– Me siento un poco culpable -le confesó mientras el camarero les servía el vino.

– ¿Por qué? -le preguntó Mazin cuando el camarero se hubo marchado y volvieron a quedarse solos-. ¿Has hecho algo que no deberías haber hecho?

– No -sonrió-. Es tarde. Deberías estar con tu familia.

– Ah. Estás pensando en mis hijos.

«Entre otras cosas», añadió ella para sus adentros, esperando que esa vez no pudiera leerle el pensamiento.

– En Dabir, sobre todo -murmuró-. ¿No deberías estar en casa, acostándolo y contándole un cuento?

Mazin hizo un gesto de indiferencia.

– Tiene seis años. Es demasiado mayor para que siga acostándolo su padre.

– A esa edad es más un bebé que un adolescente.

Mazin frunció el ceño.

– No había pensado en que pudiera seguir necesitando ese tipo de atenciones. Tiene a Nana para hacerse cargo de él.

– No es lo mismo que te tenga a ti a su lado.

– ¿Estás intentando deshacerte de mí?

– Para nada. Es sólo que no quiero que les quites tiempo a ellos para dedicármelo a mí. Yo sé que si tuviera hijos, siempre querría estar con ellos.

– ¿Y qué pasa con las necesidades de tu marido? -sonrió-. ¿No tendrían prioridad?

– Creo que tendría que aprender a resignarse. O a alcanzar un compromiso.

El humor de Mazin se transformó en sorpresa.

– Son los niños y la mujer quienes deben alcanzar ese compromiso -se encogió de hombros-. Estuve casado el tiempo suficiente para aprender eso en las raras ocasiones en que el marido no tenía prioridad.

– Pues yo no estoy de acuerdo -se inclinó hacia él-. Háblame de tus hijos.

– ¿Por qué tengo la sensación de que estás más interesada en ellos que en mí?

– No lo estoy. Es sólo que… -vaciló, pero luego decidió que no tenía sentido evitarle la verdad-. Bueno, supongo que el tema de tus hijos es más… seguro.

– ¿Por qué? ¿Acaso conmigo no te sientes segura?

En lugar de responder, Phoebe bebió un sorbo de vino. Mazin se echó a reír mientras se apoderaba de su mano libre.

– Te conozco, paloma mía. He aprendido a leerte el pensamiento cuando evitas mi mirada y procuras mantenerte ocupada en algo. Evidentemente no quieres responder a mi pregunta. Con lo cual me siento obligado a descubrir el motivo.

Se la quedó mirando con expresión inescrutable. En esos momentos, Phoebe deseaba poder conocerlo tan bien como él la conocía a ella.

– ¿Por qué me tienes miedo? -le preguntó Mazin inesperadamente.

Phoebe se quedó tan sorprendida que se irguió de inmediato, liberando la mano.

– No te tengo miedo -se mordió el labio-. Bueno, no demasiado -añadió, porque nunca había sido una mentirosa-. Es sólo que eres tan diferente de todos los otros hombres que he conocido… Eres encantador, pero también intimidante. Contigo me siento incómoda, fuera de mi ambiente…

– No te alejes tanto -dio una palmadita sobre la mesa-. Pon tu mano aquí, para que pueda tocarte.

Lo dijo con naturalidad, pero sus palabras la hicieron estremecerse. Se las arregló para obedecer, y él entrelazó los dedos con los suyos. Sentía su contacto fuerte, cálido. Mazin la hacía sentirse segura, cosa extraña porque él representaba al mismo tiempo la razón de su incomodidad.

– ¿Lo ves? Encajamos muy bien. Somos tal para cual.

– Lo dudo. Mazin, no sé por qué pasas tanto tiempo conmigo. Yo no me parezco en nada a las otras mujeres de tu vida. Es imposible.

Esa vez fue él quien se tensó. No retiró la mano, pero su mirada adquirió la dureza del hielo.

– ¿Qué otras mujeres? -le preguntó con tono cortante-. ¿De qué estás hablando?

Phoebe se dio cuenta de que lo había insultado.

– Mazin, no me refería a ninguna en concreto… Es evidente que tú eres un hombre de éxito, un triunfador en la vida. Tiene que haber decenas de mujeres detrás de ti, requiriéndote constantemente. Tengo la imagen de ti sacudiéndotelas de encima como si fueran moscas, a cada paso que das.

Quiso decirle más, pero se le cerró la garganta cuando se lo imaginó en compañía de otra mujer, aunque probablemente eso era algo que sucedía constantemente…

– No te preocupes, paloma mía -le dijo él con tono suave-. Me he olvidado de todas.

