Philippa comenzó a entonar una canción que había escuchado en los establos, los caballeros no tardaron en sumar sus voces:


El pastor abrazó a la lechera. En el heno la abrazó.

La besó en los arbustos, porque allí se acostaron.

Y luego copularon alegremente, pues era el mes de mayo,

Gritando ay, ay, ay, oh, oh, oh.


Alegres y felices, hacían chistes de borrachos y lanzaban ruidosas carcajadas. Hasta Bessie reía, sin importarle que el cabello se le alborotase.

– ¡Shh! No hagan tanto ruido. ¡Pueden descubrirnos!

– ¿Quién podría encontrarnos? Toda la gente divertida, salvo nosotros, ya se fue a su casa -se defendió Philippa.

– ¿Y tú qué haces todavía aquí, mi bella dama? -preguntó lord Robert Parker clavando sus ojos lascivos en los senos que se asomaban por la camisa entreabierta de Philippa.

– ¿Adonde podría ir? ¿A Friarsgate? ¿A conversar con las ovejas? Prefiero recluirme con la reina en Woodstock antes que volver a Cumbria.

– Cum-cum-cumbria -canturreó lord Robert-. ¡Pobre señorita Philippa!

– Bebamos -sugirió Roger Mildmay, pasando la jarra a sus compañeros.

– Yo… hic… det-testo Cumbria -declaró Philippa-. Sigamos jugando y veamos quién tiene la suerte de ganar mi falda. O tal vez pueda recuperar mi corpiño, Hal Standish. -Tiró los dados y suspiró desilusionada-. Ahora te llevarás mi falda. Es justo, ¿para qué querrías un corpiño sin una falda? -Se puso de pie y volvió a lidiar con las presillas. Finalmente, logró desabrocharla y la falda cayó al suelo.

– ¿Qué diablos está sucediendo allá arriba? -tronó una voz familiar. El rey apareció con Charles Brandon en la terraza de la torre. Miró con indignación al quinteto de cortesanos y gritó:

– ¡Mildmay, Standish y Parker! Explíquenme ya mismo qué está sucediendo aquí.

– Jugábamos a los dados, Su Majestad -respondió Philippa eufórica-. Y parece que esta noche la suerte no me acompaña, hic. Será difícil recuperar la ropa. ¡Hic! ¡Ja, ja, ja!

Charles Brandon contuvo la risa. Esa niña estaba tan borracha como un tabernero.

– Cuan distinta es esta joven de su madre. ¿No te parece, Enrique? El rey frunció el ceño.

– Señorita Blount, ayude a la señorita Meredith a vestirse y llévela a la cama. Mañana, luego de la misa, tráigala a mi salón privado. ¿Entendido?

Elizabeth Blount estaba pálida, había recobrado la sobriedad a causa del susto.

– Sí, Su Majestad -susurró. Comenzó a recoger las prendas de Philippa y la ayudó a vestirse. Pero la joven se puso a cantar de nuevo la canción del pastor y la lechera.

El rey estaba horrorizado. Los tres caballeros, que también habían recuperado la compostura ante la presencia de Su Majestad, trataban de contener la euforia. Pero cuando Charles Brandon soltó sus campechanas carcajadas, los jóvenes volvieron a reírse hasta que el largo crepúsculo se hundió en la noche.

Bessie Blount había logrado vestir a Philippa y trataba de mantenerla de pie, pero la muchacha se cayó y su cabellera caoba terminó barriendo las botas del rey. Todos se quedaron mudos.

– Estoy tan cansada -murmuró-. Muy cansada. Hic. -Y en medio del silencio, comenzó a roncar suavemente.

Tras una larga pausa en la que nadie parecía respirar, el rey, harto de esa situación vergonzosa, le ordenó a Mildmay:

– Lleva a esta doncella a su cama. Standish, usted y Parker, la bajarán por las escaleras y después se la entregarán a sir Roger. Señorita Blount, acompáñelos y permanezca en el dormitorio junto con la señorita Meredith. En cuanto a ustedes tres, caballeros, vuelvan de inmediato a la torre. Les daré una lección de astronomía, así evitaré que se escabullan en el dormitorio de las doncellas. Señorita Blount, cierre la puerta de la recámara; enviaré a mi guardia personal para que verifique que mis órdenes se hayan cumplido a la perfección. Por último, mis estimados caballeros, retornarán a sus hogares en dos días. No están invitados a Esher. ¿Entendido?

– Sí, Su Majestad -contestó el trío a coro.

– Si así lo desean, pueden regresar para Navidad, pero no antes.

– Sí, Su Majestad -repitieron al unísono.

