– Cuando contrate a ese biólogo, ¿le preguntará si conoce a Rory? -dijo Martha con tono amable. No lograba entender por qué Lewis estaba molesto.

– Si me acuerdo lo haré. Tengo cosas más interesantes que hacer que pensar que en buscar a su novio -repuso secamente Lewis-. De todas formas, antes de hacer el informe marino hay que ocuparse de otras cosas. Pasará algún tiempo hasta que necesitemos un biólogo.

– En ese caso, será mejor que yo misma me ocupe de buscar a Rory. No puede ser tan difícil dar con él en una isla tan pequeña.

– Imagino que no -contestó fríamente. Cada vez estaba más enfadado-. No es asunto mío lo que haga en su tiempo libre, pero le recuerdo que está aquí para cuidar de mi sobrina. No le permito que la deje aquí con Eloise mientras usted persigue a su biólogo.

Martha apretó los labios y se puso de pie. ¿Cómo se atrevía a insinuar que iba a olvidarse de Viola?

– No se preocupe, lo recordaré -dijo entre dientes. Se dio media vuelta y entró en la casa, tratando de tranquilizarse. No quería perder el control y decir algo de lo que luego tuviera que arrepentirse.

¿Por qué había tenido que mencionar a Rory?, pensó Martha. Hasta ese momento, la velada había sido muy agradable. Había disfrutado del olor de las flores, del murmullo del mar y de la suave brisa. Incluso se había sorprendido al comprobar que Lewis era un hombre muy interesante.

Ya en la cama, Martha retiró la sábana bruscamente. Hacía mucho calor y no tenía sueño. Además, estaba enfadada. Lewis había sido muy desconsiderado con ella, pensó. En el fondo, seguía siendo tan frío y grosero como la primera vez que lo vio en Londres. Se había sentido ofendida. Ella había sido franca y le había dicho por qué quería ir a San Buenaventura. ¡Ni que le hubiera pedido que recorriera la isla en busca de Rory! No necesitaba su ayuda y estaba dispuesta a demostrárselo. Ella sería la niñera perfecta y se ocuparía de buscar a Rory.

Por fin consiguió descansar, y a la mañana siguiente se sentía relajada. Antes de las siete ya estaba en la cocina con los niños, preparándoles el desayuno. Llevaba la vieja camisa que usaba para dormir y estaba descalza. El café se estaba haciendo cuando entró Lewis.

– Buenos días -dijo ella. Trató de mostrarse cordial y evitó mirarlo a los ojos.

Lewis estaba apesadumbrado.

– ¿Quiere algo para desayunar? -preguntó Martha, en un intento de demostrar su eficiencia.

– Tomaré un café, gracias -respondió. Parecía desconcertado.

– Está recién hecho -dijo señalando la cafetera.

Lewis se sirvió una taza. Observó que Martha le daba un vaso de plástico a cada bebé para entretenerlos. Llevaba puesta esa camisa otra vez, la que dejaba ver sus piernas desnudas. Cada vez que la veía no podía dejar de pensar que Martha estaba desnuda bajo aquella suave tela. Trató de olvidar ese detalle y se concentró en el café.

– Siento lo de anoche -dijo Lewis de repente.

Martha se giró.

– ¿Anoche?

Después de que Martha se hubiera ido a su habitación, Lewis se había quedado pensando. No le había gustado el modo en que se había comportado. Trató de convencerse de que todo lo había hecho para asegurarse de que Viola estuviera bien atendida y de que Martha no se olvidara de ella tan pronto como encontrara a Rory. Pero tenía la desagradable sensación de que se había comportado como un hombre celoso.

– Fui muy desconsiderado. Sé que está aquí para encontrar al padre de Noah -dijo Lewis-. Le será difícil encontrarlo en su tiempo libre. Así que preguntaré por ahí y trataré de averiguar algo de Rory. ¿Le parece bien?

Martha se quedó mirándolo fijamente. ¿Por qué se estaba disculpando? La noche anterior había sido muy descortés y ahora volvía a mostrarse amable. Aquel carácter tan cambiante la desconcertaba. Sería más fácil si fuera más estable, así sabría a qué atenerse. Pensó rechazar su ofrecimiento, pero no pudo.

– De acuerdo -dijo Martha por fin.

– En cuanto sepa algo se lo diré. Aunque no será hasta dentro de un tiempo -le advirtió.

– No se preocupe. No tengo prisa. Después de todo, tengo seis meses por delante.

Lewis dejó la taza en el fregadero.

– Será mejor que me vaya -dijo, y antes de salir por la puerta, añadió-: Por cierto, bonita camisa.

