Le flaquearon las piernas, hasta el punto de que tuvo que abrazarlo para no caer al suelo. Mazin continuó besándole el cuello, y le lamió la piel sensible de detrás de la oreja. Una de sus manos descansó sobre su hombro desnudo, para acariciárselo lentamente.
– Hermosa Phoebe… -susurró antes de mordisquearle delicadamente el lóbulo.
Se le había erizado el vello de la piel. Phoebe podía sentir cómo se le endurecían los pezones. Entre las piernas sentía una dolorosa tensión que le hacía ansiar apretarse contra él…
Mazin le apartó la melena de un hombro para trazar un sendero de besos a lo largo de su cuello, hasta la base, y más abajo. Al mismo tiempo, empezó a acariciarle los brazos, arriba y abajo. En cierto momento, bajó las manos hasta su cintura.
La embargó una deliciosa expectación cuando Mazin empezó a subirlas de nuevo por su torso, lentamente.
Soltó un suspiro maravillado en el instante en que él se apoderó por fin de sus senos, sosteniéndolos como si fueran preciados tesoros. Incluso a través de la tela del vestido, podía sentir el calor y la ternura experta de sus dedos.
El estilo del vestido estaba diseñado para no llevar sujetador. Al principio le había costado ponérselo, pero en ese momento se alegró de ello, porque de esa manera solamente una fina capa de tela se interponía entre su piel febril y los dedos de Mazin.
Le encantaba el modo que tenía de explorar su cuerpo. Quería suplicarle que le quitara el vestido para poder disfrutar mejor de sus caricias. Quería…
Perdió el aliento cuando él le rozó los pezones. Sabía que estaban duros de deseo, pero no había sido consciente de su extremada sensibilidad. Un torrente de fuego la atravesó, circulando por brazos y piernas hasta que se instaló en su vientre. Mazin continuó acariciándoselos una y otra vez, haciéndola gemir de placer.
No supo durante cuánto tiempo permanecieron allí de pie, él tocándola y ella disfrutando de su contacto. Finalmente, Mazin la estrechó entre sus brazos y la besó. Fue un profundo y sensual beso que la dejó derretida por dentro.
Lo abrazó a su vez, deseosa de fundirse con él. Eso era lo que había querido y esperado durante toda su vida.
Sintió que le bajaba la cremallera de la espalda: el fresco aire de la noche acarició su piel desnuda. Llevaba braga, un liguero y medias: nada más. Las mujeres de la boutique se lo habían aconsejado cuando vieron su vestido, insistiendo en que ponerse unos pantis habría sido un crimen con un modelo semejante. Phoebe no había estado muy segura de ello, pero cuando Mazin le bajó el vestido por los hombros, se alegró de haberse dejado convencer.
El vestido cayó al suelo. Phoebe todavía estaba lo suficientemente cerca de él como para no sentirse avergonzada de estar prácticamente desnuda. Sus grandes manos seguían moviéndose por su espalda, tocándola, reconfortándola, excitándola de manera insoportable. Luego comenzó a bajarlas… hasta sus caderas y el liguero. Y todavía más abajo: la braga de cintura alta, la piel desnuda de sus muslos, el comienzo de sus medias. Y se detuvo en seco.
Interrumpió el beso y se la quedó mirando fijamente. Sus ojos oscuros parecían irradiar fuego. La tensión le hacía apretar con fuerza los labios.
– Te deseo -murmuró.
No había nada que le hubiera gustado más escuchar a Phoebe. Sus últimos temores se desvanecieron. Inclinándose hacia delante, lo besó: era la primera vez que tomaba la iniciativa. Le lamió primero el labio inferior y luego se dedicó a mordisqueárselo suavemente. Mazin volvió a estrecharla entre sus brazos, profundizando el beso con una intensidad que terminó convenciéndola de su deseo.
De repente sintió algo duro presionando contra su vientre, y se alegró de haberle suscitado aquel efecto. Mazin alzó de nuevo las manos hasta sus senos y se concentró en acariciarle los pezones con los pulgares.
No había imaginado que pudiera existir tanto placer en el mundo… Su mente se cerró a todo lo que no fueran las caricias de Mazin. Ni siquiera fue consciente de que había interrumpido el beso hasta que echó la cabeza hacia atrás y pronunció su nombre.
Mazin se rió por lo bajo. Inclinándose hacia delante, se apoderó de un pezón y comenzó a succionarlo. Phoebe le acunó la cabeza entre las manos, enterró los dedos en su pelo y le suplicó que no se detuviera.