Luego, lord Parker y lord Standish alzaron a Philippa. Uno la tomó de los pies y el otro de los brazos. Descendieron de la Torre Inclinada, seguidos por sir Roger y Elizabeth Blount. Charles Brandon volvió a reír cuando oyó a uno de los jóvenes quejarse de la carga.

– ¡Uf! ¡Nunca pensé que Philippa pesara tanto!

– Tonto, ¿no te das cuenta de que es un peso muerto?

El conde de Suffolk miró a su cuñado y le preguntó:

– ¿Qué haremos con esta joven, Enrique? Rosamund Bolton moriría de vergüenza si se enterara de la conducta de su hija.

– La pobre niña tiene el corazón destrozado por el maldito FitzHugh -dijo el rey-. Hablaré con la reina del tema.

– ¿De veras enviarás a tu guardia a cerciorarse de que la puerta del dormitorio de las doncellas esté cerrada? -preguntó Charles Brandon en tono burlón.

– Por supuesto.

– La señorita Blount es una niña encantadora, ¿verdad?

– Sí -respondió el rey, pensativo.

A la mañana siguiente, Philippa se despertó con una espantosa sensación: la jaqueca le impedía abrir los ojos, pues no toleraba el menor rayo de luz, le latían las sienes y apenas podía moverse. Bessie logró sacarla de la cama pese a las protestas de su amiga.

– ¡Voy a morir! -gritó Philippa.

– No, vas a vestirte para la misa. La reina notará enseguida tu ausencia.

– ¿Qué pasó? ¿Cómo llegué aquí y quién me puso la ropa de dormir?

– ¿De veras no te acuerdas?

– ¡No!

La muchacha le contó todos los detalles de la velada, mientras Philippa enrojecía de vergüenza.

– ¿Me quedé en camisa? -preguntó Philippa horrorizada-. ¡Dios mío!

– Eso no fue lo peor -continuó Bessie divertida, y le relató cómo fueron sorprendidos por el rey y el duque Suffolk, y el deplorable estado en el que ella se encontraba-. ¡Estabas totalmente dormida y hasta roncabas!

– ¡Oh! ¡Virgen Santa! Estoy arruinada. ¿Y qué sucedió después? -preguntó con nerviosismo.

– El rey pidió que te llevaran al dormitorio de las doncellas. Les ordenó a los caballeros que retornaran a sus hogares y no volvieran hasta Navidad. A ti quiere verte hoy mismo, después de la misa en su salón privado, yo te acompañaré.

– Tengo náuseas.

Bessie le alcanzó una bacinilla y se dio vuelta mientras oía las arcadas de Philippa. Cuando la joven terminó de vomitar, Bessie le dijo:

– Ahora debemos ir a misa. Enjuaga tu boca con agua de rosas y partamos ya mismo. Pero no se te ocurra tomar una gota de agua por el momento. Eso te haría seguir vomitando. Más tarde te traeré un poco de vino.

– No volveré a tomar vino nunca más -declaró Philippa. Bessie rió.

– Confía en mí. Una pequeña dosis del mismo veneno solucionará todos tus problemas, salvo el dolor de cabeza, creo.

– ¡Voy a morir! -repitió Philippa. Se enjuagó la boca, pero no pudo sacarse el sabor amargo.

Salieron deprisa hacia la capilla real, llegaron justo cuando entraba la reina. Catalina se dio vuelta y miró a Philippa. Luego sacudió la cabeza y se dirigió a su silla.

"La reina ya lo sabe -pensó Philippa-. Tres años sin un traspié y ahora caigo en desgracia. Y todo por un hombre que prefirió ser sacerdote a casarse conmigo. ¿En qué estaba pensando cuando actué así? No quiero pasar el resto de mis días en Friarsgate. ¿Qué haré si me echan de aquí? No volveré a ver a mi querida Ceci, todo por culpa del maldito Giles. Soy una tonta, una cabeza hueca. ¡Dios mío! Tengo náuseas de nuevo, pero no debo vomitar". Se tragó la hiel y rogó al Señor que la ayudara a guardar la compostura.

Cuando la misa concluyó, Bessie Blount la acompañó al salón privado del rey. Las dos muchachas tuvieron que esperar de pie en la antecámara, entre secretarios, mercaderes extranjeros y otros personajes que solicitaban audiencia con Su Majestad. Por fin, un paje vestido con la librea real se les acercó.

– Señorita Blount, Su Majestad le permite retirarse. Señorita Meredith, por favor, sígame.

– ¡Buena suerte! -dijo Bessie, apretando con fuerza la mano helada de Philippa. Luego, salió deprisa para tomar el desayuno.

El paje la condujo hasta donde estaban los reyes y se quedó esperando detrás de la puerta.

– Ven aquí, hija mía -dijo la reina.

