En ese momento oyó la llave en la cerradura de la puerta. Sonrió cuando Kane entró en la casa.

– Los gatos me tiene aprisionada. Vas a tener que rescatarme. ¿Te parece bien?

Pero en vez de sonreír, ofrecerle la mano o reunirse con ella en el suelo, Kane cerró la puerta tras de sí y dijo:

– Willow, por favor, me gustaría hablar contigo. ¿Podrías levantarte?

Kane no sonreía y ella se levantó con un súbito ataque de angustia.

Fue entonces cuando lo supo. Lo vio en sus ojos. Volvían a estar vacíos. Tan vacíos como cuando lo conoció.

– Kane…

– Esto ha sido una equivocación -dijo él-. Siento haber participado en ello. No debería haber permitido nunca que te hicieras ilusiones. Soy una persona solitaria por naturaleza y eso no puedes cambiarlo. No me interesa lo que me estás ofreciendo, Willow. No te quiero.

Kane había hablado con calma y con una claridad que la hirió mortalmente y de por vida. No podía pensar, no podía hablar…

– Yo… -comenzó a decir ella.

Kane la interrumpió:

– No es negociable. Te doy dos horas para que recojas lo que tengas aquí y te vayas.


No estaba sufriendo lo suficiente. Willow sabía que eso era una mala señal, se debía a que aún no había asimilado lo ocurrido. Pero si apenas podía soportar el dolor que sentía, ¿qué iba a hacer cuando lo sintiera de verdad?

– ¿Qué puedo hacer por ti? -Marina salió de la cocina con el té-. ¿Quieres vino? ¿Vodka? ¿Qué contrate a un asesino a sueldo para que mate a Kane?

Willow lanzó una carcajada, luego sollozó una vez más y agarró un pañuelo de papel.

– Lo quiero.

Estaba sentada en el sofá de Marina. Aún tenía en el coche las plantas que había sacado de la casa de Kane, y su hermana se había ofrecido para hacerse cargo de los gatos hasta que encontraran un sitio para ellos.

– Estoy… bie… bien -respondió Willow con voz quebrada.

– Sí, ya lo veo -su hermana se sentó a su lado y le puso una mano en la pierna.

– Lo peor aún está por llegar -lo informó Willow.

Uno de los gatos se le subió encima. Willow lo acarició.

– No es culpa suya -añadió Willow-. Me lo advirtió desde el principio y fue muy claro. Pero yo no lo creí. ¿Por qué hago esas cosas? ¿Por qué no escucho?

– Todos oímos lo que queremos oír.

Willow sacudió la cabeza.

– Es más que eso. Estaba orgullosa de mí misma. Por fin sentía que había superado esa manía mía de salvar a los hombres. Kane no necesitaba que nadie lo salvara. De hecho, ha sido él quien me ha ayudado a mí.

Willow se interrumpió, se sonó la nariz y agarró otro pañuelo de papel antes de añadir:

– Creía que lo tenía todo. Qué tontería.

– No, no es ninguna tontería. ¿Por qué no ibas a tenerlo todo?

Willow suspiró. Lo peor de todo era que no podía culpar a Kane.

– Él tenía razón. No es culpa suya.

– Es un desgraciado -declaró Marina-. ¿Cómo se ha atrevido a hacerte el daño que te ha hecho?

– Kane no ha hecho nada malo -le recordó Willow-. Me dejó muy claras las cosas.

– Pero todo cambió cuando accedió a salir contigo -insistió su hermana.

Willow agarró su taza de té y bebió un sorbo.

– Le dije que lo amaba. Creo que fue eso lo que le ha asustado.

Marina se la quedó mirando.

– ¿Te has enamorado de verdad?

Willow asintió.

– Sí. Es el hombre de mi vida. Por fin sé que, hasta ahora, no me había enamorado nunca. Kane es fuerte, generoso y, cuando estoy con él, me siento completamente segura.

– No sabía que las cosas habían llegado tan lejos -dijo Marina con voz queda.

– Sí, así es. Lo amo y ya no está en mi vida.

Willow se echó a llorar otra vez.

– Oh, Willow -Marina la abrazó-. Lo arreglaremos de alguna manera. Ya se nos ocurrirá la forma de convencerlo para que vuelva contigo.

– No se puede. No puedo obligarlo a que quiera estar conmigo -dijo Willow-. Eso tendría que salir de él y no creo que vaya a ocurrir.


Era de noche cuando Kane regresó a su casa. Entró y… no oyó nada.

Los gatos no estaban, las plantas no estaban y Willow no estaba.

