– Tiene razón -concedió él mientras comenzaban a cruzar la calle. Jamás había logrado conseguir algo de la señorita Miller por medio de la seducción o persuasión. Su férrea voluntad para no ser doblegada era lo que siempre había admirado de ella. Si no lo hubiera presionado para estudiar más y apuntar más alto, probablemente estaría manejando un camión volcador como sus tíos.

Se preguntó qué le diría si le contaba que el juego de lápiz y lapicera que ella le había regalado para la graduación ocupaban un lugar sobre su escritorio en todas las salas de redacción en las que había trabajado. El recuerdo del día en que se los había obsequiado aún le producía una sensación de angustia.

Alargando la mano para abrir la puerta del escenario, hizo una pausa. ¿Cómo podía un hombre agradecerle a una mujer por cambiarle la vida?

– ¿Señorita Miller?

Ella se volvió frunciendo el entrecejo desconcertada.

– Yo, este… -No podía expresarse ahora como no había podido hacerlo en el pasado-… sólo quería agradecerle por mantener los perros a raya estos últimos meses.

Por un momento, él pensó que ella adivinaría su cambio súbito y hasta sonreiría. En cambio, asintió con la cabeza:

– Una expresión acertada. Si no me hubiera hecho cargo, esas muchachas te habrían molestado día y noche.

– Entonces -le guiñó el ojo burlonamente-: ¿quién, además de Janet y Laura, estará sobre el escenario?

Los ojos de ella se estrecharon:

– No practiques tus encantos conmigo, jovencito. Soy una tumba.

Ladeando la cabeza, le dirigió su sonrisa más sexy:

– ¿Supongo que no puedo simplemente elegirla a usted como mi novia soñada y evitarnos todos los inconvenientes?

Ella lo miró fijo un instante, atravesándolo con la mirada de aquel modo tan misterioso que tenía.

– Vaya, Brent Zartlich, me parece que estás nervioso.

Él lanzó un resoplido y esperó disimular lo que ella había detectado con tanta claridad.

– Sólo debes recordar una cosa cuando te suban al escenario -dijo-. El sentido del humor hace maravillas en la vida.

Y este consejo viene de una mujer cuyo rostro se resquebrajaría si alguna vez fuera a sonreír demasiado, pensó.

– No hagas eso -meneó el dedo frente a sus narices-. No te me pongas hosco y malhumorado.

– Jamás he estado de mal humor en mi vida -insistió.

Ella sacudió la cabeza:

– Como dije recién, hay cosas que nunca cambian -comenzó a adelantarse, pasando la puerta, pero se detuvo-. Te diré una cosa, Brent Zartlich. Algunas lecciones de estilo y la ropa de lujo no cambian quién eres. Si la gente de este pueblo fue demasiado ciega para ver que eras un muchacho inteligente y sensible en aquella época, entonces no deberías preocuparte por lo que opinen hoy. Sólo debes entrar allí, hacer que la gente sienta que el espectáculo valió la pena, y dar por terminado el tema. ¿Entiendes?

Él reprimió una sonrisa:

– No es necesario que me hable como si estuviera a punto de hacer un striptease.

Sus ojos entornados se clavaron en los suyos:

– Para cuando haya acabado este dislate, tal vez sientas que has hecho exactamente eso.


* * *

Capítulo 3

El sentido del humor hace maravillas en la vida. Brent repitió las palabras mentalmente mientras esperaba de pie detrás de escena. Desde una abertura en el telón de fondo, veía parcialmente el set. Enormes flores psicodélicas en naranja, amarillo y verde lima contrastaban marcadamente con el ribete rococó y los frescos que eran parte de la decoración del teatro.

Pudo vislumbrar dos banquetas altas que habían sido colocadas en la mitad del escenario, una para él y la otra para el alcalde Davis, que ya estaba saludando al público. Brent supuso que banquetas parecidas aguardaban a las tres solteras del otro lado del tabique que dividía el escenario.

Laura estaría sentada en una de esas banquetas. Se preguntó otra vez qué aspecto tenía ahora, a qué se dedicaba, si estaba nerviosa de tener que subir al escenario. Extrañamente, saber que lo acompañaría durante los siguientes minutos le quitó su propio pánico escénico, una sensación que no había experimentado en muchos años.

La voz del alcalde Davis aumentó de volumen:

– Entonces, ayúdenme todos a recibir a nuestro soltero famoso, Brent Michaels.

