– ¡Ven a ver cómo está ganando Tony Deane! -gritó Bessie.

– ¿Sabe Cecily que eres aficionado a los dados? -bromeó Philippa a sir Anthony Deane, el prometido de su mejor amiga.

– Mientras me sonría la suerte, ¿te parece que mi amada podrá poner alguna objeción? -replicó el muchacho. Luego volvió a arrojar los dados y ganó una vez más, para alegría de todos los espectadores.

Philippa logró infiltrarse en el grupo contiguo y se paró junto a sir Walter.

– ¿Le gustan los dados, sir? -preguntó con una sonrisa provocativa.

– Sí, me complace jugar de vez en cuando -admitió; sus ojos se posaron en el espectacular escote de la doncella y se relamió.

– Yo nunca jugué a los dados -dijo Philippa fingiendo inocencia y atrayendo inmediatamente la atención de sir Walter y de otros caballeros-. ¿Es difícil?

– No mucho -respondió sir Walter con una amplia sonrisa mientras ella lo miraba con curiosidad-. Señorita Meredith, ¿le gustaría que le enseñara?

– ¿Lo haría? -respondió con dulzura-. ¿Y cuánto debo apostar? -Tomó la carterita que colgaba de su cintura y dijo-: Espero tener dinero suficiente.

Tanto Bessie Blount como Tony Deane miraban azorados a Philippa. Sabían perfectamente que ella no era la niña tonta que fingía ser en ese momento. Pero se quedaron callados. Sentían una enorme curiosidad por la conducta de su amiga.

– No, usted no debe tocar sus preciosas monedas -dijo muy galante sir Walter-. En lugar de dinero, sugiero que el premio sea un beso, señorita Meredith.

– Nunca nadie me ha besado. Sir, ¿una conducta tan indecorosa no pondría en peligro mi buen nombre y honor?

Sir Walter parecía confundido. Decirle a esa joven que su reputación permanecería intacta luego de rifar sus besos a los dados era una mentira atroz. Pero él se moría por besarla en ese preciso instante, y que esos apetitosos labios fueran vírgenes avivaba aún más su deseo. Además, quería juguetear con esos senos redondos que la joven exhibía de manera tan descarada.

– No soy partidario de abandonar cuando voy ganando -anunció finalmente Tony Deane-. Philippa, ¿por qué no observas cómo juegan los demás? Más tarde, cuando entiendas las reglas, puedes probar tú misma, aunque sugiero que apuestes dinero y no tu buen nombre.

– Es cierto. Estoy absolutamente de acuerdo -accedió sir Walter-. Yo le explicaré mientras Tony hace su jugada, señorita Meredith. -Deslizó el brazo alrededor de su fina cintura y notó complacido cómo ella se acercaba a él en lugar de apartarse.

– Muy bien. Le estoy eternamente agradecida por su atención. Usted es el caballero más gentil que he conocido.

Esto sería mucho más efectivo que el tiro al blanco.

– Por favor, querida, es un placer -replicó, embriagado por el delicioso perfume de la doncella.

Philippa notó la lujuria en su mirada. "Qué idiota -pensó-. Millicent lo llevará por la vida con mano firme y su matrimonio será un infierno. Aunque él se lo merece, como la mayoría de los hombres".

– Este juego no parece nada complicado-comentó la joven contemplándolo arrobada.

– Es cierto -acordó sir Walter. Ciertamente, no podía apartar la vista del tentador escote. Su futura esposa tenía senos tan pequeños como los de una niña, y no olía tan bien como esta mujercita. Pero era un buen partido y él lo sabía. La sangre de Millicent era más noble que la suya y, además, era hija única, de modo que cuando su padre muriera, era muy probable que sir Walter heredara el titulo de barón. Sí, ella era la esposa perfecta para él. En cambio, Philippa era una fruta madura que debía saborearse en el momento, antes de que fuera demasiado tarde. Sus brazos sujetaron con más fuerza la delicada cintura.

La muchacha se alejó de un salto de sir Walter.

– Tal vez no deba jugar. En realidad, no cuento con los medios para hacerlo.

– Me parece una decisión muy sabia -acordó Tony Deane. ¿Qué estaba tramando esa maliciosa joven? Nunca la había visto actuar así.

– Debería volver con la reina -dijo Philippa con nerviosismo.

– Si no desea jugar a los dados -ronroneó sir Walter-, entonces vayamos a dar un paseo por la ribera, señorita. El río se ve encantador con los reflejos del atardecer.

– ¿Pero no provocaríamos habladurías, sir? Usted dijo que estaba comprometido con Millicent Langholme.

– Todavía no hemos firmado nada, señorita. Tan solo le propongo una inocente caminata a la vista de toda la corte.

– Bueno, no sé si es correcto, No me gustaría herir a Millicent.

– Es solo una corta caminata -repitió sir Walter, tomándola del brazo y conduciéndola hacia el río.

