– Está algo alterada. No debería conducir.

Alterada o no, no le gustaba que alguien tomara decisiones por ella. Prefería estar a cargo de su propio destino. Además, había otras cosas a tomar en cuenta.

– Se ha olvidado de mi zapatilla deportiva y mi calcetín -dijo Willow-. Y su chaqueta.

– Volveré a recogerlas cuando la deje sentada.

– ¿Y la gata?

Él le lanzó una mirada que parecía cuestionar su salud mental. A Willow le fastidiaban mucho los gestos como aquél.

– La gata en el hueco del árbol. Creo que está pariendo. La vi cuando me caía. Hace frío, no podemos dejarla ahí. ¿Tiene una caja y toallas? Quizá primero unos periódicos, luego las toallas. Dar a luz es así. Ya sé que es parte del ciclo de la vida, pero todos esos fluidos…

Él tomó un camino de piedra y avanzó hacia la casa de los guardeses. Willow dejó el tema de la gata y se quedó mirando a la bonita construcción. Pero no era la casa principal.

– Eh, ¿adónde me lleva? -quiso saber ella, conjurando mentalmente imágenes de un oscuro calabozo lleno de cadenas colgando de las paredes.

– A mi casa. Allí tengo un botiquín de primeros auxilios.

Sí, tenía sentido.

– ¿Vive en esta propiedad?

– Me resulta cómodo.

– Al menos, se ahorra el transporte -Willow recorrió los jardines con la mirada-. Da al sur, tiene suerte. Podría cultivar cualquier cosa que le apeteciera.

Era aficionada a la jardinería. Le encantaba enterrar las manos en la tierra y plantar cualquier cosa.

– Si usted lo dice.

Con cuidado, él la dejó en el suelo, pero siguió sujetándola para que no cargara demasiado peso en el pie. Willow se apoyó en él, ese hombre sabía cómo hacer que una mujer se sintiera a salvo con él.

Kane se sacó las llaves de un bolsillo del pantalón, abrió la puerta y la hizo entrar.

– Si saliéramos juntos, podría decirse que esto es muy romántico -dijo ella con un suspiro-. ¿No podríamos fingir?

– ¿Qué? ¿Qué salimos juntos? No.

– Estoy herida. Puede que muera y, la verdad, usted tiene la culpa. ¿Está casado?

Kane la hizo sentarse en un sillón al lado de la chimenea; luego, le colocó el pie en un reposapiés.

– Usted fue quien echó a correr, lo que le ocurre es culpa suya -dijo él-. No estoy casado y no se mueva.

Kane desapareció y Willow sospechó que había ido a la cocina. Bien, estaba claro que a Kane no le molestaba ayudarla en un momento de apuro, pero no se estaba mostrando excesivamente amistoso. Daba igual.

Miró a su alrededor y le gustaron los travesaños de madera del techo y los tonos terrosos. La estancia, aunque muy amplia, era acogedora. Los grandes ventanales daban al sur y necesitaban que unas plantas los adornaran.

En la mesa que había a su lado reposaba un libro sobre Oriente Medio. Revistas de economía poblaban la mesa de centro delante del sofá. Interesante el tipo de lectura elegido por aquel individuo dedicado a los servicios de seguridad.

– ¿Tiene novia? -gritó ella.

Kane murmuró algo, pero no se entendió qué.

– No.

– ¿Ha ido a por hielo?

– Sí.

– No se olvide de la caja para la gata.

– No hay ninguna gata.

– Sí, claro que sí la hay. Y hace frío. Y aunque la gata esté bien, ¿qué va a pasar con los gatitos? Son recién nacidos. No podemos dejar que se mueran.

– No hay ninguna maldita gata.


Había una gata, pensó Kane contemplando el hueco del árbol. Una gata gris y blanca con tres diminutos gatos. A pesar de haber estado preñada hasta hacía sólo un par de horas, la gata se veía escuchimizada.

Una gata vagabunda, pensó Kane preguntándose qué había hecho él para merecerse aquello. Era un hombre decente. Intentaba portarse con honestidad. Lo único que quería era que el mundo lo dejara en paz. La mayor parte del tiempo, el mundo respetaba sus deseos. Hasta ese día.

Como las probabilidades de meter a la gata en la caja eran nulas, la dejó en el suelo y reflexionó. No estaba familiarizado con los animales domésticos, pero sabía que los gatos tenían garras, dientes y que eran huraños. Sin embargo, aquella gata acababa de dar a luz; por lo tanto, quizá su debilidad le confiriera disposición para mostrarse cooperativa. Por otra parte, acababa de ser madre y tenía el instinto de protección muy desarrollado.

