Poco después, lord Cambridge partió de Friarsgate con sus dos pupilas y Lucy, la doncella de Philippa. En cuanto llegaron a Otterly, iniciaron los preparativos para el retorno de Philippa y la presentación de Banon en la corte. Fiel a su promesa, Thomas Bolton puso a trabajar de sol a sol a su costurera y su sastre en la confección de los nuevos trajes. Incluso Lucy debió renovar un poco su guardarropa: dos vestidos sencillos que fueron los primeros en terminarse, cofias y delantales de un hilado muy fino. Ella misma colaboró contenta en la costura de las prendas.

– Necesito varias casacas cortas con la espalda plisada -señaló Tom al sastre-. A mi edad todavía puedo darme el lujo de lucir mis bellas Piernas. Quiero las mangas forradas en piel o rellenas con algún material abrigado. Los palacios reales no suelen estar caldeados, mi querido sastre.

A mediados de noviembre, celebraron el Día de San Martín comiendo ganso y manzanas asadas. A Philippa le fascinó el palacete de Otterly y juró que algún día tendría una mansión parecida. No una casa como la de Friarsgate, tan anticuada y vulgar, sino una residencia moderna con ventanas de cristal y chimeneas en cada alcoba. Banon era muy afortunada de ser la heredera de Otterly.

Por fin, llegó el momento de la partida. Philippa estaba mareada por la excitación. Había esperado con ansias su regreso a la corte; Cecily y Tony habían prometido que estarían allí para Navidad. Presentaría a Banon a todo el mundo y volvería a servir a la reina con tanto fervor como antes.

El viaje sería lento pues llevaban dos carros repletos de equipaje. Lord Cambridge había hecho los arreglos para alojarse cada noche en confortables conventos o en casas de familias nobles que él conocía. Incluso era probable que algunos de esos aristócratas se unieran a ellos en el camino. Susan, la doncella de Banon, los acompañaría; Lucy ya la había instruido sobre cómo debía comportarse y servir a su ama en la corte. Dos docenas de hombres armados los escoltarían a Londres y se quedarían con ellos hasta la primavera, cuando Banon debía regresar a Otterly. "Todo saldrá de maravillas -pensó Philippa-. Será la mejor Navidad de mi vida".

CAPÍTULO 06

Hacia mediados de diciembre volvieron al palacio y se enteraron de que, en los últimos meses, la reina Catalina había estado muy delicada de salud. Los médicos, preocupados, le comunicaron al rey que su esposa no podría quedar embarazada. Enrique Tudor estaba disgustado y sentía que un velo oscuro se cernía ese año sobre las fiestas navideñas. No tenía ningún hijo varón que lo sucediera en el trono. ¿Por qué el buen Dios se lo había negado? ¿No era acaso un fiel cristiano? ¿No era un rey abnegado? Su esposa era vieja y estéril. Con excepción de María, su única hija, la reina nunca había podido insuflar la energía suficiente a sus bebés para que vivieran. ¿El heredero de Enrique Tudor sería entonces una mujer? ¡Por Dios, no! Él deseaba tener un heredero varón. Y además, era su deber. Sus pensamientos se centraron en su nueva amante, que le había susurrado al oído que llevaba en el vientre un hijo suyo y que nacería a principios del verano.

Volviendo a Philippa, la joven estaba desilusionada porque los festejos de ese año no serían tan alegres. Pero, en realidad, lo sentía más por Banon que por ella misma.

– En las fiestas, la corte es siempre maravillosa. Y después de la Noche de Reyes, casi inmediatamente viene la Cuaresma. Querida Banon, volverás a casa en primavera y no habrás tenido la suerte de divertirte.

– Piensa en la pobre reina -respondió Banon-. Mi corazón se destrozó cuando me llevaste a conocerla. Se la ve muy frágil y triste. Y aun así me saludó con calidez y una sonrisa. Debió de ser muy hermosa cuando era joven.

– Es lo que dice mamá, pero asegura que la reina Margarita era aun más bella. Apúrate. Debes prepararte para ir a la corte, Bannie. Nos esperan a la tarde. Abrígate bien porque hará frío en el Támesis.

– ¿Piensas que Cecily y Tony regresarán al palacio para los festejos de Navidad?

– Eso espero -respondió Philippa a su hermana mientras completaba su atuendo. Lucy le colocó una cadena de oro y perlas con el broche de esmeraldas, ahora convertido en un colgante. La joven estaba muy orgullosa de esa joya, porque la abuela del rey se la había regalado cuando nació, y a cada uno que la elogiaba, le contaba la historia.