Cambiaba de seno a cada momento, lamiéndoselo, chupándoselo, acariciándoselo. Phoebe sintió que se le humedecía la braga. De repente, sin previo aviso, le fallaron las piernas.
Mazin la sujetó a tiempo. Con una facilidad que no pudo menos que sorprenderla, la alzó en brazos y la llevó a la cama. Los zapatos se le cayeron por el camino. Antes de tumbarse a su lado, se apresuró a despojarla de la braga, dejándole las medias puestas.
Phoebe experimentó una fugaz punzada de pánico, pero Mazin se apresuró a abrazarla y a besarla. Minutos después la mano con la que le estaba acariciando un seno empezó a descender, pero ella no se dio cuenta debido a la intensidad de sus besos. Sin embargo, al primer roce de sus dedos en su húmedo vello, fue más que consciente de su contacto.
Decenas de preguntas acribillaron su mente. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Qué debería sentir? Antes de que tuviera tiempo para preguntárselo, él le acarició la cara interior de un muslo. Y, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Phoebe abrió las piernas.
Mazin la acarició delicadamente, explorando, descubriendo maravillosas zonas que le aceleraban la respiración. Encontró su lugar más secreto y se deslizó dentro. Al mismo tiempo, dejó de concentrarse en su boca para dedicarse a sus senos. Con los labios, rodeó un pezón y comenzó a lamerle la punta.
Phoebe no sabía en qué pensar: si en su boca o en sus dedos. Él se apartó entonces, sin dejar de acariciarla. De repente, por sorpresa, cerró la boca sobre el pezón a la vez que sus dedos encontraban un punto exquisitamente sensible.
Aquella mezcla de caricias la hizo olvidarse hasta de respirar. Creía morir. Nadie podía sobrevivir a semejante placer, lo cual le aterraba. Al mismo tiempo, anhelaba que durara para siempre…
Mazin la acariciaba con delicadeza, acelerando el ritmo a cada segundo. De pronto Phoebe volvió a ser capaz de respirar, o más bien de jadear.
– ¿Mazin?
– Sssh, paloma mía. Estoy aquí.
Volvió a besarla y a tocarla y el mundo empezó a girar de nuevo. Hubo una caricia final, una cumbre de placer, seguida de la más gloriosa liberación. Phoebe se aferró a él, temblando, ávida y saciada al mismo tiempo.
Cuando todo terminó, Mazin le cubrió el rostro de besos, haciéndola sentirse como si fuera la más preciada criatura sobre la tierra.
– No sabía que fuera así -susurró-. Ha sido absolutamente increíble.
Se la quedó mirando fijamente.
– Y hay mucho más que me gustaría enseñarte.
– Encantada.
Mazin se levantó de la cama y se quitó la chaqueta y la camisa. Los zapatos y los calcetines siguieron el mismo camino, al igual que el pantalón. Cuando estuvo desnudo, ella se incorporó sobre un codo para estudiarlo. La vista de su cuerpo no podía complacerla más. Lo observó mientras se enfundaba el preservativo y, acto seguido, se abrió de piernas para él.
El esperó antes de entrar, dedicándose primero a besarla y a acariciarla por todas partes, incrementando aquel increíble placer. Finalmente, justo cuando ella estaba a punto de alcanzar el orgasmo, se deslizó en su interior.
Su cuerpo pareció estirarse para acogerlo. La presión resultó incómoda al principio, pero luego fue cediendo. Mazin deslizó una mano entre sus cuerpos y tocó el punto más sensible. La sensación de sentirlo dentro de sí mientras la acariciaba se tornó insoportable: apenas podía esperar.
Se aferró a él. Todo le resultaba nuevo y familiar a la vez; creía perderse a sí misma en cada embate. Estremecida, gritó su nombre.
Abrió los ojos: Mazin la estaba mirando. Mientras el clímax los barría a los dos, se miraron fijamente. Fue un momento de íntima conexión, algo que nunca antes había experimentado.
En aquel preciso instante, comprendió la verdad. Que por mucho que se alejara de aquel paraíso mágico, que por muy maravillosas que fueran sus experiencias en un futuro… siempre amaría a un único hombre. Mazin.
Ocho
Phoebe se despertó justo antes del amanecer. Un peso nada familiar le oprimía la cintura; tardó un segundo en darse cuenta de que era el brazo de Mazin. Sonriendo, se apretó aún más contra él.
– Buenos días -le susurró él al oído. Estaba detrás de ella, envolviéndola con su cuerpo-. ¿Cómo te sientes?
