– Mira. Flores. Bonitas.
– Te estás burlando de mí.
– Sólo un poco. Está bien, estos tiestos tienen hierbas. Albahaca y romero, y se las reconoce por el olor y por sus usos culinarios. Y estos otros dos tiestos tienen flores, son rosales pequeños, de pitiminí; muy fáciles de cuidar.
– Bueno.
Willow esperó a que dijera algo más. Sabía que a Kane las plantas no le volvían loco, pero… ¿aceptaría el regalo?
– ¿Qué? -preguntó él.
– Podrías fingir interés.
– ¿Me creerías?
– Lo intentaría.
Kane suspiró.
– Son preciosas. Gracias.
– De nada.
Willow, aún agarrándole la mano, tiró de él otra vez.
– Ven a ver a los gatos. Dos de las crías han abrieron los ojos.
Kane le permitió llevarlo al otro lado del cuarto de estar. Jazmín maulló cuando lo vio; se levantó, se estiró y saltó de la caja.
Kane se agachó y acarició al animal.
– ¿Qué tal el viaje? -le preguntó ella cuando Kane se enderezó.
– Bien.
– ¿Café?
– Bueno -respondió él tras titubear unos momentos.
Una vez en la cocina, Willow echó el agua en la cafetera y sacó el paquete de café de la nevera.
– Me he portado muy bien durante tu ausencia -declaró ella-. No he cotilleado. Ni he mirado los cajones, ni los armarios ni nada.
– En ese caso, ¿cómo sabías dónde tenía el café?
Willow sonrió.
– Te vi sacarlo de la nevera cuando estaba aquí. De hecho, no me he portado bien, me he portado excelentemente.
– ¿Te ha resultado muy difícil?
Willow encendió la cafetera eléctrica.
– Sí, bastante. Pero te di mi palabra y soy una persona de principios.
Kane la miró y ella sintió la intensidad de su mirada. ¿Había ardor en esos ojos o eran imaginaciones suyas?
– ¿Cuántos hombres ha habido en tu vida? -preguntó él-. Me refiero a tipos como Chuck.
– Un par.
Kane continuó mirándola.
– Unos cuantos -añadió Willow.
– ¿E intentabas solucionarles la vida a todos?
– Más o menos; algunas veces, funcionó.
– ¿Y sigues pensando en solucionarme la vida a mí? -preguntó Kane con ironía.
– ¿Sabes? Estaba pensando justo en eso. La cuestión es que no creo que tú necesites que te solucione la vida nadie. La tienes más o menos resuelta. A excepción de lo de estar solo. Eso es una pena.
– Puede que sea porque me gusta el silencio.
– A nadie le gusta estar solo todo el tiempo. Admítelo, te has alegrado de verme al llegar.
– Sí, me ha encantado verte con un tipo que estaba a punto de pegarte.
– No creo que pensara hacerlo en serio -comentó Willow.
– Pues yo creo que sí -Kane se le acercó-. Eres un peligro para ti misma.
Willow sintió el calor del cuerpo de Kane.
– ¿Vas a solucionarme la vida? -preguntó ella mirándolo a los ojos, y contuvo la respiración al ver tanta pasión.
Volvía a desearla.
– Lo tuyo no tiene arreglo.
– Podrías intentarlo.
– Tengo una idea mejor.
¡Maravilloso! Willow apagó la cafetera.
– Dime que quieres hacer esto -dijo Kane.
– Te deseo, Kane.
Kane le sacó el jersey por la cabeza y, mientras se besaban, le bajó la cremallera de los pantalones. Al momento, ella sintió los dedos de él en la entrepierna y todo pensamiento coherente se desvaneció.
Sólo existía el aquí y ahora, y la magia que ese hombre estaba creando.
Kane continuó acariciándola y besándola. Con la mano que tenía libre, le desabrochó el sujetador. Ella bajó los brazos y dejó que la delicada pieza de lencería cayera al suelo; después, contuvo la respiración cuando Kane, bajando la cabeza, le cubrió un pezón con la boca.
Un exquisito placer se apoderó de ella. Pero quería más, necesitaba más…
– Kane -susurró Willow-. No puedo contenerme por más tiempo.
Fueron las palabras equivocadas, porque Kane se detuvo. Antes de que ella pudiera protestar, él le había quitado los zapatos, los pantalones, los calcetines y las bragas. Cuando se quedó desnuda, Kane se desnudó también, agarró un condón y la condujo a la cama.
Una vez que Willow estaba tumbada, Kane se arrodilló entre sus piernas y la besó en el centro de su deseo.