Sí, pero… ¿por cuánto tiempo? No llegó a pronunciar la pregunta. No tenía sentido hacérsela. Al fin y al cabo, Mazin podría decirle la verdad, y eso podría dolerle.

– Me doy cuenta de que no me crees -le dijo, soltándole la mano-. Para demostrarte lo que digo, te he traído algo.

Chaqueó con los dedos. El camarero apareció enseguida, pero no con las cartas de menú, sino con una gran caja aplanada. Mazin la recibió y se la entregó a su vez a Phoebe.

– No te niegues a aceptarlo hasta que no lo hayas abierto. Estoy seguro de que, en cuanto veas mi regalo, serás incapaz de rechazarlo.

– Entonces debería resistirme a abrirlo.

– Ni se te ocurra.

Phoebe acarició el papel dorado que envolvía la caja mientras intentaba imaginarse lo que podría contener. No podía ser una joya. La caja era demasiado grande. Y ropa tampoco, porque era demasiado delgada.

– No lo adivinarás -le aseguró él-. Ábrela.

Desató el lazo y retiró el papel. Cuando alzó la tapa, se quedó sin aliento.

Mazin le había regalado una fotografía enmarcada de Ayanna. Phoebe reconoció su rostro inmediatamente. Su tía abuela parecía muy joven, quizá sólo un año o dos mayor de la edad que tenía ella en ese momento. Era un retrato de cuerpo entero, de pie, apoyada en una columna, de espaldas a una galería porticada que terminaba en el mar.

Reconoció también el palacio. Ayanna lucía un precioso vestido de baile. Un brillo de diamantes relucía en sus orejas, en su cuello, en sus muñecas. Con la melena recogida en un sofisticado y elegante peinado, parecía una auténtica princesa.

– Nunca había visto esta foto -pronunció sin aliento-. ¿De dónde la has sacado?

– Tenemos archivos fotográficos. Tú me dijiste que tu tía había sido la favorita del príncipe. Pensé que tal vez se conservara alguna foto suya, y no me equivocaba. Esta imagen fue tomada en una fiesta de gala, en la residencia privada del príncipe. El original está depositado en los archivos, pero me permitieron hacer una copia.

Phoebe no sabía qué decir. No tenía palabras para agradecerle todas las molestias que se había tomado.

– Tenías razón. Es imposible que rechace este regalo. Significa demasiado para mí. Conservo unas cuantas fotos de Ayanna, pero ninguna tan buena como ésta. Gracias por haber tenido este detalle conmigo.

– Mi único motivo era hacerte sonreír.

A Phoebe no le importaba el motivo que pudiera haber tenido. No había otro regalo en el mundo que tuviera tanto significado para ella. No sabía cómo explicarle lo que estaba sintiendo en ese momento.

Quería abrazarlo, intentar demostrarle su gratitud, y que Mazin la besara hasta hacerle perder la conciencia… Le ardían los ojos por las lágrimas que no podía derramar. Le dolía el corazón, y al mismo tiempo sentía una especie de vacío que no conseguía explicar.

– No te entiendo -le dijo al fin.

– Tampoco creo que eso sea tan necesario -Mazin bebió un sorbo de vino y cambió de tema-. Dentro de dos noches será la fiesta nacional de Lucia-Serrat. Aunque vivimos en un paraíso tropical, nuestras raíces se hallan en el desierto de Bahania. Aparte de una cena especial, habrá diversas actividades: baile, música… El acontecimiento no figura en la lista de Ayanna, pero sospecho que te encantará. Si estás disponible para asistir, me sentiría honrado de que me acompañaras.

Como si tuviera otros planes… Como si prefiriera estar con alguien que no fuera él…

– Gracias, Mazin. El honor de acompañarte es mío.

Se la quedó mirando fijamente, con sus ojos oscuros traspasándole el alma.

– Probablemente es mejor que tú no puedas leerme el pensamiento -murmuró-. Lo único que se opone entre la muerte de tu inocencia y tú es un delgado hilo de honor que, incluso en este mismo momento, amenaza con romperse.

Una vez más la dejó sin habla. Pero antes de que pudiera intentar comprender lo que había querido decir, el camarero apareció con sus cartas de menú. La magia del momento se rompió. Mazin se ocupó de volver a guardar la foto y hablaron de lo que pedirían para comer.

Nadie volvió a hacer referencia a aquel último comentario. Pero Phoebe no lo olvidó.

