– Hay espacio de sobra, y conociendo tu afición a la comida, hermanita, me complace informarte que el cocinero de Tom Bolton es una maravilla. Su amo siempre lo lleva a sus casas de Cumbria, Londres o Greenwich.

– Cuanto más me cuentas sobre esta jovencita, más me simpatiza. ¿Sus padres asistirán a la boda? Siento curiosidad por conocerlos.

– Sir Owein murió y la madre de Philippa acaba de dar a luz a gemelos. Pero te presentaré a una de sus hermanas, es la heredera de lord Cambridge y también se casará muy pronto con Robert Neville.

– Tal vez no resulte tan malo tu matrimonio, Crispin. Perdóname, debí confiar en tu juicio. Pero ahora que estoy aquí trataré de aprovechar al máximo mi estancia en Londres.

– Hoy a la noche le presentarás tus respetos a la reina y conocerás a Philippa. Después, te llevaré a la casa de Thomas Bolton. No sé si lord Cambridge vendrá hoy a la corte o no.

Thomas Bolton sí acudió a la corte ese día. En la antecámara de la reina se encontró con el conde de Witton y una mujer mayor. Lady Marjorie quedó fascinada con lord Cambridge cuando fueron presentados y él besó su mano con gracia.

– Es usted muy amable, milord.

– ¿Ya conoció a mi sobrina Philippa? -preguntó Tom sin soltar su mano.

– La veré en unos instantes -respondió con una expresión radiante en el rostro y atenta a su mano atrapada en la de lord Cambridge. ¡Qué hombre exquisito!

– Es una joven adorable, señora, y me atrevo a decir que será una excelente condesa.

– Lo sé, me lo contó mi hermano Crispin.

La puerta se abrió y Philippa apareció agitada.

– ¿Sucede algo? Uno de los pajes me avisó que querías verme, milord -dijo, dirigiéndose al conde.

– Te presento a mi hermana, lady Marjorie Brent. Acaba de sorprenderme con su visita. Viajó a Londres desde Devon. Una amiga que regresaba de la corte le contó de nuestro compromiso.

– ¿Cómo? ¿No habías avisado a tus hermanas, faltando tan pocos días para la boda? ¡Eso está muy mal, milord! -lo regañó cariñosamente e hizo una reverencia.

– ¡No te preocupes, Philippa querida! Mi hermano es así; en cambio, veo que tú tienes buenos modales -repuso Marjorie y luego abrazó a la joven con calidez-. ¿Puedo darte la bienvenida a mi familia?

– ¡Gracias, señora! Lamento no poder dedicarle más tiempo porque, ¡ay, el deber me reclama!

– Comprendo perfectamente, dulce Philippa.

– Con su permiso, señora -se despidió con un reverencia y giró para regresar a la cámara de la reina.

– ¡Espera un momento! -gritó Tom Bolton-. Mañana a la tarde ven a visitarme. ¡Y trae a Banon, querida!

Philippa asintió y desapareció.

– Usted se hospedará en mi residencia, lady Marjorie -invitó lord Cambridge.

– ¡Muy amable, milord! -accedió. La dama se cuidó de no mencionar que ya la había invitado su hermano, aunque él no era el dueño de casa.

– No podría sino ser amable con usted, milady -murmuró, y ella, alborozada, rió tímidamente-. Si ha concluido sus asuntos, mi querida, le ruego me acompañe a mi hogar en la barcaza. Crispin, uno de los remeros vendrá a buscarte en la pequeña barca.

Tomó el brazo de lady Marjorie y se retiraron.

Al verlos partir, Crispin St. Claire contuvo la risa. No sabía exactamente qué clase de hombre era Thomas Bolton, aunque tenía sus sospechas. Sin embargo, había logrado conquistar a su hermana y sabía cómo manejarla. Se preguntó si era cierto que había conocido a su cuñado, pero decidió no indagar en ese tema. La respuesta podría ser muy desconcertante.

CAPÍTULO 10

El 28 de abril amaneció húmedo. La corte se preparaba para partir rumbo a Greenwich al día siguiente. La ceremonia de compromiso se llevaría a cabo en el gran salón de Thomas Bolton. Luego de cumplidas las formalidades, darían una pequeña fiesta, aunque ni el rey ni la reina se quedarían para la celebración. Solo brindarían por la pareja y luego regresarían a Richmond.

