– ¡Qué afortunada! -exclamó sir Roger impresionado.
– Mamá volvió a su hogar cuando Margarita Tudor se convirtió en la reina de Escocia. Pero antes de retornar a Friarsgate, ya habían arreglado su matrimonio con quien sería mi padre, sir Owein Meredith. Él era gales y se había criado con los Tudor. Estuvo a su servicio desde los seis años y los reyes lo querían y respetaban mucho. Parte del camino a Friarsgate lo hicieron junto con el séquito nupcial de Margarita de Escocia. Papá amaba esas tierras tanto como mi madre. Eran una pareja perfecta y fue muy triste cuando él murió súbitamente tras caerse de un árbol.
– ¿Su madre ha vuelto a casarse? -preguntó sir Roger.
– Sí. Mamá y las dos reinas siguieron siendo amigas y es por eso que estoy aquí. Tenía diez años cuando mi madre me trajo a la corte, y quedé deslumbrada para siempre. La reina Catalina me aceptó como su dama de honor cuando cumplí los doce.
– Sin duda, muchas jovencitas sienten celos de usted, señorita Philippa. Para ser una joven sin ningún título, ha llegado muy lejos. Perder un candidato como Giles FitzHugh debió de ser un duro golpe para su familia. Entiendo perfectamente sus problemas, ojalá sus tierras estuvieran más cercas de Londres.
– Sí, lo sé -aprobó con tristeza Philippa.
Al ver que los ánimos de la doncella languidecían, le propuso:
– Vamos, jovencita. Vamos a bailar y a divertirnos. Acaban de encender los faroles, el aire es suave y la noche clara. Sé que le gusta bailar porque la vi en varias fiestas.
Se unieron a una ronda de bailarines y enseguida Philippa quedó atrapada por la música y el ritmo. Bailaba con mucha gracia, y cuando sir Roger la alzó por los aires, rió de felicidad. Su tristeza había desaparecido. Al rato, el caballero le dio un inesperado y rápido beso en sus deliciosos labios.
– ¡Oh! -exclamó Philippa llena de estupor, y volvió a sonreír.
Con una sonrisa maliciosa la tomó de la mano, y juntos se deslizaron en la oscuridad en dirección al río.
– Sus labios son dulces-le dijo. Luego se detuvo, la abrazó y la besó como sólo él sabía hacerlo.
Cuando Roger por fin soltó a Philippa, ella lo miró radiante de goce.
– ¡Ahora sí! -clamó la doncella-. Esta vez fue mucho más placentero, milord. ¿Por qué no lo hace de nuevo? -Cuando se sintió satisfecha se lamentó-: ¡Cómo pude esperar tanto tiempo! Soy una tonta.
Sir Roger rió a carcajadas.
– Señorita Philippa, confieso que siento envidia del hombre que algún día sea su esposo. Ahora volvamos al baile, no me gustaría que su reputación se viera dañada por permanecer demasiado tiempo a solas conmigo.
Philippa accedió de mala gana. Jamás se había sentido así. Los besos de sir Roger la habían dejado extasiada.
Por la noche, Philippa y Cecily, ya acostadas, comentaron en voz baja los acontecimientos del día. Cecily se rió a carcajadas al escuchar el relato de la aventura de su amiga con sir Roger.
– Te lo dije. Es el mejor de todos. ¡Qué lástima que esté comprometido con otra!
– No me importa. Sus besos son adorables, aunque no lo imagino como marido. Ahora cuéntame de Millicent. ¿Estaba furiosa? ¿Qué dijo?
– No dijo demasiado, pues la reinase hallaba presente. Pero estaba verde de ira porque sir Walter te estaba prestando mucha atención. Luego de que tú y Walter se separaran, ella le pidió permiso a la reina para retirarse y corrió a encontrarse con él. Curiosamente, ¡no lo regañó! Supongo que, como aún no se ha formalizado el compromiso, no le convenía. Lo aferró del brazo y lo miró con amor. Te juro que parecía una dulce ovejita adorando a su cordero -Cecily rió con malicia-. ¿Seguirás jugueteando con sir Walter o ya estás satisfecha? Tony me dijo que fingiste no saber jugar a los dados. ¡Y todos saben que eres la mejor jugadora entre las damas de la corte!
– Seguiré tu consejo: no desperdiciaré mi tiempo en Millicent. Ahora tengo cosas mucho más importantes que hacer. Seduciré a todos los hombres que pueda antes de que me lleven de vuelta al norte para casarme con algún campesino idiota. Así tendré maravillosos recuerdos de mis últimos días en la corte del rey Enrique.