Las hermanas se reunieron con lord Cambridge en sus aposentos con vista al río.

– Tío -exclamó Philippa al verlo-. ¡Tu vestimenta de hoy es todavía más impresionante que la de ayer! Dejando de lado al rey, eres el caballero más elegante de la corte.

– Soy mucho más espléndido que el rey Enrique -respondió lord Cambridge-, pero no discutamos minucias, querida niña. ¿Te gustan mis sobrias calzas? Las elegí especialmente para resaltar el jubón y la casaca. -Dio una vuelta para que las jóvenes admiraran su elegancia, mostrándoles con gracia sus mangas bordadas-. ¿Y qué les parecen mis zapatos? ¡Los hice teñir para que combinaran con la casaca! Y lo mismo hice con los guantes bordados.

– El celeste, el dorado y el blanco te favorecen, tío -opinó Philippa-. Pero lo mejor es el cuello plisado de tu camisa y ese sombrero con penacho.

El tío le sonrió complacido.

– Todo el conjunto está pensado para realzar mi tipo nórdico. Hay pocos hombres en esta corte que son rubios auténticos como yo. Y tú, Banon, ¿no tienes nada que decir?

– Tío, estoy asombrada por tu buen gusto. Aunque siempre te vistes bien en Cumbria, nunca te había visto tan espléndido atavío.

– Es que Otterly no es el lugar apropiado para esta ropa. Casi había olvidado el placer de lucir prendas suntuosas. Lamentablemente, no lo haré por mucho tiempo más.

Los sirvientes les alcanzaron sus capas de terciopelo forradas de piel y se las colocaron sobre los hombros para que pudieran salir de la habitación y dirigirse a la barcaza de lord Cambridge.

– ¿No te arrepientes de tener que volver al norte, tío? -preguntó Philippa.

– No, adorada niña, de ninguna manera. El palacio es demasiado agotador para un hombre de mi edad. Además, tu madre significa mucho más para mí que andar adulando al rey. No. A esta altura de mi vida, me sienta mejor la tranquilidad de Otterly. Sólo vine al palacio para cerciorarme de que estés bien aquí, Philippa Meredith.

La joven lo besó en la mejilla.

– Te quiero, tío Thomas.

Lord Cambridge sonrió contento. Pronto se irían de Londres a Greenwich. Thomas Bolton estaba empezando a interiorizarse de las intrigas del palacio. Por ejemplo, había oído el rumor de que la nueva y muy discreta amante del rey era la deliciosa señorita Blount. Y también se decía que Bessie estaba esperando un bebé. Como era de esperar, Tom le sugirió a Philippa que no interrumpiera su amistad con la encantadora Bessie. Y, además, decidió que él también gozaría de la tierna compañía de la joven Blount. Enrique Tudor no tendría celos de él. Por otra parte, si lord Cambridge flirteaba con la niña, le haría un favor, ya que ayudaría a acallar los rumores que podrían llegar a oídos de la reina. Y si eso ocurriera, la pobre Bessie dejaría de ser dama de honor. Obviamente, sus días al servicio de Su Majestad estaban contados, pero Bessie no tenía por qué irse en ese preciso momento. Catalina también apreciaba a Thomas Bolton, lord Cambridge, y se negaba a creer las historias acerca de sus costumbres poco ortodoxas, dado que no veía nada indecoroso en la conducta de ese caballero.

La Navidad en Greenwich fue sencilla y tranquila; los festejos, poco animados, por respeto a la reina, aunque el rey, todavía molesto, bailaba con todas las bellas mujeres que aparecían ante su vista y, sobre todo, con la señorita Blount. Bessie no era una muchacha maliciosa, así que continuó tratando a la reina, su ama, con la mayor deferencia y respeto, corriendo deprisa a su lado cada vez que la música terminaba. Algunos la trataban de ingenua por eso. Aunque Catalina sabía todo lo que estaba ocurriendo, prefería hacerse la distraída. Sentía un profundo agradecimiento hacia Bessie Blount por sus buenos modales y su noble corazón. La naturaleza dulce de Bessie hacía que todo el mundo la quisiera. Era imposible enojarse con ella. El rey la había elegido y Bessie había sido educada para obedecerlo.

