El jardín estaba descuidado y lleno de botellas vacías. El salón estaba repleto de papeles, tubos de ensayo, latas de refresco vacías y revistas científicas. El aire acondicionado emitía un molesto ruido.

Descorazonada, Martha abrazó a Noah mientras miraba a su alrededor. No había porche, ni ventiladores de techo ni playa al otro lado del jardín. Y lo que era peor, no estaban Eloise ni Viola ni Lewis.

Aunque ahora estaba a punto de formar una familia.

– Esta es mi habitación -dijo Rory. Estaba tan desordenada que el resto de la casa parecía impecable en comparación.

Retiró la ropa que estaba en el suelo y se sentó sobre la cama.

– Tendremos que retomarlo donde lo dejamos -dijo sonriendo con picardía.

Martha trató de animarse. Rory era guapo, rubio, atractivo y la deseaba a ella, con sus patas de gallo y sus estrías. Debería estar feliz, pero no lo estaba.

– No creo que sea una buena idea -dijo Martha desde la puerta-. Al menos de momento. Será mejor que nos vayamos conociendo poco a poco antes de dormir juntos.

Quién sabe si después de todo sería mejor estar con un hombre joven con encantadores ojos azules y cuerpo perfecto que con un hombre maduro.

– Antes tampoco nos conocíamos -dijo Rory sorprendido.

Era cierto, pensó Martha con tristeza.

– Entonces era diferente -fue todo lo que pudo decir para tranquilizarlo-. Además es posible que Noah se despierte en medio de la noche. Será mejor que duerma con él hasta que se acostumbre. Así tendremos tiempo de conocernos y después, ¿quién sabe?

Era una buena idea, pero no parecía una manera alegre de iniciar una nueva vida en familia para Noah.

Martha recordó las largas noches que había pasado con Lewis, llenas de pasión y deseo. Pero rápidamente apartó esos pensamientos. Estaba intentando crear una familia para Noah.

Tal y como Martha había dicho, Noah estuvo intranquilo aquella primera noche. No paró de llorar y ella, cansada, sintió deseos de hacer lo mismo. Echaba de menos la casa en la playa. Echaba de menos a Viola y echaba de menos a Lewis.

Hizo cuanto pudo por tranquilizar a Noah y que dejara de llorar, pero las paredes parecían de papel y el llanto se oía por toda la casa. A la mañana siguiente, Rory estaba agotado.

– Imagino que son los inconvenientes de ser padre -bromeó.

– Me temo que sí -dijo Martha. Aunque lo justo era que se turnaran para atender al bebé por la noche, pensó ella. Incluso Lewis se levantaba alguna noche para que Martha pudiera descansar.

Tenía que dejar de pensar en Lewis.

– ¿Quieres que prepare algo para cenar? -preguntó ella.

Rory no mostró ningún entusiasmo. Martha pensó que con el poco dinero del que disponía, era probable que prefiriera gastarlo en cerveza. Una rápida mirada a la cocina revelaba los escasos enseres de los que disponían.

Dedicó todo el día a recoger y limpiar la casa, lo que fue un gran error. Cuando Rory llegó a casa se enfadó mucho.

– Pero, ¿qué has hecho? -preguntó mientras miraba a su alrededor-. Ahora, ¿cómo sabremos dónde está cada cosa?

Más tarde, tras darse una ducha, Rory se disculpó.

– Lo siento, he tenido un mal día. No sé qué tiene ese Lewis contra mí, pero parece que no hago nada bien -dijo, y sonrió antes de continuar-. Venga, vamos a dar una vuelta y a tomar una copa.

Martha tuvo que recordarle que era la hora de dormir de Noah.

Rory trató de consolarse jugando con Noah, pero era evidente que se aburría. Una vez Martha acostó al niño, ambos se sentaron a la luz de la única bombilla del salón y hablaron de muchas cosas.

«Es un buen chico», pensó Martha. «Es inteligente, guapo y divertido. Además, es el padre de Noah. Seguro que nos llevaremos bien.»

En el fondo de su corazón, sabía que se estaba equivocando. Rory no era Lewis.


Martha oyó que Viola estaba llorando cuando llamó a la puerta. Después de unos minutos, Lewis abrió.

– ¿Sí? -dijo Lewis sin mirar. De repente, advirtió que era Martha y se quedó petrificado.

Llevaba a Viola en brazos, envuelta en una toalla.

_La niña lloraba con fuerza. Era maravilloso volver a verlos otra vez, pensó Martha, y sonrió satisfecha.

Noah también parecía contento de ver a Lewis y a Viola.

– ¡Martha! -dijo Lewis dando un paso hacia ella. En su rostro había una expresión de felicidad que Martha supo reconocer, pero enseguida Lewis trató de disimularla.

