Sabía que el tiempo que habían pasado juntos no había significado lo mismo para él que para ella, y eso era algo que podía aceptar. Pero le gustaba pensar que le había importado por lo menos un poco. Mazin había dado indicios de que la consideraba atractiva, que había disfrutado besándola. De modo que tenía que preguntárselo.

Quizá se riera de ella. Quizá incluso sintiera algo de vergüenza y terminara rechazándola sutilmente, Quizá ella había malinterpretado completamente su interés. Pero por muchas que fueran las posibilidades de rechazo, ella no se arrepentiría nunca de habérselo dicho.

Unas voces en el pasillo la distrajeron. Se volvió para descubrir a Mazin caminando entre los biombos. Tan alto y tan guapo como siempre. El esmoquin negro no hacía sino acentuar su atractivo.

Phoebe se levantó. La sonrisa que vio en sus labios de pasó del simple agrado de verla a la abierta admiración.

– Veo que llevas el vestido que te envié. Confío en que no me castigues por mi atrevimiento…

Su comentario burlón la hizo sonreír. En aquel instante, el corazón le dio un vuelco en el pecho. Phoebe tuvo el repentino convencimiento de que se encontraba en mayor peligro del que había imaginado. ¿Se habría enamorado ya de Mazin?

Antes de que pudiera responder a esa pregunta, empezó a sonar una música. Varias jóvenes salieron al escenario y empezaron a bailar.

Para entonces Phoebe y Mazin ya estaban sentados y el camarero apareció con el primer plato. La mirada de Phoebe se veía inevitablemente atraída al escenario, como si le resultara más seguro mirar a las bailarinas que a su acompañante. La aprensión le había robado el apetito.

– Son bailes tradicionales. Algunos son pura diversión -le explicó él, acercándose mucho para que pudiera oírlo por encima del ruido de la música-. Otros, en cambio, cuentan una historia. Ésta, por ejemplo, es la del viaje de los nómadas en busca de agua.

Continuó hablando, pero Phoebe era incapaz de escuchar otra cosa que el estridente latido de su propio corazón. ¿Se atrevería a hacerlo? ¿Acaso Ayanna no le había hecho prometer que no se arrepentiría de nada, que haría lo que tuviera que hacer para no lamentarse nunca de no haberlo hecho?

– No has probado la comida. Y sospecho que no me estás haciendo caso.

Phoebe se volvió hacia él. El ritmo de la música parecía confundirse con el de su sangre.

Estudió su rostro, la manera en que se había peinado, echándose el pelo hacia atrás; sus altos pómulos, el delicado dibujo de su labio superior.

Mazin le acarició entonces una mejilla con el dorso de la mano.

– Dímelo, Phoebe. Puedo leer una pregunta en tus ojos, y también algo muy parecido al miedo. Ya te dije que no tienes nada que temer de mí. Seguro que hemos pasado suficientes horas juntos como para que no tengas la menor duda sobre ello.

– Sí, lo sé -susurró, incapaz de apartar la mirada de sus ojos-. Es sólo que… -suspiró-. Has sido terriblemente amable conmigo, Quiero que sepas que te agradezco enormemente todo lo que has hecho.

Mazin se sonrió.

– No me des las gracias. Te aseguro que la amabilidad no ha sido lo que me ha animado. Soy demasiado egoísta para eso.

– No me lo creo. Y tampoco entiendo lo que ves en mí. Soy joven e inexperta. Pero tú has hecho que mi estancia en esta isla sea como un sueño. Por eso me cuesta tanto pedirte una cosa más.

– Pídeme lo que quieras. Sospecho que me resultará difícil rechazártela.

Le acarició el labio inferior con el pulgar. Phoebe se estremeció. El contexto excitó su deseo, a la vez que, junto con sus palabras, le dio el coraje para continuar:

– Mazin, ¿me llevarías mañana a la Punta Lucia?

La expresión de sus ojos oscuros se volvió inescrutable. No mostraba el menor indicio de lo que estaba pensando. Phoebe tragó saliva, nerviosa.

– Conozco la tradición: que sólo puedo ir allí con un amante. Y no tengo ninguno. Porque yo nunca… -¿por qué no le decía nada? Se estaba ruborizando. Las palabras no llegaban hasta sus labios-. Pensé que a lo mejor te gustaría pasar esta noche conmigo. Para cambiar eso, vamos. Para…

Se le cerró la garganta y tuvo que dejar de hablar. Incapaz de sostenerle la mirada por más tiempo, bajó la vista esperando de un momento a otro que se echara a reír.

