– Y cuando se hayan hartado de la juerga, mis queridas damas, pueden volver a mi casa. Mi pupila, el joven Neville y yo partiremos rumbo al norte, a Otterly.

– Tío Thomas… -empezó a decir Philippa, pero se interrumpió.

– No me agradezcas nada, pequeña -ronroneó lord Cambridge con un brillo en sus ojos azules.

Philippa se echó a reír.

– No pensaba agradecerte. Crispin y yo nos marcharemos a Brierewode mañana.

– Lo sé, pero mereces gozar de privacidad por el resto del día. ¿O quieres que tus cuñadas te miren con ojos maliciosos cuando te retires al tálamo nupcial? -murmuró en voz muy baja-. Banon, Robert y yo volveremos pronto, pero nos quedaremos unos pocos días, y después emprenderemos el regreso definitivo a Otterly.

– Voy a extrañarte, tío. La vida es más divertida cuando estás cerca.

– Te veré cuando vayas a Friarsgate con tu esposo, y también en la boda de Banon, que, lo juro, será tan espectacular como la tuya. Aunque lo más importante es el gran amor que sienten. Lo has notado, ¿verdad?

– ¿Cómo podría notarlo?

– ¿No observaste cómo la miraba Robert en la capilla, querida? Es un hombre enamorado que se entrega con todo el corazón.

– No entiendo ese tipo de amor, aunque he tenido un buen ejemplo en mamá. ¿Qué se siente, tío? -Philippa parecía realmente confundida.

– Lo sabrás cuando lo experimentes en carne propia. Bien, espero que me cuentes hasta el mínimo detalle de tu viaje a Francia cuando nos veamos -dijo inclinándose para besarle la frente. Luego, ordenó a sus invitados-: ¡Despídanse de Philippa y Crispin! La barca nos está esperando.

Banon abrazó a su hermana.

– La pasé muy bien contigo, Philippa. Nos veremos en mi boda. -Las hermanas se besaron y, acto seguido, Banon se acercó a su flamante cuñado-: Adiós, milord. Estoy muy contenta de que vengas a visitarnos a Otterly. ¡Les deseo un buen viaje!

El joven Neville saludó a los novios, seguido por lady Marjorie y lady Susanna, que lloraron mientras abrazaban a Philippa y a su hermano. Lord Cambridge fue el último en despedirse.

– Lucy se quedará en casa e irá con ustedes. Crispin y yo ya organizamos todo el viaje. ¡Adiós, dulzura! ¡Que seas muy feliz! Nos vemos en octubre.

Encabezados por Thomas Bolton, todos los invitados se retiraron del salón.

Los novios permanecieron en silencio un rato y luego Philippa corrió a una de las ventanas que daban al Támesis. Vio cómo todos iban subiendo al barco. Antes de embarcar, Thomas Bolton giró y la saludó con la mano. Philippa estalló en un llanto incontrolable, ante la mirada de asombro de su flamante esposo.

– ¿Qué te pasa, pequeña? -preguntó y, tras unos segundos de vacilación, la estrechó en un tierno abrazo.

– Me doy cuenta de que mi niñez se ha ido para siempre. Sentí algo parecido cuando vine a la corte, pero en esa época todavía tenía a mi familia. ¡Ahora estoy sola! -Apretó su cara contra el hombro aterciopelado.

– No has perdido a tu familia, tontuela -la consoló el conde riendo-. Siempre contarás con ellos, aunque seas mi esposa. Y se irá agrandando cuando tengamos nuestros hijos. No llores, Philippa.

Philippa sollozaba ruidosamente. Alzó la vista y lo miró. Las pestañas, empapadas por el llanto, parecían pequeñas púas filosas. Las lágrimas inundaban sus ojos color miel y dejaban surcos en sus mejillas.

– ¡No soy una tonta! -gritó con toda la dignidad de la que era capaz.

– Pero eres inexperta -dijo Crispin con voz calma-, y así debe ser, Eres una novia joven que acaba de ver partir a su familia y se ha quedado sola con un hombre que apenas conoce. Pero así es el mundo en el que vivimos, Philippa. Tendrás que aprender a confiar en mí, pues estaremos juntos hasta la muerte.

– Me emocionó ver al tío Tom saludando con la mano. Tras la muerte de mi padre, él vino a casa para escoltar a mamá hasta la corte. Era muy distinto de todos los hombres que habíamos conocido.

– Me imagino -rió el conde.

– Pero era tan bondadoso -continuó Philippa-. Tom y mamá llegaron a quererse como si se hubieran conocido de toda la vida. Maybel y Edmund también le tomaron mucho cariño, así que muy pronto pasó a formar parte de nuestra familia.