Willow recordó la vez anterior que Kane le había hecho eso, el placer que le produjo, la facilidad con que le hizo alcanzar el clímax. En esta ocasión, se relajó y se entregó a un mundo de pura sensación.
Hincó los talones en el colchón y se arqueó. Más y más cerca. La lengua de Kane la estaba llevando al momento anhelado.
– Ya casi -dijo Willow jadeante, moviéndose con más rapidez-. Casi…
El orgasmo la hizo temblar de pies a cabeza. Era maravilloso. Era prácticamente un milagro.
Willow abrió los ojos y le sorprendió mirándola.
– Se te da verdaderamente bien -murmuró ella.
– Estoy inspirado.
Mientras Willow se relajaba, Kane se había puesto el condón. Le agarró el miembro y lo guió a su interior; entonces, contuvo el aliento al sentir, una vez más, un placentero cosquilleo.
Lo rodeó con las piernas, empujándolo hacia sí. Kane, apoyándose en los codos, la miró fijamente mientras la llenaba; entonces, se retiró. Lo hizo una y otra vez, sin apartar los ojos de los de ella.
Willow no rompió el contacto visual. Vio pasión en los ojos de Kane y algo más. Algo oscuro y roto que pedía su auxilio. ¿Era su corazón? ¿Era su alma?
Tembló al pensar en ese hombre solitario compartiendo tanto con ella. ¿Había logrado alguien más acercarse tanto a Kane?
No lo sabía y al poco dejó de pensar, cuando la fuerza del cuerpo de Kane volvió a conducirla al borde del orgasmo.
Cada empellón de Kane la llenaba… hasta hacerla gritar de placer cuando alcanzó el clímax. Involuntariamente, cerró los ojos, y fue cuando Kane se dejó llevar a la cima del placer, perdiéndose en ella.
Kane estaba sentado en el cuarto de estar con una copa en la mano. Era pasada la medianoche y la casa estaba en silencio. Incluso los gatos dormían.
Sólo una pequeña lámpara en un rincón proyectaba más sombras que luz, haciéndose eco de su estado de ánimo.
Había roto las reglas que se había impuesto a sí mismo. Reglas fijadas después de que una mujer hubiera estado a punto de causar su muerte. ¿No era suficiente lección un disparo en el vientre? ¿Por qué arriesgarse otra vez? La dependencia emocional sólo podría hacerlo más débil. Tenía que ser fuerte, era la única forma de mantenerse vivo.
Algo lógico. El problema era que no podía comportarse de forma lógica al lado de Willow.
No sabía por qué. ¿Por qué ella y no otras? ¿Qué tenía Willow que le hacía desear olvidar las lecciones que le había enseñado la vida? ¿Por qué, a pesar de haber estado tan lejos, no había podido olvidarla?
Se quedó mirando el paquete que tenía en la mesa de centro. En Nueva York, una vez zanjados los asuntos que lo habían llevado allí y con unas horas libres antes de tomar el avión de regreso, había hecho algo que jamás había hecho… se había ido de compras.
Le había comprado un bolso grande cubierto de plantas. Era colorido y ridículamente caro; sin embargo, en el momento en que lo vio, se dio cuenta de que era el regalo para ella. Lo había comprado, lo había llevado a casa y ahí lo tenía ahora.
¿Y qué debía hacer? ¿Dárselo? Sabía lo que Willow pensaría y lo que significaría para ella. Pensaría que él sentía algo por ella, pero no era así. No podía ser así. No podía arriesgarse a que una persona lo destruyera.
Willow troceó las verduras para la ensalada. Marina abrió el horno una vez más y se quedó mirando el pan.
– ¿Está dorándose? No me parece que se esté dorando -dijo Marina.
Julie miró a Willow y luego alzó la mirada al techo.
– Eres la científica de la familia -dijo Julie-. Por lo tanto, deberías saber que el calor se escapa cuando se abre la puerta del horno. Si sigues así, el pan no se va a dorar nunca. Cierra la puerta y no vuelvas a acercarte al horno.
– Sí, ya lo sé -Marina obedeció a su hermana-. Pero es que es la primera vez que hago pan y quiero que me salga bien.
Era sábado y Willow y sus hermanas estaban en casa de su madre. Naomi se había ido a trabajar con el doctor Greenberg a una clínica de bajo coste y sus hijas habían decidido preparar una cena.
Willow dejó el cuchillo y se limpió las manos con el trapo de cocina. Entonces, miró a sus hermanas.
– Tengo que deciros una cosa.
Julie y Marina la miraron.
– Me han despedido de la revista.
– Oh, no -Marina se apartó del horno y se acercó a ella-. Qué pena. ¿Por qué te han despedido? ¿Cuándo? ¿Cómo estás?