Martha se quedó paralizada en mitad de la cocina con una divertida expresión en su cara y un biberón en la mano. Miró sus piernas desnudas y recordó la expresión de Lewis. Noah emitió un gritó para llamar la atención de su madre y que, de una vez, le diera el desayuno.

«Bonita camisa». Martha sonrió recordando sus palabras y, por fin, atendió a Noah.

Tan sólo llevaba una semana en San Buenaventura y a Martha le parecía toda una vida. Había sido fácil adaptarse a vivir allí y, con la ayuda de Eloise, los días transcurrían apaciblemente. Desechó la ropa de su selecto vestuario y se limitó a vestir con camisetas de tirantes y pareos.

Cada día iba al mercado, cocinaba y conversaba con Eloise. Después jugaba con los niños, a los que había empezado a llamar los gemelos. Algunos días se quedaban en el porche. Otros, se ponían sombreros y bajaban a la playa. En la orilla, Noah disfrutaba chapoteando, pero Viola rompía a llorar en cuanto sus pies tocaban el agua.

Martha no se cansaba de observarlos. Savannah había enviado muchos juguetes para Viola, pero no eran necesarios. Una vieja cacerola y una botella de plástico eran suficientes para que la niña jugara.

Hacía años que no se sentía tan relajada, pensó mientras observaba a los gemelos durmiendo la siesta a la sombra de las palmeras. Cuando trabajaba en Glitz, había llevado un ritmo de vida frenético: los cotilleos, las fiestas, las continuas prisas para preparar los reportajes… Lo había pasado muy bien, pero no lo echaba de menos. Ahora, veía todo aquello muy lejano y superficial, como si perteneciera a otro mundo.

¿Cómo iba a echar de menos aquella vida si ahora estaba en el paraíso? Pero había algo que no la dejaba ser feliz, reflexionó.

Había conseguido un buen trabajo en un sitio precioso. Los bebés se portaban muy bien y no ocasionaban ningún problema. Parecía una vida feliz, pero en ocasiones se sentía sola.

Cada día, Martha esperaba el regreso de Lewis con anhelo. Aunque le costaba reconocerlo, se sentía feliz cada vez que lo veía entrando por la puerta. Era como si su día no empezara hasta que él llegaba a casa. En ese momento, Martha se sentía más viva. Y no era porque Lewis se mostrara dicharachero, al contrario. Muchas veces se mostraba serio y solía haber un tono amargo en sus palabras. Su afán de analizar cada cosa la molestaba y, en ocasiones, llegaban a discutir. El se sentaba meditabundo y reflexivo, pensando cada palabra antes de pronunciarla. Aquello la enojaba.

Necesitaba conocer a otras personas, decidió Martha. Ese había sido siempre el consejo en las páginas de Glitz- Tenía que hacer un esfuerzo y hacer más vida social. También tenía que tratar de encontrar a Rory.

Una mañana, Lewis le preguntó si tenía planes para el día. Martha lo miró sorprendida.

– ¿Planes? No, ¿por qué?

– Hoy es domingo, su día libre. Pensé que querría descansar. Si quiere, llévese el coche. Puede dejar a Noah y a Viola conmigo.

Martha no sabía qué decir.

– Bueno, la verdad es que no había pensado hacer nada especial -dudó-. Además, no quiero dejar a Noah y tampoco creo que sea una buena idea separarlo de Viola ahora que se han acostumbrado a estar juntos.

Era una mala excusa, pero Lewis pareció aceptarla.

– En ese caso, ¿qué le parece si comemos fuera? -sugirió él-. El gerente de la oficina me ha hablado de un restaurante que está al otro lado de la isla, donde el pescado es excelente. Así, no tendrá que cocinar hoy. No es más que una cabaña, pero está en la playa y los gemelos podrán jugar tranquilamente.

Martha lo miraba fijamente. Era imposible saber lo que Lewis pensaba en cada momento. ¿Por qué estaba siempre tan serio? ¿Realmente quería invitarla a comer o sólo pretendía ser cortés con ella? Martha decidió aceptar la invitación, fuera cual fuese la razón.

– Parece un plan perfecto -dijo-. Gracias.

– Es lo mínimo que puedo hacer. Usted me ha salvado de comer el estofado de Eloise -dijo Lewis con una tímida sonrisa en sus labios-. Y no olvide traerse el traje de baño. Me han dicho que esa playa es estupenda para nadar.