Era el momento. Brent respiró hondo, esbozó una sonrisa arrolladora, y entró en el escenario, saludando a la multitud. Si hay algo que sabía era cómo desempeñar el papel que él mismo se había inventado para sí: Brent Michaels, el hombre encantador, seguro de sí mismo, el prototipo del norteamericano.

El alcalde Davis lo saludó con un apretón de manos y una vigorosa palmada en la espalda. Con el micrófono en la mano, el alcalde se volvió hacia el público:

– Claro que la mayoría de ustedes reconoce este rostro apuesto por las noticias de la tarde, pero quienes somos de Beason’s Ferry conocemos a este muchacho mucho antes de que se transformara en algo especial.

La sonrisa de Brent nunca se alteró, aun mientras se preguntaban si el insulto había sido un acto fallido o intencional.

– Ahora pues, Brent -dijo el pelado alcalde con aparente severidad-, como bien sabes, hemos hecho un gran esfuerzo por que las identidades de las tres jóvenes muchachas se mantengan confidenciales. ¿Pero por qué no le aseguras al público que no has tenido contacto alguno con ninguna de las concursantes desde que accediste a estar aquí hoy con nosotros?

– Ningún contacto -dijo Brent-, excepto por la señorita Miller. Desafortunadamente, ella rehusó una invitación que le hice para salir, así que supongo que tendré que elegir a otra persona.

Se oyó un murmullo de risas entre el público.

– Y tenemos tres candidatas preciosas entre las cuales puedes elegir -dijo el alcalde-. Así que Brent, antes de presentártelas, ¿por qué no les cuentas a todos lo que buscas en una mujer?

– Pues, le diré, alcalde Davis -dijo Brent, siguiéndole la corriente con el tono sexy del concurso-. Le diría que busco en las mujeres lo mismo que en los autos: me gustan elegantes y experimentadas.

– ¿Rápidas, eh? -el alcalde meneó las cejas.

Una carcajada del público salvó a Brent de tener que responder. No es que se hubiera molestado en explicar lo que realmente anhelaba en una mujer. Con los años, se había formado una vaga imagen de una mujer segura de sí con modales y un gusto refinados, una mujer que encarnara todo aquello que él tan sólo fingía ser.

– Bueno, Brent, dudo de que cualquiera de estas mujeres sea rápida, ojo. ¿Pero qué dices si te las presentamos una por vez, para que puedas oír sus voces? -el alcalde consultó las tarjetas ayuda-memoria al tiempo que el primero de tres focos se prendía para iluminar la otra mitad del escenario-. Nuestra primera y encantadora concursante siempre ha sido aficionada a los deportes… cuando no está observándote a ti en el noticiario, por supuesto.

– Por supuesto -dijo Brent agradablemente.

– Dice que -el alcalde ladeó la cabeza para leer la tarjeta a través de sus anteojos bifocales-, si la eliges, hará lo que sea para animarte.

A partir de esa pista poco sutil, Brent supo que la concursante número uno era Janet Kleberg, ex porrista de los Bulldogs de Beason’s Ferry.

– ¡Hola, Brent! -gritó Janet por el altavoz. Parecía tan excitada, que Brent la imaginó aferrada a sus pompones.

– Ahora, la concursante número dos -el alcalde echó un vistazo a la siguiente tarjeta en su mano- asegura que es hogareña, pero dice que no le importaría salir contigo porque tu sonrisa le recuerda a Donny Osmond, de quien siempre estuvo enamorada.

Brent se mordió los labios para no reír cuando el público soltó un oooh colectivo. La concursante número dos tenía que ser Laura. Sabía que le provocaba horror que las muchachas lo compararan con el impecable Donny Osmond. Así que estaba intentando evitar que la eligiera, ¿no es cierto?

Hubo un silencio incómodo.

– Eh, concursante número dos -llamó el alcalde-, querida, ¿te animas a decirle hola a Brent?

– Hola, Brent -dijo alguien por el altavoz. ¿Era la pequeña Laura Beth dueña de aquella voz suave y baja? No recordaba que sonara tan adulta por teléfono.

– Ahora, la concursante número tres -prosiguió el alcalde-: se trata de una aficionada a la equitación que compite anualmente en el campeonato de carreras de barriles en el rodeo y la muestra de ganadería del condado.

– Hola, Brent -se oyó una voz atronadora que Brent no reconoció. Así que habían logrado conseguir al menos a una concursante con quien no había ido al colegio.

