CAPÍTULO 04

En lo alto de una de las colinas que rodeaban el valle de Friarsgate, Philippa se detuvo a contemplar el panorama. La luz de la tarde se reflejaba en el lago. Como siempre, los campos estaban perfectamente cuidados; ovejas, vacas y caballos pastaban en las praderas. Sin duda, su madre había engrosado los rebaños, pues jamás había visto tantas ovejas.

– Parece un lugar próspero y pacífico -comentó sir Bayard.

– Lo es -respondió la joven con sequedad, mientras Lucy reía por lo bajo. Philippa espoleó los flancos de la montura y comenzaron a descender la colina. Los campesinos que la vieron pasar se quedaron embelesados por su belleza. Muy pocos la reconocieron, ya no era la niña que habían visto tres años atrás sino toda una mujercita.

Sir Bayard Dunham había pasado la mayor parte de su vida en la corte. El paisaje le resultaba encantador y la gente parecía muy feliz. Sin embargo, no duraría mucho tiempo en un sitio tan tranquilo. Sintió cierta compasión por la muchacha que estaba a su cargo: Philippa pertenecía a la corte y no al campo.

Cuando llegaron a la casa, los mozos de cuadra saludaron a los visitantes y se hicieron cargo de los caballos. La puerta principal se abrió de par en par y apareció Maybel Bolton. La esposa de Edmund cumplía ahora la función de capataz de Friarsgate.

Edmund y su hermano, el prior Richard, eran los hijos del bisabuelo de Philippa, pero ambos eran ilegítimos. Habían nacido antes del matrimonio de su padre, que tuvo, además, dos hijos legítimos: Guy Bolton, el mayor, y Henry Bolton. Guy era el abuelo de Philippa; al morir junto con su esposa e hijo, dejó a Rosamund como heredera y al tío Henry, como su tutor.

Maybel gritó de alegría. Estaba tan excitada que no sabía si entrar o salir de la casa. Finalmente salió y abrazó a Philippa.

– ¡Has vuelto, angelito mío! -exclamó llorando-. ¿Por qué no avisaste que vendrías, pequeña bandida?

– Porque yo misma no lo sabía hasta hace unos días. Me mandaron a casa para recuperarme de la puñalada que me dieron en el corazón, aunque la herida ya cicatrizó, Maybel.

– ¡Pobrecita, mi bebé! Rechazada por un sujeto repugnante como ese Giles FitzHugh. ¡Ojalá caiga sobre él la peor de las desgracias!

– Maybel, te presento a sir Bayard Dunham, mi escolta y hombre de confianza de la reina. Además de ocuparte de nosotros dos, tendrás que dar comida y alojamiento a los guardias armados por unos días. ¿Dónde están mamá y mis hermanas?

– Tu madre está en Claven's Carn con los Hepburn. Banon está en Otterly. Y Bessie debe de andar por algún lado. Entra, pequeña; usted también, sir Bayard. -La anciana se quedó observando a los doce hombres armados-. Ustedes también, ¡adentro! -indicó haciendo un gesto con la mano.

La vieja nodriza ordenó a los sirvientes que instalaran mesas y bancos para los guardias.

– Aliméntenlos. Es tarde, han de estar muertos de hambre. -Luego se dirigió a sir Bayard-: Hace bastante calor, sir, de seguro no tendrán problema en dormir en los establos. No me parece apropiado meterlos en la casa en ausencia de la señora y el señor.

– Tiene mucha razón. Cuando terminen de comer, los llevaré yo mismo.

– Usted puede quedarse aquí. Ordenaré a uno de los criados que le prepare una cama mullida. Ya no está en la flor de la juventud, sir Bayard, dormirá mejor al abrigo del fuego del salón.

– Gracias, señora. -Definitivamente, la anciana no tenía pelos en la lengua, pero era muy amable. No recordaba la última vez que alguien se había preocupado por su bienestar. La idea de dormir en un sitio cálido y cómodo le resultaba de lo más reconfortante.

– Tal vez deberías enviar por mi madre -sugirió Philippa-. Quiero olvidar este asunto de una vez por todas, y seguro tendrá muchas cosas que decirme. No podré permanecer mucho tiempo en Friarsgate, me han pedido que retome mi antiguo puesto. La reina necesitará muchachas que ya tengan experiencia en servirla. Este verano muchas de sus damas de honor se fueron del palacio para contraer matrimonio. Tal vez inviten a Banon a la corte, Maybel. Creo que le gustará la idea.

– ¿Banon también servirá a la reina? ¡Oh, qué inmenso honor! Y todo gracias a la amistad que tu madre ha sabido cultivar con Catalina -replicó Maybel con gran efusividad.