Bessie Blount preguntó riendo:

– ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué está actuando así?

– No entiendo qué pretende -declaró Tony Deane, mientras recogía sus ganancias y le pasaba los dados al siguiente jugador.

– Yo tampoco -dijo Bessie-, aunque te puedo asegurar que Millicent y Philippa se odian. Millicent suele tratarla con un desdén y una soberbia intolerables. Ya sé a quién podríamos preguntarle, Tony: a tu prometida. Ella debe estar al tanto de todo, porque son amigas íntimas.

– Prefiero no enterarme de las travesuras de Philippa -replicó el joven. Tony no solo era un hombre alto de cabello rubio ceniza y ojos azules, sino que, además, era un rico terrateniente de Oxfordshire.

Bessie rió.

– En cambio, yo me muero de intriga. Ya mismo voy a buscar a Cecily. -Se marchó de prisa. Cecily y Millicent estaban con la reina. Bessie se acercó con sigilo, y le preguntó a Cecily en voz baja-: Dime, ¿qué está haciendo Philippa?

– Vengándose -susurró y luego preguntó en voz muy alta-: ¿Millicent, acaso no es sir Walter quien pasea a la vera del río con Philippa Meredith?

– No puede ser -respondió la muchacha irritada-. ¿Qué asunto podría estar conversando con ella?

Todas las mujeres que la rodeaban soltaron una carcajada. Hasta la reina Catalina sonrió.

– Sí, sin duda es Philippa -insistió Cecily-. Y mira qué juntos caminan y cómo él se inclina hacia ella. ¡Creo que la besó! No, espera. No la besó. Solo está hablando con ella, sus labios están tan cerca que me confundí.

Millicent miró con furia hacia el río.

– Ese hombre no es sir Walter -aseguró Millicent, aunque sabía, como todo el mundo, que se trataba de su prometido. ¡La muy zorra la estaba humillando delante de toda la corte! ¿Cómo era posible? Le contaría todo de inmediato a su padre. Él no permitiría que su hija se casara con un hombre tan indecente. Sin embargo, recapacitó enseguida, y empezó a recordar las propiedades de sir Walter en Kent, su hermosa casa y el oro que su padre estaba comprando para agregar a la dote. Además, sabía perfectamente lo que le diría el señor Langholme: los hombres debían hacer su vida y las mujeres inteligentes debían mirar para otro lado. Pero ¿cómo podía mirar para otro lado cuando sir Walter estaba flirteando tan escandalosamente frente a todo el mundo? Lo único que deseaba era abofetear a aquella muchacha atrevida. Sus ojos volvieron a dirigirse hacia el río y frunció el ceño.

Philippa reía junto a sir Walter.

– Usted es un picaflor infatigable. Me pregunto si su prometida lo sabe.

– Todo hombre tiene derecho a admirar la belleza, señorita Philippa.

– Usted desea besarme, ¿no es así? -replicó la joven provocativamente.

– Así es, sería un honor darle el primer beso.

– Mmmh, lo pensaré. He guardado ese beso durante años para el hombre con quien me iba a casar. Pero él decidió abandonarme y dedicar su vida a Dios. ¿No debería seguir reservándolo para mi futuro marido?

– Su virtud es admirable, señorita Philippa. Pero no creo que una bella dama deba privarse de un inocente beso. Un poco de experiencia en ese arte no puede considerarse indigno ni arruinar su reputación. ¿Acaso cree que todas las doncellas de la reina son tan inocentes como usted? Por lo que sé, no es así. -Y le dedicó una sonrisa lasciva.

– Usted habla muy bien, sin embargo, me pregunto si es correcto besar a un hombre que está a punto de comprometerse. Dirán que soy una mujer descarada por hacer algo semejante. Sir Walter, debo pensar seriamente a quién daré mi primer beso. -Le sonrió con dulzura y picardía-. Ahora deseo volver con mis compañeras. No quiero que nuestro paseo dé lugar a rumores. -Así fue como Philippa se escapó. Alzó su falda y atravesó el parque, dejando a sir Walter Lumley solo e insatisfecho.

La primera en acercarse fue Cecily. La tomó del brazo y caminaron juntas entre los invitados.

– Millicent está furiosa. Me las arreglé para mostrarle que estabas paseando con sir Walter.

– Ahora, debo decidir si lo besaré o no. Como sabes, nunca he besado a nadie, me mantuve casta durante años para el traidor de tu hermano.

– ¡No, Philippa! No le regales tu primer beso a sir Walter. Además, escuché que no besa bien. Dáselo a Roger Mildmay, ¡él sí que sabe besar! -replicó Cecily.

– ¿Fue el primer hombre que besaste?

Cecily asintió con una pequeña sonrisa.