– Tenía propiedades en el sur del país, ¡verdad?

– Sí, pero las vendió y compró la casa de nuestro tío abuelo Henry. Pero no quiero aburrirte con esa larga historia.

– Me gustaría escucharla.

– Entonces vayamos al jardín y te la relataré. Y después me hablarás de tu vida y tu familia. -Dio media vuelta y se sobresaltó cuando Crispin le tomó la mano-. Es una lástima perdernos un día tan lindo.

Salieron al jardín y se sentaron bajo el cálido sol. Philippa le contó a Crispin cómo el tío Henry había intentado robarle Friarsgate a Rosamund, la heredera legítima, y cómo su madre, con la ayuda de Hugh Cabot, Owein Meredith, Thomas Bolton y Logan Hepburn, había logrado desbaratar los perversos planes de su tío y su familia.

– Tu madre es una mujer muy valiente y astuta. Espero que hayas heredado sus virtudes, Philippa.

– La gran pasión de mi madre siempre ha sido Friarsgate. Bueno, no siempre, en realidad. Una vez amó tanto a un hombre que estaba dispuesta a abandonar sus tierras. Pero el destino no lo quiso así.

– ¿Otra historia para contar? -preguntó el conde sonriéndole.

– En otro momento. ¡Tengo tantas anécdotas de mi familia!

– La mía, en cambio, es un tedio comparada con la tuya.

– Crispin, antes de viajar a Cumbria en otoño debes decirme con total sinceridad si quieres realmente renunciar a Friarsgate. Es una herencia muy tentadora y, si bien yo no deseo esas tierras ni asumir las responsabilidades que implican, quizás a ti te interesen.

– No, ya te dije que Brierewode y Melville me mantendrán muy ocupado. Iremos a la corte mientras disfrutes de esa forma de vida. Te he dado mi palabra y la cumpliré. Pero no viviremos allí como la mayoría de los cortesanos. Mis campesinos y arrendatarios necesitan de mi presencia y mi protección. Me preocupo por Brierewode tanto como tu madre por Friarsgate.

Se levantó un ligero viento procedente del río. El sol comenzaba a caer. Bajo los jardines, en el Támesis, ya no quedaba ninguna embarcación.

– Es mejor que entremos -dijo el conde ayudándola a levantarse del banco de mármol donde se habían sentado- Lord Cambridge fue muy amable al invitar a mis hermanas a pasar unos días en Greenwich. Ellas son mujeres del campo que llevan una vida sencilla. Marjorie tiene seis hijos; Susanna, cuatro. Sus esposos son un tanto aburridos, pero buenas personas.

Tomados de la mano, cruzaron el jardín y entraron en la casa. No quedaban rastros de la fiesta en el salón y el fuego ardía en la chimenea. El ayudante principal del mayordomo apareció en el salón e hizo una reverencia.

– Les hemos preparado una pequeña colación. Sobre la mesa tienen carne fría, pollo, pan, mantequilla, queso y tartas de frutas. ¿Prefieren servirse ustedes mismos?

– Sí, Ralph, gracias -dijo Philippa-. ¿Dónde está Lucy?

– ¿Milady requiere su presencia?

¡Milady! ¡Ahora era milady!

– Ahora no, pero la necesitaré más tarde.

– Le avisaré de inmediato, milady. Está cenando en la cocina -informó Ralph y, tras hacer una reverencia, se retiró.

– ¿Quieres comer ahora? -preguntó Philippa al conde.

– Todavía no. Tengo ganas de jugar al ajedrez contigo.

– ¡No, milord! Sería injusto que te ganara en nuestro día de bodas.

– Nuestra noche de bodas, querrás decir -le recordó con una sonrisa picara y las mejillas encendidas.

– ¡Ah, veo que piensas jugar sucio! -lo retó.

– Dicen que en el amor y en la guerra, todo está permitido.

– ¿Y lo nuestro qué es? ¿Amor o guerra?

– ¡Buena pregunta, pequeña!

– ¿Por qué me dices "pequeña"?

– Porque eres baja de estatura y más joven que yo.

– Me agrada.

– Bien. Trataré de agradarte todo lo que pueda.

– Y yo también. Traeré el tablero y las piezas.

El conde se acercó a ella.

– Promete que ganarás sin humillarme. -Posó los labios en su cabeza y cuando ella, sorprendida, alzó la vista, le dio un beso prolongado. Rodeó su delgada cintura con el brazo y la atrajo hacia él.

Philippa reculó instintivamente, pero enseguida recordó que era su esposo. Observó sus ojos grises, que la miraban serios, y no pudo descifrar sus emociones.

– No eres hermoso, pero me gusta tu rostro.

– ¿Por qué? -inquirió el conde. Luego aferró su mano y comenzó a besarle los dedos.

