Martha pensaba que todos los bebés eran adorables, pero Viola era especialmente bonita. Tenía el cabello rubio y ondulado y los ojos azules, con largas pestañas que brillaban humedecidas por las recientes lágrimas derramadas. Sorprendida, no quitaba ojo a Martha, que la miraba sonriente.
– ¿Qué tiempo tiene? -le preguntó a Lewis, mientras hacía cosquillas a Viola provocando sus carcajadas-. Parece de la misma edad que Noah.
Aturdido por la sonrisa cálida del rostro de Martha, Lewis se esforzó en responder:
– Tiene unos ocho meses -dijo después de hacer los cálculos necesarios.
– ¡Como Noah! -exclamó ella.
El niño empezaba a estar celoso por la atención que estaba recibiendo Viola, así que Martha puso a ambos sobre la alfombra. Los bebés se observaron fijamente.
– Parecen gemelos, ¿verdad?
– Si olvidamos que una es rubia y el otro moreno -repuso Lewis, dispuesto a no hacer ninguna concesión.
– Bueno, no gemelos idénticos -dijo Martha conciliadoramente-. ¿Cuándo es el cumpleaños de Viola?
– Creo que es el nueve de mayo.
– ¿De verdad? -preguntó Martha sorprendida-. Ese día también es el cumpleaños de Noah. ¡Qué coincidencia! -exclamó, y observó a los bebés, que continuaban sobre el suelo, mirándose desconcertados-. ¡Esto es una señal! -añadió mirando a Lewis.
No parecía impresionado. Martha estaba segura de que él no creía en las casualidades del destino, así que no tenía ningún sentido preguntarle por su signo del horóscopo. Seguramente ni siquiera lo sabría.
– No me ha dicho por qué quiere ir a San Buenaventura -dijo él distraídamente. Se estaba fijando en el modo en que Martha sujetaba a Viola, en cómo sonreía a los dos bebés, en el resplandor que iluminaba su rostro. De repente, pensó que tenía que dejar de fijarse en aquellos detalles. No tenía tiempo para eso.
– ¿Tiene que haber una razón para que alguien quiera pasar seis meses en una isla tropical? -dijo Martha.
Su tono de voz era neutro, pero Lewis tuvo el presentimiento de que escondía algo y frunció el ceño.
– Quiero asegurarme de que la niñera que venga con nosotros sabe en lo que se está metiendo -dijo secamente-. San Buenaventura está aislado, en medio del Océano índico. La ciudad más cercana está a cientos de kilómetros. La isla es muy pequeña y no hay donde ir, salvo unas cuantas islas cercanas que son todavía más pequeñas.
En ese momento, Viola empujó a Noah y éste rompió a llorar. Lewis estaba al límite de su paciencia.
Quizá no había sido una buena idea poner juntos a los bebés. Martha recogió a ambos y los sentó sobre su regazo. Le dio el sonajero a Noah y un osito de peluche a Viola, que rápidamente se lo llevó a la boca.
– Lo siento -dijo Martha, y se giró hacia Lewis-. ¿Qué me estaba diciendo?
Lewis observaba a su sobrina, que miraba a Noah con el mismo gesto de soberbia que su madre y, por un momento, casi estalló en carcajadas. Reparó en Martha. Tenía que admitir que, a pesar de que no tenía aspecto de niñera, no se le daba nada mal.
De repente, recordó que Martha le había hecho una pregunta y que todavía no la había respondido. Se arrepintió de haberse distraído.
– Me estaba hablando de San Buenaventura -le dijo Martha afablemente.
Aquello lo irritó todavía más. Estaba quedando como un tonto. Se puso rápidamente de pie y caminó por la habitación.
– Un ciclón arrasó la isla el año pasado y destruyó muchas construcciones. Por eso tengo que ir. El Banco Mundial financia la construcción de un puerto y un aeropuerto, además de las carreteras de acceso. Es un gran proyecto.
– Pero todo eso llevará más de seis meses, ¿no? -preguntó Martha sorprendida.
Lewis soltó una carcajada.
– ¡Por supuesto! Nosotros nos vamos a encargar de diseñar el proyecto y de supervisar la construcción.
Habrá un ingeniero allí destinado, pero quiero estar presente al menos durante la primera fase. Es un proyecto de gran envergadura y, en estos momentos, la compañía pasa por un momento difícil. Necesitamos que sea un éxito.
– Así que pasará seis meses preparando todo y luego volverá a Londres.
