– El rey salió a defenderme. Fue muy gentil. Dicen que Inés de Salinas una vez te pilló en una situación comprometedora con Enrique Tudor, y que te las ingeniaste para que la despidieran de la corte cuando la reina te perdonó.

– Eso es mentira -replicó Rosamund. No le revelaría sus secretos a su hija; no eran de su incumbencia-. Conocí al rey cuando era un muchacho y yo estaba bajo la custodia de su abuela. Ya sabes de memoria la historia. No debes prestar atención a los rumores y menos a uno tan antiguo, pero no quiero hablar de mi vida en la corte, sino de tu censurable conducta. ¿Qué demonio te poseyó? Bebes en exceso, haces apuestas y te quitas las prendas cada vez que pierdes a los dados. ¿Cómo piensas que te conseguiré un esposo respetable si llevas una vida desenfrenada? Así que el rey fue muy amable contigo. Me alegro, es lo menos que podía hacer. Enrique recuerda muy bien a tu padre y su lealtad a la Casa Tudor. Ojalá su hija mayor demostrara ser tan honorable como Owein Meredith. La reina espera que vuelvas a la corte en Navidad, pero dice que la decisión ha de ser mía y solo mía, Philippa. Estoy muy enfadada contigo, no sé si permitiré que regreses al palacio.

La muchacha saltó de la silla.

– ¡Moriré si me obligas a vivir en este cementerio! ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué muera? ¡Debo regresar al palacio! ¡Y lo haré! -gritó con los ojos desorbitados por la angustia.

– Siéntate, Philippa. Ahora comprendo por qué la reina estaba tan preocupada. Has perdido el control y el sentido de la mesura. Admito que la conducta de FitzHugh fue infantil, egoísta y descortés. Debió escribirle a su padre comunicándole su decisión, en lugar de esperar hasta regresar a Inglaterra para anunciarla a todo el mundo.

– ¡Yo lo amaba! -Philippa empezó a llorar.

– Pero si apenas lo conocías -replicó su madre con franqueza-. Lo viste por primera vez a los diez años, cuando te llevé a la corte y te presenté a los reyes. En ese momento, hubo una propuesta matrimonial que si bien no decliné, tampoco acepté. Le dije a su padre que volveríamos a hablar del tema cuando ustedes fueran más grandes. Cuando regresaste a la corte, Giles ya estaba estudiando en Europa. Te inventaste toda una fantasía romántica alrededor de ese muchacho, Philippa. Sinceramente, creo que es una suerte que Giles no sea tu esposo, pues dudo que pudiera competir con ese amante soñado y perfecto.

– ¡No, mamá, yo no pensaba en Giles en esos términos!

– ¿Ah, no? Entonces, decididamente no era para ti. Una mujer debe desear al hombre con quien ha de casarse. Pese a ser una muchacha tímida, estaba ansiosa por ser la mujer de tu padre. Y no sabes cuánto deseé a Patrick Leslie y a Logan Hepburn. ¿Acaso no recuerdas la pasión que sentíamos el conde de Glenkirk y yo?

– Sí, y me parecía algo maravilloso, pero excepcional. La mayoría de las personas no se ama de ese modo, mamá. Se supone que el propósito del matrimonio es establecer alianzas familiares, aumentar la riqueza y procrear. Es lo que la reina enseña a sus damas de honor.

– ¿De veras? Pues bien, esos requisitos tal vez basten para una princesa de Aragón que se desposa con un rey de Inglaterra, pero no para la gente como tú y yo. -Rosamund extendió la mano y enjugó las lágrimas de su hija-. Giles te ha lastimado, pequeña. Acéptalo, y cuando retorne la alegría a tu corazón, encontraremos un joven a quien ames como yo amé a los hombres de mi vida. No eres una reina, Philippa, sino simplemente la heredera de Friarsgate.

– No lo entiendes -se quejó la muchacha, apartándose de su madre-. No me interesa Friarsgate, mamá. No quiero pasar el resto de mi vida aquí. Ese era tu sueño, tu deseo, no el mío. A mí me gusta la vida de la corte. Me encantan la excitación, la pompa, las intrigas, los colores del palacio. ¡Es el centro del mundo, mamá, y quiero vivir allí por siempre!

– Estás muy disgustada, no sabes lo que dices -dijo Rosamund con serenidad. ¿Que no le interesaba Friarsgate? ¡Patrañas! Pero estaba demasiado dolorida y no era el mejor momento para discutir el asunto-. Enviaré un mensaje a Otterly pidiendo a Tom y a tu hermana Banon que vengan a casa -agregó, derivando la conversación hacia un tema menos ríspido.

