaba qué era lo que quería realmente. Le gustaba estar con Martha. La deseaba y se sentía a gusto en su compañía. ¿Estaba preparado para sentar la cabeza y pasar el resto de su vida con ella?

No, aquello no era amor, se dijo Lewis. Tan sólo era que se había acostumbrado a ellos y no podía imaginar cómo sería su vida lejos de su lado, cómo sería volver a casa y encontrársela vacía.

Eso es lo que pasaría si Savannah aparecía y decidía llevarse a Viola. Y todo era posible conociendo lo caprichosa y variable que era su hermana. Tomar precipitadamente un avión para recoger a su hija se correspondía con la manera irreflexiva de ser de Savannah.

Claro que tampoco quería ocuparse de Viola de por vida ni pretendía que Martha se quedase con él para siempre. Lo que quería era… El caso es que no sabía qué quería. Se sentía cansado y confundido, y eso no le gustaba.

Nada había cambiado, se dijo para reconfortarse. Martha era tan reacia como él a implicarse en una relación más seria. Había dejado claro que estaba buscando al padre de Noah y él no estaba preparado para asumir ese papel, así que si transcurrían los seis meses sin señales de Rory, ella se iría.