Paraíso Tropical
Título original: Her Boss's Baby Plan
CAPÍTULO 1
MARTHA miró su reloj: Eran las cuatro menos veinte. ¿Cuánto tiempo más la haría esperar Lewis Mansfield?
Su secretaria lo había disculpado cuando llegó a las tres, la hora acordada. Le dijo que el señor Mansfield estaba muy ocupado. Martha sabía lo que significaba estar ocupado, pero en su situación no podía dar media vuelta e irse. Lewis Mansfield era la única oportunidad que tenía de ir a San Buenaventura, así que no le quedaba más remedio que esperar.
Confiaba en que se diera prisa. Noah se había despertado y estaba inquieto en su cochecito. Martha lo tomó en brazos y se acercó a mirar las fotografías en blanco y negro que colgaban de las paredes. No mostraban nada interesante: una carretera en medio de un desierto, una pista de aterrizaje, un puerto, otra carretera, esta vez con un túnel, un puente… Eran buenas fotos, pero Martha las prefería con algo de vida. Si al menos apareciera una persona, eso daría un sentido de la proporción a las estructuras. Una modelo en medio de…
– No puedo seguir pensando como una editora de moda -le dijo en voz baja a Noah-. Será mejor que cambie, ¿no? Ahora tengo una nueva profesión.
¿Ser niñera durante seis meses era una profesión? desde luego, no era la idea que tenía en mente cuando acabó la universidad. Martha recordó su apasionante trabajo en Glitz y suspiró. Ser niñera no era precisamente deslumbrante.
Noah, de ocho meses, golpeó suavemente su frente contra el rostro de Martha y ella lo abrazó. Él estaba por encima de cualquier trabajo, por muy interesante que fuera.
Por fin, la puerta del despacho de Lewis Mansfield se abrió y apareció la secretaria.
– Lewis la recibirá ahora. Siento que haya tenido que esperar tanto -se disculpó y miró a Noah-. ¿Quiere que me quede con él?
– Gracias, pero ahora que se ha despertado, será mejor que esté conmigo -contestó-. ¿Puedo dejar el cochecito del bebé aquí?
– Claro -dijo la secretaria y bajando la voz, le advirtió-: Hoy no está de buen humor.
– Quizá se anime cuando descubra que yo soy la respuesta a sus oraciones -bromeó Martha. La secretaria le devolvió una fría sonrisa.
– ¡Buena suerte!
Tras la puerta cerrada, Lewis revolvía los papeles de su mesa mientras esperaba a Martha, malhumorado. Había tenido un día horrible. Savannah se había presentado muy temprano en su casa en un estado lamentable, perseguida por numerosos reporteros deseosos de conocer todos los detalles del último episodio de su larga y tormentosa relación con Van Valerian.
Más tarde, tras conseguir tranquilizar a su hermana, había tenido que atravesar la nube de paparazzi que se encontraba apostada a la puerta de su casa. Había tardado más de lo habitual en llegar al trabajo debido al intenso tráfico y no habían parado de surgir problemas, uno tras otro, que había tenido que resolver con urgencia. Para acabar de arreglar las cosas, la niñera había aparecido a mediodía diciendo que su madre había sido ingresada en un hospital, dejando a Viola a su cargo hasta la noche.
«Al menos Viola se está portando bien», pensó Lewis, y miró hacia el rincón donde dormía plácidamente en su cochecito.
Tenía que aprovechar al máximo lo que quedaba de día. Le hubiera gustado no tener que recibir a Martha Shaw, pero Gilí había insistido tanto en que su amiga era la persona perfecta para cuidar a Viola, que no había tenido otra opción que acceder.
Pero Lewis no estaba tan seguro. Gilí era una amiga de Savannah y trabajaba en una prestigiosa revista. No podía imaginársela amiga de una niñera, y menos aún de la niñera tranquila, sensible y seria que él necesitaba.
La puerta se abrió.
– Martha Shaw -anunció su secretaria, y dejó paso a una mujer estilosa, precisamente del tipo que menos deseaba ver en aquel momento.
«Tenía que haberlo sospechado», pensó con amargura al ver lo atractiva que era. Tenía una bonita melena morena y una amplia sonrisa, pero era demasiado delgada. Se la veía frágil, como si se fuera a romper en dos, y a Lewis eso no le gustaba.
No parecía una niñera seria y sosegada. Martha Shaw transmitía nerviosismo. Estaba tensa y sus grandes ojos marrones se veían cansados. Además, no venía sola.
– ¿Eso es un bebé? -dijo Lewis sin ni tan siquiera molestarse en saludar.
