Kane se echó a reír.

– Eso no hay quien se lo crea.

– Lo sé, pero me encanta decir este tipo de cosas a mi familia; sobre todo, a la tía Ruth. Por cierto, sigue empeñada en casarme.

Todd pronunció la última frase con una mezcla de frustración y afecto. Kane sabía que tanto Todd como Ryan querían mucho a su tía.

– Bueno, Julie ya no es un peligro para ti -dijo Kane, recordando el millón de dólares que las hermanas Nelson cobrarían si alguna de ellas se casaba con Todd.

– Lo que no sé es si Willow lo es o no.

Kane ignoró el comentario.

– Aún queda Marina.

– No la conozco. Lo único que sé es que voy a mantenerme lo más lejos de ella como me sea posible.

– Se parece a sus hermanas -dijo Kane.

– ¿La conoces?

– La he visto una vez cuando acudió en auxilio de Willow y apareció con los artículos necesarios para el cuidado de los gatos.

– ¿Atractiva?

No tan guapa como Willow.

– Sí.

– Aunque no sé por qué pregunto porque no me importa -murmuró Todd-. ¿En qué estaría pensando Ruth cuando ofreció todo ese dinero para que alguna se casara conmigo? Si me quisiera casar, lo haría. De todos modos, si ves a Marina por aquí, avísame. ¿De acuerdo?

– Por supuesto.

Kane se encaminó hacia su oficina. Al entrar, se encontró con una mujer mayor muy bien vestida esperándolo.

– Usted debe de ser Kane -dijo la mujer.

– Sí, señora.

La mujer se levantó y se acercó a él.

– Por favor, no me llame señora. Soy Ruth Jamison, la abuela de Willow.

Kane le estrechó la mano y la invitó a sentarse en el sofá de cuero que había en un rincón del despacho.

– ¿En qué puedo servirle? -preguntó Kane, sentándose en un sillón delante del sofá.

– Parece usted un joven directo y agradable, así que voy a ser directa también. Tengo entendido que está saliendo con mi nieta, Willow.

Kane abrió la boca y volvió a cerrarla.

– Digamos que la conozco -contestó Kane.

– Sí. Por lo que sé, la conoce íntimamente -Ruth alzó una mano para acallar sus protestas-. El otro día almorcé con Julie y ella mencionó algo. Le aseguro que no estoy espiando. No interfiero en la vida de mis nietas. Sé que fue culpa mía perder el contacto con ellas y ahora debo ser paciente. No puedo obligarlas a quererme en unas semanas. No obstante, sentía curiosidad por saber cómo era usted, pero eso no es interferir en sus vidas.

Kane no sabía qué decir. Por suerte, Ruth parecía contenta con llevar ella la conversación.

– Estoy empezando a pensar que ninguna de mis nietas se va a casar con Todd; aunque, por supuesto, estoy encantada con lo de Julie y Ryan. Como a usted no lo conozco, no sé si es o no el hombre adecuado para Willow. ¿Tienes usted pensado romper con ella pronto?

– Nosotros no… Yo no he… -Kane lanzó una maldición para sí, en silencio-. No lo sé.

– Es una pena. De todos modos, si es usted un buen hombre, podría salir bien. Por supuesto, en ese caso, sólo queda Marina para Todd, y no tengo idea de cómo hacer que se conozcan. Ahora que Todd conoce mis planes, estará en guardia.

– Creía que no era su intención interferir en la vida de nadie.

– Y así es. Lo único que estoy haciendo es ayudar. Los jóvenes necesitan esta clase de ayuda. Si me resignase a seguir el curso de la naturaleza, estaría muerta antes de poder ver a mi primer bisnieto. Y eso no le gusta a nadie.

La mujer se levantó.

– Ha sido un placer conocerlo, Kane. Cuide de Willow, es una joven muy especial.

Cuando Ruth llegó a la puerta, se volvió y lo miró.

– He oído que tiene usted gatitos.

– Ah, sí, tres.

– Estupendo. Cuando estén algo crecidos, me llevaré uno. Siempre he querido tener un gato. A Fraser no le gustaban los animales, pero ahora estoy sola… -Ruth suspiró-. En fin, es una de las ventajas de estar sola. Sin embargo, si pudiera estar con él… Bueno, adiós, Kane.

– Adiós, señora Jamison.


Willow se dirigió a la puerta de la casa de Kane con bolsas de comida.

– Te he traído comida -dijo ella al entrar.

– Ya lo veo.

Willow fue directamente a la cocina, comportándose como si estuviera en su casa. Después de meter algunos alimentos en la nevera, dejó el pan y el vino encima del mostrador; luego, se volvió de cara al posiblemente desganado anfitrión.

