Martha deseó que no lo hubiera hecho. Sintió el roce de sus dedos fuertes y cálidos y se estremeció.

Rápidamente ella retiró su mano y tomó un largo sorbo de champán. No supo por qué había pedido aquella bebida. Había escrito numerosos artículos sobre la deshidratación que los vuelos largos producían y la necesidad de beber mucha agua para evitarla. Pero cuando vio que Lewis pedía una botella de agua decidió llevarle la contraria y pedir una copa de champán.

Había sido una tontería por su parte, especialmente ahora que Lewis parecía tan amable e incluso sonriente.

No sabía qué más decir. Miraba fijamente la pantalla que indicaba la ruta del avión, que en aquel momento volaba en dirección sur.

– ¿Qué le pasó a Eve? -preguntó Martha por fin.

– ¿Eve?

– La niñera perfecta -le recordó-. Aquella que era tan seria, responsable y eficiente. Aquella que no tenía compromisos.

– Ah, sí. Resulta que se enamoró -respondió Lewis distraídamente.

Se sentía aturdido. No sabía si era la sonrisa de Martha o el brillo de sus ojos. Miró el vaso de agua que sostenía en su mano. Desde luego, el alcohol no era el culpable. Lo más probable es que fuera la presión, pensó.

Martha se giró en su asiento y lo miró sorprendida.

– ¿Se enamoró?

– Eso me dijo. La entrevisté el lunes, el martes aceptó el trabajo y el miércoles conoció a un hombre en una fiesta. El jueves me llamó y me dijo que iba a pasar el resto de su vida con él y que no quería venir a San Buenaventura.

– ¿De verdad? -dijo Martha entre risas-. Así que después de todo, no era tan responsable.

– Eso parece. Ha dejado un buen trabajo para irse con un hombre al que acaba de conocer; es lo más ridículo que he oído nunca.

– A menos que se haya enamorado de verdad.

– ¿Cómo puede haberse enamorado? -preguntó Lewis-. Apenas conoce a ese hombre.

– Entonces, ¿no cree en el amor a primera vista?

– ¿Usted sí? -preguntó Lewis.

– Antes sí.

– ¿Y qué le hizo cambiar de opinión?

– Descubrí que el amor a primera vista no dura -dijo Martha con una triste sonrisa. Se quedó mirando el vacío mientras lo recordaba-. Cuando conocí a Paul parecía el hombre perfecto. Nuestros ojos se encontraron y supe que era el hombre ideal. Pasé el resto de la noche con él y nos fuimos a vivir juntos una semana más tarde. Éramos almas gemelas. Al menos no hicimos la tontería de casarnos.

Aquella descripción de cómo se había enamorado incomodó a Lewis.

– ¿Qué pasó?

– Lo habitual: la convivencia, las mentiras, el trabajo… Paul y yo hicimos cuanto pudimos, pero al final tuvimos que dejarlo. Separarnos fue difícil, después de todos los planes que habíamos hecho juntos -se quedó pensativa unos instantes, antes de continuar-. Tomé la decisión de no volver a pasar por lo mismo otra vez. Una relación ha de basarse en algo más que en la atracción física.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Lewis, enarcando una ceja.

– Quiero decir que es mejor ser realista que dejarse llevar por el romanticismo. Para que una relación funcione, es más importante la amistad y el respeto que la atracción física.

– ¿Fue eso lo que pasó con el padre de Noah? -preguntó Lewis y descubrió, sorprendido, que se sentía celoso.

– No, fue algo más que un flechazo. Ocurrió poco después de romper con Paul. Mi autoestima estaba por los suelos y entonces conocí a Rory en una fiesta. Era más joven que yo y muy atractivo. Acababa de llegar de San Buenaventura y su piel bronceada contrastaba con su cabello rubio. Había muchas mujeres bonitas en la fiesta y podría haberse quedado con cualquiera de ellas, pero se quedó conmigo toda la noche. Me sentí muy halagada. Si hubiéramos seguido más tiempo juntos, ¿quién sabe? -dijo, y sonrió-. Pero Rory tenía que volver a San Buenaventura. Los dos sabíamos que lo nuestro no podía durar, así que procuramos divertirnos y pasarlo lo mejor posible.

Lewis escuchó con atención sus palabras mientras observaba su rostro. A pesar de las finas arrugas alrededor de sus ojos, era muy atractiva. Sus labios carnosos eran tremendamente tentadores. No le sorprendía que Rory la hubiera escogido.

– ¿Y el embarazo? -preguntó Lewis, que se estaba cansando de oír hablar de Rory.