Martha observó como miraba a Noah, que no dejaba de chuparse el dedo mientras con sus grandes ojos azules curioseaba a su alrededor. Estaba claro que no se le escapaba un detalle a Lewis Mansfield, pero sus modales dejaban mucho que desear.
– Eso parece -contestó divertida.
– ¿Qué está haciendo aquí?
Su alegría se topó con el gesto malhumorado de Lewis. No sólo era un maleducado, sino que además carecía de sentido del humor. Sintió que el corazón se le encogía. Aquel no era un buen comienzo para la entrevista.
– Este es Noah -dijo con su mejor sonrisa, en un intento de suavizar las cosas.
No recibió respuesta. Lewis Mansfield era la seriedad personificada. Era alto y fuerte, con un rostro serio y anguloso y unos ojos reservados. Era difícil creer que tuviera algo que ver con la glamurosa Savannah Mansfield, toda una celebridad famosa por su estilo de vida y su inestable forma de ser.
Gilí la tenía que haber informado mejor. Le había comentado que, aunque Lewis podía parecer grosero, en el fondo era encantador.
– Seguro que os llevaréis muy bien -le había dicho.
Por el modo en que la miraba, Martha lo dudó. Se entretuvo estudiando el rostro de Lewis a la espera de que se disculpara por la larga espera o al menos que la invitara a sentarse. Tenía unas cejas muy oscuras y espesas que casi se unían sobre su nariz, lo que le daba un aspecto de enfado permanente. Buscó alguna señal de simpatía en sus ojos o en su boca, pero no tuvo suerte. Estaba enfadado y malhumorado. ¿Aquel hombre encantador? Desde luego que no.
Consciente de que no recibiría disculpa alguna, no estaba dispuesta a seguir perdiendo el tiempo, así que decidió ser ella la que rompiera aquel silencio.
– Se porta muy bien -dijo acariciando el pelo de Noah. Y cruzando los dedos, añadió-: No causará ningún problema.
– Ya he oído eso antes de otras mujeres que me han entregado a su bebé y luego se han marchado, dejándome solo con la responsabilidad de cuidarlo -protestó Lewis, y se levantó de su mesa.
Aquello no iba bien. Martha suspiró. Gilí le había dicho que Lewis Mansfield era ingeniero y que dirigía su propia compañía. Además se estaba ocupando de cuidar al hijo de su hermana. No le había dicho claramente que él estuviera desesperado, pero Martha se había imaginado que así sería. Sin embargo, bastaba una mirada a Lewis Mansfield para comprender que en absoluto estaba desesperado.
Pensó en San Buenaventura y esbozó una sonrisa. Ese era su motivo para estar allí.
Decidió sentarse en uno de los sofás de cuero negro, sin esperar a que se lo ofreciera. Noah pesaba mucho y estaba cansada.
Colocó a Noah junto a ella, haciendo caso omiso a la cara de horror de Lewis. Pero, ¿qué pensaba que Noah podía hacer a su sofá? ¿Llenarlo de babas? Tan sólo tenía ocho meses.
– Gilí me ha dicho que lleva unos meses cuidando al bebé de su hermana. Que se marcha una temporada a una isla del Océano índico con la niña y necesita a alguien que le ayude a cuidarla. Gilí sugirió que yo podría hacerme cargo de ella y así evitarle problemas durante su viaje.
– Es cierto que necesito una niñera -reconoció Lewis-. Savannah, mi hermana, está pasando una mala época. Se le hace difícil cuidar del bebé y más ahora que quiere ingresar en una clínica para recuperarse -añadió, como si Martha no estuviera al tanto de la azarosa vida sentimental y del actual divorcio de su hermana, del que informaban al detalle las páginas de Hello
Martha sabía de todo aquello. En su trabajo en Glitz tenía que leer Hello y esa costumbre había sido imposible de dejar. No podía reprochar a Lewis el tono de disgusto en su voz. Savannah Mansfield era toda una belleza, pero Martha intuía que seguía siendo una chiquilla mimada que cada vez que no se salía con la suya, pataleaba. Su matrimonio con la estrella de rock Van Valerian, que no era conocido precisamente por su buen carácter, había sido sentenciado desde el mismo momento en que anunciaron su compromiso en las portadas de las revistas, luciendo ostentosos anillos de diamantes.
Ahora Savannah iba a ingresar en una clínica famosa por su clientela, celebridades que, a juicio de Martha, acudían a ella para poder soportar la presión de ser tan ricos. Mientras, la pequeña Viola Valerian había sido abandonada por sus padres y dejada a cargo de su tío.