– Evidentemente, sir Roger te ha levantado los ánimos -comentó Cecily con una sonrisa-. Es un hombre encantador. Ahora tratemos de dormir un poco. Mañana debemos mudarnos a Richmond antes del receso estival. Pienso que este año iremos al norte.
Al día siguiente, la corte partió de Greenwich en dirección a Richmond. Por fortuna, aún no había signos de ningún tipo de epidemia. Muchas doncellas abandonaban la corte a medida que se acercaba el verano. Algunas, como Millicent y Cecily, se casarían pronto. La idea de perder a su mejor amiga entristeció aún más a Philippa y su conducta empeoró. Jugaba a los dados con los jóvenes caballeros de la corte, y perdía lo justo para que siguieran apostando; pagaba sus deudas con besos y también con abrazos. Su doncella, la bondadosa Lucy, la regañaba en vano. Lucy quería enviarle una carta a su madre, pero no sabía escribir ni contaba con el dinero necesario para contratar a un escribiente.
La reina estaba cada día más cansada; se decía que era a causa de la edad. Al parecer, el último embarazo la había dejado exhausta. Catalina planeaba pasar el mes de julio en Woodstock en lugar de acompañar al rey y a la corte. Enrique se mostró disgustado, aunque finalmente aceptó el pedido de su esposa.
Cecily no iría a Woodstock porque debía volver a su hogar para casarse en agosto. El plan original era que Philippa viajara con ella, pero como Giles la había abandonado, el conde de Renfrew y su mujer pensaron que sería mejor que permaneciera en la corte.
– Querida, temo que visitarnos en esta ocasión te traiga recuerdos de Giles -le confesó Edward FitzHugh a Philippa-. No deseamos que la boda de Cecily esté cubierta por un manto de tristeza, aun cuando intentaras aplacar tu dolor. Y como sé que no deseas hacerle eso a tu mejor amiga, lady Anne y yo decidimos privarnos de tu presencia por esta vez.
Philippa asintió en silencio, sus mejillas se inundaron de lágrimas. El conde tenía razón, sin duda, pero ¡era una desgracia perderse la boda de Cecily y Tony!
– Cecily ya está al tanto de nuestra decisión, Philippa. No queríamos causarte más dolor, mi niña. Lo siento mucho. La decisión de mi hijo nos complicó la vida a todos. Bien sabes que tanto mi mujer como yo estábamos felices de que formaras parte de nuestra familia y fueras una hija más. Pero las cosas sucedieron de otra manera. De todas formas, le dije a tu madre que trataré por todos los medios de buscarte un nuevo candidato.
De pronto, Philippa se enojó.
– Creo, milord, que mi familia puede ocuparse perfectamente de encontrarme un candidato sin su ayuda -replicó con frialdad-. Ahora volveré al dormitorio para ayudar a Cecily a terminar de empacar. -Hizo una brusca reverencia, dio media vuelta y se alejó del conde de Renfrew.
Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Edward FitzHugh. Esa niña orgullosa habría sido un gran aporte para la familia. Hasta llegó a pensar que la joven era demasiado buena para el tonto de su hijo.
Philippa volvió llorando junto a Cecily. Se sentó en la cama al lado de su mejor amiga y le acarició el hombro.
– Tus padres tienen razón -comenzó a decir-. Pero odio a tu hermano, por su culpa me perderé tu boda. Aunque supongo que me escribirás contándome todo, ¿verdad, querida? Y esta vez ni Mary ni Susanna se sentirán celosas porque me prefieres a mí.
– Me siento mucho más cerca de ti que de mis hermanas -sollozó Cecily.
– Algún día vendrás a mi boda -declaró Philippa-. Mi madre está en plena búsqueda de un hombre incauto para encadenarlo a Friarsgate, es lo único que le importa en el mundo, mucho más que su pobre hija.
– ¿Irás a tu casa este verano?
– ¡Por Dios, no! Solo volví unas pocas semanas luego de mi primer año en la corte porque la reina insistió en que debía hacerlo. Nunca me aburrí tanto en mi vida. No, no regresaré a Friarsgate a menos que me lleven por la fuerza.
– Pero tu vida no va a ser muy divertida este verano, ya que debes ir a Woodstock para acompañar a la reina en lugar de unirte al resto de la corte -agregó Cecily.
– Lo sé -gruñó Philippa-. Nos marcharemos dentro de unos días. Tú te vas mañana, y yo me quedaré devastada por tu partida.
– Tony me prometió que volveremos a la corte para Navidad. Hasta ese momento nos quedaremos en sus tierras.
– ¿Irán inmediatamente después de la boda? -preguntó Philippa mientras doblaba varios pares de mangas y los depositaba con cuidado en el baúl de Cecily.