– Espero que Banon sea más limpia que Bessie, y más civilizada -dijo Philippa con aspereza-. No deberías permitir que tu hija corra por el campo descalza y mugrienta, mamá. Se pasa todo el día con las ovejas, ¿qué gracia le ve a esos tontos animales? No lo entiendo. ¿Ha dejado de tomar las lecciones del padre Mata?

– Es bastante más instruida que tú, Philippa. Tiene una aptitud extraordinaria para los idiomas. Además de latín y griego, sabe hablar alemán y holandés.

– ¿Y para qué cuernos le sirve hablar alemán y holandés? El francés es una lengua mucho más culta. Mi francés ha mejorado notablemente desde que estoy en la corte. Papá estaría orgulloso de mí; recuerdo las lecciones que te daba, ¿Quién le enseña lenguas tan toscas?

– Bessie está muy interesada en el comercio de la lana y me acompañó a Holanda dos veces. Nuestro representante en Ámsterdam está adiestrando a su hijo en el oficio. El joven se llama Hans Steen y le está enseñando a tu hermana todo lo relacionado con la cría y el comercio de ovejas. Allí, Bessie aprendió las lenguas nórdicas. Creo que ella nunca querrá ir al palacio.

Philippa parecía escandalizada.

– ¿Bessie prefiere actuar como un hombre de negocios? ¡¿Cómo se lo permites?! No somos vulgares comerciantes. Si alguien se entera de que mi hermana se comporta de una manera tan indigna, caeré en la ruina total. Me asombra que apruebes sus inclinaciones, mamá. No pertenecemos a la nobleza, pero hemos logrado un lugar en la corte desde que tú naciste.

– Tu hermanita carece de tierras, pero Tom le proporcionará una generosa dote, así que no tendrá que conformarse con ser la esposa de un granjero. Podría ser un excelente partido para el heredero de un comerciante exitoso. Además, es muy inteligente y por nada del mundo aceptaría convertirse en la muñequita de un hombre.

– ¡Debes impedir que mi hermana caiga tan bajo!

– ¡No seas necia, Philippa! ¿De dónde crees que proviene tu fortuna, cabeza hueca?

– El tío Tom es muy rico -respondió con ingenuidad. Rosamund se echó a reír.

– ¿Y cómo crees que amasó esa fortuna? El bisabuelo de Tom y el mío eran primos hermanos. Martin Bolton fue enviado a Londres para desposar a la hija de un mercader de quien había sido aprendiz. Se casaron y tuvieron un hijo. La muchacha era muy bonita, y fue seducida por el rey Eduardo IV. La pobre terminó suicidándose de la vergüenza. Eduardo se sintió culpable de la desgracia, sobre todo porque Martin Bolton y su consuegro eran acérrimos defensores del rey y lo habían ayudado financieramente en varias oportunidades. Para resarcirse, otorgó a Martin un título de nobleza, que nosotras hemos heredado, Philippa. Pero, de una u otra manera, lo que mantuvo próspera a esta familia fue siempre el comercio. Lamento que consideres bochornoso ganarse el propio pan. Has perdido el respeto por los valores morales durante tu estadía en la corte, Philippa; y no permitiré que regreses hasta que hayas recobrado el sentido. No frunzas el ceño, hija. La decisión está tomada.

– ¡No me entiendes, mamá, porque nunca fuiste joven!

– Es cierto. No me permitieron ser joven. Desde los tres años, soporté sobre mis hombros la pesada carga de Friarsgate. No tuve tiempo para gozar de la juventud, tal como tú la entiendes. Crees que tienes derecho a ser una consentida y una egoísta, ¡pero estás muy equivocada! Ahora ve a tu alcoba. Me has defraudado, hija mía.

– ¡Regresaré al palacio en Navidad o incluso antes! -rugió Philippa-. ¡Aunque tenga que arrastrarme sola hasta Greenwkh! No me quedaré aquí. Odio Friarsgate y estoy empezando a odiarte a ti también, mamá, porque lo único que te importa es esta maldita tierra. ¡Nunca me has comprendido!

Philippa salió corriendo del salón y subió las escaleras.

Rosamund respiró hondo, y leyó por tercera vez la misiva de la reina. Desde el primer día que su hija pisó el palacio, supo que la perdería. Por esa razón, se había rehusado a mandarla a la corte antes de que cumpliera los doce años. Ciertamente, allí había estudiado francés y griego, dominaba el arte del bordado y había aprendido a bailar todas las danzas, a cantar y a tocar majestosamente el laúd. Se bañaba más a menudo que sus hermanas y cuidaba su apariencia como si fuera la flor más rara y delicada. Todas las mañanas y todas las noches, Lucy daba cien cepilladas a su cabellera color caoba. En suma, Philippa se preparó con tenacidad para la vida de la corte y para ser dama de honor de Catalina. A los quince años esperaba comprometerse y casarse con el segundo hijo de un conde. Su vida había sido exactamente tal como ella había deseado. Hasta ahora.