– Acércate, señorita Meredith, y explícame tu conducta de anoche -agregó el rey con severidad.

La pareja real estaba sentada a una mesa de roble, frente a Philippa. La joven hizo una reverencia y sintió como si su cabeza fuera a rodar por el piso. Respiró hondo, se aclaró la garganta y declaró con voz trémula:

– No hay ninguna excusa para mi conducta, Su Majestad. Pero en mi defensa debo alegar que nunca antes me comporté de esa manera y le aseguro que jamás lo volveré a hacer.

– Eso espero, Philippa Meredith -dijo suavemente la reina-. Tu madre se sentiría muy mal si se enterara de tu mala conducta.

– Estoy tan avergonzada, Su Majestad. Apenas recuerdo lo sucedido. Bessie Blount me puso al tanto de mi aberrante conducta. Nunca había hecho algo así en mi vida. Y usted lo sabe.

– Estabas ebria, pequeña -comentó el rey con calma.

– Sí, Su Majestad -admitió Philippa, bajando la cabeza.

– ¡Fue un espectáculo vergonzoso!

– Es cierto, Su Majestad. -Sintió que las lágrimas le rodaban por las mejillas.

– ¡Me sorprende que conozcas canciones de ese tipo!

– Las escuché en los establos -respondió Philippa.

– Apostaste tu dinero, tu ropa, y si yo no hubiera llegado a tiempo, no sé qué otra cosa hubieras entregado. ¿Por qué una jovencita como tú arruinaría su reputación por un capricho? Conocí a tu padre, era uno de los hombres más honorables del reino. Y pienso lo mismo de tu madre, aunque se haya casado con un escocés. Su buena conducta y lealtad te han brindado el honor de servir a nuestra reina. ¿Acaso quieres perder esos privilegios?

Philippa comenzó a sollozar.

– No, Su Majestad. Estoy tan orgullosa de servir a mi reina. Siempre quise estar a su lado. ¡Estoy tan arrepentida! Le ruego me perdone, Su Majestad. Lamento haberlo desilusionado de esa manera. -Philippa se echó a llorar, cubriéndose el rostro con las manos.

El rey parecía incómodo. No le gustaba ver llorar a las mujeres. Se puso de pie, se acercó a Philippa y la rodeó con su brazo. Sacó un pañuelo de seda y le secó los ojos como si fuera una niñita.

– No sufras más, pequeña. No es el fin del mundo -la tranquilizó. Le dejó el pañuelo y volvió a sentarse.

La muchacha trató de controlarse. Era una situación penosa, nadie aullaba como un bebé frente a un rey. Pero le dolía la cabeza y también el abdomen.

– Temo que decidan enviarme de regreso a Friarsgate -se animó a decir. Se enjugó las lágrimas y los miró a los ojos.

– Así es -dijo el rey alzando la mano para evitar que la joven intentara defenderse-. La reina y yo pensamos que debes regresar con los tuyos por un tiempo. No has estado en tu casa durante varios años. Cuando tu madre considere que estás lista para volver a la corte, nosotros te recibiremos con los brazos abiertos. Partirás con tu doncella mañana. Acompañarás a la comitiva de la reina hasta Woodstock y luego continuarás tu camino escoltada por nuestros hombres.

"No puedo objetar esta decisión -pensó Philippa-. Nadie discute con los reyes. Además, dijeron que podía volver".

– Gracias, Su Majestad -dijo tras hacer una reverencia.

– Por fortuna, hay poca gente en Richmond, Philippa Meredith. Los pocos que se han enterado de tu indiscreción la habrán olvidado cuando regreses. -Le tendió la mano. Philippa la tomó y besó el anillo del rey,

– Gracias, Su Majestad. Su Majestad -se dirigió a la reina-, por favor, acepte mis disculpas por la inexplicable conducta de anoche. No volverá a ocurrir. -Se inclinó en una profunda reverencia.

– Le llevarás una carta a tu madre -agregó el rey y levantó su mano en señal de despedida.

Suspirando, Philippa salió del salón privado del rey. La reina volteó hacia su marido.

– Milord, trata de ser diplomático cuando le escribas a Rosamund Bolton. Quiero volver a ver a Philippa en la corte en el futuro y, además, sé que la joven no quiere vivir en el norte.

– ¡Qué extraño! A Rosamund nunca le interesó la vida palaciega. En cambio, su hija mayor adora esa vida y es, sospecho, una perfecta dama de la corte. Me pregunto qué sucederá cuando se encuentren madre e hija. A Philippa no le gustará permanecer en Cumbria.

– Pero ella es la heredera de Friarsgate.

– Sospecho que eso no le importa demasiado.

Philippa se dirigió deprisa a la habitación donde sabía que Bessie la estaría esperando.