– Te llamé para decirte que venía con la cena -dijo ella, intentando que sus palabras no adquirieran un tono defensivo. En realidad, estaba más o menos nerviosa.

– He escuchado el mensaje.

– Es una cena de celebración -dijo ella.

– Lo has mencionado en el mensaje.

Kane no parecía muy feliz. Aunque, por suerte, tampoco parecía infeliz.

– Quería darte las gracias -dijo Willow en voz queda-. Por tu ayuda en los momentos difíciles, cuando perdí el trabajo. Por cierto, llevo ya una semana trabajando con Beverly y me encanta.

Willow alzó las manos, mostrándoselas. Kane arqueó las cejas.

– Diez dedos. Muy bien.

– No, tonto, mírame las uñas. No tengo uñas; es decir, ya no las tengo largas. Y me han salido callos. Me paso el día trabajando con las plantas, me encanta y todo te lo debo a ti.

– Lo habrías conseguido tú sola.

– Puede ser. Pero me habría llevado una eternidad. Esto es lo que debería haber hecho desde hace siglos y lo sé por ti. A eso se debe la celebración.

– La semana pasada estuve en Nueva York -declaró Kane.

– Eso ya lo sabía.

– Sí, bueno. Y tú cuidaste de los gatos.

Willow se lo quedó mirando. Algo pasaba. Kane parecía… incómodo.

– Verás… te he traído algo -añadió él.

A Willow le temblaron las piernas.

– ¿Me has comprado algo? ¿Quieres decir que me has traído un regalo?

– Un regalo de agradecimiento.

Willow se sintió como una niña de cinco años el día de Reyes.

– ¿Qué es? ¿Es grande? ¿Es algo típico de Nueva York?

Se quedó a la espera mientras Kane iba a su habitación. Al volver, lo hizo con un enorme paquete que le dio. Ella lo dejó encima del mostrador y lo abrió.

Era un bolso de cuero precioso con adornos florales de todos los colores.

– Es una maravilla -dijo Willow, casi sin creer que aquello era para ella.

– Como te gustan las flores, pensé que te gustaría.

Willow miró el interior del bolso. Tenía compartimentos para bolígrafos, teléfono móvil y gafas de sol. El forro era sumamente suave y el cuero también.

– Es increíble -dijo ella con reverencia-, pero es demasiado. Kane, esto es más que un regalo de agradecimiento por cuidar de tus gatos.

– Es el regalo que te he comprado. Si te gusta, quédatelo.

– ¿Si me gusta? Lo más probable es que quiera que me entierren con él.

– Estupendo -Kane sonrió-. Al ver el bolso pensé en ti, por eso te lo compré.

¿Lo había comprado para ella? No podía creerlo.

– Gracias. En serio, es precioso y me encanta.

– Muy bien. Y ahora, ¿qué vino has traído? -preguntó Kane cambiando de conversación rápidamente.

Willow le dio la botella.

– Es un buen Merlot y estaba rebajado.

Kane sacó el sacacorchos de un cajón y abrió la botella. Luego, sirvió dos copas.

– ¿Eran filetes lo que te he visto meter en la nevera? -preguntó Kane dándole una de las copas.

– Sí -Willow sonrió traviesamente y brindó con él-. Porque nuestros sueños se conviertan en realidad.

Más tarde, después de cenar y sentados en el cuarto de estar delante de la chimenea, Willow se acurrucó en el sillón e intentó no hacerse ilusiones con todo lo que había pasado aquella tarde. Kane le había hecho un regalo, habían bebido vino, habían cenado y habían hablado mucho. Eran un hombre y una mujer que se habían acostado juntos en más de una ocasión.

El problema era que Kane le gustaba. Mucho., Kane era duro por fuera; pero, por dentro, era como la mantequilla.

– Para ser vegetariana te gusta mucho la carne -dijo él.

– Sé que es un defecto. Puedo pasar meses y meses sin probarla y luego, de repente, necesito comer carne.

Willow le sonrió. Kane no le devolvió la sonrisa, pero había fuego en sus ojos. De repente, ella se imaginó con él haciendo el amor delante de la chimenea.

– Me deseas otra vez -declaró Willow contenta-. Desearme es una de tus mejores virtudes.

– Estás haciendo suposiciones.

– No, lo veo en tus ojos.

– Estás borracha.

Willow miró su copa; no tenía idea cuántas copas de vino se había tomado.

– Puede que esté algo alegre. ¿Cómo sabes si lo estoy o no?

