– Me pareció importante que estuvieran aquí contigo.

– ¿Pero no que estuvieran tus hermanos?

– Pensé que sería más fácil para todos mantener las cosas simples -se apoyó en la barandilla de piedra.

– Ya. Simples. ¿Lo saben?

– ¿Lo nuestro? -preguntó él. Ella asintió-. Ahora sí. Esperanza se lo ha dicho.

– ¿Cómo se lo han tomado?

Él la miró y mintió. No le importaba lo más mínimo lo que pensaran sus hermanos.

– Bien. Hablé con Travis hace unos minutos.

Llegó un golpe de brisa del desierto y Gina se estremeció.

– Tienes frío.

– Un poco.

Él dejó la copa en la mesa y fue hacia ella. Una distancia muy corta, pero Adam tuvo la sensación de medir cada paso. Estaba a punto de sellar el trato. No habría vuelta atrás. Y si a la mañana siguiente se despertaba arrepintiéndose de lo que hubiera hecho esa noche, tendría que aguantarse. Estaba más que acostumbrado a vivir con realidades incómodas.

– Ven aquí -la rodeó con los brazos y atrajo su espalda hacia él. El calor se introdujo en sus huesos, atizando el fuego de su sangre. Adam sintió una dulce oleada de deseo y apretó los dientes para mantener el control. No podía dejarse llevar por su entrepierna. Una cosa era el trato y, otra, perder el control. Eso no estaba dispuesto a hacerlo nunca.

– Adam -musitó Gina, tan bajo que le costó entenderla-. Sé que esto fue idea mía pero, de repente, no sé qué hacer ahora.

– Haremos lo que habíamos planeado. Concebir un bebé juntos.

Ella se estremeció y se apretó contra él.

– Sí. Es decir, de eso se trata esto. Entonces -se volvió hacia él y lo miró a los ojos-, no tiene sentido perder el tiempo, ¿verdad?

Alzó los brazos y rodeó su cuello. Luego se puso de puntillas y lo besó. El roce suave y casi tímido de su boca iluminó el interior de Adam con más fuerza que las luces de neón que se extendían bajo ellos.

Llevaba cinco años solo. Rechazando deseos y necesidades para los que no tenía tiempo ni paciencia. Ya no tenía razón para controlarse. Así que no lo hizo. La rodeó con los brazos, la apretó contra sí y apresó su boca con toda la pasión contenida que empezaba a desatarse en él.

Ella gimió levemente cuando entreabrió sus labios con la lengua y probó su sabor. Luego suspiró, avivando el fuego que surcaba sus venas. Apretó sus caderas contra las de él, anhelante.

Una y otra vez, su lengua la asaltó, reclamando, exigiendo. Olvidó el control y se rindió a las oleadas de deseo que lo invadían. Deslizó las manos por su espalda, tocando sus nalgas, acariciando su columna y enredando los dedos en la espesa masa de rizos oscuros.

Su aroma lo llenó y su sabor inflamó sus sentidos. Anhelaba sentirla bajo su cuerpo. Apartó la boca, como un hombre que necesitaba aire para no ahogarse.

Ella echó la cabeza hacia atrás y contempló el cielo del desierto, mientras la boca de Adam recorría su cuello besando, lamiendo y mordisqueando. Se sentía como un festín ante un hombre hambriento.

Se sentía necesitada. Deseada.

Anheló sentirse también amada.

Cuando ese pensamiento surgió en su mente, lo desechó. Por el momento bastaba con que amara ella. Quería más, lo quería todo. Al día siguiente empezaría la simulación de matrimonio acordada. Pero ésa era su noche de bodas y quería recordar cada segundo.

Gimió cuando Adam la alzó en brazos. Sonrió y miró sus ojos oscuros; no vio en ellos ni un atisbo, de humor o calidez. Sólo necesidad.

Eso la entristeció un poco, pero luchó contra la sensación y tomó su rostro entre las manos.

– Podremos hacerlo, ¿verdad?

– Oh, vamos a hacerlo, Gina -sus labios se curvaron-. Ahora mismo.

Ella sintió una deliciosa espiral de deseo que espesaba su sangre. Inspiró profundamente mientras él la llevaba a la suite.

– No me refería al sexo, Adam. Me refería a nuestro trato.

– ¿Empiezas a tener dudas? -se detuvo junto a la puerta y la miró.

– No -mintió ella-. Sólo quería asegurarme de que no las tenías tú.

– Cuando hago un trato, lo cumplo -replicó él, deslizando la mano por su muslo.

