Philippa atravesó el salón. El corazón se agitaba, sentía que iba a desmayarse en cualquier momento. ¡Cómo podía haberlo olvidado! Recordó de pronto que el gran mago de la familia siempre había sido Thomas Bolton. Él era el único que podría ayudarla. Sus labios se curvaron en una sonrisa.
– ¡Logan! -Saludó a su padrastro y, parándose en puntas de pies, besó su áspera mejilla-. Creo que ya estoy demasiado grande para decirte papá. He crecido bastante, ¿no crees? -dijo haciendo piruetas y pasitos de baile.
– Es cierto, pequeña, te has convertido en una hermosa jovencita. No te habría reconocido, si no te parecieras tanto a tu madre cuando la vi por primera vez -señaló Logan y la besó en la frente.
– Supongo que querrás hablar con mamá -comentó Philippa, muy dulce y galante.
– Por supuesto, pero primero ven a saludar a tus hermanos, dudo que te recuerden. Cuando te fuiste, Johnnie tenía solo tres años; Alex todavía no sabía caminar y el pequeño Jamie ni siquiera había nacido. ¡Vengan, niños! Ella es Philippa, su hermana mayor. Muéstrenle los modales que les enseñó su padre.
John Hepburn se acercó, tomó la mano de la muchacha y la besó con toda la gracia de un cortesano mientras hacía una reverencia.
– Me acuerdo de ti, hermana, aunque muy poco. A partir de ahora jamás olvidaré tu rostro, pues eres igual a mamá.
– Y tú eres igual a la madre que te alumbró, Johnnie. Recuerdo muy bien a Jeannie Hepburn; era una mujer muy bella y bondadosa -replicó Philippa.
– Yo no la recuerdo, pero agradezco tus tiernas palabras. -Luego, empujando a sus hermanos, procedió a presentarlos-; Él es Alexander y este es Jamie. Llora como un marrano cuando no consigue lo que quiere.
– ¡No! -aulló el pequeño Jamie y golpeó a Johnnie con sus puñitos-. ¡Dile que es mentira!
– Saluda a tu hermana, bufón -dijo el mayor.
– No eres ningún bufón, Jamie Hepburn -repuso Philippa-. Pareces un niño muy valiente que se atreve a atacar a alguien más grandote que tú.
El pequeño levantó la cabeza y la miró. Tenía el cabello oscuro del padre y los ojos color ámbar de la madre.
– Eres bonita -opinó.
– Tómalo como un saludo, es su forma de presentarse -explicó Alexander Hepburn-. No me acuerdo de ti, pero estoy feliz de tener una hermana tan hermosa. Yo soy Alexander Hepburn. -Sus ojos eran azules como los del padre.
– ¿Acaso Bessie y Banon no te hacen feliz? -preguntó Philippa sonriéndole con picardía.
– A veces sí y a veces no -respondió el niño y le devolvió la sonrisa.
– Hermanitos, ahora vayan a la cocina, donde los esperan unos pasteles deliciosos y bien merecidos después de tanta cabalgata. Yo iré a hablar con el tío Tom.
Philippa indicó a los niños las escaleras de la cocina y luego caminó con gracia hasta el rincón del salón donde la esperaba lord Cambridge, sentado en una silla de respaldo tapizado, sosteniendo una copa de vino en su elegante y enjoyada mano. Philippa se sentó frente a él y lo miró con aire inquisitivo.
– ¿Cómo puedes ayudarme a escapar del tedio de este glorioso nido de ovejas?
– No seas impaciente, sobrina -replicó Tom con tono divertido. Los anillos de los dedos centelleaban cada vez que llevaba la copa a los labios.
– Tío, me muero de aburrimiento. Hace seis semanas que estoy aquí. Estamos a fines de agosto y quiero regresar a la corte.
– Ya regresarás, cariño, ya regresarás. Sé perfectamente que Friarsgate no es un lugar para ti. Recuerdo a tu madre cuando era jovencita y estaba en el centro del mundo, como lo llamas. ¿Sabes cuál era su único deseo? ¡Volver a su amado Friarsgate! ¡Las mismas tierras de las que su hija mayor quiere escapar! -Se echó a reír, pero enseguida adoptó una actitud circunspecta-. Ahora, sé franca conmigo, Philippa. ¿Hablas en serio cuando afirmas que no deseas ser dueña de Friarsgate? ¿O solo estás furiosa porque Giles FitzHugh te rechazó? Quiero la verdad. Todo lo que haga para ayudarte dependerá exclusivamente de lo que me digas ahora.
– ¡Friarsgate no me interesa en lo más mínimo!
– Es una herencia muy tentadora, querida. ¿De veras estás dispuesta a renunciar a ella?