– Además, es encantador. Llegué a pensar que podría ser un buen partido para ti, Philippa. Sus propiedades están cerca de las de Tony, en Oxfordshire. Pero luego supe que planeaba casarse con la hija de un vecino. Aun así, insisto en que es un buen candidato para tu primer beso. ¿Quieres que le pregunte?

– ¡Cecily! -gritó Philippa ruborizada.

– Es mejor que lo beses ya mismo para sacarte de encima a sir Walter. Ya molestaste bastante a Millicent hoy. Ella no merece que le dediques más tiempo. -Tomó la mano de su amiga y le sugirió-: Ven conmigo. Allí están sir Roger Mildmay y Tony. Le preguntaré si quiere besarte.

Philippa se echó a reír.

– Tengo quince años, nunca nadie me ha besado y mi mejor amiga tiene que pedirle a un hombre que me rinda los honores. Es una vergüenza, quedaré como una tonta.

– No, no con Roger. Es muy gentil y comprensivo. Él apreciará que hayas guardado ese beso para Giles. ¡Vamos!

Arrastró a Philippa a través del parque hasta el sitio donde su prometido conversaba animadamente con Roger Mildmay. En puntas de pie, Cecily le susurró algo a sir Roger. Luego, soltó la mano de Philippa y tomó la de Tony para llevárselo a otra parte.

Sir Roger Mildmay le sonrió con ternura.

– Esto es ridículo -se quejó Philippa-. ¿Qué le dijo Cecily?

– Que si yo no le daba su primer beso, Walter Lumley lo haría. De seguro usted no desea eso, ¿o sí señorita Philippa?

Sir Roger era un hombre joven de contextura mediana, cálidos ojos marrones y cabello color arena.

– No -respondió.

– ¿Por qué nadie la ha besado? Ya hace tres años que está en la corte. Lo recuerdo porque llegó junto con Cecily FitzHugh. ¿Por qué no quiere ser besada?

– Me estaba reservando para Giles FitzHugh, mi prometido.

– Es una actitud muy tierna de su parte. Algún día encontrará al hombre apropiado del que será una espléndida y fiel esposa. Mientras tanto, señorita Philippa, siéntase libre de buscar el amor como lo hacen todas las doncellas de la reina.

– ¿No le parece una conducta libertina, señor?

– Solo si se cometen excesos. Le propongo que pasemos el resto del día juntos. Las damas aseguran que mi compañía es muy agradable -se jactó con una sonrisa.

Philippa rió.

– Cecily tiene razón. Usted es muy agradable.

– Entonces, ¿estamos de acuerdo? Le daré su primer beso. Y luego vendrán muchos más, espero. Pero, antes que nada, quiero ser muy claro. Tengo entendido que su familia está buscándole otro candidato, debo advertirle que no estoy disponible. Al final del verano volveré a mis tierras para casarme con Anne Brownley, la hija de un vecino. Estamos comprometidos desde que éramos niños y estoy muy contento de desposarla. -Sir Roger la miró a los ojos y le sonrió con calidez-. Sé que su corazón está destrozado por lo ocurrido y no quiero agregarle otro pesar.

– Cecily me dijo que usted era un auténtico caballero y también me informó de su compromiso con otra mujer. Por otra parte, es poco probable que alguien se interese en mí ahora. Ya tengo quince años y mis tierras están casi en Escocia.

– Pero usted es muy bella. Pronto aparecerá el hombre de sus sueños.

Philippa sacudió (a cabeza con pesimismo.

– Mi madre querrá que mi marido viva en Friarsgate conmigo. Si al menos mis tierras quedaran cerca de Londres… -Philippa suspiró-. Para colmo, no tengo un nombre importante ni familiares de alcurnia.

– ¿Entonces cómo llegó a la corte? -preguntó el caballero con curiosidad.

– Mi madre era la heredera de Friarsgate. Cuando tenía apenas tres años de edad, murieron sus padres y también su hermano mayor, y quedó bajo la tutela del tío de su padre. Henry, así se llamaba, la casó con su hijo de cinco años. Cuando mi madre cumplió cinco, su pequeño esposo falleció. Muchas familias querían desposar a mi madre con sus hijos. Pero Henry deseaba apoderarse de Friarsgate. Entonces casó a mi madre con un caballero anciano para alejarla de los candidatos más jóvenes. Su intención era casarla, llegado el momento, con su hijo menor. Contra todo lo previsto, el viejo esposo se ocupó de la educación de mamá como si fuera una hija y le enseñó a administrar sus propiedades. Poco antes de morir, escribió en el testamento que su viuda debía quedar bajo la custodia del rey Enrique VIL Así fue como se frustraron los planes del tío Henry, quien, pese a sus furiosos arrebatos, no pudo evitar que m¡ madre fuera a la corte. Al principio, se ocupó de ella la reina Isabel y, cuando la pobre murió, la cuidó la Venerable Margarita, la abuela del rey Enrique. Sus dos mejores amigas eran Margarita Tudor y la princesa de Aragón.