– Esa es la idea. Quizá tenga que permanecer algún tiempo más, depende de cómo vayan las cosas. Tendremos que hacer varias comprobaciones sobre el terreno, lo que puede provocar cambios de última hora en el diseño y, además, es importante establecer una buena relación con las autoridades locales. Esas cosas llevan su tiempo -dijo Lewis mientras sentía los ojos de Martha sobre él. Deseaba que dejara de mirarlo con aquella oscura e inquietante mirada que tanto lo turbaba, por lo que bruscamente concluyó-: De todas formas, Savannah estará recuperada y podrá hacerse cargo de Viola en seis meses. En cuanto al puesto de niñera, se trata de un trabajo para seis meses.
No tenía por qué darle explicaciones a Martha sobre el proyecto ni sobre los motivos por los que éste era tan importante, pensó Lewis. Podía estar dando la impresión de que le interesaba su opinión.
– Entiendo -dijo Martha.
– Lo que quiero decir es que no se trata de unas largas vacaciones en la playa. San Buenaventura no está preparado para el turismo y la comunidad extranjera es pequeña. Estaré muy ocupado y probablemente pase todo el día trabajando, incluso algunas noches. La persona que se encargue de Viola va a aburrirse unos cuantos meses. Tendrá que cuidar de la niña. El clima es fantástico, pero aparte de la playa no hay mucho más que hacer. Perpetua, la capital, es pequeña y las tiendas son escasas, con gran cantidad de productos importados. En ocasiones, pueden llegar a estar vacías durante meses.
– Ya veo -dijo Martha sonriendo.
Lewis frunció el ceño y metió las manos en los bolsillos.
– Quiero que tenga claro que si lo que espera encontrar es un paraíso, será mejor que lo olvide.
– No busco el paraíso en San Buenaventura -dijo Martha mientras lo miraba a los ojos.
– ¿Qué busca entonces?
Por un momento, Martha dudó. Había confiado en no tener que contarle toda la historia en aquel momento, pero sería mejor ser franca desde un principio.
– Estoy buscando al padre de Noah.
– ¿Cómo puede haber perdido a alguien tan importante? -preguntó y, con gesto burlón, añadió-: ¿O fue él quien la perdió?
Martha se sonrojó.
– Rory es biólogo marino. Está haciendo la tesis sobre algo relacionado con corrientes marinas y bancos de coral en un atolón de San Buenaventura.
– Si sabe dónde está, ¿por qué tiene que ir hasta allí para contactar con él? Seguro que tiene correo electrónico. Hoy en día, hay muchas maneras de comunicarse.
– No es tan fácil -dijo Martha-. Necesito verlo. Rory no sabe que existe Noah y no es una noticia para darle a través del correo electrónico. ¿Qué debería decir? Algo así como: «¿Sabes que tienes un hijo?»
– ¿Es eso lo que le va a decir cuando lo vea?
– Creo que será mejor que se lo diga cara a cara. Así también conocerá a Noah.
– Y de paso, podrá sacarle un dinero, ¿verdad?
– No es una cuestión de dinero -repuso Martha. Sus oscuros ojos brillaban con furia-. Rory es bastante más joven que yo. Está todavía estudiando y apenas tiene recursos para vivir él, mucho menos para mantener un bebé. Económicamente no puede hacerse cargo de Noah y tampoco yo lo pretendo.
– Entonces, ¿para qué buscarlo?
– Creo que Rory tiene derecho a saber que tiene un hijo.
– ¿Aunque no se haya preocupado de mantener el contacto?
Aquello era difícil de explicar a alguien como Lewis.
– Conocí a Rory a comienzos del año pasado. No fue una aventura. Me gustaba mucho y lo pasábamos muy bien juntos, pero éramos conscientes de que lo nuestro no duraría. Para empezar, nuestras vidas eran totalmente diferentes. Él estaba en Gran Bretaña asistiendo a unas conferencias para preparar su tesis y yo tenía un buen trabajo en Londres. Siempre supimos que él volvería a San Buenaventura para terminar sus estudios y para los dos fue… -se detuvo pensando las palabras adecuadas- un bonito encuentro.
– ¿Él no supo que se quedó embarazada?
– Sí. Me enteré antes de que se fuera y se lo dije. Tenía que decírselo.
– ¿Y aun así se fue? -preguntó interesado, y Martha lo miró con curiosidad.
– Lo discutimos y decidimos que ninguno de los dos estaba preparado para formar una familia. Yo estaba muy metida en mi trabajo, no podía imaginar un bebé en mi vida. El caso es que le dije que yo me ocuparía de todo, que no tenía por qué preocuparse – se detuvo recordando aquellos momentos. Todavía podía ver la expresión de alivio de Rory cuando oyó aquellas palabras-. Parecía lo más sencillo para todos, así que él volvió a San Buenaventura y yo cambié de opinión.