– ¡Sí, ya mismo! No me sirve de nada, está demasiado lejos del rey y del palacio. Soy plenamente consciente de las obligaciones que implica ser la heredera de esta propiedad, tío, y no me interesa asumirlas. Prefiero servir a la reina.
Lord Cambridge se quedó callado y pensativo por unos minutos. Para su asombro, Philippa también guardaba silencio.
– Bien, olvidémonos de Friarsgate por un momento. ¡Qué otra cosa te gustaría hacer además de vivir en la corte y servir a la reina?
– Tener lo suficiente para pagarle a mi doncella.
– ¿Acaso no piensas casarte?
– Luego de haber hablado con mamá las últimas semanas, me di cuenta de que nunca estuve enamorada de nadie, y menos de Giles FitzHugh. Si me hubiese propuesto matrimonio, lo habría aceptado sin vacilar y me habría considerado una mujer feliz. Tal vez por unos pocos años, o tal vez para siempre. ¿Quién sabe, tío? SÍ algún día aparece un hombre que me ame y a quien yo ame, podré ofrecerle al menos una dote decente. Hay muchas personas como yo en la corte, y lo sabes muy bien, tío. MÍ padre, por ejemplo. Gracias a su matrimonio con mamá, dejó de ser un oscuro servidor del rey para convertirse en un gran terrateniente. Tal vez haya en la corte un caballero que sea propietario de una casita y pueda ser feliz con una esposa como yo. No descarto la posibilidad del matrimonio, tío.
– Sin embargo, tú eres una persona muy vanidosa. Me pregunto si en realidad te gustará llevar una vida tan sencilla.
– ¿Qué otra alternativa tengo? -le preguntó con absoluta franqueza.
– Veremos, querida mía. Ahora promete que confiarás en mí y que no pelearás más con tus hermanas. Banon es mi heredera y no permitiré que nadie la agreda. Bessie es la preferida de tu padrastro, pues es la única muchachita de Claven's Carn. Si quieres que interceda en tu favor, deberás dejar que resuelva el asunto a mi manera.
– ¿Y volveré al palacio, tío? -inquirió con ansiedad.
– Sí, y disfrutarás de las fiestas navideñas, te lo prometo. Ahora, tesoro, dame tu mano y sellemos nuestro pacto. -Lord Cambridge extendió la mano y Philippa colocó la suya encima.
– Confiaré en ti, tío Tom, y trataré de portarme bien.
– ¡Excelente!
– ¿Puedes decirme cuál es tu plan? -preguntó la joven, impaciente.
– Es muy pronto todavía, primero debo arreglar ciertos asuntos.
Desde la otra punta del salón, Rosamund observaba cómo su hija y su primo conversaban seriamente. ¿Cuál sería el plan de Tom? Debía apresurarse a ponerlo en práctica, pues Logan ya estaba insistiéndole en que regresara a Claven's Carn. Era difícil decirle que no cuando la miraba con esos ojos tan azules que siempre la habían cautivado. Ya lo había puesto al tanto de la situación.
– Tu hija ha tenido un gran disgusto y no sabe lo que dice -opinó Logan-. Dejemos que vuelva a la corte y verás cómo recupera la razón muy pronto.
Aunque hubiese preferido no mencionar el tema, Rosamund se vio obligada a contarle el escandaloso episodio de la Torre Inclinada. Y Logan reaccionó tal como ella suponía.
– Conozco muchos jóvenes fuertes y saludables, hijos de mis amigos, que estarían encantados de desposar a la próxima dama de Friarsgate. Esa muchacha tiene que casarse lo antes posible.
– No, mi amor. El problema es más complicado. Tom dice que puede resolverlo si le damos entera libertad. Y le creo, porque en las situaciones difíciles sus decisiones siempre resultaron acertadas.
El señor de Claven's Carn asintió.
– A decir verdad, a pesar de que Philippa es solo una niña, es tan decidida y obstinada que aterrorizaría al hombre más salvaje. Si Thomas Bolton dice que tiene una buena solución al problema, estoy dispuesto a escucharlo. Y luego nos iremos a casa.
– Quédate unos días, mi querido. Todavía faltan unas semanas para que empiece la caza del urogallo -bromeó Rosamund-. Después, ya no tendré fuerzas para viajar hasta que nazca el bebé. Me siento mucho más pesada y extenuada que en los otros embarazos. Me gustaría ponerle el nombre de mi primo, Thomas, si estás de acuerdo. Es una forma de agradecerle su extremada bondad conmigo a lo largo de los años. ¿Qué te parece, mi amor?
– Por supuesto. Pese a sus extravagancias, Tom es un hombre muy bueno.
– Entonces me esperarás, ¿sí?
– Hasta fines de septiembre, y después irás a casa y te quedarás allí -dijo Logan con una sonrisa.