– Dudo de que dijeras lo que has dicho si estuvieras sobria.

– Tiene sentido. Piensas con lógica. Me gusta.

– ¿Te ocurre con frecuencia? -preguntó Kane señalando la copa de vino que ella tenía en las manos.

– Casi nunca. No me gusta perder el control, me asusta. Pero aquí, contigo, me siento completamente a salvo. Es muy raro. Eres la única persona que me ha hecho sentirme especial y a salvo.

– No te fíes de mí, Willow. No soy uno de los buenos.

– Claro que lo eres.

Kane se puso en pie, se acercó al sillón que ocupaba ella, le tomó la mano y la hizo levantarse. Después de quitarle la copa de vino y dejarla en la mesa, se la quedó mirando a los ojos.

– Willow, quiero que tengas claro que no salimos juntos -dijo él.

– Claro que no.

– Esto no va a ir a ninguna parte.

– No me importa.

Kane suspiró.

– ¿Estás lo suficientemente sobria para tomar una decisión racional sobre si quieres o no quedarte aquí a pasar la noche?

Bien, iban por el buen camino.

– No. Pero estoy lo suficientemente sobria para decirte que me poseas con todas tus fuerzas, tipo duro.

Kane la abrazó.

– No tengo ningún problema con eso.

Capítulo 9

Era un día perfecto, pensó Willow feliz al salir del cuarto de baño e ir a la cocina.

– Vaya, madrugas -comentó Kane.

Kane estaba preparando café. Llevaba pantalones vaqueros y una camiseta. Y ella sabía que, debajo, no llevaba nada.

Por supuesto, ella tampoco llevaba mucha ropa. Como no tenía una bata, Kane le había ofrecido una camisa blanca suya. Era enorme, pero le gustaba cómo le quedaba. Además, le hacía sentirse más cerca de él.

– A veces, me gustan las mañanas -dijo Willow, incapaz de apartar los ojos de Kane.

– ¿Estás cansada? -preguntó él.

– Sí. ¿Y tú?

– Me echaré una siesta.

Willow rió. Kane encendió la cafetera eléctrica; después, se acercó a ella y la besó, deslizando sus manos por debajo de la camisa, acariciándole las desnudas nalgas.

– ¿Otra vez? -preguntó Willow con el pulso acelerado.

– Quizá después de desayunar -contestó Kane apartándose de ella-. ¿Por qué estás tan sonriente?

– Estaba pensando en anoche.

– Ah. Vale.

Willow volvió a reír. Kane estaba aprendiendo a sentirse relajado con ella. Lo conocía lo suficiente para dudar de que eso le ocurriera con otras personas.

– Debes de tener hambre, ¿no? -dijo Kane.

– Estoy muerta de hambre.

Kane le indicó la nevera.

Willow alzó los ojos al techo.

– No, gracias. Sé que no tienes nada en la nevera, aparte de unos cuantos condimentos y una caja de levadura.

– Crees que lo sabes todo, ¿verdad?

– Así es -Willow se acercó a la nevera, la abrió y vio… comida.

– Has ido a la tienda de comestibles -dijo ella mirándolo.

Kane se encogió de hombros.

– Sí, mientras tú dormías.

– Tienes comida ahí dentro. Odias la comida.

– Me gusta la comida. Y como sabía que tarde o temprano ibas a venir, compré unas cuantas cosas.

Willow examinó el interior del frigorífico. Había huevos, beicon, queso, bollos, zumo, pan, carne, lechuga y harina preparada para hacer pastas.

Cerró la puerta y volvió a mirar a Kane.

– ¿Sabías que iba a volver? -preguntó Willow.

– Eres muy obstinada.

Willow se le acercó y le puso las manos en el pecho.

– Eres un tipo duro. Podrías mantenerme alejada de ti si realmente quisieras.

Kane suspiró.

– Willow, no hagas una montaña de un grano de arena.

– Deja de decirme eso. Me invitas con una mano y con la otra me apartas -Willow respiró profundamente para darse ánimos-. Estamos saliendo juntos. Tú puedes llamarlo como quieras, pero la verdad es ésa. Somos una pareja. Tú quieres seguir viéndome y yo quiero seguir viéndote. Eso es salir juntos. Acéptalo.

La expresión de los ojos de Kane endureció, pero no se apartó de ella. Entonces, le cubrió las manos con las suyas y se las apartó del cuerpo.

– Tengo mis motivos para no querer decir que salgo contigo -dijo Kane-. Salir con alguien implica fiarse de alguien, y yo no me fío de nadie. Y no voy a cambiar.