Mazin estudió a la joven que tenía delante. Siempre había pensado que tenía una belleza serena, discreta, pero esa noche era sin duda la criatura más hermosa que había sobre la tierra. Parte de su transformación procedía de su vestido y del maquillaje, pero lo principal era resultado de su sutil confianza. Al fin Phoebe había dejado de dudar de sí misma. Hasta le había pedido que se convirtiera en su amante. Podía leer la incertidumbre en su postura, las preguntas en el temblor de sus labios. Sabía que no era en absoluto consciente de lo mucho que la deseaba, ni del colosal esfuerzo de contención que debía hacer para guardar las distancias.

Incluso en aquel momento, mientras estaban allí sentados, estaba dolorosamente excitado. Si Phoebe hubiera tenido alguna experiencia al respecto, no habría dudado de su propio atractivo.

Suponía que un hombre más noble que él habría encontrado una manera de rechazarla delicadamente. Sabía que era la persona menos adecuada para recibir un regalo tan preciado como el que le estaba haciendo Phoebe.

Y, sin embargo, no podía resistirse. Demasiado tiempo llevaba deseándola. La necesidad lo quemaba por dentro. La necesidad de ser su primer amor, de abrazarla, de tocarla y de hacerla suya, algo que nunca nadie le había ofrecido antes.

– Paloma mía -murmuró, acercándose.

Phoebe alzó la cabeza, con los ojos brillantes por las lágrimas. La duda nublaba sus preciosos rasgos.

Mazin le enjugó las lágrimas y la besó en los labios.

– Te he deseado desde el primer momento que te vi -le confesó, sincero-. Si no logro tenerte… una parte de mí dejará de existir.

Vio que sus labios dibujaban una sonrisa.

– ¿Eso es un «sí»?

– Sí -rió él.

Habría consecuencias. Una cosa era hacer el amor con una mujer madura y experimentada… y otra cosa muy distinta era acostarse con una virgen. El honor estaba en juego. Quizá en los tiempos actuales había gente que se tomaba esas cosas a la ligera, pero él no. No con Phoebe.

Se preguntó cómo reaccionaría sí le contaba la verdad. ¿Seguiría queriendo acostarse con él? Experimentó una punzada de mala conciencia. Pero la necesitaba demasiado como para arriesgarse.

– ¿Qué es lo que te apetece hacer? -le preguntó casi al oído-. ¿Quieres que terminemos de ver a las bailarinas? Si lo hacemos, la expectación será mayor. O también podemos dejarlo para otra ocasión.

– No quiero esperar.

Aquellas sencillas palabras dispararon un rayo de deseo que lo atravesó de parte a parte. Esa noche sería como una maravillosa y deliciosa tortura, un placer supremo, absoluto. Estaba decidido a enseñarle todas las posibilidades y a hacer que su primera experiencia fuera perfecta.

Siete

Abandonaron el restaurante inmediatamente. Phoebe intentó disimular sus nervios mientras esperaban en la puerta el coche de Mazin. Pero en lugar de su Mercedes habitual, lo que apareció fue una limusina negra.

– Quería que esta noche fuera especial -le explicó Mazin con una sonrisa al tiempo que la ayudaba a subir-. Pensé que te gustaría el cambio.

Nunca había subido antes a una limusina, pero sabía que si lo reconocía, se mostraría aún más inocente e inexperta de lo que ya era. En lugar de ello, intentó esbozar una sonrisa de agradecimiento, pese a que sus labios parecían negarse a colaborar…

Tenía el cerebro completamente en blanco. El trayecto de regreso al hotel duraría unos quince minutos. Evidentemente tenían que hablar de algo, pero a ella no se le ocurría tema alguno. ¿De qué tenían que hablar exactamente antes de hacer el amor por primera vez?

Contempló el lujoso interior. La tapicería era de color crema, de la piel más fina que había tocado en su vida. A su izquierda había un sofisticado equipo de música y un pequeño televisor. A la derecha, el mueble bar. Una botella de champán se enfriaba en un cubo de hielo.

– ¿Ya habías planeado que nosotros…? -se interrumpió, incapaz de continuar.

Mazin siguió la dirección de su mirada y tocó la botella de champán.

– No. Simplemente había pensado que podríamos dar un paseo por la playa y contemplar la luna. No me había imaginado que al final terminaría haciendo algo más que besarte. De haberlo imaginado, habría preparado muchas más cosas.