– Fue un accidente -dijo Martha-. Fuimos a pasar el fin de semana a París y la última noche cenamos ostras. Yo tomaba anticonceptivos y aquellas ostras me sentaron mal. Estuve vomitando dos días y bueno… ocurrió. No fue la mejor manera de iniciar una familia, pero no cambiaría a Noah por nada del mundo -hizo una pausa antes de continuar-. De todas formas, no tiene por qué preocuparse. No saldré corriendo detrás del hombre de mis sueños como Eve. Soy mucho más realista ahora respecto al amor y, francamente, no quiero enamorarme otra vez.

CAPITULO 3

LEWIS recorrió con la mirada el rostro de Martha y se detuvo en sus ojeras. -Parece cansada -dijo él.

– Lo estoy. No recomendaría a nadie criar a un hijo solo, especialmente si le gusta dormir -dijo ella con una amarga sonrisa-. Uno no se hace a la idea de lo cansado que puede ser hasta que no tiene un hijo. Entonces descubres lo que es pasar las noches sin dormir.

– Si es tan duro, ¿por qué todas las mujeres están deseando tener hijos?

– Porque la alegría que te proporcionan merece cualquier esfuerzo -dijo Martha, y se inclinó a acariciar la mejilla de Noah-. Merece la pena cada momento que pasas preocupándote de si estará bien o si será feliz o si le podrás dar todo lo que necesita.

– Todo eso suena muy bien, pero en mi opinión, hay muchas mujeres que tienen hijos sólo para satisfacer sus propias necesidades -afirmó Lewis con amargura-. Se preocupan más de sus deseos que de las necesidades de los niños. Y cuando ya no pueden más, ¿qué hacen?

– ¿Entregárselos a sus hermanos para que los cuiden? -adivinó Martha, en clara referencia a Savannah.

– O a cualquiera que esté dispuesto a hacerse cargo para seguir haciendo lo que le dé la gana.

Se hizo un tenso silencio. Martha tenía la sensación de estar entrando en terreno peligroso.

– ¿Por qué accedió a cuidar a Viola? -preguntó curiosa.

– ¿Qué otra cosa podía hacer? -dijo Lewis encogiéndose de hombros-. Mi hermana estaba histérica, el bebé no dejaba de llorar… Savannah es muy inestable y últimamente no lo ha pasado bien. En su situación, no puede hacerse cargo de la niña. Además, el padre de Viola está en Estados Unidos o, al menos, allí estaba la última vez que supe de él -suspiró-. Soy el único que puede ocuparse de ella en estos momentos.

Martha lo observaba conmovida. Lewis había sido muy frío la primera vez que se habían visto. Le había parecido un hombre antipático y descortés, pero ahora se daba cuenta de que era un hombre bueno y decente.

– Debe de estar muy unido a su hermana si ella recurre a usted en busca de ayuda -dijo Martha después de un rato.

– En parte, es culpa mía que sea como es. Su madre había heredado una gran fortuna y la dejó cuando tenía cuatro años. Era una mujer muy guapa y caprichosa, como Savannah. Cuando se divorció de mi padre, se marchó a vivir a Estados Unidos, y dos años más tarde murió en un accidente de tráfico. Toda la herencia fue depositada en una fundación hasta que mi hermana cumpliera los dieciocho años, y desde entonces Savannah ha estado malgastando su fortuna -admitió con tristeza-. Es catorce años más joven que yo y no tuvo una niñez feliz. Siempre estuvo atendida por niñeras porque mi padre se desentendió de ella. Siempre estaba ocupado con su trabajo. Yo trataba de pasar las vacaciones con ella. Cuando ella tenía dieciséis años, mi padre murió. Siempre andaba metida en problemas y yo era quien resolvía todo. Tenía que haber sido más severo con ella. Quizás ahora no sería tan caprichosa.

– No fue culpa suya. Tuvo que ser difícil ocuparse de una adolescente. Seguro que lo hizo lo mejor que pudo.

– Helen siempre me decía que tenía que ser más estricto con Savannah -dijo Lewis abstraído.

– ¿Quién es Helen? -preguntó ella con curiosidad.

– Mi novia.

¿Su novia? Martha sintió un pellizco en el estómago. Estaba sorprendida. ¿Cómo no había pensado que pudiera tener una novia? Tenía casi cuarenta años. Era inteligente, decidido, seguro y atractivo. Era lógico que tuviera novia.

– Estuvimos juntos algunos años -continuó Lewis-. Pero acabó cansándose de las escenas de Savannah cuando venía borracha o de sus llamadas en mitad de la noche. Helen tenía razón. He hecho que Savannah dependa de mí y nunca he dejado de mimarla. Pero su vida no ha sido fácil y no puedo volverle la espalda cuando me necesita. Al fin y al cabo, es mi hermana pequeña.

