– Os presento a Martha -dijo Rory, y a continuación le fue diciendo el nombre de todos los demás, aunque el único nombre que Martha consiguió retener fue el de Amy, la chica rubia-. Conocí a Martha el año pasado cuando estuve en Londres. Es editora de moda.

Nadie dijo nada, pero todos la miraron incrédulos. Fue la prueba de lo mucho que San Buenaventura la había cambiado. Se había ido de casa tan enfadada que no se había cambiado de ropa ni se había maquillado. Se sentía avergonzada de las arrugas alrededor de sus ojos y de las canas que asomaban en su oscura melena.

– ¿Y qué estás haciendo aquí? -le preguntó Rory con entusiasmo.

– Estoy trabajando -dijo Martha.

– ¿Un reportaje de bikinis en la playa?

– No exactamente -contestó Martha. Aunque no le apetecía, tomó un sorbo de cerveza-. De hecho, estoy trabajando como niñera.

Se hizo una larga pausa y finalmente Rory rompió en carcajadas.

– Me tomas el pelo, ¿verdad? No te imagino con niños.

Martha mantuvo la sonrisa con dificultad.

– Es verdad.

Rory la miró fijamente.

– Siempre pensé que eras muy elegante -dijo él desconcertado- ¿Por qué dejaste tu estupendo trabajo para ser niñera?

– Quizá necesitaba un cambio de aires.

Rory ladeó la cabeza, sorprendido todavía por su cambio de imagen. No estaba seguro de que Martha estuviera bromeando.

– ¿De verdad trabajas como niñera?

– Sí -asintió y suspiró-. Creo que incluso conoces a la persona para la que trabajo: Lewis Mansfield.

Incluso pronunciar su nombre le producía malestar.

– ¿Lewis? Sí, lo conozco -dijo Rory, y sonrió-. Ese hombre da miedo. Por cierto, ¿lo has visto sonreír alguna vez?

Martha pensó en su sonrisa cada vez que la hacía sentar en su regazo, cada vez que se bañaba con Noah en el mar, cada vez que acariciaba su piel.

Martha tragó saliva. Tenía que contenerse y no romper a llorar.

– A veces.

– A mí no me sonríe nunca -afirmó Rory tomando su cerveza-. Creo que no le gusto.

– Pero, ¿por qué no ibas a gustarle? -intervino Amy.

– Creo que está celoso de mí -bromeó Rory-. ¿Tú que crees, Martha? Debes de conocerlo bien.

– Sí, bastante bien -dijo Martha sintiendo una ligera presión en el pecho.

– Parece un tipo muy serio. Me recuerda a mi profesor de matemáticas.

– A mí me recuerda al de geografía -dijo alguien más de la mesa-. Cuando se te queda mirando, sientes que tienes doce años y que está a punto de castigarte por hablar en clase.

Todos estallaron en carcajadas y Martha se mordió el labio.

– Lleva un tiempo conocerlo -dijo Martha.

Ya no podía soportarlo más. No quería seguir en aquel ruidoso bar, oyendo como aquellos jóvenes criticaban a Lewis. No lo conocían como ella. No tenían ni idea de cómo era.

Además, allí no iba a poder hablar con Rory tranquilamente. No era la situación adecuada para comunicarle que era padre, con sus amigos allí presentes. Es más, tendría que gritar para hacerse oír por encima de la música.

Así que siguió sonriendo, terminó su cerveza y entonces se despidió.

– Será un placer quedar otro día para seguir charlando -le dijo a Rory-. ¿Qué tal si quedamos mañana para comer?

– Bien -contestó sorprendido. La rodeó con sus brazos-. Me alegro de verte otra vez, Martha. Me acuerdo mucho de lo bien que lo pasamos en Londres. Disfrutamos mucho juntos, ¿verdad?

– Sí -contestó Martha, y se deshizo de su abrazo.

Debía sentirse feliz de que él estuviera tan contento de verla. Pero pensar en retomar la relación que mantuvieron no le agradaba en absoluto. Y no era que él no fuera atractivo. Lo era y mucho. Pero sencillamente, no era Lewis.

CAPITULO 10

AL DÍA siguiente, Martha se llevó a Noah a su cita y se aseguró de llegar pronto para conseguir una mesa tranquila. Al llegar, Rory no se sorprendió de verla con un bebé y le hizo unas cuantas carantoñas al niño mientras se sentaba a la mesa.

– Así que trabajas como niñera, ¿eh? ¿Es éste el bebé al que cuidas?

– Es mi hijo Noah -contestó Martha con cierta cautela.

– ¿Tu hijo?