– Por supuesto -asintió ella, bajando una mano hacia su pecho. Sintió el fuerte latido de su corazón bajo la palma y supo que no estaba tan tranquilo como quería aparentar-. Yo también.

– Me alegro. ¿Qué te parece si empezamos a ocuparnos del negocio?

– Que tal vez me resultaría más fácil si no lo llamáramos negocio -dijo ella, desabotonándole la camisa. Él movió la cabeza de lado a lado.

– Es un negocio, Gina. Nada más -la devoró con los ojos-. No te engañes. No creas que es un matrimonio auténtico. Sólo acabarías sufriendo.

Gina pensó que no había nada equiparable a un poco de cruda y fría realidad en ese momento. Adam quería asegurarse de que no se entregara demasiado, y tal vez de que no hubiera rencores cuando el trato acabara.

A Gina le pareció bien. Él podía pensar lo que quisiera. Ella se reservaría sus pensamientos. Sus sueños seguirían escondidos bajo llave en su corazón. Tenía al hombre al que siempre había deseado y no iba a permitir que sus dudas y miedos respecto al futuro arruinaran la noche que llevaba esperando toda la vida.

Capítulo 6

Sus manos en la piel desnuda le parecieron incitantes. Perfectas. Se sentía como si llevara esperando ese momento toda su vida. El momento en el que Adam sería sólo suyo, cuando lo recibiría dentro de su cuerpo y lo retendría allí.

Sentía un suave burbujeo en el estómago, una extraña combinación de nervios y champán. Su cerebro, desbocado, le gritaba advertencias y le daba ánimos al mismo tiempo. Pero Gina no necesitaba que la animaran más. Pasó la mano por el torso desnudo de Adam. Notó la respuesta de sus músculos y supo que él la deseaba tanto como ella lo deseaba a él.

El enorme dormitorio estaba a oscuras, sólo iluminado por la luz de la luna que entraba por el balcón entreabierto. Los visillos blancos se agitaban seductoramente con la suave brisa y daban paso al aroma del desierto.

La cama, ancha y alta, estaba cubierta con un lujoso edredón de seda blanca. Una montaña de almohadones se apoyaba contra el cabecero de hierro negro. Adam la llevó junto a la cama, la dejó en el suelo y apartó el edredón.

A Gina le temblaban las piernas, así que las tensó para no hacer una tontería como caer al suelo. Los ojos de Adam parecían casi negros mientras la miraban. Tenía los labios prietos, como si intentara mantener el control.

Pero ella no lo quería controlado.

Lo quería salvaje, deseoso y espontáneo. Mordiéndose el labio inferior, alzó las manos y le quitó la camisa de los hombros, brazos abajo, hasta que cayó al suelo. Luego deslizó las manos por su duro y cálido pecho. Sintió el suave roce del vello oscuro que salpicaba su piel morena y cómo se estremeció cuando rozó un pezón con la uña del pulgar.

Él puso las manos en su cintura, grandes y firmes. Después la atrajo hacia él, haciéndole sentir su abultada erección. Gina notó el calor de su mirada abrasarla por dentro, como si acercara una cerilla a un charco de gasolina.

La boca de él descendió sobre la suya con una fiereza que ella no había esperado. Su lengua le abrió los labios y aceptó gustosa la exploración. Sus lenguas se unieron en un baile apasionado que era un preludio de lo que estaba por llegar. Gina se quedó sin aliento y la cabeza empezó a darle vueltas.

Su cuerpo temblaba de deseo y dejó escapar un gemido sordo cuando las manos de Adam cubrieron sus senos. La acarició, raspando sus pezones con el encaje, creando una deliciosa fricción que casi la volvió loca. Cada roce era puro fuego que le hacía desear el siguiente. Cada caricia extremaba la tensión que sentía en su interior como un muelle a punto de saltar.

Adam dejó su boca para lamer y besar cuello abajo y Gina ladeó la cabeza para facilitarle el acceso. Su boca era una maravilla. Sentir sus manos en los senos, una deliciosa tortura.

Después, él llevó las manos a los finos tirantes del camisón y los deslizó hacia abajo. Gina se estremeció al sentir la caricia fresca de las yemas de sus dedos en la piel, y más aún cuando tiró del camisón y dejó que cayera a sus pies.

El viento fresco del desierto entró en la habitación y acarició su piel, pero la mirada de Adam era tan abrasadora que ni lo notó. La miró de arriba abajo y después la alzó y la dejó caer sobre el colchón.