La noche anterior, Philippa había ido a casa de lord Cambridge para dormir en su propia cama. La reina se había enterado por la camarera mayor de las doncellas de que la joven no estaba descansando bien y creyeron que se debía a los nervios previos al casamiento. Pero no durmió mejor en la casa de Thomas Bolton. Sus futuras cuñadas no paraban de hablar y le resultaban irritantes. Tanto lady Marjorie Brent como lady Susanna Carlton adoraban a su hermano menor y no cesaban de darle consejos sobre cómo cuidarlo y alimentarlo. Philippa se sentía al borde de un ataque de nervios, pero Banon se dio cuenta de la situación y decidió ponerle coto.

Se levantó de la mesa y con una sonrisa les dijo:

– Philippa debe ir a la cama y descansar, señoras. Durante varias semanas hemos compartido la cama en el palacio y les aseguro que apenas pudo conciliar el sueño debido a sus múltiples deberes. Con su permiso, por favor.

Tomó a su hermana de la mano y la condujo fuera del salón.

– ¡Qué niña encantadora! -escucharon que decía lady Susanna, y se rieron juntas mientras subían deprisa las escaleras y se miraban con alegre complicidad.

– Gracias, Banon -le dijo Philippa cuando se acercaban a su dormitorio-. No sé por qué, ya que son muy buenas personas, pero las hermanas de Crispin me resultan molestas. No sé qué me pasa últimamente. -Abrió la puerta de su habitación y entraron juntas.

– Te pasa que te vas a casar dentro de dos días -respondió Banon con sensatez-. Solo tienes los nervios alterados. En tu lugar, yo también estaría nerviosa. Apenas conoces a tu futuro marido. Los estuve observando en el palacio y noté que en las últimas semanas hacías todo lo posible por evitarlo. Tal vez no debería decir esto, pero soy tu hermana y quiero tu felicidad: todavía puedes cancelar la boda. Philippa sacudió la cabeza.

– No. Es un candidato maravilloso para mí y también es un honor para la familia que yo forme parte de la nobleza. Y, además, si cancelara la boda, no podrías casarte en otoño con tu apuesto Neville. ¿Lo amas, Banon?

– Creo que sí. Aunque, en verdad, hermana, no estoy segura de qué es el amor n¡ cómo se siente. Pero me gusta estar con él. Y me gusta la idea de tener hijos. Cuando vea a mamá, en unas semanas, le preguntaré todo sobre el amor.

– ¿Se han besado muchas veces? ¿Te ha tocado?

Banon estuvo a punto de protestar por el grado de intimidad de las preguntas. Pero luego se dio cuenta de que su hermana no era impertinente, sino que, por alguna razón, necesitaba conocer la respuesta.

– Sí, nos besamos muchas veces. A Robert le encanta besarme y debo admitir que yo también lo disfruto. Y me acaricia los senos y yo lo acarició a él. Nos da mucho placer, Philippa. ¿Y a ti? ¿Te gusta besar y acariciar al conde?

– No nos besamos muchas veces y me he resistido a sus caricias -admitió Philippa. Estaba muy pálida-. No quería que pensara que soy una mujer fácil, como suelen serlo las damas de la corte. Y ahora estoy aterrorizada, porque me acostaré con un extraño dentro de dos noches. No es que quiera cancelar la boda, solo tengo mucho miedo, Bannie.

Banon Meredith meneó la cabeza.

– Philippa, eres la hermana mayor y deberías saber cuáles son tus obligaciones. Pero, a esta altura, me doy cuenta de que Bessie tiene más idea que tú acerca de la unión matrimonial. Te he visto evitar al conde durante las últimas semanas y apuesto a que nunca ha logrado verte a solas. ¿En qué estabas pensando, querida hermana? Ese hombre será tu marido y no parece ser un monstruo. De hecho, tiene el aspecto de un hombre noble. El único consejo que te puedo dar es que confíes en su bondad.

– ¡Pero no sé qué tengo que hacer! -lloriqueó Philippa.

– Bueno, yo tampoco. ¿Cómo podríamos saberlo? -sonrió-. Preguntémosle a Lucy. Seguro que sabe más que nosotras dos juntas.

– ¿Lucy? -preguntó Philippa muy sorprendida. La sirvienta estaba siempre a su lado. ¿Cómo podía saber algo sobre la relación entre los hombres y las mujeres?

– Las sirvientas de la corte conocen bien esos asuntos. Son más liberales que nosotras. ¡Lucy! -La joven criada entró en el dormitorio desde el guardarropa donde estaba preparando el vestido de su dama para el día siguiente.

– ¿Sí, señorita Banon?

– Mi hermana necesita saber qué pasa entre un hombre y una mujer en la noche de bodas. Dado que mamá no está aquí, debes contarle todo lo que sepas. -Los ojos celestes de Banon brillaban con malicia.