Julie también se le acercó y le puso un brazo sobre los hombros.
– ¿Quieres que los denuncie?
Willow negó con la cabeza.
– Estoy bien. Al principio, me deprimí bastante, pero ahora estoy bien. Ha servido para darme cuenta de lo que realmente quiero hacer con mi vida.
– ¿Y qué es? -preguntó Marina algo preocupada.
– Para empezar, voy a trabajar en un invernadero; luego, quiero abrir mi propio negocio. Empiezo el trabajo el lunes y es un sitio estupendo. Es enorme. Venden plantas a muchos diseñadores de jardines. Beverly quiere que la ayude a preparar plantas híbridas. También voy a empezar un curso de negocios en enero. Eso me ayudará a montar mi propio invernadero con el tiempo.
Marina y Julie se la quedaron mirando.
– Vaya, lo tienes todo pensado -dijo Marina con admiración-. Estoy realmente impresionada.
– Y yo -dijo Julie-. Es estupendo.
– Sí, lo es. Y esta vez sé lo que tengo que hacer.
– Me alegro -dijo Julie-. ¿A qué se debe este cambio?
– Perder el trabajo en la revista es lo que me ha hecho recapacitar sobre lo que realmente quiero hacer -contestó Willow.
Kane había ayudado, claro. Pero, por extraño que pareciera, no quería hablar de él. Quizá fuera porque no estaba segura de si tenían una relación o no.
– Sólo hay una cosa que quiero pedirte -dijo Willow dando una palmada a Marina en el brazo.
– Pídeme lo que quieras -le contestó su hermana con una sonrisa.
– Estupendo. Bueno, voy a necesitar que te cases con Todd. No me vendría mal un millón de dólares para montar el negocio.
Capítulo 8
Kane se sacó del bolsillo de la camisa una memoria USB y la dejó encima del escritorio de Todd.
– Tenemos un problema.
Todd agarró la memoria USB.
– No me va a gustar el problema, ¿verdad?
– Me parece que no. La nueva empresa se basa en los programas exclusivos que tiene. Si los perdemos, tendremos que cerrar. Evidentemente, los empleados, en virtud de su contrato, no pueden divulgar información; y en cuanto a la piratería informática, se han instaurado las medidas pertinentes para evitarla. No obstante, alguien con un par de memorias USB en el bolsillo puede robar la suficiente información como para hundir la empresa.
– ¿Puedes tomar las medidas necesarias para evitar que eso ocurra? -preguntó Todd.
– Sí, claro. Pero no va a ser barato y es bastante complicado desde el punto de vista logístico.
– Para eso se te paga tanto dinero.
Kane sonrió.
– En ese caso, ¿tengo carta blanca para hacer lo que tenga que hacer?
Todd le devolvió la memoria USB.
– ¿Estás bien aquí, trabajando para Ryan y para mí?
Kane miró a su jefe. ¿Qué pasaba? ¿Se iba a poner Todd sentimental?
– ¿Por qué lo preguntas?
– Porque eres bueno en tu trabajo y no queremos perderte. Sé que te han hecho muchas ofertas. Ofertas horribles. Misiones secretas en lugares conflictivos con el fin de proteger a imbéciles que, en principio, no deberían estar allí.
– No me ha tentado ninguna -contestó Kane.
– ¿No te han ofrecido el suficiente dinero?
– Como te he dicho, estoy bien aquí. Y no puedo quejarme del sueldo.
– Sé que no es asunto mío, pero… ¿no tienes ya dinero de sobra para jubilarte? -preguntó Todd-. No necesitas seguir trabajando.
«Ocho millones», pensó Kane. Pero quería doblar esa cantidad antes de irse a vivir a su aislado paraíso.
– Me gusta este trabajo. Además, tengo gustos muy caros. Seguiré aquí durante algún tiempo más.
– Me alegra oírte decir eso -respondió Todd-. Hablando de otra cosa, ¿qué tal con Willow?
– ¿Por qué lo preguntas?
– Porque hace un par de noches vi su coche aparcado delante de tu casa. ¿Estáis…?
– No -respondió Kane rápidamente-. No estamos juntos.
– Mmmm -murmuró Todd-. Mira a Ryan, por ejemplo. Hace unos meses, yo habría jurado que era el soltero más empedernido que conocía. Pero ahora… está loco por Julie. Nunca lo había visto tan feliz.
– ¿Te da envidia? -preguntó Kane.
– No. Nunca he tenido suerte con las relaciones y no tengo intención de casarme. Cuando sea viejo, me haré con un montón de perros y les dejaré mi herencia cuando muera.
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