– No. Primero iremos a Everleigh, la casa más antigua de los FitzHugh. Nos quedaremos un mes para relajarnos y disfrutar de la belleza del lugar, y después iremos a Deanemere, nuestro futuro hogar. Everleigh está bastante lejos y es una residencia pequeña, ideal para nosotros dos, pero no podremos recibir invitados. La casa siempre se mantuvo en perfecto estado, aunque hace mucho tiempo que mi familia no vive ahí.
– ¡Te extrañaré mucho, Ceci!
– Y yo a ti.
– Ya nada será igual entre nosotras. Tú estarás casada y yo no.
– Pero siempre serás mi mejor amiga.
– Siempre.
CAPÍTULO 03
Cecily FitzHugh regresó a su casa; también la odiosa Millicent Langholme. Solo quedaban en la corte Elizabeth Blount y Philippa Meredith, que en dos días partirían con la reina al anodino, tranquilo y aburrido Woodstock, para pasar un verano tedioso. Enrique, por su parte, se dirigiría a Esher y Penhurst con los pocos cortesanos que habían permanecido en el palacio. Pensaban disfrutar de las vacaciones estivales cazando durante el día y comiendo y riendo durante la noche.
La reina planeaba recibir pocos invitados, practicar un poco de ejercicio físico y, sobre todo, rezar, de modo que las doncellas se vieran obligadas a costarse temprano. Oxfordshire era un lugar idílico, pero, sin la vivaz compañía de la corte, carecía de todo interés para Philippa. No obstante, la reina amaba su belleza bucólica y las cinco capillas donde podía orar; su preferida era la pequeña iglesia redonda. El panorama era deprimente, Philippa estaba al borde de la desesperación.
– ¿De dónde lo sacaste? -preguntó Philippa.
– Lo robé -respondió la pícara Bessie- Es un exquisito vino de Madeira que encontré en la recámara de María de Salinas. Desde que se casó el año pasado, nadie vio la botella sobre el estante. Sería una pena desperdiciar un vino semejante y, considerando el verano que nos espera, creo que nos hará falta. Ojalá pudiéramos partir con el rey. Woodstock es tristísimo sin su presencia.
Philippa bebió el contenido de la copa y pidió un poco más.
– Mmmh, esto sí que sienta bien. Siempre quise probar el vino de Madeira.
– Busquemos la compañía de algunos caballeros- sugirió Bessie-. Durante una larga temporada no podremos gozar de la compañía de hombres jóvenes.
– ¿Quiénes se quedaron?- Bessie rió.
– Confía en mí; sígueme y trae tu copa. Yo llevaré el vino.
– ¿Adónde vamos?-preguntó Philippa.
– Subiremos a la Torre Inclinada. Allí nadie podrá encontrarnos -aseguró con malicia-. No querrás que nos descubran jugando a los dados y bebiendo, ¿verdad?
– No -respondió Philippa. Mientras caminaban, la joven seguía bebiendo ese delicioso vino de Madeira.
Atravesaron un patio y siguieron a tres muchachos que iban en la misma dirección. Aunque en verano la luz del crepúsculo tardaba en extinguirse, los jóvenes llevaban unos faroles. La Torre Inclinada tenía cuatro pisos: ciento veinte escalones llevaban a la gloriosa cúspide. Comenzaron el ascenso, de vez en cuando debían detenerse a causa de la risa incontrolable que íes provocaba el vino. Desde la azotea de la torre, se veía un magnífico panorama del río y la campiña. Había varias veletas azules y oro, adornadas con el escudo del rey. Los hombres se sentaron en el piso y empezaron a jugar a los dados. De inmediato, las muchachas se sumaron al grupo. La jarra de vino pasaba de mano en mano.
– No tengo más dinero -se quejó Philippa al cabo de un rato. El azar no la había favorecido esa velada.
– Entonces, apostemos nuestros trajes -sugirió el travieso Henry Standish.
– Yo apuesto un zapato -dijo Philippa sacándoselo y arrojándolo al centro del área de juego. Rápidamente perdió sus zapatos, las medias y dos mangas-. Por favor, Bessie, desátame el corpiño. ¡Mi suerte cambiará pronto!
En pocos segundos, Philippa también lo había perdido. Comenzó a desabrocharse la falda, pero estaba tan ebria que sus dedos no le respondían.
Como Bessie solo estaba un poco mareada y era una joven con más experiencia, trató de impedir que su amiga siguiera desvistiéndose. Los tres jóvenes que las acompañaban también estaban medio desnudos y se desternillaban de risa. La única que parecía bendecida por la suerte era Elizabeth Blount, pues solo había perdido los zapatos.
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