– ¿Y qué le hace pensar que sé de esas cosas? -preguntó Lucy con las manos sobre sus generosas caderas.

– Yo sé que tú sabes -replicó Banon-. Te he visto con los sirvientes de la corte. ¿Vas a decirme que se reunían para conversar?

– Es incorregible, señorita -la regañó Lucy-. Le contaré a mi ama todo lo que necesite saber, dado que su madre no está aquí para hacerlo, pero usted deberá irse a su cuarto. Usted no se casa dentro de dos días, así que será su madre quien la instruya sobre lo que debe hacer en la noche de bodas. -Cuando Banon salió del dormitorio, se volvió hacia su ama y le dijo-: Primero, aprestemos todo para que se acueste y luego le contaré lo que necesita saber.

Philippa asintió.

– ¿Tendré tiempo para darme un baño por la mañana?

– Sí. Debemos levantarnos temprano. El rey, como siempre, será puntual porque está muy ocupado.

Lucy la ayudó a desvestirse. Philippa caminó hacia la mesa de roble donde había una jofaina con agua perfumada y se lavó la cara, las manos y el cuello. Se frotó los dientes con un lienzo áspero. Vestida solo con la camisa, se dirigió hacia la cama y se acostó.

Lucy ordenó las prendas de Philippa y vació la jofaina por la ventana. Entonces, se sentó al borde de la cama.

– Primero, señorita, cuénteme lo que sabe.

– No sé nada. Banon me ha regañado porque no me dejé besar lo suficiente ni tampoco permití a mi futuro marido que me tocara. Ahora me doy cuenta de que tiene razón.

– Tal vez, pero usted no lo hizo y ahora se acerca la noche nupcial, señorita. Sin embargo, en mi modesta opinión, no hay demasiado que saber. A él le encantará que usted sea ignorante y ser el único que ha estado entre sus piernas. Esos caballeros aprecian la pureza de sus esposas, según me han dicho. Usted es única, señorita. La mayoría de sus compañeras han sido traviesas y lascivas con los caballeros de la corte. Usted, en cambio, se ha mantenido casta.

– ¿Pero qué tengo que hacer?

– Nada, señorita. Él le dirá lo que tiene que hacer y así es como debe comportarse una jovencita como usted. Su marido la pondrá de espaldas sobre la cama y se introducirá entre sus piernas. Hay un agujero profundo entre los labios íntimos donde él meterá su virilidad. Moverá las caderas hacia delante y hacia atrás en búsqueda del placer. No es nada más que eso. Y cuando haya liberado los jugos del amor en sus entrañas, se retirará.

– ¿Y los besos y las caricias, Lucy?

– Eso dependerá de cuánto la desee el hombre -sonrió Lucy-. Debo decirle una cosa importante. La primera vez suele doler un poco, y habrá algo de sangre. No se asuste por eso, no es nada.

Philippa asintió. Todo sonaba muy pragmático. Luego de haber oído las explicaciones de Lucy, la niña no entendía por qué, entonces, se hablaba tanto de ello.

– Gracias por instruirme, Lucy. No quería quedar como una tonta frente al conde.

– La señorita Banon me ha dicho que usted no ha dormido bien durante las últimas noches. Espero que esta conversación la haya aliviado un poco. Ahora no tiene nada que temer, milady. Cierre los ojos y duérmase. Está muy protegida en la casa de su tío Thomas.

Luego, Lucy se retiró en puntas de pie a su catre del cuarto contiguo. Philippa pensó que una vez más pasaría la noche en vela. No podía parar de pensar. Nunca había estado en Brierewode. ¿Cómo sería su futura morada? ¿Sería fácil ser la señora de esa casa? ¿Los criados le harían la vida imposible o estarían contentos de tener una nueva ama y señora? ¿Podría ser una buena esposa y condesa de Witton? ¿Cómo podría encontrar un equilibrio entre sus deberes hacia Crispin y sus obligaciones en la corte? Al rato, para su sorpresa, sintió que se iba quedando dormida. ¿Por qué se torturaba con esas preguntas? Todo saldría bien, como siempre. Y ella no iría a Brierewode hasta el otoño. Los párpados le pesaban. No había nada de qué preocuparse. Nada. Estaba todo bien. Y con esos pensamientos se quedó dormida.

Cuando Lucy la sacudió suavemente para despertarla, Philippa sintió el ruido de la lluvia. Bueno, era abril. Permaneció acostada unos minutos más detrás de las cortinas de su cama, mientras dos criados entraban y salían del cuarto con cubos de agua para llenar la bañera. Lucy vertió aceite en el agua y colocó la toalla al lado del fuego. Luego, abrió las cortinas de su lecho.