Había comida en la nevera. El aroma de ella aún impregnaba el cuarto de baño. Vio una camisa blanca colgando de la puerta; era la camisa que Willow había usado a falta de una bata. La agarró y la sostuvo en la mano como si aún pudiera tocar a Willow.

Pero no podía. Ella no estaba. Como él quería que fuese.

Kane regresó al cuarto de estar con la esperanza de que la paz y el silencio que solía sentir lo envolvieran. Pero aquella noche, sólo sentía inquietud. Se cambió de ropa tras decidir ir al gimnasio a hacer ejercicio durante una hora, quizá eso lo ayudara a dormir.

Era casi medianoche cuando, por fin, Kane se acostó. Estaba acostado y, sin embargo, no podía cerrar los ojos. El silencio era ensordecedor.

Por fin, se levantó, fue a por la camisa que ella había usado, y se la metió en la cama, a su lado. Una estupidez, pensó. No, no sólo era estúpido, era penoso.

Reconoció que la echaba de menos. Él, que siempre se había enorgullecido de no echar de menos a nadie, anhelaba su presencia más de lo que podía expresar con palabras.

Capítulo 12

Kane agarró las llaves y el portafolios y se dirigió a la puerta. Pero antes de abrir, alguien llamó. Era Todd.

– Menos mal que te he pillado en casa -dijo su jefe-. El coche está dándome la lata otra vez. ¿Podrías llevarme a la oficina? El mecánico va a venir a recogerlo luego y me dejará uno prestado mientras me arregla el mío.

– No hay problema -contestó Kane-. Ya salía.

– Estupendo. No he visto el coche de Willow, ¿se ha ido ya al trabajo?

– Se ha marchado. Hemos roto.

Todd arqueó las cejas.

– No lo sabía. Creía que os estaba yendo bien.

Kane abrió el coche con el control remoto y luego, tiró su portafolios en el asiento trasero.

– Está bien, no voy a preguntar qué ha pasado -dijo Todd acomodándose en el asiento contiguo al del conductor-. Yo mismo no hago más que evitar a las mujeres últimamente. Ruth ha estado dándome la lata y, al final, no me ha quedado más remedio que acceder a conocer a Marina. ¿En qué estaría pensando yo?

Kane no contestó y no quería hablar de Marina. Le recordaba a Willow y pensar en Willow le hacía sufrir lo imposible.

Willow lo había cambiado, pensó Kane. El silencio y la soledad siempre habían sido su refugio, pero ahora no lo soportaba. Sentía frío y vacío a su alrededor.

– ¿Qué le pasa al coche? -preguntó Kane a modo de distracción. Estaba dispuesto a hablar de cualquier cosa menos de las hermanas Nelson.

– No lo sé. Lo único que sé es que el motor no se pone en marcha. Es raro, ya que sólo tiene unos meses.

– ¿No hace ningún ruido cuando le das a la llave? -preguntó Kane.

– Sí, hace ruido. Un par de veces se ha puesto en marcha y luego ha parado.

– No has enfadado a nadie últimamente, ¿verdad?

Todd lo miró fijamente.

– ¿Crees que alguien le ha hecho algo a mi coche?

– No lo sé. ¿Tienes el número del mecánico aquí? -preguntó Kane.

– Sí.

– Llámalo y dile que no se moleste en venir, que tú mismo lo llevarás al taller luego. Voy a llamar a un tipo que conozco para que venga a echarle un ojo primero. Por si acaso.

Todd lanzó una maldición.

– No me gusta lo que estás diciendo.

De repente, un coche grande y a mucha velocidad los embistió desde un lateral, obligándolos a meterse rápidamente en otro carril de gran tráfico. El coche de Kane patinó, pero él mantuvo el control. A pesar de haber evitado el accidente, buscó al atacante con la mirada mientras se sacaba la pistola de la cartuchera.

Lo vio. Era un coche plateado de importación. Volvía a dirigirse hacia ellos. El sol le daba de cara y no podía ver al conductor.

– Agárrate bien -le dijo Kane a Todd antes de pisar el freno con brusquedad.

El coche plateado los adelantó como un rayo. Kane apuntó con la pistola, pero no apretó el gatillo. Sintió algo, quizá intuición, que lo informó de que Willow no podía matarlo a él ni a nadie.

Lanzó un juramento, apuntó con la pistola otra vez y, de repente, vio al coche estrellarse contra un poste.

Kane detuvo el coche en la cuneta y llamó a la policía. Ya había salido de su coche y se estaba acercando al accidentado cuando la operadora contestó la llamada. Dio la dirección del accidente y describió lo ocurrido mientras se preguntaba qué otras cosas había cambiado Willow en él y cómo iba a volver a ser el que era antes de conocerla.