Durante el primer día de! año 1520, lord Cambridge oyó unas noticias que excitaron su curiosidad, Lord Melvyn había muerto sin dejar herederos de sus tierras en Oxfordshire, que pasarían a manos de la corona. El rey podía conservarlas y usarlas como cotos de caza o bien venderlas. Se hallaban cerca de Londres, lo que permitiría que Philippa continuara al servicio de los Tudor. Y era una propiedad próspera. La plantación de manzanos de lord Melvyn era famosa por la excelente sidra que producía y sus tierras de pastoreo se alquilaban a muy buen precio a los vecinos que criaban ganado. Esa información la había obtenido lord Cambridge de uno de los secretarios del rey, William Smythe.

– ¿Y si yo estuviera interesado en adquirir las propiedades del difunto lord Melvyn?

– El rey está interesado en utilizarlas como parque para sus ciervos.

– Pero el rey tiene muchos parques de ciervos -respondió lord Cambridge.

– Eso es cierto, milord. Tal vez se podría vender, porque el monarca aprecia tanto una bolsa llena de dinero como un parque de ciervos. Y, además, Woodstock está cerca.

El significado de la frase era evidente.

– Por supuesto, le pagaré unos buenos honorarios a quien se encargue de la intermediación. En este caso, me refiero concretamente a su persona. Y hablo de honorarios más que generosos.

– Hay otro interesado en la compra de esa propiedad. Es el caballero que le alquilaba el campo de pastoreo a lord Melvyn.

– Yo pagaré más -afirmó lord Cambridge con franqueza. Introdujo la mano en su jubón y extrajo una pequeña bolsa de gamuza-. Una muestra de mi gratitud que le dejaré hasta que inspeccione las tierras de lord Melvyn en Oxfordshire. Además, le comentaré al rey acerca de mi interés en la propiedad, así no encontrará usted ninguna dificultad en la negociación.

– ¿Conoce tan bien a Su Majestad como para poder hablar con él? -preguntó impresionado, pues la mayoría de los cortesanos no hablaban con el rey. Y luego tomó la bolsa repleta de monedas que le ofreció lord Cambridge.

– Hace años que converso con el rey, señor Smythe, y la propiedad de lord Melvyn que deseo comprar es para la hija de mi prima, la dama de Friarsgate, una muy buena amiga de la reina. Hoy su hija está al servicio de Su Alteza.

– Confíe en mí, entonces. Las tierras de lord Melvyn no se venderán hasta que usted las haya inspeccionado, milord -dijo el secretario-. Pero, como comprenderá, debo venderla a quien le haga la mejor oferta a mi amo, el rey. Ese es mi deber.

– Por supuesto -dijo lord Cambridge, y luego se retiró de la habitación que ocupaban los secretarios del rey. El soborno había sido generoso y le daba tiempo para visitar la propiedad en cuestión. Le explicó a Philippa que debía ausentarse durante unos días por asuntos de negocios y partió rumbo a Oxfordshire, acompañado por dos hombres armados de Otterly.

La finca de lord Melvyn estaba situada al noroeste de Oxford. La ciudad contaba con buenos alojamientos y también ofrecía excelente comida y bebida. Lord Cambridge eligió la posada más confortable, King's Arms, situada casi en las afueras del pueblo. Si partían bien temprano a la mañana siguiente, llegarían fácilmente a Melville y podrían estar de regreso en Oxford cuando oscureciera. La suerte acompañaba esta vez a Thomas Bolton. Tras una noche de sueño reparador, al amanecer se despertó renovado. Era una mañana de invierno fría, pero con un cielo diáfano y sin viento. Cargaron comida para el viaje, comenzaron la cabalgata y al atardecer ya estaban de vuelta. Thomas Bolton sabía que había encontrado la nueva casa de campo de Philippa.

– Creo que te encontré una propiedad en Oxfordshire -informó a su sobrina-. Pero no estaré tranquilo hasta que todo quede arreglado. Dependo de uno de los secretarios del rey. Además, hay otro interesado en las tierras de Melville, aunque dudo que tenga tanto dinero como yo. Sin embargo, no debo alardear hasta que el asunto haya concluido.

¿Así que esos eran tus negocios, querido tío? Por dejar el palacio, te has perdido un evento de lo más importante. Banon conoció a un joven. No es más que un insignificante Neville, pero muy educado y de modales encantadores. Estoy segura de que te va a gustar.

– ¿A ti te gusta, mi dulce niña? ¿Y qué opina Banon del joven? ¿Será posible que ya se haya solucionado uno de mis problemas?

Sí, a mí me gusta y creo que a Banon también, aunque se muestra reticente a hablar del tema. Pero, por favor, cuéntame más sobre mi nueva propiedad.