En ese momento entró en el salón una niña. Era flaca, alta y su larga cabellera rubia parecía ingobernable, llevaba un vestido harapiento que caía recto sobre el cuerpo sin curvas. Miró asombrada a Philippa y a sir Bayard.

– Saluda a tu hermana, Bessie -indicó Maybel.

Elizabeth Meredith se acercó, y con gran dignidad hizo una reverencia a sir Bayard y a su hermana.

– Bienvenida a casa, Philippa.

– ¿Por qué estás vestida como una pobre campesina?

– Porque no tengo prendas suntuosas como tú; además, prefiero no ensuciar los vestidos buenos. No se puede arrear a los animales ataviada como una dama de la corte.

– No estoy ataviada como una dama de la corte. Dejé mis preciosos vestidos en Londres, en la casa del tío Thomas. ¿Y por qué andas arreando animales?

– Porque me gusta. Odio hacer cosas inútiles, hermanita.

– Te aseguro que mi trabajo no es nada inútil. Es un orgullo servir a la reina Catalina, y te recuerdo que ser dama de honor es muy trabajoso, apenas tenemos tiempo para dormir.

– Supongo que te encanta la vida palaciega. Hacía siglos que no venías a casa.

– La corte del rey Enrique es el centro del mundo. ¡No veo la hora de regresar! -exclamó con un brillo en los ojos.

– ¿Y entonces para qué te molestaste en venir?

– No es asunto tuyo.

Bessie soltó la risa.

– Es por ese muchacho, ¿verdad? Los muchachos son unos estúpidos. Nunca me enredaré con ellos. No valen nada, salvo, quizá, nuestros hermanitos.

– No digas tonterías, Bessie Meredith. Algún día te casarás, aunque no sé quién querrá desposarse contigo. No tienes tierras, y para ser aceptada en una buena familia es fundamental ser propietaria. Pero ¿qué hago hablando contigo de estas cosas? ¿Cuántos años tienes ahora?

– Once, hermanita. Y el hombre que se case conmigo lo hará porque me ama y no por mis posesiones.

– ¡Niñas, niñas, basta ya de pelear! ¿Qué va a pensar sir Bayard? -las regañó Maybel-. Bessie, ve a lavarte las manos y la cara.

– ¿Para qué? Si volveré a ensuciarme apenas salga -refunfuñó Bessie, pero obedeció y subió la escalera de piedra rumbo a su alcoba.

– Me sorprende que mamá le permita comportarse como un animal salvaje.

– Es la más pequeña de los Meredith -explicó Maybel-. Ahora tu madre tiene una nueva familia que la necesita tanto como ustedes.

– Alguien tendrá que ponerle límites a esa muchacha -replicó Philippa en tono perentorio. Luego, se dirigió a sir Bayard-: Acompáñeme, señor, y sentémonos juntos a la mesa. Los criados nos traerán la cena enseguida.

Edmund Bolton entró en el salón. Saludó cariñosamente a Philippa y agradeció a sir Bayard por haber escoltado a su sobrina desde Woodstock hasta Friarsgate. Acababa de encontrarse con el mensajero que habían enviado a Claven's Carn, del otro lado de la frontera con Escocia. Cuando Philippa y su hermana se fueron a dormir, se sentó con su esposa y sir Bayard junto al fuego. Los hombres bebían el exquisito whisky elaborado por el marido de Rosamund.

– Me extraña que una terrateniente inglesa y amiga de nuestra reina se haya casado con un lord escocés -comentó sir Bayard.

– Hay muchos matrimonios así en la zona fronteriza -replicó Edmund-. Además, Rosamund también es amiga de la reina Margarita.

– Tengo entendido que ahora le dicen "la madre del rey".

– En algunos lugares, puede ser, pero no en esta casa. La dama de Friarsgate no tolerará que le falten el respeto a su vieja amiga.

– Debo admitir que los escoceses hacen un whisky excelente -señaló sir Bayard.

– Sí -dijo Edmund con una sonrisita.

Rosamund llegó dos días más tarde, justo cuando sir Bayard se disponía a partir. Le dio las gracias por haber cuidado a su hija c insistió en pagarle por la molestia. Al principio, el caballero vaciló, pero luego tomó la pequeña bolsa, besó su mano y se despidió. Rosamund observó cómo él y sus doce hombres armados se alejaban de Friarsgate.

– ¿Dónde está Philippa? -preguntó al ingresar a la casa.