Kane acabó con la policía algo antes de las diez y media aquella mañana. Su coche había sufrido daños, pero aún se podía conducir. Estaba a punto de subirse en él cuando uno de los paramédicos se le acercó.

– ¿Necesita que lo examinemos? -le preguntó el paramédico.

– No, estoy bien. Llevaba abrochado el cinturón de seguridad.

– Igual que el chico. De lo contrario, estaría muerto.

Kane clavó los ojos en coche, siniestro total.

– La policía ha dicho que era un adolescente y que había perdido el conocimiento.

El paramédico asintió.

– Tiene diecisiete años. Según su madre, es diabético. Al parecer, no se había puesto la inyección esta mañana y le ha dado un ataque. Cuando lo embistió a usted, estaba fuera de sí; dudo que supiera que estaba conduciendo. Usted ha llevado la situación muy bien. Si se hubiera vuelto a chocar con usted, no creo que hubiese sobrevivido.

El paramédico se marchó.

Kane, al lado de su coche, tomó aire. Un chico de diecisiete años. ¿Y si le hubiera disparado? Dadas las circunstancias, no lo hubieran culpado de asesinato. Su arma tenía licencia y él era un profesional; sin embargo, eso no habría sido ningún consuelo para la familia del muchacho. Ni para él mismo.

Seis meses atrás, habría disparado sin pensarlo dos veces. Ahora, no había sido capaz. Y sabía por qué.

Esa noche, Kane se emborrachó solo en su casa. Se lo merecía. Quizá, con el suficiente alcohol en su cuerpo, podría olvidar lo ocurrido aquella mañana.

Quizá también pudiera olvidar a Willow y lo mucho que la echaba de menos. Quizá. Pero lo dudaba.


Willow miró a su jefa.

– Beverly, sólo llevo trabajando aquí un mes.

– Lo sé -respondió Beverly con una sonrisa-. Deberías asentir y darme las gracias.

– Gracias -dijo Willow con sinceridad. Acababa de recibir una buena subida de sueldo.

– Eres todo un hallazgo -le dijo Beverly-. Se te dan bien las plantas y tratar con los clientes, y eso no es fácil. Con tu ayuda, puedo ampliar el negocio. Eres organizada y creativa, y muy fácil de tratar. No quiero que me dejes.

Willow estaba encantada.

– No quiero irme -admitió ella-. Me encanta trabajar aquí. Gracias por la subida de sueldo.

– De nada.

– Bueno, voy a volver con las exóticas.

– Estupendo. Sigue con lo que estabas haciendo, están preciosas.

Willow se despidió y se dirigió a la parte posterior del invernadero. Se sentía bien, muy bien… de no ser por el gigantesco hueco que ocupaba el lugar que había ocupado su corazón.

Una hora más tarde, tenía los brazos enterrados hasta los codos en la tierra.

– Hola, Willow.

Se volvió y vio al alto, guapo y bien vestido hombre que estaba de pie a su lado. Cabellos oscuros, ojos oscuros y parecido al prometido de Julie, Ryan.

– A ver si lo adivino. Eres el infame Todd Aston III.

– Por fin nos conocemos. Tengo entendido que querías decirme unas cuantas cosas.

– ¿Para eso has venido?

– No, pero te escucharé si eso te hace sentirte mejor.

– No -en el pasado, habría sido otra cosa; pero ahora tenía otras preocupaciones-. Julie y Ryan se van a casar, eso es lo único que me importa.

– A mí también.

Willow se lo quedó mirando.

– No te sorprendas tanto -le dijo él-. Ryan y yo somos amigos de toda la vida. Lo quiero mucho. Si lo que le hace feliz es Julie, a mí también.

Todd cambió de postura y añadió:

– ¿Cómo estás? Tengo entendido que habéis roto.

¿Era ésa la razón de la inesperada visita? ¿Quería Kane información? Lo dudaba.

– No me va mal.

– A Kane sí. Está realmente mal.

El primer impulso de Willow fue irse a buscar a Kane e intentar ayudarlo. Pero él le había dejado muy claro que no la quería a su lado.

Willow se puso en pie y se sacudió los pantalones vaqueros.

– Lo siento, pero no es asunto mío.

– No sé lo que ha pasado entre vosotros dos, pero conozco a Kane desde hace años. Es un tipo estupendo -Todd frunció el ceño-. Que yo sepa, eres la primera novia que ha tenido. Así que… quizá pudiera darle una segunda oportunidad, ¿no?

Willow lo miró fijamente.