Se quedó pensativo y rápidamente llegó a la conclusión acertada. Después de todo no era estúpido. Su cara cambió.

– Sí, eso es -dijo suavemente Martha, segura de que ya Rory lo había adivinado-. Y también es hijo tuyo.

Al principio, Rory se quedó tan impresionado que no pudo articular palabra. Lo único que hizo fue quedarse observando a Noah fijamente, casi sin pestañear.

Martha lo convenció de que no quería pedirle ningún tipo de ayuda económica.

– No es por el dinero -insistió-. Sólo quiero que Noah conozca a su padre.

Rory se tranquilizó al comprobar que no iba a tener que destinar una parte de su sueldo para el cuidado del niño. Se fue haciendo a la idea de que era padre y empezó a entusiasmarse.

En otra época, Martha había encontrado aquel entusiasmo entrañable, pero ahora le parecía ingenuo e infantil. Al contrario de Lewis, Rory no sabía lo que implicaba cuidar de un bebé. No quería desanimarlo ya que, después de todo, había ido tan lejos sólo para darle aquella noticia.

Rory propuso que ella y Noah se fueran a vivir con él y Martha se sintió arrinconada.

– Los demás vuelven mañana al lugar donde se está realizando el estudio, pero yo me quedo para terminar el informe del puerto -explicó Rory-. Me quedaré un mes aproximadamente y tendré la casa sólo para mí. Tú y Noah podéis venir a vivir conmigo y así nos iremos conociendo.

Ese era su sueño. ¿No era eso lo que quería cuando decidió ir a San Buenaventura? Debería de estar encantada de que todo estuviera marchando tan bien, pensó. Rory había reaccionado estupendamente, mejor de lo que ella imaginaba. Rory tenía a Noah sobre sus rodillas y lo estaba haciendo reír. Todo parecía perfecto.

Pero no lo era. Martha no quería mudarse a vivir con él inmediatamente. No quería dejar a Viola. Ni a Lewis.

– Sería maravilloso -dijo ella-. Pero no podemos hacerlo ahora mismo. Tengo que cuidar de otro bebé y el contrato no se acaba hasta dentro de dos meses.

– Para entonces, ya habré vuelto al proyecto. Allí dormimos al aire libre, así que será difícil hacerlo con Noah. Seguro que se nos ocurre qué hacer con el otro bebé. ¿Por qué no le preguntas a Lewis?

Aquello era sorprendente: el padre de Noah estaba deseando pasar un tiempo con su hijo. ¿Cómo podía negarse a ello?

– Está bien -contestó Martha-. Le preguntaré.

– ¿Qué tal fue tu comida? -le preguntó Lewis aquella noche cuando llegó a casa.

La noche anterior había estado pensando en el modo tan estúpido en que se había comportado. Se había convencido de que aquello era lo más adecuado después de todo. Si las cosas hubieran seguido como estaban, pronto se habría encontrado comprometido con el tipo de relación que siempre había evitado.

Quizás era lo mejor que Rory hubiera aparecido. Confiaba en que Martha se hubiera calmado y así poder terminar las cosas de manera civilizada.

No había podido dejar de torturarse durante todo el día con la imagen de Rory y Martha juntos.

– Muy bien -dijo Martha.

Estaba más tranquila. La furia de la noche anterior había desaparecido, pero se la veía cansada y tensa. Lewis deseaba estrecharla entre sus brazos y abrazarla hasta que la tensión de su cuerpo desapareciera.

Desvió la mirada. Deseaba pedirle perdón, pedir que olvidara lo que había pasado y que volvieran a estar como antes. Pero era muy tarde para eso.

– ¿Ha conocido Rory a su hijo? -preguntó Lewis, tratando de olvidar sus pensamientos.

– Sí -contestó Martha-. Quiere que pasemos con él las próximas semanas, pero le he explicado que tengo que cuidar de Viola hasta que termine el contrato.

– No te preocupes por eso -dijo Lewis, haciendo un gran esfuerzo-. Él era el motivo de que quisieras venir a San Buenaventura, así que ya lo he arreglado todo con Eloise. Ella cuidará de Viola durante el día.

Martha tragó saliva.

– ¿Y por las noches?

– Me las arreglaré yo solo -dijo Lewis con indiferencia-. Tampoco soy un inútil.

– ¿Y qué pasa con el contrato? -preguntó Martha.

¿Cómo era posible que no le preocupara más el dichoso contrato? Lewis se había referido a él una y otra vez para hacer que ella y Noah se quedaran y de repente ahora, parecía estar deseoso de librarse de ellos.