Martha se tranquilizó al escucharlo hablar en tiempo pasado.

– Parece usted un hombre muy familiar. ¿No le gustaría tener hijos? -dijo Martha mirándolo fijamente.

– No -contestó él tajante-. Con Savannah ya tengo suficiente familia.

– Pero sería diferente si tuviera sus propios hijos.

– Usted misma ha dicho que dan mucho trabajo, por no hablar de las preocupaciones…

– Y muchas alegrías -lo interrumpió Martha.

– Eso era lo que decía Helen.

– ¿Ya no están juntos?

– No. Helen y yo teníamos lo que se dice una relación ideal. Es una mujer guapa e inteligente. Estuvimos juntos mucho tiempo. Por aquel entonces, yo viajaba mucho y ella ejercía de abogada. Éramos muy independientes, pero nos gustaba disfrutar del tiempo que pasábamos juntos. Todo fue perfecto hasta que sus hormonas se revolucionaron -dijo Lewis y cambió la expresión de su rostro-. Quiso tener hijos. No dejaba de decir que era el momento apropiado.

– Quizá lo fuera para ella -dijo Martha.

– No lo era. Había dedicado mucho esfuerzo a su trabajo y no podía tirarlo todo por la borda.

– Es sorprendente a lo que una mujer es capaz de renunciar por tener un bebé -dijo ella pensando en sus propias circunstancias.

– Helen no estaba dispuesta a renunciar a su trabajo. Ella quería tener un bebé y seguir trabajando en la firma de abogados. No entiendo para qué tener un hijo y dejarlo al cuidado de una niñera -sonrió y añadió con tono irónico-: Y según ella, el egoísta era yo.

– ¿Qué pasó?

– Me dio un ultimátum. O teníamos un bebé o me dejaba. Así que me dejó -dijo esbozando una triste sonrisa.

– ¿Se ha arrepentido alguna vez de su decisión?

– No -contestó Lewis-. A veces, la echo de menos. Si soy sincero, bastante a menudo -añadió mientras miraba pensativo el vaso que tenía entre las manos-. Es una persona muy especial. Fuerte, muy inteligente y, desde luego, muy guapa. ¡A saber qué habría sido de nosotros si hubiéramos tenido un hijo!

– Seguro que ahora sería feliz.

Martha se había imaginado muchas veces la sensación de aterrizar en San Buenaventura. Había pasado tantos meses pensándolo que no podía creer que ese momento por fin hubiera llegado. Se imaginaba mirando desde la ventanilla del avión el intenso azul del mar, las blancas playas con sus palmeras y el reflejo del sol en el agua. Pero la realidad fue muy diferente.

Unos cuarenta minutos antes de aterrizar, empezó a llover. Las turbulencias despertaron a los dos bebés, que se pusieron a llorar molestos por el cambio de presión que sentían en sus oídos.

Martha tomó a Noah y trató de calmarlo. Lewis no tenía problemas con Viola. Estaba tranquilo, como si no se percatara de los bruscos movimientos que el viento provocaba en el avión. Sus manos fuertes sujetaban a la niña, que, apoyada sobre su pecho, parecía más tranquila.

Martha era consciente de que estaba transmitiendo su propio pánico a Noah, lo que no ayudaba a calmarlo. Pero, ¿cómo podía tranquilizarse con todas aquellas sacudidas?

Lewis la miró preocupado.

– ¿Está bien?

– En mi vida he estado mejor -dijo Martha con ironía. Se mordió el labio con tanta fuerza que se hizo sangre.

Lewis sujetó a Viola con una mano y con la otra se las arregló para soltar su cinturón de seguridad y sentarse junto a Martha.

– Déme su mano -le dijo, y se abrochó el cinturón.

Martha sujetó a Noah sobre su regazo. Se sentía avergonzada por estar tan asustada y, aunque le costara admitirlo, necesitaba sentir el contacto de Lewis. Si ella misma conseguía tranquilizarse, lo mismo haría Noah.

Cambió a Noah de posición y dejó una mano libre que Lewis estrechó firmemente.

– No hay ningún problema -le susurró con voz suave-. Esto suele ocurrir en la época de lluvias. Los pilotos están acostumbrados. En cuanto estemos bajo las nubes, todo volverá a la calma. Enseguida aterrizaremos. ¿Se encuentra mejor?

Lo que realmente la estaba haciendo sentir mejor era la calidez de sus dedos y la suavidad de su voz. Viéndolo allí sentado, con el bebé en sus brazos, transmitía una gran serenidad.