– Muy bien -dijo el alcalde, mientras dirigía a Brent a una banqueta-. Ustedes, damas, tomen asiento, y vamos a comenzar.

Del otro lado del tabique, Laura intentó dominar un nuevo ataque de nervios, mientras se ubicaba en la banqueta del medio. Jamás debió aceptar meterse en esto. Se sentía como un cervatillo indefenso atrapado en los faros de un automóvil. Por supuesto, sentada entre Janet, enfundada en su ceñido solero de flores, y Stacey, en su camisa vaquera de vivos colores y su falda de jean, era posible que nadie la advirtiera.

Oyó por el equipo de audio al alcalde Davis explicando que habían pedido a Brent que pensara en preguntas que no revelaran la identidad de las concursantes:

– Entonces, Brent, ¿tienes las preguntas preparadas?

– Por supuesto que sí -respondió Brent en su voz nítida y grave. Le costaba creer que después de todos estos años de pensar en él, estaba sentado a sólo unos pocos pasos, separados tan sólo por un delgado tabique. La idea de que franquearían el otro lado del tabique en pocos minutos y lo vería cara a cara hizo que se le acelerara el pulso-. Solteras, ahora que saben lo que busco en una mujer, me gustaría comenzar por preguntarle a cada una lo que busca en un hombre. ¿Concursante número uno?

Janet gritó encantada al ser elegida primera:

– Bueno, Brent, me gustan los hombres que son aficionados al deporte, especialmente los corredores -enfatizó la última palabra, ya que Brent había sido campeón velocista en el equipo de atletismo, un deporte que no requería demasiada interacción con los miembros del equipo. Una vez le había confiado a Laura que prefería las carreras de velocidad a las carreras de fondo porque absorbían por completo la mente del corredor, haciendo que lo olvidara todo excepto el esfuerzo de los músculos, la respiración profunda y el objetivo de llegar a la meta.

Janet se inclinó hacia delante y agregó:

– Creo que un hombre sudoroso en shorts es lo más sexy que hay.

Laura se sonrojó cuando una imagen del pasado le volvió a la mente: Brent usando shorts delgados de nailon y sin camisa mientras practicaba en la pista todos los días después de la escuela.

– Muy bieeen -dijo Brent, y ella contuvo el aliento, temiendo que sería la siguiente-. Concursante número… tres.

Soltó el aire aliviada, mientras que Stacey, una cajera del Banco, se irguió en su asiento.

– A mí me gusta un hombre que disfrute de la vida al aire libre -respondió Stacey-. Que sea abierto y sincero pero que no tenga miedo de atreverse a ser un poco salvaje.

Laura se rió, cuando la voz de Stacey descendió sugestivamente al final, transformándose en un susurro. Las demás mujeres del comité de recaudación de fondos las habían animado a adoptar el espíritu del juego, que fueran divertidas y provocativas. Janet y Stacey lo estaban haciendo a la perfección.

– Concursante número dos -dijo Brent, y ella se sobresaltó, advirtiendo que ahora le tocaba-. ¿Qué buscas tú en un hombre?

Intentó pensar en algo provocativo que pudiera decir, pero se quedó en blanco.

– Yo… este… ¿me gusta un hombre que esté… allí?

Alguien sentado entre el público soltó una risotada estruendosa, y Laura se encogió avergonzada.

– ¿Allí? -repitió Brent-. ¿Te refieres a que esté allí contigo… o en algún otro lugar?

– No -explicó Laura-, me refiero a que esté cerca, que sea confiable. Alguien que no proteste por hacer un par de tareas domésticas.

– ¡Sigue soñando, linda! -gritó una mujer, esta vez.

El alcalde carraspeó:

– Tal vez debamos proseguir con la siguiente pregunta.

– Claro -con la soltura de un hombre acostumbrado a hablar en público, Brent se deslizó fácilmente en la siguiente pregunta-. Como todos sabemos, el camino más rápido al corazón del hombre es pasando por su estómago. Así que, concursante número tres, si estuviéramos saliendo, ¿qué plato tentador me prepararías para demostrarme cuánto te intereso?

– Veamos -Stacey pensó por un minuto, y luego sonrió-: Prepararía un picnic y extendería un mantel a la sombra de un árbol. Luego nos pondríamos en la boca, el uno al otro, con la mano, los pedazos de mi receta casera de pollo frito… y nos lameríamos mutuamente el jugo de los dedos.