Dos días después, le hicieron entrega de una gran caja en el hotel. Phoebe comprendió inmediatamente que era de Mazin, pero… ¿qué podría enviarle? Se apresuró a desatar el lazo y a retirar la tapa.

Debajo de varias capas de papel de gasa, descubrió un precioso vestido de noche azul marino, de reflejos tornasolados. Se quedó sin aliento. El escote del corpiño era especialmente atrevido, mientras que la falda se ceñía a sus muslos y caderas. No estaba muy segura de que pudiera reunir el coraje necesario para llevarlo.

Una nota cayó al suelo. Volvió a guardar el vestido en la caja y recogió el papel doblado. Enseguida reconoció la enérgica letra masculina. Además… ¿quién si no Mazin le habría enviado un vestido?

Sé que intentarás rechazar mi regalo. Puede que incluso me reproches mi atrevimiento. No quise arriesgarme a enfrentarme con tu furia, que ya sabes que siempre me deja temblando de miedo. Así que he preferido regalarte este vestido en secreto, como un ladrón al amparo de la noche.

Phoebe era consciente de que no podía aceptar un regalo tan extravagante. Sin embargo, la nota de Mazin le arrancó una sonrisa y hasta una carcajada. Como si ella pudiera inspirarle algún tipo de miedo…

Cometió el error de volver a sacar el vestido y acercarse a un espejo. Al final se lo probó.

Tal y como había temido, la sensual tela se adaptaba a cada curva de su cuerpo. Curiosamente, sus senos parecían más llenos, su cintura más fina. De repente se imaginó a sí misma bien maquillada, con la melena cayéndole en una cascada de rizos sobre la espalda. Aunque nunca había creído parecerse a Ayanna, con un poco de ayuda bien podía acercarse…

Todavía con el vestido puesto, descolgó el teléfono y llamó al salón de belleza del hotel. Afortunadamente, habían tenido una cancelación de última hora y estarían encantados de ayudarla en su proceso de transformación. Le preguntaron si le importaría bajar en media hora…

Phoebe aceptó y colgó. Luego volvió a concentrarse en su imagen en el espejo. Esa noche se esforzaría por presentar la mejor imagen posible. ¿Sería suficiente?

Phoebe llegó la primera al restaurante. Mazin la había telefoneado en el último momento para decirle que se retrasaría un poco por un pequeño problema de trabajo. Le había enviado un coche para recogerla, después de prometerle que estaría con ella a las siete.

La llevaron a una mesa privada, en la primera planta del local. Allí estaba protegida por biombos de madera, a la vez que disfrutaba de una vista perfecta del escenario. En una esquina había una pequeña orquesta, tocando para los invitados.

El camarero se entretuvo unos minutos más de los necesarios en su mesa, haciendo conversación. Por su manera de hablar y por el brillo de sus ojos, Phoebe se dio cuenta de que la consideraba atractiva. Nunca antes había cautivado la atención de ningún hombre, por lo que no pudo menos que sorprenderse.

El camarero desapareció para volver enseguida con una botella de champán. Mientras bebía un sorbo, Phoebe reflexionó sobre lo que acababa de suceder: si aquel joven se había fijado en ella, evidentemente debía de ser por el vestido y por el maquillaje. Pero sospechaba que había también otra razón: que ella misma se había convertido en una mujer distinta, durante las pocas semanas que llevaba en aquella isla.

Estar con Mazin la había cambiado.

Se recostó en su silla. Excepto alguna que otra tarde, Mazin había pasado casi todos los días con ella. Habían hablado de todo, de historia y de literatura, de películas, de los planes que tenía para cuando volviera a Florida. Habían compartido excursiones, comidas y risas, y en las pocas ocasiones en que Phoebe se había permitido llorar, Mazin había sido más que amable con ella. Habían ido a todos los lugares de la lista de Ayanna. A todos menos a uno: la Punta Lucia.

Phoebe respiró hondo en un intento por calmar los nervios. Le quedaba poco tiempo de estancia en la isla: pronto volvería a su pequeño y solitario mundo. Sabía que estar con Mazin sería una experiencia única e irrepetible en su vida, pero cuando volviera a casa, todo continuaría siendo como antes. Se matricularía en la universidad y se licenciaría como enfermera. Quizá se desenvolvería mejor que hasta el momento a la hora de hacer amigos, quizá incluso tuviera la suerte de conocer a algún joven. Pero nadie podría igualarse nunca a Mazin. Adondequiera que fuera, e hiciera lo que hiciera, él estaría siempre con ella.