Llegaron al restaurante, que resultó ser tal y como le habían informado a Lewis, una cabaña. Las paredes eran de madera y planchas de hojalata y estaba abierta por un lado. Las mesas estaban colocadas bajo sombrillas hechas de hojas de palmeras y el menú estaba garabateado en una pizarra. Servían la cerveza muy fría y el pescado era el más fresco que Martha había probado nunca.

– ¡Qué sitio tan peculiar! Incluso parece que vamos a tener niñeras -dijo ella divertida al ver cómo Viola y Noah eran atendidos por las mujeres que ocupaban una mesa próxima a ellos. Viola estaba encantada de ser el centro de atención -. Su sobrina es muy coqueta. Mire cómo se comporta para que se fijen en ella. Me gustaría saber cuál es su secreto para mejorar mis técnicas.

Lewis contempló a Martha, que estaba sentada al otro lado de la mesa, frente a él. Sonreía mientras miraba a los bebés. Estaba bronceada y había ganado algo de peso. Parecía otra mujer distinta a la que había conocido en su oficina.

Lewis estudió su rostro con detenimiento. No era especialmente guapa. Tenía la nariz grande y los labios demasiado gruesos. Se adivinaban pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Pero ahora que se la veía tan relajada estaba más atractiva. Se estaba acostumbrando a ella, a sus ojos, a su pelo, al modo en que sonreía a los bebés.

– No creo que su técnica necesite mejoras -comentó Lewis espontáneamente.

– Se sorprendería -dijo Martha con cierta ironía-. Desde luego, nunca he tenido la habilidad de Viola para llamar la atención.

– En ocasiones tiene muy mal genio -dijo él-. Noah es más tranquilo. Confío en que algo de esa tranquilidad se le pegue a Viola.

– Eso es difícil -contestó Martha mirando a su hijo con orgullo-. Noah tiene el mismo carácter que su padre: es tranquilo e independiente.

– ¿Realmente puede saber a quién se parece? Es sólo un bebé.

– Claro que sí. Físicamente no le encuentro parecido conmigo, y el carácter es el de su padre. Rory es muy tranquilo -afirmó Martha y sonrió-. Para mí, fue una novedad conocer a alguien tan dulce. Estaba todo el día rodeada de personas egocéntricas. Rory nunca se molesta en destacar ni en llamar la atención, no le hace falta.

– ¿No será que le da todo igual? -preguntó Lewis con voz grave.

Martha se quedó pensativa y tomó un sorbo de cerveza.

– No -dijo después de unos instantes-. Creo que lleva una vida muy cómoda y no necesita esforzarse por nada. Es muy guapo y simpático y congenia con todo el mundo. No le preocupa el dinero, lo único que le interesa es disfrutar de la vida.

– Eso está bien si hay alguien que se ocupe de resolver los problemas, de tomar decisiones y de asumir responsabilidades mientras uno se relaja y disfruta.

Había un tono amargo en su voz. Martha lo miraba con curiosidad.

– Parece que está pensando en alguna persona concreta. ¿Quizá su hermana?

– ¿Savannah? -Lewis se rió-. No, aunque sea irresponsable no es una mujer tranquila.

– Entonces, ¿de quién se trata?

– Pensaba en mi madre -admitió Lewis-. Nunca ha sabido asumir obligaciones.

– No sabía que tuviera madre. Nunca me ha hablado de ella -dijo Martha, y tomó otro sorbo de cerveza.

Lewis se encogió de hombros.

– Pasé poco tiempo con ella. No tardó en cansarse de mi padre y de mí. Nos abandonó cuando yo tenía seis años.

¡Seis años! Martha no podía creer que una madre fuera capaz de dejar a un hijo de seis años.

– ¿Por qué se fue?

– Quería encontrarse a sí misma. Creo que todavía no lo ha conseguido -dijo Lewis con amargura.

– ¿Todavía vive?

– Sí. Por lo que sé, se dedica a recorrer el mundo. No le gusta vivir siempre en el mismo lugar, y menos entre cuatro paredes. Siempre está en alguna comunidad buscando paz y amor. Creo que está convencida de que, si pasa un mes en la misma postura o comiendo determinados alimentos, el mundo cambiará.

Lewis tomó un sorbo de cerveza y miró al mar.

– ¿Alguna vez la ve?

– De vez en cuando. Para mí, mi madre es una desconocida excéntrica en continua búsqueda de nuevas terapias.

Martha miró a Noah, que estaba en brazos de una de las mujeres. No podía imaginarse abandonándolo. Sentía lástima por Lewis. Ahora comprendía el resentimiento que mostraba hacia las mujeres, después del modo en que se comportaban las de su propia familia.

Observó de reojo a Lewis, que estaba mirando el mar. Estaba serio, enfrascado en sus pensamientos.