De cualquier forma, sabía que iba a correr la sangre y que iba a ser la suya.

Metió la mano en el hueco del árbol y agarró a uno de los gatitos. La madre se lo quedó mirando y luego le echó la zarpa a la mano. Mientras sacaba del agujero a ese diminuto animal, la madre le hincó las garras. Sí, estupendo.

– Escucha, tengo que sacaros a ti y a tus gatos de ahí dentro. Esta noche va a hacer frío y niebla. Sé que tienes hambre y estás cansada, así que cállate y coopera.

La gata parpadeó. Sus garras se cerraron.

Kane sacó a todos los gatitos y los dejó en la toalla dentro de la caja; luego, fue a agarrar a la madre. Esta le bufó; después, se levantó y, con gracia felina, saltó al interior de la caja y se tumbó al lado de sus crías.

Kane agarró su chaqueta, la zapatilla deportiva de Willow, el calcetín, la caja y se dirigió a su casa.

No había imaginado que su día acabara así. Había elegido llevar una vida tranquila. Le gustaba aquel lugar, estaba aislado, y no le gustaban las visitas. La soledad era su amiga y no necesitaba más. ¿Por qué tenía la sensación de que todo iba a cambiar?

Entró en su casa y encontró a Willow hablando por teléfono.

– Entendido -dijo ella al auricular-. Kane acaba de volver con los gatos. Ya. No, estupendo. Gracias, Marina, te lo agradezco.

– ¿Ha llamado a alguien? -preguntó Kane mientras dejaba la caja junto a la chimenea.

– Usted me ha dejado el teléfono. ¿Lo ha hecho para que no lo usara?

– Sólo para algo urgente.

– No me dijo eso. Además, ha sido una llamada local. He llamado a mi hermana. Va a traer comida de gato y una caja para los gatos. Ah, y también va a traer unos platos para la comida y la bebida para los animales, ya que supongo que no querrá que coman y beban en sus propios platos. Por otra parte, estoy segura de que mi hermana va a llamar a mi madre para contarle lo que me ha pasado, lo que significa que el doctor Greenberg va a venir a examinarme el pie antes de que me mueva.

– ¿Tiene un médico que hace visitas a domicilio?

– Mi madre trabajó con él durante años. Es un médico magnífico -Willow se miró el reloj-. Calculo que acabaremos a eso de las dos o las tres. En serio. Pero si tiene que marcharse a hacer algo, por mí no se preocupe.

Como si fuera a dejarla allí sola, en su casa.

– Hoy puedo trabajar desde casa.

– Estupendo.

Willow le sonrió y lo miró como si todo fuera normal. Como si ella fuera normal.

– No puede invadir mi casa y mi vida así como así -la informó Kane.

– Yo no lo he invadido. Simplemente, me he tropezado. Literalmente.

Volvió a sonreír. Fue una sonrisa que la transformó de chica mona en mujer hermosa y le confirió brillo a sus ojos. Era como si se hubiera contado un chiste a sí misma y sólo ella lo entendiera. Lo que, dado su sentido de la realidad, debía de ser cierto.

– ¿Quién demonios es usted? -preguntó Kane.

– Ya se lo he dicho, soy la hermana de Julie.

– ¿Por qué no está trabajando?

– Yo también trabajo desde casa. Soy dibujante de cómics. ¿Tiene algo de comer? Estoy muerta de hambre.

Kane nunca tenía mucha comida en casa. Le resultaba más fácil comprarla fuera y llevársela a casa a la vuelta del trabajo. No obstante, debía haber algo.

– Iré a ver -Kane se dirigió a la cocina.

– No como carne, soy vegetariana.

– Sí, claro, era de esperar -murmuró él.

La gata lo siguió a la cocina. Kane examinó la despensa y encontró una lata de atún. Después de abrirla, derramó el contenido en un plato y lo dejó en el suelo. La gata empezó a tragar.

– Debía de estar muerta de hambre.

Kane alzó los ojos y vio a Willow junto a la puerta, apoyada sólo sobre un pie, agarrándose al marco y con la mirada fija en la gata.

– Pobrecilla. Sola en el mundo y preñada. El gato que la dejó preñada no se ha molestado en quedarse a su lado por si necesitaba algo. Típico. Un reflejo perfecto de nuestra sociedad actual.

Kane se frotó las sienes, notaba el principio de una jaqueca.

– Debería quedarse sentada -dijo él-. Necesita hielo en el tobillo.

– El hielo me está dando frío. ¿Tiene té?