– Maravillosamente bien -respondió, feliz.
Algo duro le estaba presionando un muslo. Soltó una risita.
– No sabía que la gente podía hacer el amor tan a menudo.
– Te aseguro que cuatro veces en una noche no es nada normal. Tú me inspiras -se retiró un tanto-. Sin embargo, todo esto es demasiado nuevo para ti, así que me contendré.
Phoebe recordó una de las ocasiones en que habían hecho el amor. Sin que llegara a penetrarla, la había besado íntimamente hasta provocarle el orgasmo. Luego le había enseñado a complacerlo a él de la misma manera. Tal y como le había prometido, había tantas cosas que descubrir y que explorar…
– Vaya -gruñó Mazin, mirando su reloj-. Tengo que volver a casa, paloma mía. Cada mañana desayuno con Dabir y no me gustaría tener que explicarle mi ausencia. Pero volveré dentro de unas horas y entonces podremos ir a Punta Lucia -se inclinó para besarla-. Allí, bajo la cascada, te haré el amor.
Phoebe se derretía solamente de pensarlo.
Mazin y se levantó y se vistió rápidamente. Antes de marcharse, volvió a besarla.
– Échame de menos -le dijo-. Como yo te echaré de menos a ti.
– Siempre -le prometió ella, sincera.
El fragor de la cascada era ensordecedor. Phoebe se había quedado sin aliento ante el espectáculo de la inmensa masa de agua cayendo desde una altura de varias decenas de metros. Con la espalda recostada contra el pecho de Mazin, una finísima niebla le refrescaba los brazos y la cara.
Era un momento perfecto, pensó feliz. La noche anterior había aprendido lo que significaba ser amada por un hombre. Una y otra vez Mazin la había acariciado, la había besado, le había mostrado el paraíso. Con un poco de práctica, ella también aprendería a seducirlo. Porque quería aprender. Quería hacerlo temblar y disfrutar.
Quería que él la amara.
Suspiró. El amor. ¿Podía un hombre como Mazin amar a una mujer como ella? Phoebe era joven y no había tenido su experiencia de la vida. Mazin era un hombre de mundo, y muy rico. Tenían muy poco en común. Y sin embargo… con él se sentía perfecta, realizada. En aquel momento, mientras se dejaba abrazar, tenía la sensación de haber vuelto a casa, de encontrarse en casa. ¿Cómo era posible que sus sentimientos fueran tan fuertes sin que él experimentara lo mismo?
¿Era posible que pudiera amarlo tanto y que él no sintiera nada por ella?
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Mazin, al oído.
– Que las cascadas son muy bonitas… ¿de verdad vamos a hacer el amor allí?
Mazin la hizo volverse y la besó. Phoebe reconoció la pasión que relampagueaba en sus ojos.
– No dudes de mi deseo por ti, paloma mía -le dijo mientras le tomaba una mano y se la ponía sobre su sexo excitado.
Ya estaba duro.
– Oh, Mazin… -lo abrazó de la cintura.
– Sí. Pronuncia mi nombre -murmuró contra sus labios-. Sólo el mío.
La desvistió lentamente hasta que quedó completamente desnuda, sobre la manta que había traído consigo. La luz del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, veteando de sombras sus muslos, sus senos. Mazin también se desnudó y se tumbó a su lado.
Phoebe no tardó en derretirse de deseo bajo sus besos. Estaba ardiendo por dentro, la humedad de su sexo atestiguaba su disposición. Cuando Mazin empezó a acariciarla íntimamente, se estremeció a la espera del inminente orgasmo.
Mazin la fue arrastrando hasta el clímax, y justo cuando Phoebe estaba a punto de entrar en el paraíso, se tumbó de espaldas y la sentó encima de él. Aquella postura poco familiar le resultó algo incómoda al principio, pero pronto descubrió su ventaja, que no era otra que llevar la iniciativa y controlar el ritmo.
Mientras Phoebe se alzaba y bajaba, deslizándose a lo largo de su miembro, él introdujo una mano entre sus cuerpos y empezó a frotarle el clítoris. La tensión la hizo estremecerse, temblar, gritar.
Perdió el control allí mismo, a plena luz del día, con el estruendo de las cascadas como fondo. Mazin se estremeció bajó su cuerpo, tan desquiciado como ella, gritando su nombre.
– Tenemos que hablar -le dijo algo más tarde, cuando acababan de vestirse y se dirigían de vuelta al coche-. Hay algo que no te he dicho.
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