Martha miró a Noah y le acarició el pelo. Sólo pensar lo cerca que había estado de deshacerse de él, la estremeció.
Lewis la miraba con reservas. Estaba convencido de que todas las mujeres tenían por costumbre cambiar continuamente de opinión, sin preocuparse de las consecuencias que eso tenía para los demás.
– Déjeme adivinarlo. Su reloj biológico estaba corriendo, sus amigas estaban teniendo hijos y jugando a ser madres y usted también quiso probarlo -le dijo él secamente.
Martha se asustó por el tono amargo de su voz. ¿Qué pretendía? No podía dejarse amilanar; era su pasaje para San Buenaventura.
– Quizá tenga razón en lo del reloj biológico -admitió-. Tengo treinta y cuatro años y ninguna relación seria. Podía ser mi última oportunidad para tener un hijo. Antes, nunca me había preocupado ese asunto. Tuve un novio durante ocho años y, para los dos, nuestro trabajo era lo primero. Nunca hablamos de tener hijos y pensé que era un tema que no me importaba, hasta que me quedé embarazada. Es difícil de explicar, pero todo cambió cuando Rory se fue. Supe que no podría hacerlo y decidí quedarme con el bebé.
Lewis se mostraba indiferente.
– ¿Por qué no le dijo que había cambiado de opinión?
– Sabía que él no podría hacer nada para ayudar. De todas formas, la última decisión era mía. No quería que Rory se sintiera responsable.
– ¿También ha cambiado de opinión respecto a eso?
Martha lo miró con cautela. Había un tono de hostilidad en su voz que no lograba entender. No estaba segura de si era un odio hacia las mujeres en general o a las madres solteras en particular. Era una lástima. Se había hecho ilusiones al oírlo hablar de su proyecto con aquel entusiasmo, caminando enérgicamente por su oficina. Se había mostrado más cálido y accesible. Más atractivo. Incluso había llegado a pensar que no sería tan terrible pasar seis meses con él después de todo.
Ahora, ya no estaba tan segura.
CAPÍTULO 2
MARTHA alzó la barbilla. Lo importante era convencer a Lewis para que le diera el trabajo. Necesitaba ir a San Buenaventura y le tenía que hacer entender lo importante que era para ella.
Miró a su hijo. El era el motivo por el que estaba allí.
– Cuando Noah nació, mi vida cambió -comenzó a decir. Hizo una pausa para escoger las palabras, antes de continuar-. Bueno, es difícil de explicar a alguien que no tiene hijos. Las cosas que antes parecían importantes, ya no lo son. Ahora lo principal es Noah. Quiero darle todo lo que un niño necesita. Amor, seguridad, apoyo… -Martha se detuvo y suspiró-. Por eso quiero que conozca a su padre. Cuanto más crece, más consciente soy de que necesita un padre. No pretendo que Rory se sienta obligado, pero quiero darle la oportunidad de que elija si quiere ser parte de la vida de su hijo. Me gustaría que lo viera crecer y compartiera su vida, pero no quiero hacerme ilusiones hasta que Rory lo conozca. Por eso quiero ir cuanto antes a San Buenaventura.
Lewis no respondió inmediatamente. Volvió a sentarse y se quedó mirándola con una expresión indescifrable.
– Si es tan importante para usted, ¿por qué no compra un billete de avión y va hasta allí? -preguntó por fin-. No será difícil dar con él. ¿Para qué complicarse la vida y trabajar como niñera?
– Porque no puedo permitírmelo -contestó Martha con franqueza-. Usted mismo ha dicho antes que no es un destino turístico. El viaje es muy caro, especialmente si no sé cuánto tiempo voy a tardar en encontrar a Rory. No dispongo de tanto dinero en estos momentos.
– No soy ningún experto -dijo incrédulo, levantando una ceja-. Pero la ropa que lleva parece cara. Parece imposible que no pueda pagarse el viaje.
La miró de arriba abajo. Llevaba pantalones de ante, una bonita blusa y unas botas de tacón alto.
– Esta ropa me la compré antes de tener a Noah. Ahora, aunque pudiera no me la compraría -dijo mirando las manchas en los pantalones-. No es apropiada para cuidar a un bebé.
– Cuando dijo que tenía un buen trabajo, ¿no sería como niñera, verdad? -preguntó él irónicamente.
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