Martha sintió lástima por ella. Lewis Mansfield parecía una persona responsable, pero en absoluto alegre y cariñoso. Era un hombre atractivo. Seguro que si sonriera, tendría otro aspecto. Estudió su boca tratando de imaginárselo sonriendo o en actitud cariñosa. Sintió un escalofrío en la espalda y rápidamente desvió la mirada.
– ¿Quién cuida actualmente de Viola? -preguntó, en un intento por alejar sus pensamientos.
– La misma niñera que se ha ocupado de Viola desde que nació, pero se va a casar el año que viene y no quiere estar lejos de su novio tanto tiempo -dijo. Finalmente añadió-: Necesito alguien que tenga experiencia con bebés y esté dispuesto a pasar seis meses en San Buenaventura.
Por el tono de su voz, Lewis parecía molesto por el hecho de que aquella mujer no estuviera dispuesta a alejarse del hombre al que amaba.
– ¡Soy su chica! – dijo Martha alegremente, feliz de que por fin hubiera mencionado el motivo de la entrevista-. Usted necesita una persona que sepa cuidar de un bebé. Yo sé hacerlo. Busca a alguien que esté dispuesto a pasar seis meses en San Buenaventura. Yo quiero ir allí y estar seis meses. Yo diría que nos necesitamos mutuamente, ¿no?
Lewis la miraba con recelo. Estaba siendo demasiado locuaz.
– Usted no tiene aspecto de niñera -dijo él al cabo de un rato.
– Las niñeras de hoy en día no son aquellas regordetas y sonrosadas matronas de antes.
– Ya veo -contestó secamente. Estaba claro que él esperaba encontrar una mujer mayor que estuviera dispuesta a permanecer con la familia durante generaciones y que se dirigiera a él como señorito Lewis.
Ahora que lo pensaba, ¿cómo era que los Mansfield no tenían a una persona así? No sabía mucho sobre ellos, pero siempre había pensado que esa famosa familia era muy rica, de las que organizan fiestas inolvidables, viven intensos romances y disfrutan de la vida sin hacer nada de provecho. Hasta que vio a Lewis. Quizás él fuera la oveja negra.
– Que no llevemos moño no quiere decir que las niñeras actuales no sepamos cuidar perfectamente a los niños -dijo orgullosa y miró a Noah, que golpeaba el sofá con su mano regordeta.
– Ya lo veo -dijo Lewis sin mucha convicción, mientras miraba de reojo al bebé.
Martha buscó en la amplia bolsa que llevaba y sacó un sonajero con el que distraer a Noah. Este lo tomó y lo agitó, haciéndolo sonar. Aquel sonido siempre le divertía y le hacía sonreír dulcemente. Era tan adorable… ¿Cómo podía alguien resistirse a la ternura de un bebé?
Miró a Lewis y observó que miraba indiferente al niño. Al menos, se había sentado en el sofá frente a ella.
– ¿Es esta su ocupación actual? -le preguntó.
– Es mi única ocupación -contestó Martha lentamente-. Noah es mi hijo -añadió.
– ¿Su hijo? Gilí no me dijo que tuviera un hijo.
Gilí tampoco había mencionado que fuera frío como un témpano de hielo, pensó Martha. No podía reprochárselo. Se había hecho con el puesto de editora de Glitz y ahora estaba ansiosa de deshacerse de ella y de mantenerla alejada, para asegurarse de que no trataría de recuperar su antiguo trabajo.
Todo parecía ir de mal en peor. A ese paso no conseguiría ir a San Buenaventura.
– Lo siento, pero creí que Gilí le habría hablado de Noah.
– Tan sólo me dijo que se le daban bien los bebés, que estaba libre los próximos seis meses y que podría partir de inmediato. Y que deseaba ir a San Buenaventura.
– Es cierto. Lo estoy… -Martha fue interrumpida por Noah, que arrojó su sonajero a Lewis y rompió a llorar-. Tranquilo, cariño -lo consoló, mientras recogía el sonajero.
Pero ya era demasiado tarde. El bebé que dormía en un rincón se había despertado y comenzaba a lloriquear.
– ¡Lo que faltaba! -protestó Lewis.
Martha se puso en pie de un salto, tomó a Viola y la meció en sus brazos, hasta que el llanto se transformó en sollozos. Entonces, se sentó de nuevo en el sofá y la puso sobre su regazo.
– Deja que te vea -dijo Martha observando al bebé-. Eres preciosa, ¿lo sabes, verdad?
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