– Veo que has resistido el temporal -bromeó Maybel mientras se sentaba junto a Rosamund.

– Más o menos. Está muy enojada porque le he prohibido volver a la corte hasta que no modifique su conducta. Pero insiste en que regresará aunque tenga que arrastrarse. No recuerdo haber sido tan testaruda, Maybel.

– Eras tan cabeza dura como esa niña, pero volcabas toda tu pasión en Friarsgate y en las personas que dependían de ti. Philippa se ha convertido en una persona egoísta. Tal vez siempre lo fue y no nos dimos cuenta. Me preocupa el futuro de Friarsgate.

– Es preciso que hable con Tom.

– ¿Y por qué no con tu marido? -preguntó Maybel, sorprendida. Rosamund sacudió la cabeza.

– No. Logan es mi esposo, pero jamás entendió mi relación con Friarsgate. Ese es su único defecto. Tom es más comprensivo y sabrá qué hacer con Philippa. Si fuera por Logan, la casaría con el primer candidato aceptable que encontrara. No toleraría ni un segundo los berrinches de mi hija. No, Maybel, Tom debe acudir en nuestra ayuda lo antes posible; si me quedo demasiado tiempo aquí, Logan vendrá a buscarme y no vacilará en darle una buena tunda a Philippa si sigue con ese comportamiento arrogante, y debo admitir que se lo merece.

– ¿No andará aporreando a sus hijos? -dijo Maybel, horrorizada.

– No es un hombre cruel, querida amiga, pero es algo primitivo y un par de veces les ha pegado a Alexander y al pequeño Jamie. Es que son muy revoltosos. En cambio, su hijo John es dulce y encantador. No, es mejor recurrir a Tom.

– Edmund ya lo mandó llamar. Estará aquí hoy a última hora o mañana, vendrá con Banon. Philippa se morirá de envidia cuando vea a la más guapa de tus hijas. Cuando era chica pensaba que se parecería más a ti que a su padre, Dios lo tenga en la gloria. Pero ahora es una mezcla de los dos. Con esos preciosos ojos azules, uno diría que es la hija de Logan Hepburn.

– Mis tíos también tienen ojos azules-señaló Rosamund-. Si es tan hermosa a los trece, imagina cómo será dentro de dos o tres años.

– ¡Uf! También habrá que conseguirle marido.

– De eso se ocupará Tom. Es su heredera. Dejemos que él elija al hombre que despose a Banon y se convierta en el amo de Otterly. No es de mi incumbencia.

La cena fue tensa. Philippa solo abrió la boca para criticar a su hermana. Elizabeth Meredith no era una niña que se quedaba sentada de brazos cruzados y aceptaba con mansedumbre los insultos de su hermana. Al principio, Rosamund trató de apaciguar a sus hijas, pero finalmente desistió.

– ¡Váyanse a la cama, las dos! No quiero más escándalos. Si no pueden comportarse como personas civilizadas, retírense de la mesa.

Las dos jóvenes salieron del salón discutiendo entre ellas.

Rosamund se apoyó contra el respaldo de la silla y cerró los ojos por unos instantes. Todo estaba en calma antes de la llegada de Philippa. Comenzó a sentir una fuerte antipatía por el segundo hijo del conde de Renfrew. Él tenía la culpa del descalabro. Así como el sueño de su hija se había desvanecido en el aire, la llegada de Philippa había trastocado la vida de Rosamund. La muchacha había adoptado una actitud claramente beligerante.

– Iré a la cama -anunció en voz alta, aunque no había nadie que la escuchara. Se levantó de la mesa y abandonó el salón.

A media mañana se oyó el sonido de un cuerno procedente de las colinas. Sir Thomas Bolton y Banon Meredith cabalgaban por el camino, precedidos por un jovencito que tocaba la trompeta, mientras unos galgos y un mastín correteaban junto a los jinetes. Lord Cambridge y su heredera iban acompañados por seis guardias armados. Llegaron a la puerta de la casa, donde Rosamund los esperaba ansiosa.

Tom se deslizó de la montura y ayudó a Banon a bajar de su caballo.

Banon Mary Katherine Meredith era una niña preciosa a punto de convertirse en una mujercita. Llevaba un vestido de montar de seda azul que combinaba con sus ojos; de la capucha colgaba un pequeño velo de hilo que dejaba ver su cabello color caoba.