Podía disimular cuanto quisiera. Martha sabía que también estaba feliz de volver a verla.

– ¿Puedo ayudar? -sugirió Martha, y dando un paso hacia él, tomó a Viola en brazos a la vez que le entregaba a Noah.

Lewis deseó estrecharla entre sus brazos y asegurarse que no se trataba de un sueño, que era cierto que Martha estaba frente a él.

– Venga, vamos a secarte -dijo Martha a Viola, y se dirigió al cuarto de baño.

Lewis no supo qué decir al ver pasar a Martha a su lado. Se fijó en las maletas que un taxista estaba dejando en el porche y después miró a Noah y le sonrió. El niño golpeó su frente contra Lewis a modo de saludo.

– Bienvenido -le dijo en voz baja-. Me alegro de verte otra vez.

Dio media vuelta y se dirigió al cuarto de baño.

– Martha, ¿qué sucede? -dijo tratando de mantener el control-. ¿Qué haces aquí?

– He venido a cumplir mi contrato -contestó sin molestarse en mirarlo.

Lewis cerró los ojos. Había deseado tanto oír aquellas palabras que temió que fueran parte de un sueño. Cuando volvió a abrirlos, allí seguía ella.

– ¿Qué ha sido de Rory? -preguntó Lewis.

Martha se quedó quieta y lo miró directamente a los ojos.

– Me equivoqué. Creí que lo que necesitaba Noah por encima de todo era un padre y una familia pero, ¿y si la familia no es feliz? -dijo, y continuó poniendo el pañal a Viola-. He estado pensando mucho estos dos días y he cambiado de opinión. Lo que realmente necesita Noah es tener unos padres felices, tanto si estamos juntos como si estamos separados. ¿Hay leche?

El brusco cambio de tema dejó a Lewis sin habla. Tras unos instantes, contestó.

– Sí, en la cocina.

Lewis preparó dos biberones y cada uno se sentó en un lado del sofá para dárselo a los bebés.

– ¿Qué le dijiste a Rory? -preguntó Lewis.

– Le dije que no iba a funcionar, que pasara lo que pasara, él seguiría siendo el padre de Noah y que confiaba en que mantuviéramos el contacto para que Noah pueda conocerlo cuando sea mayor. Pero que era mejor que cada uno siguiera con su vida. Así que me fui.

– ¿Cómo reaccionó?

– Creo que fue un alivio para él -dijo Martha reflexionando-. Rory estaba dispuesto a intentarlo, pero después de estos días se ha dado cuenta de que no está preparado para asumir compromisos. También me ha dicho que vendrá de vez en cuando para ver a Noah.

– ¿Y qué pasa contigo? -dijo Lewis mientras incorporaba a Viola.

– Yo intentaré ser feliz.

– ¿Cómo?

– Para empezar, espero que me dejes volver a mi trabajo.

– ¿Aunque me haya comportado como un estúpido?

– No eres ningún estúpido -contestó Martha mientras le daba unos golpecitos en la espalda a Noah-. Echaba de menos a Viola y Noah también. Así que decidimos hacer un esfuerzo y soportarte para poder estar con ella.

Lewis la miró. No sabía si estaba bromeando hasta que Martha lo miró y estalló en carcajadas. Aquello lo tranquilizó.

No hablaron más hasta que pusieron a los dos bebés a dormir, pero era como si todo estuviera dicho.

Se sentaron en el porche. Martha respiró los aromas de la noche. Disfrutó de la brisa y del familiar sonido de las olas. A su lado estaba Lewis. Cerró los ojos y recordó la expresión de su cara cuando la vio llegar. Sólo había estado tres días fuera, pero sentía como si hubiera vuelto a casa tras un largo viaje.

– ¿Así que has regresado para estar con Viola? -preguntó Lewis.

– Sí, en parte -contestó Martha sin abrir los ojos.

– ¿Hay algún otro motivo?

Martha abrió los ojos y contempló la buganvilla.

– Este es el lugar donde más feliz he sido en toda mi vida. Nunca hubiera sido feliz con Rory. Es una gran persona pero… -giró la cabeza y mirándolo, añadió-: Él no es como tú.

Por fin lo había dicho. Tomó aire y se relajó.

Se hizo una larga pausa.

– ¿Has vuelto por mí? -pregunto Lewis en un tono de voz que la hizo estremecer.

– Sé que lo nuestro no durará eternamente. Sé que no quieres tener una familia. Pero pensé que podíamos aprovechar estos dos meses y pasar el tiempo que nos queda juntos -dijo Martha, y suspiró antes de continuar-. No pido nada más. Sólo dos meses, sin compromisos ni obligaciones.