Kane tuvo ganas de responder que aquello no era un restaurante y que no, que no tenía té. Esa mujer debería estarle agradecida de que él no los hubiera dejado a ella y a los gatos ahí fuera, congelándose.

Aunque estaban en Los Ángeles y allí nunca se congelaba nadie; por otra parte, se lo había impedido algo en los azules ojos de Willow, algo que indicaba ingenuidad y confianza en la gente.

Era la clase de mujer que nunca esperaba nada malo de las personas, y habría apostado una buena parte de su sustanciosa cuenta bancaria a que, con frecuencia, se había visto defraudada.

– No tengo té.

Ella asintió.

– No le gusta el té, ¿eh? Demasiado macho para beber té.

– ¿Macho?

– Masculino, viril… como quiera llamarlo.

– ¿Viril?

– Estoy haciendo suposiciones. Puede que no sean ciertas. No parece que haya una mujer en su vida.

A Kane le dieron ganas de pegarle un grito.

– Me estropea el día, amenaza a mi jefe, huye a toda carrera, me culpa de haberse tropezado y ahora cuestiona mi… mi…

– ¿Masculinidad? -Willow lo ayudó a terminar la frase-. ¿Lo estoy haciendo enloquecer? Ocurre a veces. Hago lo posible porque no ocurra, pero nunca sé muy bien cuándo lo hago.

– Lo está consiguiendo, sí.

– En ese caso, pararé. ¿Le parece bien que vuelva a sentarme en el sillón?

– No se puede imaginar lo bien que eso me parece.

– De acuerdo.

Willow se volvió, pero estuvo a punto de caerse otra vez y se agarró al marco de la puerta para no perder el equilibrio. Kane lanzó un juramento y, pasando por encima de la gata, fue a alzarla en sus brazos.

– Debe de ser la pérdida de sangre -dijo Willow apoyando la cabeza en el hombro de él-. Pronto me recuperaré.

– Sobre todo, teniendo en cuenta que no ha perdido sangre.

– Pero podría haber ocurrido.

Kane volvió la cabeza y la miró. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo próximas que estaban sus bocas. Los ojos de él se clavaron en los curvos labios de Willow y sintió un repentino deseo de besarla. Sólo unos segundos. Sólo para averiguar a qué sabía.

No debía hacerlo. Sólo conseguiría hacerle daño, era inevitable.


– No me molestaría -susurró ella-. Sé que no soy su tipo, pero le aseguro que no se lo contaría a nadie.

Kane no sabía a qué se refería y no le importaba. Por primera vez en la vida, iba a hacer algo que sabía que no debía hacer.

Iba a besarla.

Capítulo 2

El beso que Kane le dio la dejó sin respiración. Potente, sensual, erótico. Willow no sabía en qué radicaba la diferencia de otros besos, pero era diferente.

Los labios de Kane eran firmes, exigentes, pero llenos de una ternura que le hizo desear darle lo que él quisiera. Sabía que Kane podía tomar de ella lo que quisiera, era perfectamente capaz de hacerlo; pero el hecho de que no lo hiciera lo hacía aún más atractivo.

Willow se aferró a él, rodeándole el cuello con los brazos. Apretó su cuerpo contra el de Kane. Y cuando Kane le acarició el labio inferior con la lengua, ella abrió la boca al instante.

Mientras se apoderaba de su boca, ella sintió un profundo calor en todo el cuerpo. El deseo la hizo temblar y, de haber estado de pie, se habría caído.

La lengua de él la exploró, la excitó. Kane tenía sabor a café y a algo exótico que la dejó deseando más. Le devolvió el beso con un entusiasmo que, probablemente, debería haberle avergonzado; pero supuso que, al ser una cosa del momento, debería dejarse llevar.

El beso continuó hasta que diversos puntos de su anatomía empezaron a quejarse, exigiendo el mismo tratamiento que su boca. Los pechos le picaban y sentía un cosquilleo entre las piernas.

Por fin, Kane alzó la cabeza y la miró. La pasión oscurecía los ojos de él, haciéndolos parecer las nubes tormentosas, algo que jamás había pensado de los ojos de un hombre. El deseo tensaba sus facciones, confiriéndoles un aspecto depredador.

– ¡Quieres acostarte conmigo! -anunció Willow, tan contenta que estuvo a punto de besarlo otra vez.

Él murmuró algo ininteligible y la llevó de vuelta al sillón del cuarto de estar.

– No nos vamos a acostar -lo informó Kane.

– Sí, eso ya lo sé. No nos conocemos. De todos modos, te gustaría.