Ella rebotó una vez y luego se acomodó en los almohadones. El centro de su placer, ardiente y dolorido, la llevaba a retorcerse sobre las suaves sábanas, buscando el alivio que su cuerpo reclamaba.

Observó a Adam desvestirse. Se le secó la boca cuando vio su impresionante erección.

Gina se obligó a relajarse, a soltar las piernas y a borrar la preocupación de su mente. Lo conocía desde siempre. Sabía que no le haría daño. Aunque no la amara, la trataría bien.

Entonces lo sintió sobre ella y su cerebro dejó de pensar. Sólo tenía fuerza para concentrarse en las sensaciones que la surcaban en oleadas. Las manos, boca y cuerpo de Adam le dedicaban toda su atención, haciendo que cada poro de su piel se sintiera vivo y tintineante.

Cuando cerró su boca sobre un pezón, Gina casi saltó de la cama. Labios, lengua y dientes la torturaron hasta que, gimiendo, intentó acercarse más a él. Deslizó las manos por la musculosa espalda, arañándolo con suavidad.

Él emitió un gruñido y Gina alzó las caderas hacia él. Levantó una pierna y acarició la de él con la planta del pie, desesperada por incrementar el contacto. Por sentirlo entero.

– Hueles de maravilla -susurró él, trasladando la boca al otro pezón.

Gina tomó nota de seguir comprando la loción corporal de cítricos y flores que solía utilizar. Miró el techo y el juego de luces y sombras que creaba la luna. Jadeaba. Su cuerpo ardía. Cuando él se movió y sintió el tenso y duro miembro rozar su sexo, gimió y se arqueó.

– Adam…

– Lo sé -susurró él, alzando la cabeza.

Sus miradas se encontraron y ella vio el brillo salvaje de los de ojos de él. Tomó su rostro entre las manos y atrajo su cabeza. Quería besarlo, sentir el vínculo de pasión y deseo crecer entre ellos. Percibir el peso de su cuerpo y el latido de su corazón sobre ella.

El beso fue abrasador. Gina se entregó por entero, poniendo su corazón, lo supiera él o no. Vertió los sentimientos que había ocultado durante años en ese instante de unión. Al notar que se movía y se situaba entre sus piernas, lo besó con más intensidad.

Deseaba su boca en la de ella cuando la penetrara, así que se movió con él, abriendo los muslos y alzando las caderas, sin abandonar sus labios. La lengua de él acarició su paladar mientras, más abajo, se introducía en su interior.

Adam alzó la cabeza y la miró a los ojos, inmóvil, esperando a que su cuerpo se acostumbrara a la invasión. Gina gimió y aplastó la cabeza contra los almohadones. Movió las caderas, sintiendo cómo se introducía lentamente en ella, centímetro a centímetro, y cómo su interior se distendía para acomodarlo.

– Oh, vaya… -suspiró y le sonrió. Gimió cuando él movió las caderas y entró aún más.

Después él se retiró un poco, puso las manos bajo sus nalgas y alzó sus caderas para atraerlo hacia él de nuevo.

– Sólo estamos empezando -dijo él.

Puso el pulgar en el botón duro y ardiente de su sexo y Gina alzó la espalda del colchón. Sus manos buscaron algo a lo que agarrarse y curvó los dedos sobre las sedosas sábanas. Sintió que su mundo empezaba a girar vertiginosamente, mientras él se retiraba para volver a penetrarla.

Sus dedos continuaron frotando y acariciando el punto más sensible de su anatomía, hasta que Gina se retorció bajo sus manos, moviendo las caderas e, inconscientemente, atrayéndolo hacia lo más profundo de su interior.

«Es demasiado. No puedo manejar tantas sensaciones. Tanto placer. Debe de haber un punto de saturación en el que mi cuerpo y mi mente se disuelvan, convirtiéndose en un charquito», pensó.

Entonces él le demostró que podía ir más lejos. Puso las manos en su cintura, la alzó de la cama y la colocó sobre su regazo, penetrándola por completo. Gina lo miró a los ojos mientras él se movía con ritmo suave, balanceándola sobre él.

El viento entró en la habitación, y el olor a salvia se fundió con el de sus cuerpos cálidos y el de su sexo. Piel contra piel, sus jadeos se convirtieron en una sinfonía de deseo.

Subiendo y bajando sobre él, Gina descubrió una magia que no había esperado. Su cuerpo se estremecía y se tensaba, buscando la liberación, el estallido. Su corazón se henchía con la excitación de, por fin, ser parte de Adam. En su mente flotaban imágenes que no podía permitirse: de Adam mirándola con ojos brillantes de amor, de ellos dos juntos para siempre.