– No seré yo el que rompa una familia feliz -dijo Lewis con tristeza-. No soy ningún monstruo. Estaba claro lo que querías y ahora que lo has conseguido, no voy a insistir en que cumplas tu contrato.

– Podríamos considerar que se trata de unos días libres -dijo Martha. No quería parecer desesperada, pero no sabía lo que Lewis pretendía.

– No creo que quieras comprometerte a nada -dijo él-. No sabemos lo que va a pasar. Quizás a Rory le guste tanto la vida en familia que no quiera volver al proyecto. Mañana llamaré a Savannah, a ver si está lista para hacerse cargo de Viola. Si es así, ya no te necesitaré.

Aquello le dolió. Ni siquiera iba a intentar persuadirla.

No tenía elección. No podía insistir en quedarse con Viola después de lo que había dicho la noche anterior, pero decir adiós a aquella preciosa niña era una de las cosas más difíciles que había hecho nunca. Había llegado a quererla mucho y la iba a echar de menos. A ella y a su tío.

Hasta el último minuto Martha tuvo esperanzas de que Lewis cambiara de opinión. Su última mañana transcurrió con una extraña normalidad. Viola y Noah se habían despertado temprano y estaban desayunando en la cocina cuando entró Lewis. Se sirvió una taza de café.

Martha cerró los ojos y deseó dar marcha atrás en el tiempo. Él se acercaría como cada mañana y la besaría. Luego, por la noche, cuando volviera de trabajar reiría y jugaría con los niños. Pero ya nada de eso iba a suceder. Esa noche, cuando volviera, ella ya se habría ido. Por mucho que lo deseara, las cosas no iban a cambiar.

Lewis terminó su café y dejó la taza. Su cara parecía una máscara, pero vio como sus ojos se posaban sobre Noah y, por un momento, la expresión de su rostro se suavizó.

– Tengo que irme -dijo bruscamente-. Gracias por todo.

¿Gracias por todo? ¿Así se despedía? Martha pensó en todo lo que habían compartido, en las conversaciones en el porche y en las cálidas noches de las que habían disfrutado. Sintió deseos de arrojarle algo a la cabeza.

Estaba enfadada con Lewis y con ella misma, pensó mientras hacía la maleta. Sabía cómo era él y lo que quería. ¿Por qué entonces se había dejado llevar por sus sentimientos?

Todo era culpa suya. Había terminado olvidándose de lo que era su prioridad. Noah necesitaba un padre y ella tenía que haberse preocupado de procurarle una buena familia, no de las caricias y los besos de Lewis.

Ahora tenía la oportunidad de arreglarlo. Rory era el padre de Noah y parecía encantado con la idea de ser padre. Era la oportunidad de construir un futuro para su hijo.

Martha cerró de golpe la maleta. Se dijo que ella era una mujer práctica y no estaba dispuesta a dejarse llevar por romanticismos. Era hora de dar por concluida su relación con Lewis y de seguir con su propia vida.

Pero primero tenía que despedirse de Viola. Esa mañana, la niña estaba muy simpática. Era encantadora cuando estaba así, pensó Martha sintiendo un nudo en la garganta. Cuando el taxi llegó y la niña se dio cuenta de que Martha y Noah se marchaban dejándola allí, rompió a llorar.

Eloise no podía consolarla.

– Debería quedarse -dijo Eloise a Martha con tristeza-. Éste es su sitio.

Martha apenas podía hablar.

– No puedo -dijo con voz entrecortada.

– No sé por qué tiene que irse.

Lo cierto era que Martha tampoco lo sabía. Sólo sabía que Lewis le había dicho que ya no la necesitaba.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Martha al despedirse de Viola.

– Volveré a verte -prometió Martha-. Ahora, será mejor que me vaya.

En aquel momento, Eloise también había comenzado a llorar.

Rory no entendió por qué Martha estaba tan triste.

– No te preocupes, Viola estará bien -le dijo Rory después de explicarle Martha lo difícil que había sido despedirse-. Al fin y al cabo, los bebés no se enteran de quién los cuida.

Llevaba cinco minutos ejerciendo de padre y, de repente, ya era todo un experto en bebés, pensó Martha. Estaba demasiado cansada para corregirlo. Aun así, hizo un esfuerzo y trató de mostrar entusiasmo cuando él le enseñó la casa.

– ¿Qué te parece? -le preguntó cuando acabaron de recorrerla.

Martha pensó que era horrible. Era una casa pequeña y cuadrada, con pocos y destartalados muebles. La nevera estaba llena de cervezas y poco más. Parecía un basurero más que una casa.