Tras la conversación con lord Cambridge, Philippa modificó totalmente su actitud. Ignoraba cuáles serían los planes de su tío, pero sabía que la beneficiarían. Comenzó a ser más gentil con sus hermanas, aunque Bessie se empeñaba en seguir irritándola y buscando pelea. Banon, en cambio, tenía una personalidad diferente y enseguida hizo las paces con ella. Las dos hermanas mayores renovaron su amistad y trataban de evitar a Bessie y sus sucias artimañas.
A Banon le encantaba escuchar las historias de la corte.
– Supongo que iré, al menos por un corto período -dijo un día de septiembre, mientras conversaban animadamente sentadas en el jardín. Las margaritas se habían adelantado al Día de San Miguel y mostraban sus primeras flores. Los abejorros zumbaban entre las plantas, mientras extraían el polen de los delicados pimpollos.
– ¡Te encantará la corte! -aseguró Philippa con entusiasmo.
– Es posible, pero no olvides que Otterly, como Friarsgate, queda en el norte del país y tendré que casarme con un hombre de la región. De todos modos, una breve estadía al servicio de la reina mejorará mi reputación, ¿verdad, hermanita? -Banon no dejaba de mirar a Philippa, quien, aun vestida con un sencillo traje de campo, parecía una dama sofisticada. Philippa había encargado una serie de atuendos apropiados para la vida rural, tal como le había aconsejado el tío Tom. A Banon le encantaba visitar a la costurera con lord Cambridge, pues siempre la ayudaba a elegir las telas y el diseño de los vestidos. Era un hombre de un gusto exquisito-. Es el peinado, creo -dijo Banon de pronto-, lo que te da ese aire tan encantador.
– En general, uso el cabello suelto como las demás, pero me gusta este rodete francés que Annie le enseñó a hacer a Lucy hace mucho tiempo. Es muy elegante.
– Tío Tom piensa que soy demasiado joven para usar un peinado así. ¿Tú qué opinas?
– No seas impaciente, Banon -aconsejó Philippa-. Ya tendrás tiempo de sobra para parecer mayor. Es eso lo que quieres, ¿verdad?
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque me pasó lo mismo cuando fui a la corte por primera vez. Pero Lucy me recomendó que usara el cabello suelto para parecer más joven y evitar que los hombres me acosaran. Decía que primero debía aprender los usos y costumbres de la corte y que eso requería cierto tiempo. Tenía razón, sin duda. Pero cuando vayas a la corte, no estarás sola: yo te cuidaré. Y mis amigas también.
– Estás ansiosa por regresar.
– ¡Ay, sí!
– ¿Cuándo será?
– No lo sé. El tío Thomas prometió resolver la situación.
Septiembre llegaba a su fin y el 29, Día de San Miguel, Logan anunció que partiría con toda su familia el 1° de octubre.
– Tú también puedes venir, Philippa -dijo el señor de Claven's Cara.
La joven miró con desesperación a lord Cambridge.
Llegó la hora, pensó Tom, y comenzó a hablar:
– Tengo la solución a todos los problemas que los FitzHugh, sin querer, han ocasionado a esta familia.
– ¡Dilo de una buena vez! -reclamó Rosamund.
– Tal vez no complazca a todos, pero, sin duda, le agradará a Philippa, cuya felicidad es lo único que debe preocuparnos en este momento, prima querida. ¿Estás de acuerdo? -Los ojos de Tom la miraban implorantes. Rosamund se dio cuenta de que no iba a gustarle su propuesta, pero asintió de todos modos-. Philippa ha sido muy firme en su posición: no desea cargar con el peso de Friarsgate. Hemos discutido el tema infinidad de veces en las últimas semanas y su decisión es definitiva.
– ¿Cómo es posible que rechace estas tierras? ¡Está absolutamente loca! -exclamó Logan, enojado y también apenado, porque sabía que esa decisión lastimaría a su amada Rosamund. ¿Qué diablos le ocurría a Philippa? Debió haberse encargado él mismo de buscarle un marido y casarla sin tantos rodeos.
– ¿A qué conclusiones has llegado, Tom? -preguntó Rosamund, con un hilo de voz y el rostro pálido.
– Dejaremos que Philippa encuentre su camino en la corte, que es su más ferviente deseo: hemos ganado mucho dinero con el comercio de la lana. Tomaremos parte de esas ganancias y entregaremos a la niña una generosa dote, y yo, por mi parte, le compraré además una casa en el sur. De ese modo, no solo contará con una dote, sino también con una propiedad, condiciones que, sin duda, le permitirán hallar un buen partido y casarse como todas las muchachas respetables. Así, podrá elegir con tiempo un hombre que prefiera vivir y servir en el palacio como ella. Hay muchos matrimonios así en la corte, Rosamund querida, lo sabemos muy bien. Me parece que es la solución perfecta para todos nuestros problemas. ¿Qué opinan ustedes?
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