– En su alcoba. No sé qué diablos le pasa a esa dulce jovencita, Rosamund. Mira todo con desprecio y pelea continuamente con Bessie. Y Lucy, esa muchacha petulante, no se queda atrás. Casi no trajeron ropa, y como Philippa ahora tiene cuerpo de mujer, la pobre costurera tiene que reformar los viejos vestidos de la muchacha. Cuando le pregunté por qué no había traído equipaje, respondió que solo permanecería lo estrictamente necesario en este lugar tan remoto. Rosamund, nuestra pequeña Philippa ha muerto, y no me gusta nada esa extraña criatura que lleva su nombre y rostro.

– Es la vida de palacio -señaló Rosamund, rodeando con un brazo a su vieja nodriza.

– Pero cuando tú y yo fuimos a la corte, no volvimos hechas unas arrogantes insufribles.

– ¿Recuerdas el lema de la familia Bolton, Maybel? Tracez votre chemin. Traza tu propio camino. Y eso es precisamente lo que está haciendo mi hija. Pero es muy joven todavía, y ha recibido un duro golpe. No tanto por el desplante de Giles FitzHugh, sino por la vergüenza que eso le ocasionó en la corte.

– El caballero que la escoltó hasta aquí trajo una carta de la reina para ti. Supongo que allí habrá mucha información que la señorita aún no nos ha contado. Philippa estaba ansiosa porque vinieras, pero a la vez no parecía muy urgida de verte -agregó, y le entregó el mensaje.

Rosamund se echó a reír, A sus veintinueve años, seguía siendo una mujer hermosa. Estaba embarazada de su séptimo hijo, que nacería en febrero, cuando sus ovejas parieran a sus corderitos.

– Bien, es mejor que tomemos el toro por las astas, Maybel. Dile a una de las criadas que traiga a mi hija al salón.

– ¡Mamá! -Elizabeth Meredith entró corriendo a la enorme estancia-. Vi que llevaban tu caballo a los establos. Espero que no hayas venido sola, o papá se pondrá furioso.

– No, mi querida Bessie, me escoltaron varios miembros del clan. -Tomó el rostro de la niña y la examinó con atención-. Muy bien, no veo signos de violencia.

Bessie lanzó una estrepitosa carcajada.

– Tengo reflejos demasiado rápidos para la princesa, mamá. Philippa está irreconocible, es una bruja. Dejaré de quererla si sigue así.

– Ten paciencia, mi amor. Tu hermana está muy triste y debemos tratarla con cariño y comprensión. Acaba de perder a un buen candidato que será difícil de reemplazar. Lo sabe porque ha vivido bastante tiempo en la corte. Debajo de esa rabia y esa arrogancia que tanto te molestan, esconde un profundo temor. La mayoría de las muchachas se casan a los quince años, y para ella, encontrarse de repente sin una propuesta matrimonial es una catástrofe. Pero Friarsgate es una dote tentadora para cualquiera. Ya aparecerá el hombre apropiado. Debemos tener paciencia, nada más.

– Detesta Friarsgate y está convencida de que, si sus tierras no estuvieran tan al norte, Giles no la habría abandonado.

– ¿Ya andas contando historias? -Philippa ingresó en el salón. Llevaba un sencillo vestido verde-. ¡Qué alegría verte, mamá! ¡Oh, no! ¡No me digas que estás embarazada otra vez!

– Bessie, muñeca, ve a la cocina y dile a la cocinera que he regresado. Philippa, siéntate conmigo junto al fuego. Sí, estoy encinta de nuevo, daré a luz en febrero. Es probable que sea otro niño pues, al parecer, Logan solo engendra varones.

Se sentó y puso en su regazo la carta que le había dado Maybel. Aún no la había abierto. Philippa miraba el pergamino con recelo.

– ¿Me contarás qué dice la reina en la carta o prefieres que la lea antes de que empecemos a conversar? -preguntó Rosamund.

– Como te plazca. Su Majestad seguramente exagera, cree que estoy sufriendo por Giles FitzHugh, ¡pero no es así! Lo odio. Ahora soy la dama de honor más vieja de la corte, y no podré quedarme mucho tiempo más. Estoy triste, mamá, es cierto, pero no por ese estúpido beato.

Rosamund rompió el sello de la carta, y comenzó a leerla. Una o dos veces levantó la ceja izquierda, luego esbozó una ligera sonrisa. La releyó para asegurarse de haber comprendido bien la posición de Catalina. Luego, dijo con voz calma:

– Si no fueses mi hija, Philippa, habrías caído en la desgracia más absoluta. Te habrían expulsado del servicio de la reina y enviado a casa sin posibilidades de retornar jamás al palacio.

– ¡Pero me pidieron que volviera! En Navidad retomaré mi puesto de dama de honor de la reina -se apresuró a decir Philippa.

– Porque Catalina valora nuestra amistad, querida.