– Irradia fuerza y nobleza -afirmó, asombrada de sus propias palabras.

– ¡Qué hermoso cumplido, pequeña! -sonrió y le recordó-: Prepara el tablero, señora.

Se sentaron y comenzaron a jugar. Como siempre, Philippa no tardó en ganar una posición ventajosa, capturando las torres y la reina.

– Eres demasiado impaciente -opinó ella-. Tienes que observar el tablero y pensar con anticipación tres jugadas, por lo menos.

– ¿Cómo? ¡Si no sé qué pieza vas a mover tú!

– ¡Crispin! -se exasperó-. Hay una cantidad limitada de movimientos en cada jugada. Debes calcular mentalmente cuáles son esos movimientos y decidir cuál es el mejor de todos.

AI conde lo sorprendió la explicación.

– ¿Tú haces eso? -preguntó sabiendo la respuesta.

– Sí. No me gusta perder. Tendrás que dejar que te enseñe, pues eres un oponente muy fácil. No me divierte jugar con alguien a quien sé que le voy a ganar.

– ¿Nunca te dijeron que es poco femenino vencer a un hombre en el ajedrez?

– Sí, ya me lo advirtieron. Pero la reina jamás deja que el rey la derrote con facilidad y la mayoría de las veces gana ella. Solo sigo el ejemplo de Su Majestad, milord. No soy ni seré nunca como esas mujeres alborotadas de la corte.

– Por supuesto que no. Pero, a veces, las mujeres inteligentes que se jactan de su superioridad intelectual no ven lo más evidente. Jaque mate, mi querida condesa -remató con una sonrisa triunfante mientras capturaba al rey.

Philippa miró el tablero azorada, pero al instante se echó a reír y a aplaudir.

– ¡Brillante, milord, te felicito! Comienzo a descubrir que tienes más virtudes de las que imaginaba.

– Poseo muchas virtudes, por cierto -declaró con absoluta seriedad. Luego se puso de pie y estiró los brazos-. Es hora de comer, no podemos postergar indefinidamente lo inevitable. -Tomándola de la mano, la condujo a la mesa y, con gesto galante, corrió su silla para que se sentara.

Philippa asintió ruborizada. La sola mención de la noche que la esperaba le había quitado el hambre. Crispin comía con buen apetito, sin dejar de observarla mientras ella pinchaba un trozo de pollo o bebía de un trago media copa de vino. Se dio cuenta de que la joven estaba asustada, aunque ignoraba cuan intenso era ese temor. Philippa era virgen, y al conde no le agradaba la idea de desflorar a una virgen aprensiva. No obstante, debería hacerlo esa misma noche. Él estaba seguro de que lord Cambridge querría comprobar la pérdida de la virtud de Philippa para asegurarse de que el matrimonio se había consumado. Vació de un trago su copa de vino. Esa noche debía impartir una lección de diplomacia y estrategia. Esperaba estar a la altura de las circunstancias.

CAPÍTULO 13

Cuando terminaron de comer y los sirvientes despejaron la mesa, se produjo un largo e incómodo silencio entre los recién casados.

– Creo que deberíamos retirarnos, querida. Me quedaré en el salón. Cuando estés lista, dile a Lucy que avise a mi criado -ordenó el conde en un tono calmo que, sin embargo, no admitía réplica. Luego, se puso de pie, tomó la helada mano de Philippa y la besó-. Mi paciencia tiene un límite, pequeña.

Ella se inclinó en una reverencia; el color había desaparecido de sus mejillas, parecía mareada. Tras una profunda inspiración, le respondió: -Trataré de no hacerte esperar. Cuando Philippa entró a su alcoba, gritó asombrada:

– ¡Lucy! ¿Qué pasó aquí?

– Fue idea de su tío. Los sirvientes redecoraron la habitación siguiendo instrucciones precisas de lord Cambridge. Dijo que los novios debían comenzar su vida en común en un terreno neutral y que el escenario de su noche de bodas no podía ser de ninguna manera el cuarto de su infancia, milady.

Philippa miró a su alrededor. Los cortinados de terciopelo rosa de la ventana y de su antigua cama habían sido reemplazados por otros color borravino. Las alfombras persas eran de un rojo y un azul intensos. Los muebles eran los mismos, con excepción de una enorme cama, donde cabían cómodamente dos personas, rodeada por cortinas sujetas por unos brillantes aros de bronce.

– Bien, ha logrado su objetivo -reconoció riendo-, pero me gustaba el viejo terciopelo rosa, pero el tío Thomas es la persona más sensible y atenta que conozco. A nadie, ni siquiera a mi madre, se le hubiese ocurrido una idea tan extravagante.