– Nuestras obligaciones son hacia Viola y Noah.

– Sí, pero me refiero a nosotros.

– ¿Será eso suficiente para que seas feliz? ¿Dos meses y adiós?

– Quiero disfrutar de este tiempo contigo y pensar sólo en el presente.

– ¿Por qué? -preguntó Lewis suavemente.

– Sabes perfectamente por qué.

– Quiero que lo digas -dijo él, y la atrajo para que se sentara sobre su regazo-. Ven aquí y siéntate.

– Te quiero, te necesito -dijo Martha. Fue más fácil pronunciar aquellas palabras de lo que había imaginado.

Lewis sonrió y acarició su espalda, haciéndola estremecer.

– Dilo otra vez -susurró él.

– Te quiero con pasión. Te deseo como nunca antes había deseado a ningún hombre. No me siento completa si no estoy contigo. Te he echado tanto de menos…

– ¡Vaya cambio! -exclamó Lewis sonriendo-. Antes tenías otra idea del amor, mucho más práctica.

– Es cierto que he cambiado -dijo Martha mientras le daba suaves besos-. Me gusta verte sonreír, cómo me acaricias y me haces estremecer. Me gusta dormir junto a ti y sentir que mi corazón…

– Yo también te quiero -la interrumpió Lewis.

– ¿De verdad?

– No te sorprendas -dijo él mientras acariciaba su melena. Se puso serio antes de continuar-. Yo también te he extrañado. Cuando te fuiste… no sé cómo explicar lo que sentí. Fue como si mi mundo se hubiera quedado a oscuras. Cuando te vi esta tarde en la puerta, todo volvió a resplandecer -la miró profundamente a los ojos y añadió-: Te quiero, Martha.

Él se inclinó y la besó. Martha se entregó al placer de corresponderlo, y lo atrajo hacia sí, mientras se fundían en un largo y cálido abrazo. Se sentía amada e inmensamente feliz. Todo lo que deseaba era acariciarlo, besarlo y sentir su calor.

Se pusieron de pie y Lewis la llevó a su habitación. Cayeron juntos sobre la cama y se entregaron el uno al otro.

Pasó un largo rato hasta que volvieron a hablar. Estaban tumbados, con sus cuerpos entrelazados, disfrutando del momento que acababan de compartir.

– No será ésta una manera de convencerme para que te readmita en tu trabajo, ¿verdad? -dijo Lewis mientras ella acariciaba su pecho.

Martha rió y besó su hombro.

– ¿Y crees que funciona? -dijo ella divertida.

– No lo sé. Hay un pequeño problema. Creo que no voy a necesitar una niñera. He hablado con Savannah -explicó Lewis ante la atónita mirada de Martha-. Ha dejado la clínica y está dispuesta a rehacer su vida.

– ¡Eso es fantástico! -dijo Martha, tratando de mostrarse entusiasmada.

Suspiró. Era mentira. No se alegraba en absoluto de la noticia. Incluso se sentía celosa. Acababa de regresar y no quería volver a perder a Viola. Pero, ¿cómo podía decirle lo que realmente sentía? Al fin y al cabo, Savannah era la madre de Viola.

– ¿Cuándo vendrá Savannah a recogerla?

– No, no vendrá. En la clínica ha conocido a un hombre que trabaja en la televisión y que la ha convencido para que presente un programa. Quiere llevársela a Estados Unidos, así que me ha pedido que me ocupe de la niña durante otros seis meses.

– ¿Y qué le has dicho?

– Le he dicho que no puede dejar a Viola cada vez que le venga bien, que si deja a Viola conmigo es para siempre. Está claro que es su madre y que puede verla cuando quiera, pero la niña necesita saber que tiene un hogar, independientemente de lo que su madre haga. Y ese hogar estará junto a mí.

– ¿Qué le pareció a Savannah?

– Le pareció una buena idea -contestó Lewis mirándola de reojo. Sonrió-. Ella no es tan buena madre como tú.

– Pero a ti no te gustan los niños, ¿no?

– Ya ves, yo también he cambiado de opinión -aseguró Lewis. Se incorporó y se apoyó sobre un codo, sin dejar de mirarla-. Me he acostumbrado a vivir en familia y cuando tú y Noah os fuisteis, en seguida me di cuenta de que me iba a ser muy difícil volver a estar solo. Sin vosotros, está claro que esto no es un hogar -acarició la mejilla de Martha antes de continuar-. Ahora que has vuelto, todo vuelve a ser perfecto.

Martha sonrió y lo rodeó con sus brazos.

– Sigo sin comprender por qué no vas a necesitar una niñera, especialmente a partir de ahora que Viola va a vivir contigo.