«¿Muchas más cosas?», se repitió Phoebe. ¿Sería posible? ¿Acaso la limusina y el champán no eran la prueba de una seducción deliberada? La invitación que ella le había hecho… ¿acaso no le había facilitado las cosas?

Quería preguntárselo, pero Mazin ya no le estaba prestando atención. En lugar de ello, parecía estar buscando algo mientras palpaba el respaldo del asiento y los paneles de madera.

– ¿Qué estás buscando? -inquirió, sorprendida.

– Tiene que haber un compartimento oculto por alguna parte -se puso a revisar la tapicería de la parte trasera del asiento del chófer-. Me lo comentó mi hijo mayor -explicó, más para sí mismo que para ella-. Me dijo en tono de broma que siempre llevaba la limusina cargada.

Phoebe no tenía idea de lo que estaba diciendo. Suponía que se refería al mayor de sus cuatro chicos, el que estudiaba en la universidad.

– ¿Y cómo es que tu hijo usa una limusina?

Mazin no respondió. Phoebe vio que apretaba un panel de madera.

– Al fin.

El panel se abrió para revelar un compartimento de gran tamaño. Había una muda de ropa, más champán y una caja, que Mazin recogió. Phoebe se retiró al fondo de su asiento cuando leyó la etiqueta de la tapa: Preservativos.

Las románticas imágenes que había tenido sobre lo que ocurriría aquella noche quedaron destrozadas. La realidad no era un lento baile de besos y caricias. Si iban a hacer el amor, no podrían eludir las consecuencias de aquel acto. Había que tomar precauciones.

La parte razonable de su cerebro aprobó y aplaudió la previsión de Mazin. Pero su romántico corazón no pudo menos que entristecerse.

Mazin alzó la mirada y sorprendió su expresión. Phoebe no tuvo tiempo de esconderla. No sabía qué cara había puesto, pero debió de ser suficiente para que él soltara una maldición por lo bajo.

Se guardó varios sobres en un bolsillo del esmoquin, cerró el compartimento y volvió con ella.

– ¿No quieres que sea previsor? -le preguntó, pasándole un brazo por los hombros y acercándola hacia sí.

– Ya sé que eso es importante -se quedó mirando el cuello almidonado de su camisa blanca, en vez de su rostro-. Er… te agradezco que te hayas preocupado de… tomar precauciones.

– Pero he amargado tu fantasía, ¿verdad?

Phoebe alzó la mirada hasta sus ojos.

– ¿Cómo has adivinado lo que estaba pensando?

– Te conozco, paloma mía. Te prometo que esta noche será la más fantástica del mundo. Pero no quiero dejarte con algo que tú no quieras.

Un bebé. Estaba hablando de dejarla embarazada. En aquel instante, Phoebe anheló desesperadamente tener ese hijo con Mazin. Lo que habría dado por tener una pequeña con sus mismos ojos oscuros… O un niño fuerte y sin miedo como Dabir.

Mazin le puso un dedo bajo la barbilla para obligarla a alzar la cabeza y la besó. La suave presión de sus labios despejó entonces todas sus dudas. Aunque fue un beso ligero, bastó para provocarle un cosquilleo en todo el cuerpo.

Antes de que ella pudiera tentarlo para que profundizara el beso, la limusina se detuvo.

– ¿Dónde estamos?

– En una entrada lateral del hotel -respondió Mazin mientras abría la puerta-. Pensé que no te sentirías cómoda subiendo conmigo en el ascensor. A estas horas suele haber mucha gente en el vestíbulo.

– Gracias -le dijo al tiempo que lo seguía por un sendero flanqueado de flores, hacia una puerta de cristal.

Pensó en lo considerado que había sido Mazin. A ella le avergonzaría que todo el mundo la viera subir a su habitación con un hombre…

Una vez dentro del edificio, Mazin la llevó hasta un ascensor y subieron a su piso sin encontrarse con nadie. Phoebe se puso a buscar torpemente la llave en su bolso, hasta que él se lo quitó, sacó la llave y abrió la puerta.

La puerta de la terraza estaba abierta. La cama estaba hecha, con la lámpara de la mesilla encendida. Phoebe podía oler a mar: intentó concentrarse en ese aroma para tranquilizar sus nervios.

Mazin cerró la puerta con llave y dejó su bolso sobre la mesa, al lado del espejo. Luego atravesó la habitación para plantarse frente a ella.

– Veo que la tensión ha vuelto -comentó con tono ligero, antes de inclinarse para besarla en el cuello.